sábado, 25 de diciembre de 2010

Consejos para un buen anfitrión

En estas semanas, con ocasión de la histórica fiesta de la Natividad y el nuevo año, usted tendrá celebraciones sociales, familiares y laborales en donde será, probablemente, anfitrión. Aquí deseo comentar unas pautas e ideas para cumplir esa tarea tan importante de convocar, atender y compartir con sus invitados.

Deberá tener presente que su misión no consiste en formular la invitación y trasladar a otros la organización, pormenores y obligaciones durante el evento. Esto debe tenerlo en consideración por más sencilla e íntima que sea la reunión. Superior será su dedicación si planea un suceso empresarial en donde tiene la intención de cerrar negocios y exhibir la imagen de su compañía.

El rol de un anfitrión con “sentido común” está más allá de algunos conceptos tradicionales. Tiene que tener criterio para seleccionar sus invitados, escoger el menú adecuado, optar la hora y local propicio, determinar la formalidad o informalidad del encuentro, emplear la vestimenta apropiada, observar la limpieza, arreglo y decoración del recinto, formular las invitaciones con antelación y deferencia, entre otros pormenores que aseguren el éxito del acontecimiento.

Algo que cuestiono, con firmeza por cierto, es la ausencia de esmero en las invitaciones que se hacen sin guardar mínimas cortesías. Una invitación informal no debe producirse con menos de ocho días. Sin embargo, conozco entidades (incluso educativas) y amigos que invitan con uno, dos o tres días de antelación a festividades que por sus características ameritan significativa anticipación. Eso es parte esencial del tratamiento que usted merece cuando sea invitado, no lo olvide y hágase honrar en toda eventualidad. Tengo por política declinar siempre convocatorias de última hora (familiares o corporativas) que me puedan hacer sospechar que mi nombre está en un listado de “suplentes” llamados por la ausencia de los “titulares”, o que muestra visible improvisación. En la vida dase su lugar, dice bastante de su autoestima y respeto consigo mismo. ¡Recuérdelo!

Para empezar, el anfitrión estará en la entrada (de la casa o sitio de reunión) recibiendo a los concurrentes. Si la invitación es con esposa, se hará acompañar -de ser casado- de su cónyuge. Debe coordinar y asegurar que todo esté listo -como mínimo- con una hora de antelación a la fijada para la aparición de los asistentes. Es lamentable y, por lo tanto, una falta de respeto que usted al llegar puntual a un evento se encuentre con la “sorpresa” que las luces están apagadas, recién se están instalando las mesas y equipos de sonido, los anfitriones no han concluido de alistarse y existe una visible carencia de planificación. Eso es tan “usual” y “aceptado” en Lima, como el arroz con leche. ¡Qué vergüenza!

Ofrezca un aperitivo con unos pequeños bocaditos -antes de pasar al comedor- que se sirve en la sala. Es conveniente que el mayordomo exhiba en el azafate bebidas sin alcohol y gran cantidad de servilletas de bar. Cuando es un círculo formal deberá existir personal de servicio que puede no requerirse en una situación informal. Aunque un mozo, bien dirigido y capacitado, ayudará en la correcta atención. Continuamente lo hago y me alivia una serie de cometidos.

El anfitrión garantiza que cada invitado esté cómodo y se lleve un provechoso recuerdo. No es difícil, pero exige conocer detalles que olvidan las personas e instituciones. Conozco “anfitriones”, incluso dueños y directores de organizaciones, que se comportan como invitados y, únicamente, conversan y se interesan en su círculo de allegados. Es decir, se “olvidan” de su función que busca vincular e integrar a los partícipes, fomentar temas de tertulia, verificar que todo funcione y desarrollar sus habilidades sociales. De esta forma, hará grata la actividad.

Otro aspecto primordial. El anfitrión determina las precedencias en las mesas alternando una dama con un caballero y, además, no sentará juntos a una pareja de esposos. Recomiendo que los integrantes de cada mesa sea un grupo homogéneo en términos culturales, sociales y de educación para evitar actitudes discordantes en la jornada. Puede colocar un letrero pequeño en cada ubicación con el nombre, así facilitará al comensal conocer su sitio y evitará esa “criolla” costumbre de sentarse dos amigas juntas y dos o tres hombres contiguos.

Algunos consejos rápidos que no puedo omitir. Tengan cubiertos de recambio y que sean de buena calidad las copas, azafates y el menaje empleado; observé si algún invitado requiere algo en particular; demuestre su obligación en hacer sentir cómodos a sus comensales; tenga analgésicos por si alguien se siente mal y acondicione una habitación en caso de emergencia; en su baño posea colonia, peines, papel higiénico, toallas de recambio y pañuelos de papel y, claro está, que luzca pulcro; si un invitado rompe una copa, disimule y evite hacerlo sentir mal; oriente la conversación hacia contenidos amenos, positivos y que motiven la intervención de todos. No permita, discusiones acaloradas o que se hable mal de una persona ausente. Usted será responsable de lo acontecido en su evento y tome en cuenta, al momento de adoptar una decisión, las palabras del orador, político y filósofo latino Marco Tulio Cicerón: “Haz aquello que sea lo mejor que haya que hacer”.

domingo, 19 de diciembre de 2010

El saludo: Algunas pautas

Amigo lector, este es un tema que, por su aparente sencillez, no tendríamos amplios argumentos que motiven un artículo sobre lo, supuestamente, enseñado por nuestros padres desde pequeños. ¿Se ha puesto a pensar cuantas veces saluda al día? ¿Se ha percatarse de la forma como lo hace? ¿Le gusta saludar a sus semejantes? ¿Saluda educadamente? Son interrogantes que lo invito a formularse.

En esta nota comparto ciertas reflexiones que no debieran omitirse por cuanto su aplicación le facilitará hacer una evaluación de su desenvolvimiento en el ejercicio de esta rutinaria y habitual actividad, importante en nuestra existencia personal y profesional y, además, en la imagen que proyectamos en las múltiples circunstancias que enfrentamos.

El saludo no solo debe entenderse como una expresión de urbanidad. Sin darnos cuenta describe nuestra personalidad, autoestima, habilidad social, temperamento y, en síntesis, se convierte en su “tarjeta” (buena o mala) de presentación. En este aspecto me permito insistir, después de observar en personas -de diversas edades, procedencias y niveles- su carencia de disposición y agrado para saludar.

Es mucho más revelador de lo que, a simple vista, algunos imaginan. En su obra “Ese dedo menique en el trabajo”, la documentada Frieda Holler comenta: “El saludo es una manifestación social de cortesía, muestra de respeto y afecto. Nos lo enseñan desde pequeños, y a pesar de eso, para muchos, el momento del saludo resulta embarazoso porque no están seguros de hacerlo correctamente”.

Es substancial fijarse determinados modelos para saludar de forma placentera y causar favorable impresión. No olvide un primer detalle, dirija la mirada a la persona, no la evada, puede evidenciar timidez, débil autoestima, falta de transparencia, rechazo, etc. Otros puntos valiosos: Incluya palabras agradables y amables: “Buenos días, como está usted, es una placer verlo”, etc. y agregue algún breve comentario de cortesía y no se limite a decir: “Buenas”.

Asimismo, para causar una virtuosa impresión acompañe una sonrisa espontánea y que fluya –de manera natural- como reflejo de su estado anímico. Sonreír es un componente simpático, halagador y, finalmente, producirá un mejor trato con los demás. Sonría como demostración de alegría, entusiasmo, optimismo ante sí. Lo no olvide!

Un nuevo aspecto que quiero enfatizar es la óptima pronunciación. Visito oficinas, me encuentro con alumnos, acudo a tiendas, etc. y observo deficiente articulación de los términos, lo que refleja pobre dicción. Tenga la certeza que esta carencia será una deplorable carta de introducción si sucede en una entrevista de trabajo. Hable con seguridad y volumen de voz adecuado. Olvidaba algo básico, el que ingresa debe saludar, sin distinción de “jerarquías” o supuestos “estatus sociales”. Conozco entidades públicas y privadas (incluso educativas) en donde sus funcionarios y alumnado al entrar “esperan” que el personal de vigilancia o recepción los salude. ¡Qué pésimo comportamiento! Haga del saludo, afable y cordial, una cultura de vida en cada momento de su quehacer diario y sin discriminación. Muestre su respeto y consideración. No es difícil, solo deberá tener “sentido común”. Es decir, el menos tradicional de los “sentidos” en una sociedad llena de pobrezas morales, cívicas y culturales como la nuestra.

