domingo, 9 de abril de 2017

La Marcha de Banderas

Quiero compartir un recuento de los orígenes de esta imponente pieza cuyos entretelones debemos valorar a fin de afianzar sentimientos de adhesión colectiva, tan ausentes en el reino de “perulandia” y que nos incumbe cultivar a partir de comenzar a apreciar las palabras del sabio italiano Antonio Raimondi: “En el libro del destino del Perú, está escrito un porvenir grandioso”.
   
Su creador es José Sabas Libornio Ibarra (1858-1915), un músico que vino a  nuestro país, como muchos otros migrantes, procedente de Manila en 1885. A petición del dignatario Nicolás de Piérola compuso la Marcha de Banderas. La partitura pertenece al hermano Ludovico María, director del colegio La Salle. 
 
La obra de este genial artista consta de 598 partituras que se atesoran en el Centro de Estudios Histórico Militares del Perú. Asimismo, condujo la Banda Cívica de España en Manila y la Banda del Séptimo Regimiento de España y, además, produjo incontables valses, polcas y representativas sonatas como: Estado Mayor, Séptimo de Línea, Escuadra Peruana, Coronel La Puente, El Morro, Huamachuco, Mi Patria y Mi Bandera y la Marcha Fúnebre Candamo. 
 
Según refiere el recordado comunicador Manuel Acosta Ojeda (1930-2015), el intérprete y el presidente coincidieron en un Te Deum en honor a la Patrona de las Armas de la República, Virgen de la Merced, en la Iglesia de La Merced. Al finalizar el mandatario lo felicitó y el filipino aprovechó para decirle: "Excelencia: el himno nacional está siendo usado muy indiscriminadamente, conviene convocar para crear una marcha para rendir honores a la bandera y para que sea ejecutada en todos los actos oficiales. El jefe del estado le respondió: ‘Maestro, usted tiene la palabra’".
 
Se estrenó este tema a la llegada del titular del Poder Ejecutivo a la homilía por el día de la victoria de la Batalla de Ayacucho. Una semana más tarde, el 17 de diciembre de 1897, fue expedida la resolución reconociendo su ejecución en todo evento oficial. En el compendio de dispositivos legales figura el siguiente precepto: "Aceptase la Nueva Marcha, que para los honores de la Bandera Nacional, propone el Director de Bandas del Ejército don José S. Libornio Ibarra; cuya Marcha será la única que se use, en lo sucesivo, para dichos actos”.
 
En el primer gobierno de Augusto B. Leguía (1908-1912), su denominación cambio a Marcha de las Banderas y se emplearía para anunciar el arribo y retiro del presidente de la república, la elevación de la Sagrada Hostia -en las ceremonias religiosas oficiales- y el izamiento de la bandera en cuarteles, buques de la armada, puestos de frontera y centros de enseñanza.
 
El Decreto Supremo Nro. 096-2005-RE titulado “El Ceremonial del Estado y Ceremonial Regional”, señala: “…la ejecución de la Marcha de Banderas estará reservada a los honores que se le rinde al presidente constitucional de la república, la elevación del Santísimo, la bandera nacional y a los jefes de estado o de gobiernos extranjeros”. La citada norma establece que “cuando correspondan, los honores militares se rendirán únicamente entre las ocho (08.00) horas y las dieciocho (18.00) horas, lapso durante el cual permanecerá izado el pabellón nacional”.
 
Una muestra de los incontables desatinos en su aplicación se evidenció en la toma de posesión del alcalde de la “Ciudad de los Reyes”, Luis Castañeda Lossio (enero 1 de 2015). Algún improvisado y confundido adulador del área de protocolo -que alucinó al líder de Solidaridad Nacional asumiendo la presidencia de la república- dispuso su entonación al irrumpir el electo burgomaestre en el Teatro Municipal de Lima. 
 
Este despropósito fue la primigenia torpeza de las innumerables que caracterizan la oscura, sectaria e intolerante dirección edil del experto en puentes colapsados. Por fortuna los músicos no lucían chalecos amarillos con el lema “Construyendo”. Tengamos presente que el protocolo implica guardar las formas y el respeto al semejante: cualidades enmudecidas -y sólidas como el cemento de sus cuestionadas edificaciones- en el político contemporáneo que, probablemente, mejor encarna la criolla y resignada frase “roba pero hace obra”.
 
