domingo, 21 de noviembre de 2010

Ética y valores: Una forma de vida

Escribir estas líneas es complicado no por ausencia de claridad en mis ideas, aunque confieso que puede ser una razón. Sobre todo por la extensión de un tema imperioso de abordar en una colectividad que, como anotará el ilustre pensador, escritor y maestro peruano, de ideas anarquistas, Manuel González Prada (1948–1918): “El Perú es un organismo enfermo, en donde se aprieta el dedo brota la pus”. El deterioro de las personas e instituciones nos confronta con una realidad, en términos éticos, que estamos obligados a transformar.

La ética estudia el proceder del hombre frente a los conceptos del bien y el mal. Analiza quien es favorecido o perjudicado por una acción en particular. También, examina la moral que tiene que ver con los valores y su responsabilidad social. Por lo tanto, no sólo es una cuestión individual, tiene relación con lo que hace una organización para influir en su entorno. Las palabras moral (del latín mores, costumbres) y ética (del griego ethos, morada, lugar donde se vive) son parecidos en la práctica. Ambas expresiones se refieren a ese tipo de actitudes que nos hacen mejores. La moral describe las conductas que nos conducen hacia lo deseable y la ética es la ciencia que reflexiona sobre dichos comportamientos. Tanto una como otra, nos impulsan a vivir de acuerdo con una elevada escala de valores.

Los valores (solidaridad, honestidad, lealtad, puntualidad, veracidad, etc.) son un punto obligado de aprendizaje si anhelamos salir de la profunda crisis que nos empobrece moral, cultural y socialmente. No puede hablarse de educación, gobierno, ciudadanía u entidad, sin tratar este campo. Más aún cuando adolecemos de referentes y liderazgos -en los diversos ámbitos de la familia, la empresa y la política- que marquen la pauta que debiéramos imitar.

El sistema de valores de cada prójimo es adquirido durante los primeros años de vida por influencia de su entorno. Pueden ser estables y permanentes en el tiempo según la forma en que fueron recibidos. En tal sentido, recomiendo explicar su utilidad a fin de mostrar sus implicancias favorables en el crecimiento personal Si usted a su hijo le impuso “portarse bien” por miedo al castigo, probablemente de adulto no asumirá normas correctas. No fue formado y persuadido, sino reprimido.

Los valores propician una existencia armónica con nosotros y los demás. Es importante moldear a los chicos con el ejemplo. No diga a una criatura: “Los niños no mienten” y él apreciará que al recibir usted una llamada telefónica dice: “Di que no estoy”. Al someterse los valores al “ejercicio” diario se transforman en un hábito y, consecuentemente, en una virtud que lo distinguirá. Si cree en la honestidad y la práctica siempre, la asimilará como un componente individual. La etiqueta tiene también como sustento la ética dado que ningún acto indecoroso e inapropiado puede considerarse elegante.

Es conveniente diferenciar una conducta legal -amparada en el ordenamiento jurídico vigente en la sociedad- de un proceder ético. Numerosas personas piensan que actuando dentro de la ley asumen un desempeño ético. No siempre es así. Se lo explicó con un ejemplo: Puede ser válido reclamar sus derechos sobre la herencia dejada por sus padres, pero existe un cuestionamiento ético si ellos, sin mediar documento alguno, establecieron en que proporción debía distribuirse lo heredado. La palabra empeñada tiene un “valor” que lo obligaría a proceder conforme a lo dispuesto por sus progenitores. Las leyes no guardan invariablemente consistencia con los valores establecidos. De ser así, no existirían disposiciones con “nombre propio” que encubren intereses sórdidos en perjuicio del bienestar de las mayorías.

A continuación quiero recordar algunas situaciones vinculadas con la ausencia de ética. El abogado que alarga un juicio para no perder a su cliente; el médico que lo somete a chequeos innecesarios para aumentar sus honorarios; el profesor al que le plagian su separata para dársela a un colega amigo de la autoridad académica; el turista de cuyo desconocimiento se aprovechan para cobrarle más por un servicio; el político que miente para ganar una elección; el empresario que tiene “empleados fantasmas” en su planilla con la finalidad de evadir impuestos y paga un sueldo indecente a su empleado y, además, lo obliga a trabajar diez o doce horas diarias, etc. Lamento que estos ejemplos grafiquen nuestra resignación en un medio que muchos cuestionan, pero poco o nada hacen para cambiar. Esa es una característica “peruana”, objetar en privado lo que en público no rechazamos y, peor aún, hasta convalidamos.