Considere la pertinencia de saludar dando, únicamente, la mano entre personas desconocidas. Recuerde que la dama determina como desea ser saludada en el ámbito social. Brinde su mano con confianza en sí mismo. Evite darla húmeda, sucia, cogiendo algo o con una debilidad que lo hará parecer tímido, poco sincero y con problemas de interacción, no la ofrezca con rudeza, desconfianza o distanciamiento. Salude comedidamente con la mano y lucirá sobrio. El apretón será corto y firme. Demasiado efímero puede demostrar escasez de interés y poca motivación, mientras un saludo más largo indica deferencia. El caballero no omita ponerse de pie al saludar en toda ocasión.

Otra forma de saludar es el abrazo. Es una manera efusiva y utilizada entre personas que se conocen bastante o en momentos especiales. Suele darse cuando llevan demasiado tiempo sin verse, para felicitar o expresar un sentimiento de mayor proximidad. Este estilo de trato es empleado, principalmente, por hombres.

El beso es otro saludo que origina fundadas controversias. Mi profesora Carolina Mujica decía: “El Perú es un besodromo” y no se equivoca. La cuestionable “costumbre” criolla de besarse entre damas y caballeros, ha hecho que se pierda la forma de saludar sonriendo, mirando, dando la mano, hablando bien y ofreciendo una reverencia a los mayores o damas. Es recomendable besar en situaciones sociales y con individuos conocidos, y no en la esfera empresarial.

Si lleva lentes de sol deberá quitárselos para que su interlocutor vea sus ojos. En caso de usar guantes hará lo mismo, es inadecuado estrechar la mano cubierta. Si está fumando -aunque cada vez existen menos espacios donde hacerlo- nunca lo haga con el cigarrillo encendido, deposítelo en un cenicero. No salude con las manos en los bolsillos, eso me recuerda a una reciente ex primera dama peruana que al llegar al aeropuerto de Santiago de Chile beso, con ambas manos en los bolsillos de su abrigo, a la esposa del jefe de estado del país anfitrión.

Por último, recuerde que al saludar muestra, de manera inconsciente, mucho más de usted de lo imaginado. Ejerza el saludo como afirmación de convivencia armónica, encuentro positivo y deseo de enlazarnos con el prójimo. Y tome en cuenta el oportuno vocablo del economista y político francés Anne Robert Jacques Turgot: “El principio de la educación es predicar con el ejemplo”.

martes, 14 de diciembre de 2010

Orquesta Sinfónica Nacional: Víctima de desafinados modales

El domingo 5 se realizó, en el Museo de la Nación, el concierto por el 72 aniversario de la Orquesta Sinfónica Nacional que, en esta ocasión, contó con la participación del director limeño Pablo Sabat Mindreau, quien tiene una prestigiosa trayectoria musical y, además, es director titular de la Orquesta de Cámara Nacional y de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, y director artístico de la Orquesta Cuidad de los Reyes.

La Orquesta Sinfónica Nacional -fundada el 11 de agosto de 1938 durante el gobierno de Oscar R. Benavides- cuenta con más de 70 músicos. Su recital inaugural tuvo lugar en el Teatro Municipal de Lima el 11 de diciembre de ese año, con motivo de la VIII Conferencia Panamericana, en un programa con el Himno Nacional del Perú y obras de Wagner, Beethoven, Debussy, Falla y Ravel. Dicho teatro fue su sede durante varios años.

Según comenta el documentado estudioso Luis Meza Cuadra en la obra “Enciclopedia Temática del Perú”: “…Su primer director fue el vienés Theo Buchwald, quien la dirigió durante los años 1940 y 1950. Este periodo fue, indudablemente, su época más brillante, debido sobre todo a la presencia de músicos europeos que huían de la Segunda Guerra Mundial y la presencia constante de eminentes invitados, tanto solistas como directores”.

Sus directores titulares han sido Theo Buchwald (1938-1960), Hans-Gunther Mommer, Carmen Moral (en dos oportunidades; primera mujer en ocupar dicho cargo en una orquesta en Latinoamérica), los maestros Leopoldo La Rosa, José Carlos Santos, Armando Sánchez Málaga, Guillermina Maggiolo Dibós, entre otros. Y este 2010 fue dirigida por el italiano Matteo Pagliari.

Para quienes asistimos con entusiasmo desde nuestra niñez a sus exhibiciones nos deslumbró el programa de esta conmemoración que incluyó la obertura Leonora y la sinfonía Nro.9, ambas de Ludwig van Beethoven (Bonn,1770 – Viena,1827). La participación de la soprano María Eloísa Aguirre, de la mezzosoprano Edda Paredes, del tenor Álvaro López Risso y del barítono Xavier Fernández Santa María -con la asistencia del brilloso Coro Nacional- coadyugaron a esta presentación de gala. La parte cumbre estuvo al escuchar “Oda a la alegría”.

Siempre he considerado que la música clásica humaniza, sensibiliza y despierta nuestras fibras de emoción y nos transporta a una profunda dimensión interior. Escucharla posibilita aproximarnos a una de las extraordinarias manifestaciones artísticas que ha prevalecido a lo largo de la historia. Es una fuente inagotable de formación y como decía Beethoven: “La música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía”. Esto lo aprendí desde mis primeros años de infancia cuando acudía, en la temporada de verano, a sus presentaciones en la concha acústica del tradicional parque Salazar de Miraflores. Asumí que está hecha para ser oída con un profundo sentido emotivo.

No obstante, visibles malas formas opacaron la que debió ser una limpia revelación en un momento tan singular. Una vez más, la falta de organización, buenos modales y, especialmente, atención de las autoridades del Ministerio de Cultura (de quien depende la Orquesta Sinfónica Nacional) fue evidente. La ignorancia e indiferencia de sus funcionarios se “vistió” de fiesta ese día. Para empezar los concurrentes esperaron en las afueras del auditorio más de una hora para ingresar y no hubo consideración con las personas mayores. Resuelta incomprensible que no existan rampas para discapacitados ni sillas de ruedas en el principal museo de la capital.

Es lamentable que, tratándose de una aparición de esta trascendencia, no acudiera ningún funcionario del Ministerio de Cultura. Su titular, Juan Ossio Acuña, estaba en Suecia acompañando a Mario Vargas Llosa en la recepción del Premio Nobel de Literatura. Paralelamente, los miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional desde el escenario vieron vacías todas las butacas -de las dos primeras filas- asignadas para “representantes oficiales”. Ningún emisario gubernamental ofreció algunas palabras, únicamente atentas anfitrionas alcanzaron arreglos florales a la soprano y mezzosoprano. Que desaire y carestía de respeto al tenaz esfuerzo de la más valiosa agrupación sinfónica peruana que ni siquiera recibió un simbólico ágape de reconocimiento. A mi parecer, el comportamiento de los jerarcas del portafolio que, supuestamente, trabajan por la ilustración en el país, fue inculto e inelegante. Cabe mencionar que el artífice de esta torpe actividad fue el director de Fomento de las Artes de la cartera de Cultura, Mauricio Salas Torreblanca.

En el listado de ausencia de cortesías existen otras más. La pobre cobertura de prensa, la obsesión de los organizadores de aislar a los músicos del público al concluir la función, la deficiente infraestructura para sus ensayos, la carencia de criterio con el afán de ubicar a los asistentes y disponer las medidas a fin de ofrecerle facilidades. Todo lo cual muestra la poca deferencia de los burócratas en un aniversario que no debió “celebrarse” con escaso realce. La Orquesta Sinfónica Nacional merece nuestro pleno y efusivo homenaje porque, a pesar indiferencias, limitaciones y coyunturas, su labor es un apostolado cultural que nos llena de orgullo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El “sentido común” en la etiqueta

Hace algunos días fui invitado a dictar una conferencia organizada por el alumnado de la “Primera Promoción del Diplomado de Etiqueta y Protocolo Empresarial y Gubernamental” del Instituto de Secretariado ELA. Me lleno de satisfacción encontrar un auditorio con amplitud de preguntas, aportes, vivencias y visibles deseos de deliberar sobre la importancia de esta temática y su relación en su desenvolvimiento personal y profesional.

Empecé explicando la definición de “etiqueta”, que es un conjunto de normas destinadas a construir un “puente” de armonía y convivencia que nos haga grata la existencia a todos. Así de sencillo. Una persona educada creará a su alrededor un clima de simpatía que facilitará su óptimo vínculo con el entorno y, por cierto, fortalecerá su interacción cuando afronte situaciones conflictivas. Es conveniente reiterar que la dimensión de la buena educación se pone a prueba en los momentos tensos, discrepantes y de desencuentros inherentes en las actividades humanas.