Esta composición tiene un simbolismo imposible de omitir. De allí que deseo transcribir el relatado de Guillermo Thorndike expuesto en su libro “La revolución imposible” (1988), en relación al tributo rendido en la primera gestión de Alan García Pérez (1985-1990), al recibir en Palacio de Gobierno a la viuda del ex presidente chileno Salvador Allende, Hortensia Bussi: “…La banda de músicos saludó a García con la Marcha de Banderas. Tan pronto se apartó la limusina de la casa militar, el presidente avanzó con la señora Allende hasta detenerse en el centro del patio. Se escucharon entonces los himnos de Chile y Perú. Escoltados por el general Silva y el jefe del regimiento pasaron revista a la tropa”…“Pero presidente, me dispensa usted honores de jefe de estado, dijo la viuda de Salvador Allende. El general Silva mantenía los ojos en un remoto horizonte. Es que la estoy recibiendo a usted y también a don Chicho (en alusión al líder de la Unidad Popular) contestó con una sonrisa”. 
 
Al retornar la democracia al vecino país del sur, el dirigente del Partido Aprista Peruano tuvo el gesto enaltecedor de acudir a la asunción de Patricio Aylwin Azócar al día siguiente de la ceremonia de investidura (marzo 11 de 1990), con la finalidad de eludir saludar al sórdido dictador saliente. Sin duda, un coherente mensaje político llevado acabo sin alterar, ni dejar de cumplir el correcto proceder protocolar.
 
De otro lado, sugiero a la Dirección General de Protocolo y Ceremonial del Estado de la Cancillería impartir programas de capacitación a los medios de comunicación que incluyan la función de esta majestuosa marcha. En ocasiones los periodistas ofrecen información inexacta. Por ejemplo, en la visita de los reyes de España (2008) una despistada locutora de televisión refirió que al acceder los monarcas a la Plaza de Armas -camino a la Casa de Pizarro- lo hacían acompañados del himno patrio. En realidad se trataba de la Marcha de Banderas.
 
Una vez más, reitero: este tradicional fragmento sonoro está reserva para las solemnidades instituidas en el ceremonial. A los encargados de protocolo de las variadas entidades públicas les incumbe estar al tanto de sus pormenores y, de esta forma, evitar su arbitrario uso. Su hermosa letra es un canto de orgullo, esperanza y amor nacional.

Los “cinco tenedores” de la atención al cliente

En ocasiones el servicio de un restaurante es discordante con la calidad de la comida y, por lo tanto, puede ser un factor concluyente en el descontento del consumidor y en su ausencia de fidelidad. La excelencia de lo ofrecido en la carta ha dejado de ser el único componente determinante en la aceptación del público. 
 
El periodista cordobés Alfredo Romero en su ensayo “Atención al cliente en restaurantes (II). Llegada del cliente y gestión lista de espera”, asevera: “…La satisfacción del cliente vendrá derivada de la percepción que se tenga durante la visita al restaurante, desde su primer contacto hasta su salida. Durante su estancia ha habido muchas interacciones con el entorno que le ha permitido procesar toda la información recibida y formarse una opinión sobre nuestro establecimiento. Es por ello que sería fundamental para incrementar la satisfacción de un cliente analizar cuáles son los procesos más importantes de estímulos recibidos durante su estancia. En cada uno de estos procesos el cliente recopilará datos del entorno y especialmente de las personas que se encuentren interactuando con él. En líneas generales podríamos encontrar que los puntos de interacción más importantes con los clientes son la recepción de cliente, la comanda del servicio y por último la entrega de la cuenta y la recopilación de opiniones sobre el propio establecimiento”. 
 
Seguidamente, deseo analizar unas cuantas orientaciones encaminadas a perfeccionar la relación con el comensal. Primero: proporcione calidez, amabilidad y tenga en cuenta la eficacia de saludar, dar la bienvenida, presentarse y exhibir afabilidad. Muestre una actitud servicial, sincera y deferente. Sonría con espontaneidad y desarrolle un guión, previamente evaluado, conducente a infundir una primera buena impresión y zanjar improvisaciones.
 
Hágalo sentir trascendental a través de un sinnúmero de detalles encauzados a este propósito, como acompañarlo a elegir la mesa adecuada y ayudar a sentarse a la dama y personas mayores. Al enseñar la lista es pertinente decir las promociones, especialidades o indicaciones de interés. No manifieste apresuramiento, ni la intención de culminar la atención con inmediatez.
 
