domingo, 31 de agosto de 2014

Las Inteligencias Múltiples

Hacía 1983 el renombrado profesor, investigador y psicólogo norteamericano Howard Gardner -graduado con un doctorado en Educación en la Universidad de Harvard- propuso la reveladora Teoría de las Inteligencias Múltiples que lo hizo merecer del premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (España, 2011).

En su planteamiento -motivo de estudio y debate hasta nuestros días- Gardner define la inteligencia como la “capacidad mental de resolver problemas y/o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas”. Asimismo, la determina como una habilidad. Hasta hace poco tiempo se creía congénita: se nacía inteligente o no, y la enseñanza no podía cambiar ese hecho. Tanto es así, que a los deficientes psíquicos no se les educaba, porque se consideraba que era inútil, cuando en realidad existe la parte innata como la adquirida.

Esta hipótesis afirma que tenemos varias capacidades mentales, concretamente: la lógico-matemática, la espacial, la lingüística, la musical, la corporal, la interpersonal y la intrapersonal. Por lo tanto, cuando medimos la inteligencia se sugiere hacerlo basándonos en todas ellas y no sólo en unas cuantas como sucede en el test de coeficiente intelectual aplicado en la etapa escolar que, únicamente, estima las aptitudes matemáticas y lingüísticas. De allí que, sus resultados eluden reflejar la dimensión completa del talento de una persona.

Tengamos presente que la inteligencia está formada por diversas variables como la atención, la observación, la memoria, el aprendizaje y las habilidades sociales. En tal sentido, es la pericia de asimilar, guardar, elaborar información y utilizarla para solucionar contrariedades. El rendimiento obtenido en nuestras actividades diarias depende de la diligencia prestada y de nuestras cualidades de concentración.

Desde mi perspectiva, existen tres inteligencias de vital trascendencia, utilidad y beneficio, cuyas implicancias van más allá del quehacer laboral y tienen una connotación influyente en cualquiera de los ámbitos en donde nos desenvolvemos: Lingüística, Interpersonal e Intrapersonal. Constituyen pilares fundamentales en el crecimiento integral del ser humano. Hablemos un poco de cada una de ellas.

La Inteligencia Lingüística ofrece la posibilidad de platicar y redactar eficazmente. El don del lenguaje es universal y su desarrollo en los niños es similar en todas las culturas. Incluso en el caso de personas sordas a las que no se les ha enseñado un lenguaje por señas, a menudo inventan uno propio y lo usan espontáneamente.

Su ampliación comprende la virtud de comprender el orden y el significado de las palabras en la lectura, la escritura y al hablar y escuchar. Brinda la oportunidad de saber expresarse en de modo óptimo. Una forma de fomentar su impulso es mediante la práctica intensa de la lectura, la escritura y acceder a la cultura. Esto último es algo venido a menos en nuestra sociedad. Existen hombres y mujeres con altos grados académicos y exhiben acentuadas carencias al comunicarse. Esto lo observo con frecuencia en colegas, alumnos y profesionales de distintas disciplinas.

La Inteligencia Interpersonal se constituye a partir de la capacidad para sentir distinciones entre los demás, en particular, contrastes en sus estados de ánimo, temperamento, motivaciones e intenciones. Hace posible advertir los propósitos y deseos ajenos, aunque se hayan ocultado. Permite trabajar con gente, asistir al prójimo para identificar dilemas y promueve la mutua interacción entre los seres humanos.

Finalmente, la Inteligencia Intrapersonal es el conocimiento de los aspectos internos: el acceso a la gama de sentimiento, la disposición de efectuar discriminaciones entre ciertas emociones y recurrir a ellas con el afán de orientar la conducta. Facilita percatarnos de fortalezas, debilidades, inseguridades, prejuicios, complejos y, en consecuencia, ayuda a prever las respuestas generadas por los acontecimientos venideros.

Poseer alto grado de estas dos últimas inteligencias hace al ser humano empático, propone elementos para constituir una buena convivencia social, refuerza una sobresaliente relación colectiva, familiar y laboral y, además, autoriza reconocer sus respuestas afectivas. Faculta enfrentar en mejores condiciones las presiones, adversidades y contrariedades cotidianas. Evitemos subestimar su aporte favorable en el perfil de un profesional con la aspiración de conducir grupos humanos, liderar una organización o coordinar en equipo.

Muchas veces alternamos con individuos poseedores de elevado progreso profesional; sin embargo, tienen precarios estándares de autocontrol, empatía, habilidad social, interacción, tolerancia y pobre noción de su esfera interior. Este desbalance -habitual en sociedades que rehúyen otorgar a los asuntos emocionales sus reales implicancias en el comportamiento- tiene directa preponderancia en su desempeño en la oficina.

Podemos aseverar que, en síntesis, la confluencia de la Interpersonal e Intrapersonal constituyen la Inteligencia Emocional. Una suerte de inteligencia superior que resalta las cualidades intelectuales, académicas y técnicas de un sujeto y, por lo tanto, brinda eficientes instrumentos para su desenvolvimiento. Por el contrario, su carencia opacará sus destrezas. La infinidad de tensiones que acontecen en la sociedad actual deben inspirarnos a afianzar esta inteligencia con el objetivo de forjar una correlación armónica, civilizada y condescendiente con nuestros semejantes.

Por ejemplo, un trabajador destacado por su rendimiento, entrega y disciplina, entre otros méritos. Sin embargo, tiene dificultades para coexistir con sus compañeros, posee un trato inadecuado con los clientes, muestra imposibilidad para superar situaciones de frustración, prescinde mostrar reacciones empáticas, asume actitudes distantes y defensivas y, además, su proceder negativo menoscaba el clima empresarial. Es obvio que tendrá severas complicaciones para permanecer en el puesto o acceder a una superior colocación.