La etiqueta, continuamente recomiendo, no solo se debe entender y estudiar. Se tiene que ejercer con convicción, naturalidad y asumir como una cultura de vida. La persona que la práctica, de manera fluida y espontánea, no tendrá inconveniente en mostrar su urbanidad en todo tiempo, circunstancia y lugar. En este campo influye el grado de autocontrol y autoestima.

También, se sustenta en la fórmula “RES” (educación, respeto y sentido común). Estos dos primeros son valores que tienen sus orígenes en el adiestramiento recibido del ámbito hogareño y social. “Enseñar” es instruir, transmitir conocimientos, indicar y guiar caminos. Según precisa Luis Bustamante Belaunde en el prólogo del libro “Ética y política: El arte de vivir y convivir”, la educación consiste en: “….Desarrollar y perfeccionar las facultades y fuerzas propias de las personas y hacer salir de dentro hacia fuera sus potencias de crecimiento. La enseñanza suele ser un acto grupal o colectivo. La educación es siempre individual. Quienes enseñan son docentes. Quienes educan son maestros”. La etiqueta, desde mi parecer, debe estar inmersa en los procesos de enseñanza y educación a fin de afianzar los referentes familiares.

Hay un tercer elemento de la fórmula “RES”, no menos primordial. Se trata del “sentido común”, cuya tradicional definición dice: “Son las creencias o conocimientos compartidos por una comunidad y considerados como prudentes, lógicos o válidos. Se trata de la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable”. Suele mencionarse como la dimensión del hombre que no requiere de estudio o investigaciones teóricas, sino que nace de las experiencias vividas. Algunos pensadores exponen que es el “menos común de los sentidos”, algo en lo que coincido plenamente.

Probablemente, si nos detenemos a analizar las formas de actuar y reflexionar de los peruanos (en general) coincidiremos en que no se aplica este sentido (que está relacionado con el nivel de autoestima personal). Permítame explicarle con algunos hechos. Por “sentido común” al ingresar a un lugar debiéramos saludar; decir “gracias” y “por favor” al recibir una atención; si desea llegar puntual a una cita debe tomarse el tiempo pertinente en su traslado; debemos ser solícitos con las personas mayores, discapacitadas y embarazadas sin que exista una norma de carácter obligatorio. Podría seguir una secuencia de alusiones que ratifican la pérdida de este sentido, si alguna vez lo tuvimos.

El “sentido común” nos manda exponer lo que pensamos en voz alta, de manera honesta y respetuosa, en función de su autovaloración y seguridad. En nuestro contexto es habitual revelar lo que el interlocutor (más aún si es jefe) quiere escuchar y solo comentamos lo que pensamos “debajo de la alfombra”. Tiene correlación con las acciones que realizamos todos los días y que, aparentemente, obedecen a un orden lógico. Pero, cabe preguntar: ¿Es lógico querer pasar la luz rojo para llegar a nuestro destino? ¿Es lógico pretender ser atendido con amabilidad cuando usted trata de manera déspota a quien considera su inferior en términos sociales? ¿Es lógico que un alumno no salude al docente que, coincidentemente, lo desaprobó en su asignatura por no estudiar? ¿Es lógico tener prendido el celular durante una ceremonia religiosa? ¿Es lógico ser incoherentes entre su modo de pensar y conducirse? ¿Es lógico que cuando un caballero asume gestos de cortesía y amabilidad sea mirado con desconfianza? Estas situaciones sustentan la carencia de “sentido común”.

Cuando usted procede diferente -tal vez poco “común”- posiblemente será denominado “loco”. No se incomode, esa mención es una distinción honrosa que acredita que es opuesto a la sumisa y poco amable conducta de la inmensa mayoría de conciudadanos en una sociedad que, además, acepta la hipocresía como lícita para coexistir, convalida el engaño y la doble moral, en aras de no subvertir este sistema que requiere una intensa transformación espiritual y cultural. Hagamos cada uno lo posible por aplicar el “sentido común” y recuerde las inmortales palabras del filosofo griego Platón: “Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Ética y valores: Una forma de vida

Escribir estas líneas es complicado no por ausencia de claridad en mis ideas, aunque confieso que puede ser una razón. Sobre todo por la extensión de un tema imperioso de abordar en una colectividad que, como anotará el ilustre pensador, escritor y maestro peruano, de ideas anarquistas, Manuel González Prada (1948–1918): “El Perú es un organismo enfermo, en donde se aprieta el dedo brota la pus”. El deterioro de las personas e instituciones nos confronta con una realidad, en términos éticos, que estamos obligados a transformar.

La ética estudia el proceder del hombre frente a los conceptos del bien y el mal. Analiza quien es favorecido o perjudicado por una acción en particular. También, examina la moral que tiene que ver con los valores y su responsabilidad social. Por lo tanto, no sólo es una cuestión individual, tiene relación con lo que hace una organización para influir en su entorno. Las palabras moral (del latín mores, costumbres) y ética (del griego ethos, morada, lugar donde se vive) son parecidos en la práctica. Ambas expresiones se refieren a ese tipo de actitudes que nos hacen mejores. La moral describe las conductas que nos conducen hacia lo deseable y la ética es la ciencia que reflexiona sobre dichos comportamientos. Tanto una como otra, nos impulsan a vivir de acuerdo con una elevada escala de valores.

Los valores (solidaridad, honestidad, lealtad, puntualidad, veracidad, etc.) son un punto obligado de aprendizaje si anhelamos salir de la profunda crisis que nos empobrece moral, cultural y socialmente. No puede hablarse de educación, gobierno, ciudadanía u entidad, sin tratar este campo. Más aún cuando adolecemos de referentes y liderazgos -en los diversos ámbitos de la familia, la empresa y la política- que marquen la pauta que debiéramos imitar.

El sistema de valores de cada prójimo es adquirido durante los primeros años de vida por influencia de su entorno. Pueden ser estables y permanentes en el tiempo según la forma en que fueron recibidos. En tal sentido, recomiendo explicar su utilidad a fin de mostrar sus implicancias favorables en el crecimiento personal Si usted a su hijo le impuso “portarse bien” por miedo al castigo, probablemente de adulto no asumirá normas correctas. No fue formado y persuadido, sino reprimido.

Los valores propician una existencia armónica con nosotros y los demás. Es importante moldear a los chicos con el ejemplo. No diga a una criatura: “Los niños no mienten” y él apreciará que al recibir usted una llamada telefónica dice: “Di que no estoy”. Al someterse los valores al “ejercicio” diario se transforman en un hábito y, consecuentemente, en una virtud que lo distinguirá. Si cree en la honestidad y la práctica siempre, la asimilará como un componente individual. La etiqueta tiene también como sustento la ética dado que ningún acto indecoroso e inapropiado puede considerarse elegante.

Es conveniente diferenciar una conducta legal -amparada en el ordenamiento jurídico vigente en la sociedad- de un proceder ético. Numerosas personas piensan que actuando dentro de la ley asumen un desempeño ético. No siempre es así. Se lo explicó con un ejemplo: Puede ser válido reclamar sus derechos sobre la herencia dejada por sus padres, pero existe un cuestionamiento ético si ellos, sin mediar documento alguno, establecieron en que proporción debía distribuirse lo heredado. La palabra empeñada tiene un “valor” que lo obligaría a proceder conforme a lo dispuesto por sus progenitores. Las leyes no guardan invariablemente consistencia con los valores establecidos. De ser así, no existirían disposiciones con “nombre propio” que encubren intereses sórdidos en perjuicio del bienestar de las mayorías.

A continuación quiero recordar algunas situaciones vinculadas con la ausencia de ética. El abogado que alarga un juicio para no perder a su cliente; el médico que lo somete a chequeos innecesarios para aumentar sus honorarios; el profesor al que le plagian su separata para dársela a un colega amigo de la autoridad académica; el turista de cuyo desconocimiento se aprovechan para cobrarle más por un servicio; el político que miente para ganar una elección; el empresario que tiene “empleados fantasmas” en su planilla con la finalidad de evadir impuestos y paga un sueldo indecente a su empleado y, además, lo obliga a trabajar diez o doce horas diarias, etc. Lamento que estos ejemplos grafiquen nuestra resignación en un medio que muchos cuestionan, pero poco o nada hacen para cambiar. Esa es una característica “peruana”, objetar en privado lo que en público no rechazamos y, peor aún, hasta convalidamos.