Segundo: el grado de pulcritud del establecimiento se aprecia en los baños y la cocina. De allí que, estos dos ambientes y el comedor deben lucir aseados e impecables. La limpieza debe proyectarse, con similar esmero, en el personal sin distinción de jerarquías o espacios de labores. No desatienda el estado del cabello, las uñas, el uniforme, los zapatos, el cuello de la camisa, etc.
 
Tercero: la buena atención -incluyendo la rapidez, hospitalidad y adecuada información a sus incertidumbres- es imprescindible. Si el platillo va a demorar, es apropiado advertirlo. Los tiempos en un restaurante de menús ejecutivos varían de aquellos gourmet que atienden familias. En el primero, el comensal tiene un limitado período asignado para su almuerzo; en el segundo, busca agradables meriendas y compartir momentos placenteros en grupo.
 
Cuarto: llevar acabo programas de capacitación, motivación e incentivos, fomentará una briosa atmósfera laboral a fin de lograr una beneficiosa reciprocidad interpersonal en la empresa. La idoneidad de la atención refleja organización y profesionalismo y, además, evidencia la preparación de sus colaboradores. Un equipo humano pro activo será capaz de anticiparse a los requerimientos del consumidor y prestará un prodigioso asesoramiento en la elección del menú. Además, estará en condiciones de responder detalladamente las más acuciosas interrogantes.
 
Quinto: la empatía es primordial en el trato con el público. Es decir, apostarse en el lugar del consumidor es un primer paso para detectar deficiencias y aplicar correctivos. Si existen reproches canalícelos con discreción y maneje el autocontrol emocional y la tolerancia. Deben definirse las compensaciones de cortesía que se brindarán cuando se produzca una omisión o falla. Al mismo tiempo de reconocer el error y dar excusas.
 
Es propicio acercarse con el formulario de la encuesta al terminar el servicio. A mi parecer, es mejor que ésta sea realizada por un personal distinto al que lo atendió y así existirá mayor libertad en la clientela para opinar sobre el manjar y la atención brindada. Dentro de este contexto, la conexión mediante el mundo virtual facilitará crear una base de datos, atraer sus percepciones, enviarle novedades, ofertas, saludos en ciertas efemérides y captar nuevos interesados. Es un medio ágil, dinámico, económico y que posibilita interactuar.
 
De otra parte, dominar la etiqueta social otorgará mayor prestancia. A continuación mis aportes: los cubiertos y el plato base estarán ubicados a dos dedos del borde la mesa; ponga en la fuente la cuchara de servir a la derecha y el tenedor a la izquierda de ésta; el mesero coloca y retira el plato por la derecha y sitúa el limpio por la izquierda; la botella de vino se cubrirá con una servilleta para impedir que gotee; si el mozo lleva la bandeja para que cada comensal se sirva o para él servir, lo hará por la izquierda; antes de traer el postre, se saca el salero, el pimentero y la vajilla de pan; primero se reparte a las damas, en último lugar a la anfitriona, luego a los caballeros y, finalmente, al anfitrión. 
 
Unas sugerencias más: el empleado eludirá decir “provecho” y/o “servido”, como por error aún se suscita incluso en restaurantes de cinco tenedores; las copas o vasos estarán ubicadas a la derecha: se ponen, llenan y apartan por ese lado; sucede lo opuesto con el platillo de pan; nunca pondrá montadientes; absténgase de entregar la cuenta anunciando el monto a pagar; soslaye cruzar los brazos para ofrecer o recoger algo: hágalo por la posición correcta. El camarero invariablemente estará atento a las posibles exigencias del cliente.
 
Asimismo, quiero añadir unos tips de utilidad para el comensal en su nexo con el mesero: esquive estirar el brazo y llamarlo de modo altisonante; si tiene una reclamación recurra a la cordura y la ponderación; evite desplegar extensas pláticas que perjudiquen el trabajo de este servidor; no está obligado a decir “gracias” cada vez que lo atiende, si al culminar el servicio; prescinda tutearlo o hacerlo sentir maltratado; condúzcase en todo momento con respeto y consideración; eluda efectuar preguntas personales, indiscretas o ajenas a la asistencia que presta; deje una propina concordante con la diligencia ofrecida. Olvidaba un detalle adicional: el encargado de llamarlo será el varón.
 
Para concluir, recuerde: cada cliente es una oportunidad, un futuro aliado y un prójimo con sentimientos y expectativas que usted debe poseer la inteligencia y pericia de retribuir. No releguemos la sabia expresión del escritor escocés Nelson Boswell: “Siempre dale al cliente más de lo que espera”.

Protocolo en la boda: Sí, acepto!

