domingo, 23 de enero de 2011

Los “elegantes” modales de nuestros políticos

Empezó la campaña electoral a la presidencia de la república y comienzan -de sus aspirantes y candidatos de las listas congresales- lamentables y visibles demostraciones de escasa delicadeza, precarias formas y ausencias de consideración a la población que anhelan representar. A través de los medios de comunicación observamos su efímera educación, deferencia y tolerancia. Una nueva comprobación de que las credenciales académicas, profesionales y sociales y, consecuentemente, el bienestar económico no van acompañados de la caballerosidad y mesura.

No requiero mencionar nombres para hacerle recordar las cotidianas faltas de quienes están inmersos en adjetivos, enfrentamientos y, por lo decirlo menos, en las inelegancias en que se está transformado el certamen electoral. Bien decía Aristóteles: “La ciudad (polis) es una de las cosas que existen por naturaleza; y el hombre es, por naturaleza, un animal político”. Al parecer nuestros postulantes se comportan como “especies silvestres”. “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”, anotaba el ilustre filósofo griego al pensar que el fin de la sociedad y el Estado es garantizar el bien supremo de los hombres, su vida moral e intelectual. La ética es un componente no menos importante en política, en donde la transparencia de sus actos es conveniente revelar a la luz pública. ¿Sabrán nuestros candidatos quien era Aristóteles?

Desde mi punto de vista, esta carencia de compostura, buenos modales y cortesías muestra el deterioro de esta noble actividad que deben conducir gentes con espíritu cívico y con una hoja de vida ejemplar. El gobernante hace docencia con su postura expuesta a la reflexión general que, por cierto, no guarda coherencia con lo que vemos todos los días, incluso con “resignación”. Peor aún, cuando estas faltas provienen de quienes conducen el rumbo de la nación y están obligados a hacer pedagogía política en lugar de proselitismo partidario utilizando recursos provenientes de todos los contribuyentes. Eso también es ordinario.

Es habitual escuchar epítetos como “loquito de la calle” (en referencia a un ex jefe de estado), emplear insultos para responder preguntas incómodas de periodistas, utilizar calificativos agraviantes en lugar de propuestas, usar términos como: “ladrón todos creen que son de su misma condición”, “a la m….con las tachas”, entre otros comentarios. La falta de cultura y óptima formación hace que pierdan “los papeles” estos individuos que nunca pasaron por un elemental curso de urbanidad. Sus gestos, vestimentas, formas de tratar al adversario, afirmaciones exacerbadas, actitudes autosuficientes, etc. constituyen un pésimo referente para el “ciudadano de a pie”.

En este ámbito deseo compartir lo expresado por Mónica Jacobs, Eliana Mory y Odette Vélez en su libro “Ética y política: El arte de vivir y convivir”: “…El significado etimológico de la palabra ‘educar’ es ‘hacer salir de dentro hacia fuera’; en otras palabras, ayudar a crecer, cuidar, guiar, facilitar y acompañar el crecimiento de otros. En este sentido, todos educamos pues cada uno de nosotros se relaciona con otras personas y al relacionarse con los demás estamos influyendo unos en otros (positiva o negativamente). Cada uno de nuestros actos, nuestra forma de relacionarnos con los demás, nuestra manera de vivir y de pensar, nuestras creencias, percepciones y valores, nuestros estilos de utilizar la libertad influyen, directa o indirectamente, en otros: al saludar o dejar de hacerlo, al respetar o maltratar a los demás, al ayudar a alguien en la calle, al cumplir las reglas de tránsito: y así vamos educándonos ética y políticamente”.

Por su condición de representante del pueblo el político está en la “mira” de la opinión colectiva. Mayor razón para calcular los efectos y consecuencias de sus vocablos y trayectoria -en su esfera gubernamental y personal- considerando el grado de desprestigio en que están inmersos. Al parecer, se encuentran “encapsulados” en una realidad diferente a la percibida por nosotros. Desde su perspectiva creen que sus prácticas los “acercan” al lenguaje y comportamiento popular. Pero, el elector no les acepta lo que nosotros podríamos realizar en nuestro quehacer diario. El habitante espera una actuación referencial del hombre público.

En el libro “Rajes del oficio”, del periodista Pedro Salinas, Mario Vargas Llosa señala: “…La política, en primer lugar, no atrae a la mejor gente. La política atrae a gente con apetito de poder, gente inescrupulosa, de una gran mediocridad. Los mejores talentos, los más idealistas, los más puros, los más preparados, muy rara vez se dejan tentar por la política. Y cuando así ocurre, generalmente la política los arrolla, o los corrompe o los expulsa”. ¿El proceder de los políticos no coincide con esta descripción?