Amigo lector, los valores son el marco general que orienta e inspira las acciones positivas que desarrollará todos los días. Naturalmente, cuando efectúa hechos negativos como con su auto pasar la luz roja, desconocer la cola en un supermercado, llegar tarde al trabajo sin justificación, no decir la verdad, hacer las denominadas “vivezas criollas”, allí están expuestos sus antivalores. Tenga la voluntad y autoestima suficiente para salir del atraso, la mediocridad, el silencio sumiso y abyecto, y conviértase en prototipo de decencia y dignidad. Recuerde el dicho del orador y escritor norteamericano Denis Waitley: “Nada dignifica más que el respeto a uno mismo”. Respétese!

lunes, 15 de noviembre de 2010

Saber decir…Gracias!

Mientras imaginaba como empezar este artículo -que hace bastante tiempo quería escribir- encontré un enunciado del escritor e intelectual francés Jean de la Bruyére: “Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud”. Bruyére hizo de tutor y secretario del duque de Borbón y alcanzó notable prestigio como hombre de letras por la publicación de su obra “Los caracteres” (1688). Fue duro crítico de la decadencia moral de su época y de la corrupción imperante entre los gobernantes. Un personaje admirable, severo y conveniente de recordar, con mayor énfasis, en este tiempo republicano de “crecimiento económico”, caracterizado por una visible carencia de valores desde las más altas autoridades que conducen los destinos nacionales.

Al referirnos a la gratitud debemos remontarnos a su origen. El término “gracias” proviene del latín gratia que deriva de gratus (agradable, agradecido).Gratia en latín significa honra y alabanza que se tributa a otro, para luego simbolizar el reconocimiento a un favor. Gratus y gratia tienen el mismo origen indoeuropeo.

El empleo del vocablo “gracias” debe estar siempre acompañado de un acto explícito de respuesta a una finesa recibida. Cada vez que puedo observo a las personas agradecer y en la mayoría de situaciones lo hacen por cumplir una formalidad y empleando una entonación que no refleja su aparente intención. Agradezca con una sonrisa, mirada agradable y una actitud que muestre coherencia. Por común y rutinario que sea su uso, hace sentir bien a quien lo recibe. No se convierta, como las señoritas de las agencias bancarias, en una “máquina” que saluda, muestra los dientes, recita un libreto y concluye diciendo: “en algo más lo puedo atender”. Sea cálido y con palabras que marquen la diferencia. Por ejemplo: Ha sido usted muy amable, gracias; le estoy agradecido por su gentil deferencia; agradezco su tiempo concedido y le deseo un buen día; entre otras expresiones que enriquezcan su proceder.

Cuando sea convocado a una actividad familiar, institucional o laboral, agradezca. Escriba una nota después de una invitación a comer, recibir un obsequio, homenaje o condolencia, merecer una atención, a las personas que lo hospedaron y agasajaron durante su viaje fuera de la ciudad, etc. Cualquier cortesía en el quehacer personal o profesional motivará su reconocimiento. En ocasiones informales hágalo a través de una llamada telefónica o emial. En acontecimientos de realce y formalidad escriba una esquela o carta. Es un rasgo elegante, poco usual (por desgracia) y distinguido.

Conozco individuos -de todo nivel, edad y estatus- que emplean como pretexto sus múltiples ocupaciones para no agradecer. Recuerdo que envié un obsequio a una amiga por su matrimonio mediante una tienda de la que tenía conocimiento que no reparte los regalos con puntualidad. Decidí escribirle un correo electrónico, después de varias semanas de la boda, para confirmar su entrega. Me corroboró su recepción y añadió que remitiría una tarjeta de agradecimiento que, por cierto, hasta hoy espero. Este episodio es uno de los tantos que podría compartir con usted y en los que “dar las gracias” está camino a la extinción.

La vida, su vida y el mundo están compuestos por agradables detalles que no debiéramos, por el apremio cotidiano, omitir manifestar en cuanta circunstancia sea propicia. Emplear la palabra “gracias” lo enaltecerá. Hágalo un hábito que muestre su consideración a sus semejantes. Confíe en que su actitud será un modelo que otros, probablemente, imiten. Todavía la óptima educación no describe a nuestra sociedad, pero no pierda la esperanza que cada gesto suyo, por pequeño que sea, es una manera de hacer pedagogía y, por lo tanto, estará persuadiendo en el ejercicio de estos acertados y añorados comportamientos.

Recuerde el sabio e interesante dicho del filósofo Lucio Anneo Séneca: “Es tan grande el placer que se experimenta al encontrar un hombre agradecido que vale la pena arriesgarse a no ser un ingrato”. Comience agradeciendo, todas las mañanas, el nuevo día que Dios ofrece y cada satisfacción, alegría e ilusión que la vida nos brinda. Gracias!

lunes, 8 de noviembre de 2010

El valor de la puntualidad

La puntualidad es probablemente un tema reiterativo. Para algunos incluso superfluo y hasta ocioso de analizar. A mi parecer existe una visible resignación colectiva, en todos los ámbitos y niveles, en admitir “la hora peruana” como una “característica” cultural y social a la que debemos amoldarnos. No es así.

Amigo lector, la “resignación” es una tara inherente en sociedades mediocres y de baja autoestima. Expresa conformismo, sumisión, apatía y falta de entusiasmo para revertir lo negativo y pernicioso en nuestra subsistencia. No se “resigne” a aceptar y convalidar comportamientos irreverentes como el que motiva esta nota. Es preciso sublevar el alma de los peruanos y despojarnos de esa sombra de miedos, fragilidades y encubrimientos que nos persigue y, por lo tanto, acentúa nuestra pobreza moral y cultural.

Debemos coincidir en la importancia de convertir la puntualidad en una forma de vida que comunique deferencia hacia el prójimo. De modo que, incluyamos en el concepto de “respeto” la consideración al tiempo ajeno. Una persona puntual inspira credibilidad y demuestra habilidad en su organización individual. Sin duda, es una buena “carta de presentación” en su imagen profesional.

La puntualidad contribuye a dotar una personalidad de carácter y eficacia. Nos hace ser mejores en las actividades que desempeñamos y así ganaremos la confianza del entorno. Exhibe su disciplina, perseverancia y orden para establecer las prioridades de sus acciones. Tiene que ver con su fuerza de voluntad y sentido de responsabilidad.

Frieda Holler, en su obra “Ese dedo meñique”, dice: “…Es considerada (la puntualidad) como hábito firme y seguro, no es producto de la casualidad, sino de una buena administración del tiempo disponible en las 24 horas de día. Significa saber distribuir estas maravillosas 24 horas de tal modo que alcancen holgadamente para desarrollar el trabajo y todas las demás ocupaciones cotidianas. Más que virtud de un solo individuo o de todo un pueblo, la puntualidad constituye un fiel reflejo del grado de civilización y cultura que puede alcanzar el género humano.”

Recuerdo una cena en la embajada de un país europeo. Estábamos todos en la mesa y el anfitrión (el embajador) ni siquiera se puso de pie para recibir a un conocido parlamentario con su esposa que llegaron -una hora y media tarde- cuando disfrutábamos el segundo plato. Únicamente, dispuso indicarles sus ubicaciones y serviles la comida que compartíamos. Usted hace algo similar con sus invitados y será calificado de “mal educado” e incluso se resentirán. Es “habitual” que al aparecer un concurrente a última hora le sirva el aperitivo, la entrada, el segundo, etc. hasta “nivelarlo” con los demás comensales. Nada, desde mi parecer, más inadecuado e inelegante.

Hace un tiempo estuve en una ceremonia en la presidencia del Congreso de la República. Se nos convocó a la instalación de una comisión parlamentaria con la participación de más de una docena de embajadores. El titular del Parlamento Nacional estaba atendiendo a unos dirigentes sindicales y demoró casi media hora en empezar la sesión. Pasados 20 minutos se retiraron los embajadores presentes. Cuando apareció el presidente -para su sorpresa- no había ningún representante diplomático en la sala. Que gesto tan honroso el de la delegación extranjera.

El escritor, médico y profesor escocés, prolífico autor de publicaciones de autoayuda y artículos Samuel Smiles (1812-1904) afirmó en su célebre libro “Ayúdate” (1859): “La puntualidad es cortesía de reyes, deber de caballeros y necesidad de hombres de negocios”. Estas palabras las reitero a mi alumnado en el afán -incontables veces en vano- de hacerles comprender su trascendencia como valor. No obstante, en más de una institución educativa existe “tolerancia” en el ingreso a la hora de clase, lo que se convierte en un sutil amparo a la impuntualidad del estudiante.