Los preparativos para una boda religiosa demandan un conjunto extraordinario de detalles, delicadezas y, además, deben considerarse diversas pautas con la finalidad de asegurar su éxito. En este contexto, el protocolo social cumple un rol invalorable, acertado y eficaz.

Un primer paso consiste en elaborar con antelación y detenimiento la lista de invitados. Si obvia organizar un registro pormenorizado, corre el riesgo de disponer un número inexacto de tarjetas e incluso puede olvidar a personas afines. Soslaye convocar solo por compromiso. Recuerde: no tiene la obligación de incluir a quien no desea.

Las invitaciones son la “carta de presentación” de la actividad. Emplee un color sobrio (blanco o marfil), eluda diseños saturados de dibujos, tonos exagerados y extravagancias. Deben contener el nombre y apellido apropiado del destinatario y serán entregadas con 30 días de anticipación. Un aporte importante: no requiere colocar el afamado enunciado “hora exacta”, como sucede en “perulandia”. El protocolo exige que la ceremonia empiece a la hora indicada.

Otro aspecto inadvertido es su redacción. Sea ponderado, original y descarte imitar los deficientes contenidos atiborrados de errores. Use expresiones atinadas y si desea consulte a un corrector de texto. En ocasiones leemos en la lado inferior: “Después de la ceremonia sírvase pasar a los salones de la iglesia”. Más acertada sería la siguiente inscripción: “Brindis, salón de la iglesia”. Punto!

En relación a la vestimenta es oportuno estipular que “elegante” deriva de “saber elegir”. Recomiendo escoger el vestuario acorde a la edad, las características físicas, la hora, el clima y el evento. Cuide los escotes, las transparencias y las espaldas descubiertas. La discreción es sinónimo de buen gusto: las damas pueden ponerse un traje corto o un vestido de cóctel y los hombres un terno oscuro y camisa blanca.

Los novios deben marcar la diferencia y exhibir una ropa acorde a tan solemne coyuntura. Salvo que se realicen unas nupcias originales, el atuendo seguirá una línea tradicional: camisa blanca -mejor de doble puño y cuello sin ningún tipo de botón o pasador- y una corbata de color clásico.  Los zapatos apropiados son los de cordones.

El padre vestirá con la misma gala que el novio, más allá que sea el padrino. La madre se pondrá un atavío por debajo de la rodilla de manga tres cuartos o larga. Los testigos usarán igual etiqueta que el novio o algo inferior, pero nunca superior. Por ejemplo, si el futuro esposo luce una prenda clásica los testigos no deberían ir con chaqué.

Es imperioso ensayar el enlace matrimonial a fin de sortear los comunes deslices que deslucen esta conmemoración. Es conveniente estar al tanto de las precedencias: la prometida irá en el automóvil en el asiento posterior a la derecha, ingresará al templo por la derecha, los sacos de los varones permanecerán abotonados, los encargados de la primera y segunda lectura, del salmo responsorial y de las peticiones deben tener buena dicción, leer con fluidez y sacudirse de temores que desluzcan sus intervenciones.

Al irrumpir en la iglesia no haga sonar los tacos, jamás lleve las manos en los bolsillos, tampoco corra como si estuviera arribando a una función cinematográfica. Los invitados de la novia se ubicarán en las bancas del lado izquierda, mirando hacia al altar y los del novio en la derecha. Si llega tardíamente, propongo prescindir hacerse notar caminando hasta las primeras filas. Aplique el sentido común y no acuda con recién nacidos o niños. Apague su celular, esquive tomar selfies y actúe con circunspensión. Tenga presente: está concurriendo a un lugar de oración.

En consecuencia, considero trascendental referirme a la conducta en el templo. Para lo cual, reitero lo comentado en mi artículo “¿Sabe usted comportarse en la iglesia?”: “…Para empezar a la Casa del Señor se ingresa y permanece en silencio antes y durante la liturgia. No es correcto saludar a creyentes conocidos, hablar por teléfono, ver sus mensajes de texto, voltear a mirar el coro, conversar mientras llegan los concurrentes, cruzar las piernas, masticar chicle, asumir una actitud con poca observancia, entre otros ‘habituales’ e indecorosos gestos”. “…Si se incorpora mientras se está en las lecturas espere en la entrada. Puede buscar asiento durante el salmo responsorial cantado o la aclamación del evangelio. Los pasillos laterales serán utilizados en estos momentos para no distraer. Los menores siempre se sentarán con sus padres o adultos a fin de aprender cómo participar”.