Involucramos en el discernimiento de estos temas posibilitará aprovechar fortalezas, administrar flaquezas y canalizar con asertividad nuestra reacción ante estímulos externos y contribuir a hacer más saludable nuestra calidad de vida. No evadamos el sabio significado del enunciado del filósofo griego Sócrates: “Conócete a ti mismo y así alcanzarás la verdadera sabiduría”.

lunes, 4 de agosto de 2014

¿Una sociedad canibalizada?

Cada vez son más evidentes las muestras de animadversión y malevolencia en todas las esferas sociales. Basta con advertir la forma de conducir de los automovilistas, el proceder del prójimo en lugares públicos, las escenas de celos y los conflictos entre parejas, el obrar ofensivo en una negociación comercial o la manera de afrontar discrepancias, para darnos cuenta del clima de barbarie existente.

Del mismo modo, es también reprochable comprobar cómo estamos “acostumbrados” a la hostilidad, al trato poco educado, inamistoso y, al mismo tiempo, a la visible desconsideración hacia el semejante. Ni qué decir de la indiferencia, la insolidaridad y la apatía que, por cierto, es más peruana que la mazamorra morada.

A la luz de mi experiencia vivencial pienso que las circunstancias tensas, discrepantes y de confrontación, facilitan conocer la magnitud del autocontrol y la formación integral de las personas, más allá de apariencias. Tenga presente: las situaciones beligerantes exhiben la dimensión emocional del individuo. Me refiero a las habilidades blandas.

Requerimos madurar sentimientos de tolerancia y convivencia y, en consecuencia, debemos desplegar una capacidad de aprobación de una persona a otra que sea diferente en valores, ideas, opciones, normas, creencias y prácticas ajenas cuando son contrarias a las propias y aceptar a los demás, comprendiendo el alcance de las distintas medios destinados a entender la existencia humana.

En nuestro quehacer percibimos la beligerancia en las oficinas, las familias, los vecinos y en las actividades más elementales que llevamos acabo. Divisamos en centros comerciales a damas y caballeros ofender a la vendedora por eludir satisfacer sus reclamos que, en múltiples casos, son injustificados. Por ejemplo, en una tienda a la que acudo con frecuencia para realizar las compras semanales en compañía de mi madre de 88 años, observé a un señor incomodarse e increpar a la cajera al verse obligado a ceder su puesto en la caja preferencial. El colmo!

Amigo lector: mire usted como manejan sus carretas los clientes en un supermercado y tendrá una clara noción de la ausencia de afabilidad y miramiento. Observe el estilo de desenvolvimiento de su prójimo y, posiblemente, advertirá las emociones dañinas acumuladas que saltan a la vista en situaciones empleadas como “válvula de escape”. Incluso se utilizan como pretexto los desasosiegos cotidianos a fin de justificar negativas actuaciones.

Existe una atmósfera masiva de rechazo, prejuicio, prepotencia y, por lo tanto, una escasez de inteligencia emocional que impide convivir en los mínimos niveles que el sentido común demandan y que la coexistencia pacífica determina. Hemos transformado el hostigamiento en un modo de vida, la actitud segregacionista en un mecanismo defensivo y el agravio en el sustituto perfecto ante la carencia de argumentos sensatos. Arremeter y arrogarse un desplegar egoísta es un “deporte nacional”.

Tengo un vecino en el departamento del segundo piso de mi casa al que su esposa, por lo menos, tres veces por semana grita de la forma menos imaginada. Sus desencuentros constituyen una “gimnasia conyugal” que ilustra a sus dos pequeños hijos de la armonía, la concordia y el amor de familia. Por su parte, el esposo parece salido del paleolítico superior por las características de su comportamiento.

Las tensiones de la vida diaria no debieran alterar los óptimos estándares de comprensión que se recomienda mostrar en los espacios que habitamos. Sugiero proceder con empatía, habilidad social, asertividad y con una elevada dosis de respeto que conviene alimentar a partir de expandir nuestro “sentido de pertenencia”. Hagamos un esfuerzo comunitario para aprender a convivir dentro de los parámetros de la civilización, la condescendencia y el discernimiento. Podríamos empezar entendiendo que nuestros derechos terminan donde empiezan los ajenos y rehuyamos percibir a los semejantes como enemigos o adversarios inexistentes.

Es oportuno precisar que el ofuscamiento merma nuestra calidad de vida. Forjar vigorosas relaciones humanas nos hará mejores como seres humanos y servirá para afirmar una atmósfera beneficiosa alrededor nuestro. Convendría desistir de las conductas agrestes y de baja autoestima que acentúan la pobre interacción general. En el ámbito profesional este proceder puede traer secuelas perjudiciales e irremediables y, por lo tanto, afectar la favorable evolución del individuo en la empresa.

¿Cuánto entenderemos que nuestra felicidad, paz y tranquilidad es también la de terceros? Desde mi perspectiva, la torpeza impide evaluar las serias secuelas de la creciente “canibalización” de la sociedad en nuestra salud anímica. Anhelo, con ingenua ilusión, que la conveniente reflexión ilumine a los discapacitados emocionales e intelectuales que abundan en dimensiones oceánicas en “perulandia”, inclusive en los escenarios menos imaginados. Recordemos lo dicho por Thomas Jefferson: “Una opinión equivocada puede ser tolerada donde la razón es libre de combatirla”.