Amigo lector, los valores son el marco general que orienta e inspira las acciones positivas que desarrollará todos los días. Naturalmente, cuando efectúa hechos negativos como con su auto pasar la luz roja, desconocer la cola en un supermercado, llegar tarde al trabajo sin justificación, no decir la verdad, hacer las denominadas “vivezas criollas”, allí están expuestos sus antivalores. Tenga la voluntad y autoestima suficiente para salir del atraso, la mediocridad, el silencio sumiso y abyecto, y conviértase en prototipo de decencia y dignidad. Recuerde el dicho del orador y escritor norteamericano Denis Waitley: “Nada dignifica más que el respeto a uno mismo”. Respétese!

lunes, 15 de noviembre de 2010

Saber decir…Gracias!

Mientras imaginaba como empezar este artículo -que hace bastante tiempo quería escribir- encontré un enunciado del escritor e intelectual francés Jean de la Bruyére: “Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud”. Bruyére hizo de tutor y secretario del duque de Borbón y alcanzó notable prestigio como hombre de letras por la publicación de su obra “Los caracteres” (1688). Fue duro crítico de la decadencia moral de su época y de la corrupción imperante entre los gobernantes. Un personaje admirable, severo y conveniente de recordar, con mayor énfasis, en este tiempo republicano de “crecimiento económico”, caracterizado por una visible carencia de valores desde las más altas autoridades que conducen los destinos nacionales.

Al referirnos a la gratitud debemos remontarnos a su origen. El término “gracias” proviene del latín gratia que deriva de gratus (agradable, agradecido).Gratia en latín significa honra y alabanza que se tributa a otro, para luego simbolizar el reconocimiento a un favor. Gratus y gratia tienen el mismo origen indoeuropeo.

El empleo del vocablo “gracias” debe estar siempre acompañado de un acto explícito de respuesta a una finesa recibida. Cada vez que puedo observo a las personas agradecer y en la mayoría de situaciones lo hacen por cumplir una formalidad y empleando una entonación que no refleja su aparente intención. Agradezca con una sonrisa, mirada agradable y una actitud que muestre coherencia. Por común y rutinario que sea su uso, hace sentir bien a quien lo recibe. No se convierta, como las señoritas de las agencias bancarias, en una “máquina” que saluda, muestra los dientes, recita un libreto y concluye diciendo: “en algo más lo puedo atender”. Sea cálido y con palabras que marquen la diferencia. Por ejemplo: Ha sido usted muy amable, gracias; le estoy agradecido por su gentil deferencia; agradezco su tiempo concedido y le deseo un buen día; entre otras expresiones que enriquezcan su proceder.

Cuando sea convocado a una actividad familiar, institucional o laboral, agradezca. Escriba una nota después de una invitación a comer, recibir un obsequio, homenaje o condolencia, merecer una atención, a las personas que lo hospedaron y agasajaron durante su viaje fuera de la ciudad, etc. Cualquier cortesía en el quehacer personal o profesional motivará su reconocimiento. En ocasiones informales hágalo a través de una llamada telefónica o emial. En acontecimientos de realce y formalidad escriba una esquela o carta. Es un rasgo elegante, poco usual (por desgracia) y distinguido.

Conozco individuos -de todo nivel, edad y estatus- que emplean como pretexto sus múltiples ocupaciones para no agradecer. Recuerdo que envié un obsequio a una amiga por su matrimonio mediante una tienda de la que tenía conocimiento que no reparte los regalos con puntualidad. Decidí escribirle un correo electrónico, después de varias semanas de la boda, para confirmar su entrega. Me corroboró su recepción y añadió que remitiría una tarjeta de agradecimiento que, por cierto, hasta hoy espero. Este episodio es uno de los tantos que podría compartir con usted y en los que “dar las gracias” está camino a la extinción.

La vida, su vida y el mundo están compuestos por agradables detalles que no debiéramos, por el apremio cotidiano, omitir manifestar en cuanta circunstancia sea propicia. Emplear la palabra “gracias” lo enaltecerá. Hágalo un hábito que muestre su consideración a sus semejantes. Confíe en que su actitud será un modelo que otros, probablemente, imiten. Todavía la óptima educación no describe a nuestra sociedad, pero no pierda la esperanza que cada gesto suyo, por pequeño que sea, es una manera de hacer pedagogía y, por lo tanto, estará persuadiendo en el ejercicio de estos acertados y añorados comportamientos.

Recuerde el sabio e interesante dicho del filósofo Lucio Anneo Séneca: “Es tan grande el placer que se experimenta al encontrar un hombre agradecido que vale la pena arriesgarse a no ser un ingrato”. Comience agradeciendo, todas las mañanas, el nuevo día que Dios ofrece y cada satisfacción, alegría e ilusión que la vida nos brinda. Gracias!

lunes, 8 de noviembre de 2010

El valor de la puntualidad

La puntualidad es probablemente un tema reiterativo. Para algunos incluso superfluo y hasta ocioso de analizar. A mi parecer existe una visible resignación colectiva, en todos los ámbitos y niveles, en admitir “la hora peruana” como una “característica” cultural y social a la que debemos amoldarnos. No es así.