Es irrespetuoso -como sucede con asiduidad en “perulandia”- que concluida la ceremonia se omitan los saludos en los recintos de la iglesia y, únicamente, ciertos invitados sean convocados a la fiesta. ¿Cómo hacen los demás para felicitar a los nuevos esposos? ¿Se ha puesto a pensar en este disparate? En ciertas oportunidades he recibido este tipo inconcebible de convocatorias.

La invitación para la festividad posterior al casamiento estará adjunta al parte matrimonial y puede poner en una hoja un plano para hacer accesible su ubicación. Prescinda emplear la palabra “recepción”. Ésta es ofrecida solo por autoridades gubernamentales y diplomáticas. Sitúe el vocablo preciso en función de la velada que haya planeado:  almuerzo, comida, cena, brindis, coctail, según sea el caso. Decline usar el término que le parezca más refinado. En la mesa principal, según el criterio de los recién casados, se sentarán los progenitores y padrinos, pero no juntos. Propongo intercambiar a los participantes en varias mesas con el afán de propiciar su combinación y evitar la formación de sectas o grupitos como acontece en “perulandia”, en donde la precaria habilidad social y la escasa relación interpersonal son el “pan nuestro de cada día”. No coloquen las señoras sus carteras en los asientos vacíos para reservar espacio a su amiga o familiar. Demuestre su seguridad personal, su manejo de  elementales cánones de educación y, además, que no está infectado con el síndrome de “chuncholandia”. Para ello, los comensales se fijarán en el rótulo apostado en su ubicación.

Las mesas recomendadas son las redondas: posibilita que los presentes se vean, disimula las precedencias y beneficia las conversaciones colectivas. No instale aparatos florales exuberantes que obstruyan la mirada entre los asistentes. Si tiene agasajados altisonantes dispérselos e intégrelos con hombres y mujeres de una conducta mesurada. De esta manera, el impertinente quedará neutralizado.

Cuando arriban los novios a la fiesta prescinda saludos, besos y abrazos. Eso se dejará para después de comer. Una vez que están servidos los platos de los novios y empiezan a comer, se da por comenzado el convite. Se principia a merendar cuando todos los platillos de nuestra mesa han sido distribuidos. El banquete termina con el postre y con el corte del pastel por parte de los desposados, seguido de un brindis. Los contrayentes suelen recorrer las mesas para charlar y fotografiarse. El baile lo abren ellos, seguidos por los padrinos y luego intercambian parejas. 

Si se tiene previsto algunas palabras debe hacerse de una forma amena y retraerse de extensas intervenciones: es suficiente dos o tres minutos. Es común que hablen los padrinos -los dos o uno de ellos- y uno de los recién casados. Se suele reconocer a los concurrentes por haberles acompañado en ese día tan importante en sus vidas. Nada más!

Es aconsejable disculparse en caso de estar imposibilitado de asistir al matrimonio. Puede enviar una comunicación con un aparato floral. También, es agradable formular una invitación a los novios a su retorno de la luna de miel. Será entendido como un gesto afable y explícito de su delicadeza. Transmitir sus excusas muestra su deferencia y cortesía. Por desgracia, cada vez es más escasa esta muestra de refinamiento que, sin ambigüedades, se encuentra camino a la extinción en una colectividad atestada de desidias y tosquedades. 

Un detalle enaltecedor venido a menos en “perulandia” es el agradecimiento. Los esposos -a través de una esquela- darán las gracias por los obsequios, mensajes y flores recibidas. Agradecer dignifica, estimula y ennoblece. Felices y unidos “hasta que la muerte nos separe”. 

Por favor…Salude!

El último fin de semana llegué a la peluquería a la que concurro hace 30 años y, como es habitual, saludé a todos los presentes: replicó solo el campechano y jovial peluquero Juan Dolorier. Horas más tarde, fui a limpiar mis zapatos y sucedió lo mismo, Percy García y Claudio Montes, los dos atentos lustradores respondieron y exhibieron una simpática expresión.

En ambos casos sugerí con una dosis de ironía colocar un letrero con la siguiente inscripción: “Salude, sonría, agradezca, pida por favor y practique la amabilidad: se le otorgará un descuento especial por este sublime cometido”. Discretamente exteriorizaron un gesto de condescendencia.

Unos instantes después visité la tienda Wong de San Borja y obré con igual deferencia con la cajera del segundo piso del sitio de comida. Con seguridad una dama sorda y muda hubiera contestado con mayor énfasis y agrado. Inspirado en mi conocida vocación hipocondriaca me dije: “qué necesario se hace la distribución gratuita (al igual que la píldora del día siguiente) de pastillas de entusiasmina y educadina de mil miligramos”. 

