En anteriores textos he explicado la sencilla definición de mi autoría sobre la etiqueta social. Al respecto, ratifico que ésta constituye “un conjunto práctico de orientaciones encaminadas a lograr una relación
humana basada en el respeto, la tolerancia y la óptima convivencia, con la finalidad de hacer más grata la existencia y, por lo tanto, enriquece nuestra calidad de vida y de nuestro entorno”.
En ocasiones existe una sesgada o limitada interpretación acerca de los alcances e implicancias de la etiqueta social. Sugiero abandonar clichés o prejuicios y comenzar a analizar su indudable vínculo con asuntos concernientes al ámbito de las emociones, a fin de actuar con fortaleza, convencimiento y seguridad en todo tiempo y escenario.
En tal sentido, debemos considerar conceptos referidos a la compleja dimensión interna del ser humano que con frecuencia se evaden articular con esta temática y que, además, tienen implícita importancia por cuanto brindan un soporte esencial en el ejercicio de la buena educación. A continuación, comparto unos términos vinculados a su ejercicio.
Las “habilidades blandas”: aquellos atributos tendientes a desenvolverse de manera efectiva. Confluyen una combinación de destrezas destinadas a tener una agradable inter-relación; es decir, escuchar, dialogar, liderar, estimular, delegar, analizar, juzgar, negociar y arribar a acuerdos. Engloban aptitudes transversales e incluyen el pensamiento crítico, la ética y la posibilidad de adaptación al cambio.
La “autoestima”: autovaloración de sí mismo. Ésta se expresa en la forma de comunicarnos, relacionarnos, desenvolvernos y adoptar decisiones. Las personas con convencimiento, sensatez y que soslayan requerir de aceptación, para conducirnos y emitir juicios en concordancia con sus determinaciones, evidencian alta autoestima.
La “tolerancia”: actitud de deferencia a las opiniones, ideas o actitudes ajenas, a pesar de la discrepancia. Es un elemento central para concebir la diversidad humana y alcanzar una virtuosa convivencia. Bien decía Mahatma Gandhi: “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia”.
La “empatía”: capacidad de entender los pensamientos y emociones ajenas; es decir, de ponerse en el sitio del otro y compartir sus sentimientos. No es necesario pasar por iguales vivencias, ni estar de acuerdo para interpretar a quienes nos rodean; es un proceso de comprensión, aceptación y reflexión. Es indispensable su empleo para sortear calificar al prójimo y aprender a entenderlo.
La “inteligencia emocional”: facultad de percibir, expresar y gestionar las emociones. Su interiorización puede significar la diferencia entre comportarse de una manera socialmente aceptable y estar fuera de lugar en una situación concreta. Conlleva reconocer las propias impresiones y, por lo tanto, allana el manejo del estrés y la resolución de problemas. Tiene una utilidad irrebatible cuando atravesamos elevados índices de tensión individual y general.
Los “valores”: normas que enmarcan nuestra conducta; una suerte de “faro” que nos indica el camino acertado a seguir en la vida. Constituyen un marco orientador e inspirador de las acciones positivas. Su aplicación exige categórica entereza, constancia y compromiso. El “respeto” es uno de los más imperiosos en nuestro desempeño.
El “sentido común”: conjunto de
conocimientos lógicos acumulados a lo largo de la experiencia de vida cuya validez
es aceptada en el medio en el que habitamos. Es una suerte de “séptimo sentido”
capaz de advertirnos de lo bueno o malo y, en consecuencia, sugiere cómo
actuar.
El “sentido de pertenencia”: sentimiento que nos identifica e integra con grupos humanos o colectividades con el propósito de asumir un conjunto de inquietudes, ideales y aspiraciones como propias. Permite crecer, desarrollarnos e comprometernos con asuntos del entorno. Esta atribución fomentará nuestra adhesión y participación con nuestra comunidad.
Desde mi perspectiva, estas nociones son centrales para lograr una fluida, espontánea y continua educación que abrirá la puerta para una impecable conexión entre hombres y mujeres. Tengamos en consideración: la etiqueta social realza y engrandece la personalidad e imagen personal, genera nuevas oportunidades, fomenta un clima placentero de coexistencia, facilita resolver situaciones conflictivas e influye en los espacios donde interactuamos.
Sigamos perseverantes en el ánimo de crear un contexto social cortés, flexible y afable. Demostremos racionalidad y coherencia en cada una de nuestros quehaceres. Es una tarea de la que todos somos responsables y protagonistas; involucrémonos en este cometido de irrefutable validez. Cada día debe convertirse en un genial momento para afianzar nuestros correctos modales como manifestación de engrandecimiento, evolución y lucidez.
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