Cuando asista a un evento -familiar o empresarial- recuerde darse su lugar y no permita que lo hagan esperar como es costumbre limeña. En los matrimonios la hora indicada en la invitación no coincide con la celebración de la boda. También, es “normal” en actividades oficiales que la autoridad principal llegue tarde y nadie exprese su malestar o se retire. Típica actitud de sometimiento peruano. Eso me trae a la memoria a una entidad (en la que laboro) que convoca reuniones de confraternidad y el anfitrión tiene la “tradición” de acudir tarde y, consecuentemente, no recibe a sus invitados a pesar que el “dueño de casa” debe dar la bienvenida. En su oficina, encuentros de negocios, citas, etc. distíngase por su puntualidad y tendrá potestad para exigir igual retribución. Demuestre su autovaloración, si es que la tiene.

La exactitud en la hora debe recuperarse como manifestación de convivencia respetuosa y armónica y, además, orientará positivamente la conducta humana. No perdamos la esperanza en esta tarea que estamos obligados a emprender educando con el ejemplo a quienes están a nuestro alcance. Tenga presente el aforismo inglés: “La puntualidad es el alma de la cortesía”.

domingo, 31 de octubre de 2010

Etiqueta en la atención al público

El primer contacto al ingresar a una oficina lo establecemos con el vigilante, el encargado de mesa de partes y la recepcionista. Por tal razón, estas personas deben ser conscientes que la inicial buena o mala imagen que nos llevaremos dependerá de su apariencia y trato. Es importante que gocen de condiciones y cualidades para la atención al público.

En esta nota nos referiremos a la recepcionista que es, sin duda, de quien el cliente espera, esencialmente, amabilidad y cortesía. Se recomienda poseer excelente aspecto, adecuada vestimenta, discreto peinado, maquillaje sencillo (si es mujer) y capacidad para atender a públicos de diversas edades, procedencias e intereses. Su voz será agradable y clara, con óptima pronunciación y su proceder se caracterizará por sus cordiales modales.

Su escritorio lucirá ordenado y pulcro. Es necesario estar erguida y con ganas de resolver consultas. No muestre sus “dientes” ante el desgano que le causa saludar. Da mala impresión una recepcionista desplomada en su silla, charlando por teléfono (obviamente en una llamada personal), leyendo un diario o “chateando” por internet. Y, por su fuera poco, comiendo y retocándose.

La experta en etiqueta Margot McCloskey Colón en su interesante libro “Etiqueta para profesionales” indica diversas pautas: “…Reciba a las visitas con una sonrisa y con evidente placer; ayude al visitante en su gestión con amabilidad, pero no dé información superflua; al informar la llegada del visitante por teléfono; indique el camino al visitante de un modo sencillo para asegurarse de que le entienda; no reciba ni haga llamadas personales, en caso de necesidad, sea muy breve; no fume, no coma ni beba en su área de trabajo”.

A continuación algunas otras recomendaciones. Si anuncia la presencia del visitante y se tardan más de diez minutos en hacerle pasar, tome la iniciativa y vuelva a llamar a la persona concernida. No sea indiferente, como incontables veces ocurre, frente a esta demora. Tenga la gentileza de informar la razón del atraso y ofrézcale una revista o periódico. Evoco las palabras del filósofo y político inglés Francis Bacon: “Las conductas, como las enfermedades, se contagian de unos a otros”. Transmita a sus compañeros su ejemplo de profesionalismo.

Un punto no menos valioso y oportuno en una sociedad marcada por enormes diferencias y marginaciones: No debe exhibir trato discriminatorio y descortés, ni dar muestras de exceso de confianza. Con frecuencia observo, para mi asombro, la “esmerada” atención a un atractivo posible cliente del sexo opuesto o a sus amistades. No sucede lo mismo con alguien de humilde procedencia.

Conozco empresas en que las señoritas de counter son, “coincidentemente”, parientes o recomendadas de sus dueños y tienen como único “mérito” su apariencia física, lo que me trae a la memoria la frase: “Lo falso suele disfrazarse de hermoso”. Sin embargo, su actuación es deplorable. Gustan hablar por teléfono con sus enamorados, sueltan risas bulliciosas, comen chicles, reciben visitas personales, se arreglan las uñas, no usan correctamente el uniforme de trabajo, se sientan sobre el escritorio y, por su fuera poco, hacen “bromas” en presencia de ajenos a la empresa. Todo lo descrito prueba las deficiencias y subjetividades en los criterios de selección de este personal.

Muy importante: refiérase a todos de usted y diciendo señor, señora y sus apellidos. No es correcto tutear al visitante joven o de menor de status social, como ocurre incluso en entidades educativas donde el tuteo se ha convertido en un “virus incurable”. Evite los besos en la oficina aun cuando, como refirió con acierto mi profesora Carolina Mujica, “el Perú es un besodromo”. Su trato será siempre educado y sobrio, alejado de gestos “criollos” de familiaridad (como usar diminutivos, apodos, etc.).

Mantener la calma y serenidad es una exigencia en la recepcionista. Debe percatarse de actuar con ponderación incluso en momentos críticos y entender cuando hablar y cuando guardar silencio. No se convierta en la portadora de las “últimas novedades”. La cautela inspira respeto y credibilidad, no lo olvide.

Por último, las instituciones deben considerar la trascendencia de entrenar y evaluar el desempeño de estas personas. Su favorable desenvolvimiento puede aumentar las ventas de sus productos o servicios, como también influir en el estado anímico de su público visitante. Atienda con prolijidad y entusiasmo y, además, tenga en cuenta: “El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen”.

domingo, 24 de octubre de 2010

El “arte” de la buena conversación

Se ha preguntado si usted es un interesante, ameno y locuaz conversador. ¿Ha observado la forma como hablan las personas habitualmente? Tal vez la manera de dialogar y los temas tratados facilitan –con amplitud- percatarse del nivel cultural, social y de la educación integral del individuo. Ambos ingredientes complementan mejor la imagen de nuestros semejantes.

El grado de lectura está vinculado a la calidad y profundidad de la conversación. En mi artículo “El maravilloso ‘encanto’ de la lectura” dijo: “…Los padres no leen y muchos menos sostienen, por consiguiente, conversaciones inteligentes, interesantes y documentadas que ilustren a sus hijos. Una situación análoga sucede cuando los únicos temas de tertulia, entre personas supuestamente de elevado estatus profesional, son el costo de vida, los hijos, los nietos, el clima y la oficina. En esas ocasiones podemos verificar que la lectura no está presente en la vida de quienes participan, con vivo entusiasmo, solamente de esas pláticas”.

Como reseña el distinguido investigador y educador mexicano José Sarukhán Kérmez: “Cultura es sinónimo de civilización y progreso intelectual”. El grado de “cultura general” en nuestro medio, incluso en profesionales exitosos, es bajo. Lo que me recuerda las declaraciones de Mario Vargas Llosa al periodista Pedro Salinas para su libro “Rejas del oficio”: “….Me entristece terriblemente la incultura, la desinformación, y a veces los resentimientos y rencores de los peruanos en general. Me entristece mucho la gran mediocridad de sus dirigencias políticas, la incultura general de la sociedad peruana…”. Aunque es incómodo aceptarlo somos una comunidad inculta que ve el conocimiento como una aspiración lejana, aburrida, elitista y hasta con indiferencia. No se entiende su importancia –en todas sus manifestaciones- para el desenvolvimiento personal.

Seguramente, le ha ocurrido -en diversas circunstancias- que los temas de charla desdibujan la favorable imagen del sujeto con quien alterna. No solamente la formación cultural, intelectual y académica ofrece elementos para dialogar. Es a mi parecer el principal, no el único. El ejemplo proveniente del hogar, las buenas maneras, el temperamento y la capacidad empática, ayudan a dar al habla fluidez, armonía y tolerancia a fin de compartir y fomentar el mutuo aprendizaje. No es una competencia, ni mucho menos una aguda polémica por el frontal estilo -que algunos tienen- de tratar asuntos debatibles como política, deportes y otros.

En ocasiones observo personas convencidas que “conversar” consiste en no dejar dialogar a los demás e imponer sus puntos de vista. Es recomendable tener el tacto de deducir los contenidos de interés para sus semejantes y que éstos estén a su alcance. Tampoco es elegante presumir de sapiencias frente a un público sencillo. Puede parecer inmodesto y pedante. El que sabe bastante enseñará mediante una tertulia educativa y entendible. Sea cortés y respetuoso aún en los instantes más tensos de una plática.