Al salir decidí tomar un taxi. A pocas cuadras detuve un automóvil y aseveré al conductor: “buenos días, señor”. Me miró y afirmó: “sí, a donde va”. “Señor, ya que no sabe retornar mi saludo, no tengo nada que tratar con usted. Retírese”, indiqué. Por fin rompí mi silencio y sentí que ayudaba a este sujeto a entender lo errado de su proceder y, por lo tanto, quizá acoja en mejores condiciones a sus futuros clientes.

Hace unas semanas estaba en la sala de profesores de un instituto de educación superior y platicaba este asunto con un colega. Una vez más, comprobé que la mayoría de docentes emiten un distante “buenas” y, únicamente, saludan a su reducida secta de amistades. Se imaginan cómo saludarán a sus estudiantes estos individuos desprovistos de básicos criterios de urbanidad. Pedagogos con maestrías, doctorados y, en más de un caso, con renombrados y ostentosos títulos universitarios. Sin embargo, poseedores de una irrebatible discapacidad para forjar mínimas relaciones interpersonales.

Por coincidencia, el personal de vigilancia y de la cafetería de ese centro de estudios me manifestó su visible incomodidad por la ausencia de cortesía de un alumnado que esquiva saludar, agradecer, ceder el paso, etc. Un conjunto de conductas explícitas de su falta de esencial capacidad para convivir. ¿Esos son los futuros profesionales del siglo XXI? Lamentablemente son un apegado reflejo de la colectividad en la que les ha tocado habitar y de la exigua educación otorgada en sus hogares. Acudo a entidades educativas en las que rehúyen saludar, incluso, en las áreas académicas y de Recursos Humanos. Me mortifica acercarme a determinadas secciones en las que no saludarán o tal vez padecen alguna irreversible e intransferible enfermedad neuronal y espiritual. No obstante, su proceder bipolar, distante y presumido se transforma súbitamente cuando deben alternar con su jefe o con el dueño de la corporación. Declino resignarme ante tanta indolencia, apatía y ausencia de corrección, entre otras taras inherentes en “perulandia”.

El saludo describe nuestra personalidad, autoestima, habilidades sociales, temperamento y se convierte en nuestra tarjeta de presentación. Insisto -después de observar a personas de diversas edades, características y procedencias- en la imperiosa conveniencia de hacerlo con espontaneidad y fluidez. Es el primer puente que se establece para lograr una impecable reciprocidad humana y, además, es una demostración de entendimiento y elegancia y respeto. No es difícil, solo deberá tener “sentido común”; el menos tradicional de los “sentidos” en una sociedad atiborrada de penurias morales, cívicas y culturales.

Sin embargo, me causó gratísima sorpresa ver a Naomi Suparo y Abigail Tafur, dos jóvenes entusiastas y acogedoras que, al coincidir conmigo en los pasillos de una empresa educativa, me expresaran con genuina delicadeza: “buenos días profesor”. A los pocos momentos concordamos en otro ambiente y les pregunté si habían sido mis alumnas. “Siempre saludamos a los docentes, nos agrada hacerlo. No tenemos que conocerlos para hacerlo”, comentaron. Una comprobación que no todo está perdido en “perulandia”. Ejemplos como éstos devuelven la esperanza y la ilusión en que es viable, a pesar del adverso entorno, desplegar un vínculo agradable entre prójimos. Estas lindas y afables jóvenes así lo confirman.

Existen hombres y mujeres que, afectados por su bajísima autoestima, temen saludar, sonreír, proyectar una apacible mirada y emitir un mensaje efusivo. En este contexto recomiendo trabajar las habilidades blandas, la autovaloración y realizar ejercicios orientadas a afianzar la solvencia personal. Haga de la delicadeza una herramienta de encuentro con otros seres humanos. Fomentar la empatía ayuda de manera significativa a este propósito.

Este artículo es un tributo a mi ex alumna Noelia Luna, una dama esmerada a quien hallé trabajando en atención al público y haciendo de su sobresaliente cortesía un testimonio inspirador para las nuevas generaciones. Me conmovió apreciar su determinación para interiorizar con naturalidad, gracia y constancia lo transmitido en mis jornadas académicas. Un imponente y reconfortante prototipo del uso persistente de la etiqueta social. Por último: Salude, please!