Amigo lector, la “resignación” es una tara inherente en sociedades mediocres y de baja autoestima. Expresa conformismo, sumisión, apatía y falta de entusiasmo para revertir lo negativo y pernicioso en nuestra subsistencia. No se “resigne” a aceptar y convalidar comportamientos irreverentes como el que motiva esta nota. Es preciso sublevar el alma de los peruanos y despojarnos de esa sombra de miedos, fragilidades y encubrimientos que nos persigue y, por lo tanto, acentúa nuestra pobreza moral y cultural.

Debemos coincidir en la importancia de convertir la puntualidad en una forma de vida que comunique deferencia hacia el prójimo. De modo que, incluyamos en el concepto de “respeto” la consideración al tiempo ajeno. Una persona puntual inspira credibilidad y demuestra habilidad en su organización individual. Sin duda, es una buena “carta de presentación” en su imagen profesional.

La puntualidad contribuye a dotar una personalidad de carácter y eficacia. Nos hace ser mejores en las actividades que desempeñamos y así ganaremos la confianza del entorno. Exhibe su disciplina, perseverancia y orden para establecer las prioridades de sus acciones. Tiene que ver con su fuerza de voluntad y sentido de responsabilidad.

Frieda Holler, en su obra “Ese dedo meñique”, dice: “…Es considerada (la puntualidad) como hábito firme y seguro, no es producto de la casualidad, sino de una buena administración del tiempo disponible en las 24 horas de día. Significa saber distribuir estas maravillosas 24 horas de tal modo que alcancen holgadamente para desarrollar el trabajo y todas las demás ocupaciones cotidianas. Más que virtud de un solo individuo o de todo un pueblo, la puntualidad constituye un fiel reflejo del grado de civilización y cultura que puede alcanzar el género humano.”

Recuerdo una cena en la embajada de un país europeo. Estábamos todos en la mesa y el anfitrión (el embajador) ni siquiera se puso de pie para recibir a un conocido parlamentario con su esposa que llegaron -una hora y media tarde- cuando disfrutábamos el segundo plato. Únicamente, dispuso indicarles sus ubicaciones y serviles la comida que compartíamos. Usted hace algo similar con sus invitados y será calificado de “mal educado” e incluso se resentirán. Es “habitual” que al aparecer un concurrente a última hora le sirva el aperitivo, la entrada, el segundo, etc. hasta “nivelarlo” con los demás comensales. Nada, desde mi parecer, más inadecuado e inelegante.

Hace un tiempo estuve en una ceremonia en la presidencia del Congreso de la República. Se nos convocó a la instalación de una comisión parlamentaria con la participación de más de una docena de embajadores. El titular del Parlamento Nacional estaba atendiendo a unos dirigentes sindicales y demoró casi media hora en empezar la sesión. Pasados 20 minutos se retiraron los embajadores presentes. Cuando apareció el presidente -para su sorpresa- no había ningún representante diplomático en la sala. Que gesto tan honroso el de la delegación extranjera.

El escritor, médico y profesor escocés, prolífico autor de publicaciones de autoayuda y artículos Samuel Smiles (1812-1904) afirmó en su célebre libro “Ayúdate” (1859): “La puntualidad es cortesía de reyes, deber de caballeros y necesidad de hombres de negocios”. Estas palabras las reitero a mi alumnado en el afán -incontables veces en vano- de hacerles comprender su trascendencia como valor. No obstante, en más de una institución educativa existe “tolerancia” en el ingreso a la hora de clase, lo que se convierte en un sutil amparo a la impuntualidad del estudiante.

Cuando asista a un evento -familiar o empresarial- recuerde darse su lugar y no permita que lo hagan esperar como es costumbre limeña. En los matrimonios la hora indicada en la invitación no coincide con la celebración de la boda. También, es “normal” en actividades oficiales que la autoridad principal llegue tarde y nadie exprese su malestar o se retire. Típica actitud de sometimiento peruano. Eso me trae a la memoria a una entidad (en la que laboro) que convoca reuniones de confraternidad y el anfitrión tiene la “tradición” de acudir tarde y, consecuentemente, no recibe a sus invitados a pesar que el “dueño de casa” debe dar la bienvenida. En su oficina, encuentros de negocios, citas, etc. distíngase por su puntualidad y tendrá potestad para exigir igual retribución. Demuestre su autovaloración, si es que la tiene.

La exactitud en la hora debe recuperarse como manifestación de convivencia respetuosa y armónica y, además, orientará positivamente la conducta humana. No perdamos la esperanza en esta tarea que estamos obligados a emprender educando con el ejemplo a quienes están a nuestro alcance. Tenga presente el aforismo inglés: “La puntualidad es el alma de la cortesía”.