No promueva conversaciones sobre cuestiones indiscretas e íntimas que afecten el honor. Evada “chismes” y “rumores”, y muestre -con firmeza y educación- que no participa de esos coloquios comunes entre limanos (como se decía antiguamente al poblador de la capital). Nunca aproveche su estado de salud o el de alguien para hablar de tratamientos médicos, dietas, medicamentos, operaciones, etc. Es usual encontrarnos con personas que gustan hacer una “clase de medicina” en cuanta comunicación sostienen.

Frieda Holler en su documentada obra “Ese dedo menique” señala faltas que se deben obviar: “…No caiga en la vulgaridad de alabarse a sí misma, ni en la tontería de rebajarse; evite disminuir el mérito de una persona ausente a quien se le está alabando por algún motivo; no se coloque en primer lugar cuando refiera su relación con una amiga. “Yo y mi amiga Susana”; evite hablar en un idioma extranjero delante de alguien si sabe que no lo conoce; tampoco bostece ante sus interlocutores, aunque se sepa que bostezar es un acto involuntario del organismo…”.

Un detalle correcto es la prudencia y discreción. Sea consciente que usted es “esclavo” de sus palabras y “dueño” de sus pensamientos. Por lo tanto, distíngase por practicar la cautela y no sea portavoz de comentarios inoportunos sobre su empresa, familia o amistades. Sepa de que hablar y con quien departir, puede verse involucrado en malos entendidos. Ser reservado inspira confianza y respeto. Si tiene el don de la fina ironía debe saber canalizarla. Existen seres susceptibles, con baja autoestima, prejuiciosos y carentes de inteligencia para entender sus afirmaciones.

Por último, la conversación estimula el acercamiento, incrementa la empatía, mejora la relación humana, facilita conocer a quienes comparten nuestro ámbito particular y laboral. Practíquela y haga de ésta una oportunidad para ampliar su comprensión y ejercitar sus facultades de análisis y reflexión y, especialmente, de convivencia social. Una persona de agradable charla será escuchada, convocada y lleva en sí misma, la semilla de un líder. No lo olvide.

domingo, 10 de octubre de 2010

La vestimenta en el trabajo

Nuestra vestimenta y, consecuentemente, la apariencia que proyectamos en todo momento expresa nuestros gustos, sentimientos, emociones y personalidad. Es, desde mi parecer, importante que en el quehacer laboral la imagen sea completamente sobria, pulcra, ordenada y, al mismo tiempo, refleje su estilo. El estilo está formado por un conjunto de elementos que nos diferencia y singulariza (su forma de hablar, caminar, vestirse, sus modales, su actitud diaria, entre otros factores).

Recuerde amigo lector lo siguiente: La moda pasa, el estilo prevalece. En tal sentido, deje de preocuparse de estar a la moda. Considere que “la moda” es costosa y no implica siempre lucir acertadamente vestido. Existen prendas, colores y modelos que le quedan perfectas al alto y no al bajo, al flaco y no al gordo, a la jovencita y no a la dama madura. No se “despersonalice” al emplear prendas poco coherentes con sus particularidades físicas, faciales y su forma de ser. El vestuario es un complemento que contribuye a describir su personalidad.

Recomiendo tener en cuenta la oportuna expresión de mi profesora de imagen profesional Carolina Mujica: “No se vista para el cargo que ocupa, sino para el que aspira ocupar”. Su autoestima también se descubre en la vestimenta. Preocúpese de su calidad, no de la cantidad. Tenga presente que la palabra “elegante” -viene del latín “elígere”- significa elegir y, por lo tanto, seleccione el traje adecuado en función de su edad, hora, clima, ocasión y recuerde: No imite a los demás. Una ropa de buenas peculiaridades proyecta una imagen elegante. Para trabajar recomiendo colores y diseños clásicos.

La dama ejecutiva debe tener un conjunto negro de fina lana, no muy gruesa. Saco y falda recta a la altura de la rodilla. Además, blusa con diseño en blanco y negro de manga larga. Puede acondicionar un pantalón negro de tela similar al saco, correa de cuero negra con hebilla de metal en tono dorado o plateado, aretes metalizados (el metal coordina con la correa) y un pañuelo o chalina de seda de colores variados, siempre que el diseño tenga algo de negro. Esto último es un detalle distinguido.

Por su parte, el caballero ejecutivo puede contar con un saco azul marino. Pantalón recto (sin pliegues), camisa con cuello y manga larga, zapatos negros de vestir de cuero. Para crear varias tenidas casuales con éstas piezas puede adicionar un saco sport (color marrón, azul, verde olivo, saco multicolor), pantalones de vestir en tonos marrones hechos de fina lana. El color debe combinar con el saco sport y con el saco azul marino del conjunto. La correa será de igual color de los zapatos y la corbata es el punto focal del varón. Escoja colores sobrios, de óptimas características y haga el nudo bien para verse ordenado. Por último, un detalle elegante es el pañuelo en el bolsillo del saco que debe ser de igual color de la corbata o la camisa.

Si usa uniforme está prohibido darle un “toque personal”, como cambiar una prenda por otra o agregarle una. No suba la basta de la falda, ni haga modificaciones que alteren el carácter de unidad que se pretende proyectar. El uniforme no es para lucirlo en eventos sociales.

La vestimenta es una de sus “tarjetas” de presentación. No diga “nadie lo va a notar” o “mi forma de vestir no es importante”, evite ponerse indumentaria antigua o ajada que lo hará mostrarse mal, adquiera prendas sin fallas ni enmendaduras, que no sean llamativas o de tallas inadecuadas, ni muy coloridas (muchos colores disminuye profesionalismo) y provocativas que desencaja en el quehacer profesional. Cuídese de comprar ropa en los denominados “cierra puertas”, existen muchas deficiencias en los trajes que se ofrecen. Un detalle significado, no mastique chicle (desmerece su imagen) ni use fragancias fuertes.

Conozco profesionales (damas y caballeros) conscientes que su apariencia no es la mejor para su rutina laboral. En más de una oportunidad me dicen “todos van de cualquier manera” o “mis compañeros de trabajado se visten como quieren” para justificar su escasa preocupación en el vestir. Evite “consolarse” con los defectos y deficiencias de otros. Distíngase por sus óptimos modales, su excelente comportamiento, su positiva actitud diaria, su capacidad empática y su vestido. Considere la expresión del controvertido político, intelectual y escritor italiano Nicolás Maquiavelo: “Todos ven lo que aparentas; pocos advierten lo que eres”.

martes, 5 de octubre de 2010

Y en la mesa…¿Buenos modales?

Etiqueta en la mesa es uno de los temas que suscita mayor interés y muchas veces -de manera equivocada- se cree que la “etiqueta social” se refiere, de manera enfática, solo a este importante asunto. No es así, pero reconocemos que es una de las cuestiones más anheladas y a su vez temidas. Para empezar reiteramos un aspecto básico: El comportamiento expresa nuestra cultura y, consecuentemente, a través de un almuerzo se conoce mucho del mundo interior de una persona a partir de observar detalles que describen el perfil integral de su personalidad.

Por lo tanto, el estilo de actuar en la mesa puede ayudarnos en nuestro desarrollo profesional y personal. Es importante considerar que los hábitos deben aplicarse constantemente y no, como algunos creen, en “ciertas ocasiones especiales”. Es aconsejable practicar una secuencia de virtuosas acciones, porque lo que se hace en privado se hará en público. No importa dónde vaya a comer, los modales pueden ayudar a convertir esta experiencia en una situación placentera.

El que un individuo se encuentre comiendo solo en su casa no justifica sentarse con una postura desgarbada, apoyar los codos sobre la mesa o hablar con la boca llena. Es normal reservar los mejores modales para mostrarlos cuando se comparte con prójimos que no conviven con uno, pero también con quienes conllevamos la vida diaria merecen recibir nuestras positivas costumbres. Tenga presente que la adecuada educación distingue.

Aunque parezca obvio, a la mesa es esencial presentarse limpio y arreglado. Conozco profesionales que ni antes, ni después del almuerzo cumplen con su elemental aseo. Sin embargo, aparentan buen nivel competitivo y, además, tienen la permanente inelegancia de colocar el celular como un “cubierto” y usarlo, molestando al resto de comensales. Otro “error” común es carecer de tino para evitar hablar de puntos incómodos como enfermedades, desgracias, malas noticias, difuntos y accidentes.

No olvide algunas pautas indispensables. Una postura correcta no sólo ayuda a la digestión, sino que sugiere una agradable actitud y cortesía hacia los comensales; la servilleta se coloca suavemente en las piernas, no se sacude o cuelga como babero, ni se prende de la cintura; se empieza a comer cuando todos tengan sus platos servidos; dejar la comida es una norma equivocada. Coma de acuerdo a su apetito.