Es evidente, por lo que está acontecimiento en la contienda electoral, la falta de finura, elegancia y nivel -entre otros factores- de sus protagonistas. Es prioridad que la “clase política” comprenda su influencia en los destinos nacionales y en la conciencia colectiva de los peruanos que los elegiremos para personificar nuestras expectativas y demandas. Por la salud democrática de la sociedad deseamos que algún día su desempeño sea un “faro” de valores, respeto, convivencia y armonía social.

sábado, 15 de enero de 2011

Pautas para un “buen” invitado

Hace unas semanas compartí un artículo con diversas recomendaciones detallando los elementos que debieran caracterizar a un anfitrión. En esta ocasión, presento ejemplos y orientaciones que, desde mi parecer, son convenientes de pensar cuando sea invitado en cualquier circunstancia.

Un primer error, rutinario por cierto, es creer que las normas sociales y protocolarias solo se aplican en momentos de extrema formalidad y solemnidad. Es verdad que existen sucesos de mayores rigurosidades, pero la afable educación debe fluir -de manera permanente y espontánea- en todo acontecimiento aún en el más informal y familiar.

Es necesario, siguiendo esta lógica, que los criterios de urbanidad formen parte de la cultura de vida de nuestra sociedad. Así será fácil y sencillo comportarnos con corrección y evitar actitudes forzadas que obstruirán desfrutar la velada y evidenciarán el precario conocimiento de la etiqueta. Este es un comentario, disculpe amigo lector, reiterativo. Tenga en cuenta esta simple expresión: “Lo que no nace, no crece”.

Otro punto central ha considerar un concurrente: La puntualidad. En un banquete podremos retrasarnos de ocho a diez minutos. Si prevé el retraso, llame al anfitrión para comunicar la hora de su llegada. Si no puede asistir, avise con suficiente antelación. Tengo allegados con la “peruana” costumbre de disculparse cuando, coincidentemente, nos encontramos en forma casual días o semanas más tarde de celebrada la reunión.

Su vida está llena de amables detalles. Cuando acuda a una invitación lleve un regalo para los anfitriones. Por ejemplo, flores si no existe confianza con ellos. Estas se envían al día siguiente del convite con una nota de agradecimiento. También, puede obsequiar chocolates, galletas o una botella de licor, son adecuados en ocasiones menos formales.

La genuina educación se muestra, principalmente, en la mesa. Por ese motivo, su actuación será lo más auténtica, natural y con amplio sentido de pertinencia. No pase al comedor hasta que no hayan entrado las personas de mayor representación y jerarquía y, además, el anfitrión es el primero que ingresa. Al entrar busque su puesto por los rótulos con su nombre colocados en cada lugar y, posiblemente, por la indicación verbal del anfitrión. No insinúe que desea sentarse al lado de determinado invitado o de su pareja. Sea elegante y deje atrás esas prácticas “criollas”. No empiece a comer hasta que lo haga el anfitrión, apague su celular, tampoco se levante -para regresar a la sala- antes del anfitrión. No se sirva porciones enormes, piense que lo que hay es para todos.

De otro lado, recuerde los términos del escritor, poeta y periodista británico Samuel Johnson: “La gratitud es un producto de la cultura; no es fácil hallarla entre gente basta”. Haga del reconocimiento un hábito y agradezca las invitaciones de cualquier índole. Si envía flores -al día siguiente del convite- con una esquela, quedará muy bien. También, puede hacerlo mediante una llamada telefónica o un email. Es un gesto delicado, distinguido y, por desgracia, poco usual en nuestro medio.

Hay unas cuantas orientaciones -algo fuera de “moda” para muchos- que creo oportuno mencionar. No realice una visita sin avisar con antelación por más intimidad que tenga con los dueños de casa; prescinda formular preguntas u observaciones indiscretas; no proponga que le inviten una comida o bebida de su preferencia; sea prudente en el período de permanencia en una reunión (si es una cena o almuerzo el tiempo máximo es de cuatro horas); si sucede un accidente no realice explicaciones y evada hacer de ese suceso un “tema” de conversación; si le sirven un alimento desconocido o que no es de su agrado, tome sólo una pequeña cantidad.

Al acudir a eventos (familiares, amicales, empresariales, etc.) lleve sus tarjetas personales en un tarjetero para impedir dañarlas; si cuando visita a algún individuo conocido, está ausente en esos instantes, deje una tarjeta con un mensaje indicando el asunto por el que ha estado; no llegue quejándote de lo difícil que fue dar con la dirección. Cada uno vive donde puede y abrir su casa es extender su corazón; desarrolle una conversación general y al acceso de los asistentes; no pida nada especial o diferente de lo ofrecido como “algo picante” o té en lugar del café, podría poner en aprietos al anfitrión.