Hay quienes con mucha rudeza, agresividad y rapidez consumen sus alimentos. Recuerde la frase: “Coma como si no tuviera hambre, beba como si no tuviera sed”. Acostúmbrese a comer con serenidad y no tomar los líquidos como si adquiriera la sed de un “camello”. Obvie levantar los cojos al usar los cubiertos, bájelos y manténgalos junto al cuerpo.

En ocasiones me encuentro con allegados que les encanta emplear la expresión “estamos en confianza” a fin de justificar su equivocado proceder o amparar más de una falta. Por ejemplo, colocar una vajilla dañada, exponer un mantel sucio, poner en lugar de servilletas papel toalla, asentar un individual plástico sobre el mantel (para no “mancharlo”), pedir que nos quedemos con los cubiertos de la entrada para usarlos con el segundo plato, estirar los brazos para servirse el ají o situar una botella de dos litros de gaseosa -que dificultará la visibilidad entre los comensales- entre otras acciones desatinadas y ofensivas. Esfuércese por mostrar siempre (incluso en su actividad privada) una mesa bien instalada, pulcra y en óptimas condiciones. Ello hablará de su autoestima.

No diga que está “en confianza” para justificar servirse la sal con los dedos, hacer bromas de mal gusto, hablar por el celular, pararse a cada rato y coger un trozo de carne de la fuente con sus cubiertos personales. Por más rica que esté la comida no se chupe los dedos, ni se limpie los dientes con la lengua o uñas. Los alimentos se llevan a la boca y no la boca a los alimentos, no se agache, ligeramente inclinado es lo correcto. Al toser o estornudar emplee el pañuelo procurando volver a un lado la cara, sin hacer ruidos incómodos. Un alto grado de intimidad no avala presentar rutinas impertinentes.

Los caballeros ayudarán a jalar la silla al sentarse y pararse su compañera o vecina. Siéntese por el lado izquierdo y retírese por el derecho. A las damas es conveniente invocarles que la mesa no es su “tocador” para sacar la polvera, peinarse, acomodar la cartera, retocar el maquillaje, pintar las uñas, fumar, etc. Todos estos actos le restan cortesía a quien los hace. La urbanidad se predica con el ejemplo y tenga en cuenta las sabias palabras del filósofo español Jaime Balmes: “La educación es al hombre lo que el molde al barro: le da forma”.

¿Buenos modales en las vacaciones?

Cuando la buena educación y, consecuentemente, las adecuadas formas de comportamiento son parte de un estilo de vida, no es difícil mantener el óptimo desenvolvimiento aún en la más informal y relajada de las situaciones. Incluyendo un viaje de descanso y placer. Usted proyecta siempre la imagen honrosa de su lugar de procedencia y empresa en el sitio que se encuentre.

En tal sentido, las personas conocedoras de los principios y normas de la etiqueta se distinguen y singularizan en todo tiempo, circunstancia o lugar. No está demás reiterar que debemos percibir la etiqueta como una “llave” que facilitará nuestra mejor relación personal, familiar y profesional. De allí que un turista educado será bien considerado en el país en donde esté de visita.

A continuación algunas breves pautas que el visitante puede ejercer a fin de lograr una buena empatía con sus semejantes. En primer término (y el más importante) aplique la expresión: “Lugar que fuereis, costumbres que adquiriereis”. Tome en cuenta las tradiciones, creencias religiosas, hábitos y manifestaciones culturales del país o región al que llega para no herir susceptibilidades o parecer desconsiderado y, además, recuerde que no solo debemos respetar la cultura ajena, sino también conocerla y aceptarla. Por ejemplo, en una nación oriental no salude a una dama con un beso en la mejilla o dándole la mano. Lo correcto será hacer una reverencia, más aún si alterna con autoridades. Si lo invitan a una casa privada, es costumbre japonesa despojarse de los zapatos al entrar.

Lleve sus tarjetas personas (con su teléfono, email, dirección postal, etc.); sea puntual, esa virtud no conoce fronteras y es reconocida en cualquier parte del mundo; recuerde las actividades que realizará con el afán de emplear la ropa adecuada en cada ocasión; tenga su maleta ordenada con los estuches necesarios y evite llenarla con “bolsitas” que causarán mala apariencia cuando sea revisado su equipaje; no abuse de las atenciones en el avión pidiendo a cada momento bebidas, licores, comidas e insinuando que le obsequien “recuerdos” de la línea aérea. Si se hospeda en casa de algún amigo o familiar no emplee con demasiada frecuencia el teléfono (más aún para llamadas internacionales) y lleve un obsequio a la dueña y cuando sea invitada a una comida o almuerzo.

La prudencia es siempre conveniente. No realice comparaciones o críticas ofensivas a los anfitriones o a su nación. Evite el tuteo (salvo mutua autorización) y las expresiones cálidas de excesivo afecto. Si es invitado a un banquete y le sirven platos que desconoce, no los rechace. Sea delicado y pruebe todo lo que ofrecen.

Recuerde, el mejor lenguaje no verbal es una sonrisa acogedora, espontánea y sincera. Practíquela y será bien recibido y atendido. No insinúe que los amigos y familiares lo inviten a los mejores establecimientos en el que está de paso; sea consciente de la incomodidad que causa fumar en espacios públicos, no lo haga; retribuya las amabilidades ofrecidas. Es un rasgo de mucha elegancia perdido en nuestros días.

A su retorno remita una esquela o email con unas palabras de agradecimiento a quienes lo atendieron y acogieron. Esta es una consideración que no conoce de sexo, edad o nivel social. Lamentablemente, es difícil encontrarnos con gente capaz de agradecer en estos tiempos de “modernidad”, “apremios” y, especialmente, carencia de estos gestos que engrandecen. Qué lástima!

No olvidaré el detalle de una señora de enviar un bello aparato floral, con una nota de reconocimiento, al gerente del hotel donde se hospedó. Esa cortesía fue tomada como ejemplo en los cursos de capacitación -en atención al cliente- a los trabajadores de ese prestigioso hotel. Sea educado, cortés y amable, y usted construirá un “puente” de armónica convivencia social.

Por último, un viaje (cualquier sea el motivo) es un elemento enriquecedor en nuestro ámbito cultural, una oportunidad para conocer otros escenarios y analizar nuestra compleja realidad desde una perspectiva diferente y más amplia. Dese tiempo para ello y tendrá mayores recursos que alimenten su espíritu y una amena conversación. César Vallejo decía desde París: “Aunque se me haya ocurrido odiar al Perú, ese odio estaría impregnado de ternura”.

El buen comportamiento en el trabajo

A lo largo de la vida pasamos por etapas laborales que nos exigen convivir con personas de diversas jerarquías (compañeros, subordinados, jefes, etc.).Si tenemos en cuenta que la mayor parte del día lo transcurrimos laborando es normal contribuir, con nuestros buenos actos, a gestar un ambiente de armonía entre quienes compartimos el trabajo. Recomendamos establecer vínculos respetuosos, cordiales y fluidos con los miembros de la organización, sin diferencia de estatus.

El respeto y consideración con los demás es clave. Si nos ausentamos de la oficina por cierta razón (reuniones, enfermedad, asuntos personales u otros motivos) avisemos oportunamente para no cargar a terceros un trabajo extra que nos correspondería realizar. Seamos considerados y usemos nuestra empatía que consiste en ponernos en el lugar del otro y comprender lo que siente en cada momento. Es decir, implica entrar en su mundo interior y ver las cosas desde su parecer.

Es importante estar abiertos a la responsabilidad en equipo. En toda oficina cada miembro tiene determinadas tareas que efectuar que no impide ayudar -cuando esté a nuestro alcance- a otros compañeros. Si el trabajo es en equipo, no tratemos de ejecutar el menor esfuerzo posible en detrimento del grupo. Es imprescindible esforzarnos, demostrar nuestras capacidades y contribuir igual que el resto, así tendremos la satisfacción de haber brindado nuestra real colaboración.

La base fundamental de la convivencia en cualquier aspecto de nuestra vida es la buena educación. Esta no consiste solamente en saludar, agradecer, sonreír, saber comportarnos en la mesa, pedir “por favor”, etc. Ser educado es parte de nuestra cultura de vida y coexiste con nosotros todas las horas del día. Trate a su prójimo con igual consideración y no en función de su cargo, sexo o apariencia externa. Respete la forma de ser, vestir, hablar y opinar de la gente.

La honestidad, en todo orden, es esencial. Nadie debe atribuirse méritos de los que no ha sido autor o aún habiendo sido parte, no son suyos en su totalidad. Ser honrado es una virtud que lo hará merecedor de confianza y credibilidad. Aprenda a felicitar, alentar, estimular y compartir, no sea mezquino. Es gratificante recibir comentarios de reconocimiento, pero es más significativo dar cumplidos como expresión de un estilo personal que lo singularice. Recuerde el proverbio persa: “La cortesía es una moneda que enriquece no al que la otorga, sino al que la da”.

Evite llamar la atención a un colaborador en público o delante de sus compañeros. Puede dañar severamente su autoestima y, además, marcará un mal precedente en la conducción del grupo humano a su cargo. Si tiene algún desencuentro trátelo en privado y luego que los ánimos se hayan calmado, a fin de evitar agudizar las diferencias. Si hace una crítica, que sea constructiva y con espíritu reflexivo. No “aproveche” los errores ajenos para humillar o demostrar cuando sabe. Haga pedagogía con su actitud alturada al enfrentar estas situaciones.

Desarrolle el diálogo que es una de las capacidades menos puestas de manifiesto –en toda eventualidad- en estos tiempos de “apuros” y “modernidades”. La plática es un fresco intercambio entre quienes alternativamente manifiestan sus conceptos. Más allá de la coincidencia o no existente entre quienes participan en la conversación, los medios comunes son la voz, los gestos, las posturas y los ademanes. Por lo tanto, tenga un encuentro positivo, sereno, agradable, digno de un profesional y construirá “puentes de entendimiento” que le facilita hablar de sus emociones, preocupaciones, pedir ayuda u ofrecer soluciones. Su objetivo central es el acercamiento de una manera favorable, no la desaproveche.

En tal sentido, tenemos que ser abiertos y receptivos a las opiniones, puntos de vista y sugerencias de los demás. Todos tienen algo positivo y beneficioso que plasmar. No deje de hacerlo y aliente las propuestas de sus colegas. No se crea dueño de la verdad, ni cuestione severamente a quien tiene planteamientos opuestos al suyo. La discrepancia no desune, es un medio de aprendizaje y de saludable confrontación de conocimientos entre individuos inteligentes. Bien decía el escritor, dramaturgo y filósofo francés Voltaire: “No comparto tus ideas, pero daría mi cabeza para que tengas el derecho a expresarlas”.

Debemos obviar discusiones y riñas. Hay días en que reuniones, llamadas, informes y otras tareas nos traen “dolores de cabeza”, con lo que los nervios están “a flor de piel” y surgen enfados por cualquier nimiedad. Esto crea un “clima” tenso y desagradable. La urbanidad consiste en perfeccionar y practicar ciertas cualidades humanas que controlan nuestro carácter y reacciones. En consecuencia, es básico manejar nuestro temperamento, ampliar el autocontrol y ser cortés. Las relaciones laborales -al igual que las sociales y familiares- deben estar presididas por un trato afable en toda oportunidad, incluso en las más difíciles y adversas.

domingo, 11 de julio de 2010

En el Día del Maestro: Decálogo del “buen” profesor

Habitualmente, escuchamos calificativos generosos, elocuentes y emotivos sobre la importancia del quehacer docente. Son muchos los discursos y anuncios, en su “reconocimiento” por el “Día del Maestro” (6 de julio). Me permito recomendarle, mi estimado colega, seguir los siguientes pasos de manera minuciosa sino desea frustrar su estabilidad laboral.

Primero, cuando asista a reuniones de profesores no cometa la “imprudencia” de decir lo que piensa haciendo empleo de su inútil honestidad intelectual. Si interviene elogie a los directivos y exprese conformidad y complacencia con la marcha de la corporación. No efectúe cuestionamientos, observaciones o críticas; será considerado un disidente. Tampoco espere que sus colegas lo secunden en sus puntos de vista, aun cuando estén de acuerdo. No olvide que en nuestra patria se mantiene vigente “el pacto infame de hablar a media voz”, como decía el maestro Manuel González Prada.

Segundo, si se retrasan en el pago de sus remuneraciones (algo común en las empresas educativas), no se sorprenda. Siempre hay “inconvenientes” para cancelar sus honorarios. Sin embargo, los dueños salen de vacaciones al extranjero, renuevan sus automóviles todos los años, entre otros lujos que evidencia que la crisis solo afecta al profesor que llega a trabajar en combi. No olvide que usted es un proveedor.

Tercero, no sea demasiado severo en la disciplina. Por su culpa se quejará el alumnado y lo llamarán para decirle que los “comprenda”. Deles permiso para salir del aula, comer, masticar chicle, hablar por el celular y hacer cuanta actividad quieran mientras desarrolla su clase. De lo contrario, se vengarán al resolver la encuesta para evaluarlo y sus resultados serán empleados según la conveniencia del centro de estudios.

Cuarto, no pretenda hacer pensar a sus discípulos, dirán que es muy exigente. Si entrega sus capacidades, habilidades, energías y buena voluntad con el afán de mejorar su adiestramiento, contribuirá a la deserción educativa y, consecuentemente, a disminuir los ingresos económicos. Cuidado con desaprobar muchos alumnos, será considerado un desestabilizador de las finanzas. En una entidad de “formación bancaria” donde trabajé (por decencia renuncié el año anterior) uno de sus funcionarios me digo: “Usted no se da cuenta que gracias a los alumnos llevamos nuestros frejoles a casa”. Sin duda, una “verdad” enciclopédica.

Quinto, no hable de ningún tema que permita al educando tener un conocimiento agudo de la realidad nacional. Puede ser calificado de “comunista”, “anti sistema”, “sindicalistas”, etc. Dicte su clase, resuelva consultas solo académicas, entregue sus notas y cobre a fin de mes. Si puede hágase el sordo, ciego y mudo y verá que bien le va. Esto último es un requisito para no ganarse conflictos y no salir del tercermundismo moral en el Perú.

Sexto, tenga mucho cuidado con lo que piensa, dice y sugiere. Sepa que: “Cualquier cosa que diga puede ser usado en su contra”. Aprenda a adaptarse o no volverán a contar con sus servicios. No se sorprenda de ser el caso que usen su separata, syllabus, exámenes y todos sus materiales elaborados gracias a su ejercicio neuronal, de manera gratuita. La piratería intelectual es una práctica cotidiana y no hay derecho a reclamo. No sea ingenuo, negocios son negocios.

Séptimo, no espere “coherencia” en este oficio. Siempre dirán que el alumno es lo más importante, que se preocupan por su “formación integral” y que usted hace bien su trabajo. No se sorprenda que, al concluir el ciclo de estudios, no sea programado y su curso se lo den a un recomendado. “Es política de la institución reservarse el derecho de prescindir del docente cuando se requiera”, explicarán. Así de “objetiva” es la evaluación de su desempeño.

De mi parte, algunas idealistas y antojadizas reflexiones. El desenvolvimiento de la pedagogía demanda, esencialmente, estándares morales que sean observados por el alumno como un referente que inspire fe, ilusión y credibilidad para su porvenir. Nuestra tarea no consiste en transmitir conocimientos, cifras y datos: nuestra misión es constituirnos en un ejemplo personal y demostrarles, con la consecuencia de nuestra conducta, que la vida es mucho más que un título académico y un número acumulado de horas de prácticas. Esa es la razón que debe inspirar a dedicarnos a esta noble misión. ¿Algún día será entendido así?

La formación de los alumnos debe incluir, igualmente, el ejercicio del pensamiento, la actitud crítica y el cuestionamiento reflexivo. Todo ello, facilitará formar una sociedad de profesionales libres y capaces de defender sus derechos y de levantar su voz valiente de protesta ante la injusticia y el abuso. Ese es un objetivo central de la enseñanza en una sociedad sumisa, invertebrada e insolidaria como la nuestra. No solamente hay que darles información sino elementos indispensables para abrir sus ojos ante el engaño, la arbitrariedad y las vicisitudes del mañana.

Los profesores tenemos vocación para educar, formar, transmitir conocimiento y dar una lección de vida. Es una tarea incomprendida, pero la vida es un horizonte de dificultades y un manantial de nuevas posibilidades, una oportunidad para brindar una lección de decencia, una lección insólita y necesaria que se otorga en el aula y no desde una oficina burocrática. Mi homenaje sincero y cálido al maestro que hace de su actuación, a pesar del “sistema”, un apostolado diáfano, honesto y esperanzador.