Una costumbre “limeña” -propia de una colectividad con deficientes modales- es llevar acompañantes a una invitación realizada únicamente a usted. No acuda con amigos, hijos, enamorada, etc. cuando la convocatoria es personal. Tampoco es fino preguntar si puede hacerse “escoltar”. Es “normal” observar la impertinencia de presentarse con una “dama de compañía” con el pretexto de su alto grado de confianza con el anfitrión. Sea cometido siempre en sus acciones. Su sentido común y cultura serán las mejores fuentes de inspiración a las que puede recurrir para conocer como proceder en cada eventualidad.

domingo, 9 de enero de 2011

Importancia de la imagen personal

Una de los más importantes elementos a considerar por un profesional con aspiraciones de desarrollo y aceptación laboral, está referido a la imagen que proyecta, de forma consciente o inconsciente. La “imagen” es el conjunto de factores que configuran la opinión buena o mala que el público se forma de usted. Así de simple.

A continuación deseo compartir la interesante definición de Fabio Arévalo Rodríguez, quien en su texto “Apariencia y Relaciones Públicas” dice: “La imagen puede imponer un carácter o expresar una nueva idea, ya que es el reflejo que las personas conservarán de nosotros siempre, otro aspecto importante en esta parte es que la primera imagen es la que se va a conservar, las personas pueden crear un concepto de nosotros a través de la imagen que dejemos, pero recuerda que la imagen no es solo la ropa, sino nuestra expresión y nuestro vocabulario, la forma en que tratamos a las personas hace parte de un código que se comprende fácilmente, debemos tener cuidado para conservar un equilibrio en donde no seamos ‘rudos’ y obstinados mandones, pero tampoco ‘melosos’, ya que los dos extremos ocasionan problemas”.

Desde mi análisis el “retrato” de un profesional no solamente está sustentado en su óptimo conocimiento, propio de su especialidad. También, es complementado y enriquecido con otras particularidades como su educación, cultura, valores, sentido común, elegancia, estilo y, además, las buenas formas y cortesías que facilitarán su desarrollo integral. No descuide su trascendencia, será una muestra de su grado de autoestima.

Pero, ¿Qué es la autoestima? Es la autovaloración de uno mismo, de la propia personalidad, de las actitudes y habilidades, que son los aspectos que constituyen la base de su identidad. Se construye desde la infancia y depende de la reciprocidad con las personas significativas, principalmente los padres. La baja autoestima impulsa a esforzarse demasiado para superar la inferioridad que percibe de si mismo y a desenvolver talentos como compensación. Impide la búsqueda del sentido de la supervivencia y produce problemas de identidad.

La disminuida autoestima causa trastornos psicológicos, depresión, trabas psicosomáticas y fallas de carácter, timidez, ausencia de iniciativa, anticipación del fracaso, características que impiden el crecimiento. Induce a compararse e identificarse con modelos sociales e imposibilita comprender que cada individuo es diferente y que lo único comparable es nuestra fortaleza con respecto a nuestro rendimiento. La autoestima es una señal de nuestra forma de ver la vida y afrontar sus adversidades, y la damos a conocer en pequeños detalles como la seguridad en el hablar, en las decisiones que tomamos, en los afectos que entregamos y recibimos, entre otros indicadores.

Muchas veces -lo afirmo por mi experiencia docente- el estudiante y egresado tiene una explicable expectativa por adquirir conocimientos para acceder a mejores colocaciones de empleo descuidando o desconociendo la valoración de su “imagen” en una entrevista laboral. Recomiendo preocuparse por comprender la trascendencia de la “foto” que tendrán de usted -a partir de su forma de actuar- en un mercado de trabajo exigente acerca de su habilidad social, desenvolvimiento, manejo de competencias, capacidad empática y eficiencia en las comunicaciones, etc.

El “retrato” que proyecta no se basa, únicamente, en sus potencialidades académicas. Hay otros factores como su lenguaje corporal (que constituyen la expresión coherente de su cuerpo), el buen gusto, tacto, distinción en el vestir, forma de hablar, reír, tono de voz, gestos y actitudes cotidianas. Es necesario interesarse en el cuidado de sus manos, uñas, higiene, vestuario, perfume, cabellos y maquillaje. Su estilo es parte de su imagen y, por lo tanto, recuerde: “La moda pasa, el estilo queda”. Diseñe su perfil en función de sus peculiaridades y personalidad. No imite, sea auténtico y original.

Cuando acuda a una cita de selección de personal hágase, previamente, las siguientes preguntas: ¿Qué aspecto tengo? ¿Mi ropa es la apropiada para mis actividades? ¿Mi cabello está arreglado? ¿Mi aseo es adecuado? ¿Cuál es mi manera de comunicarme? (que digo, habló rápido, lento, pienso y reflexiono, trato de ser empático). Son algunos componentes que sugiero examinar en su autoevaluación.

Está demostrado que la mayoría de las decisiones se determinan por la influencia visual y tenga en cuenta: “No existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”. De su adecuada apariencia dependerá lograr disfrutar de la simpatía, credibilidad y aceptación de su entorno general y empresarial. Una imagen individual positiva le abrirá nuevas oportunidades en el exitoso camino de su vida.