jueves, 17 de febrero de 2022

El “código” del invitado

En innumerables ocasiones recibimos invitaciones amicales, familiares, empresariales o institucionales. He observado que los concurrentes evaden cumplir elementales pautas de cortesía y sentido común. Una vez más, estamos ante una situación que pone al descubierto la frágil urbanidad de nuestro entorno, sin diferencias de sexo, estatus, procedencia o edad.

A continuación, sugiero unos breves preceptos enfocados a una mejor relación con quienes tienen la gentileza de convocarnos. Dentro de este contexto, reitero lo tantas veces aseverado: es imprescindible asumir la buena educación como una cultura de vida vigente en todo tiempo, acontecimiento y recinto.

Puntualidad. Incorporemos este valor como una cualidad y evitemos culpar a la congestión vehicular de nuestra demora. Si prevé el retraso, llame para comunicar la hora de su llegada. Es conveniente organizarnos con antelación y traslucir disciplina y excelente aptitud para elaborar nuestra agenda. Si arriba tarde, busque el instante para expresar sus justificaciones al anfitrión, no tiene que ingresar anunciando en voz alta las razones de su tardanza. Ese es un pésimo rito en nuestro medio.

Disculparse. Si no asiste, comunique sus excusas a través de una llamada telefónica o una esquela; puede acompañar un arreglo floral y/o efectuar una invitación a los anfitriones; según la naturaleza del acto. Alterno con hombres y mujeres habituados a justificarse al coincidir de casualidad en un sitio público y semanas más tarde de la celebración.  Es usual en el sumiso, controvertido y ramplón reino de “perulandia”, resignarnos a este inelegante obrar.

Obsequio. Su vida está llena de amables detalles. Cuando acuda a un almuerzo o comida formal lleve un regalo para la anfitriona (flores, chocolates, libros, galletas). En un suceso informal o semiformal, es ideal un licor o postre para compartir. Siempre será un gesto agradable y una expresión de finesa.

Comportamiento. Su actuación será lo más auténtica y pertinente. Decline pasar al comedor hasta que entren las personas de mayor jerarquía; el anfitrión es el primero en ingresar. Al entrar busque su puesto por los rótulos con su nombre colocados en cada ubicación o por la indicación verbal del anfitrión. No insinúe que desea sentarse al lado de cierto invitado o de su pareja. Eso me trae a la memoria la conducta de familiares, amigos y colegas incapaces de prescindir de sus allegados para sentirse cómodos. Sea elegante y renuncie a esas prácticas inherentes al síntoma de “chuncholandia”.

No empiece a comer hasta que lo haga el anfitrión, apague su celular y evite levantarse para acudir a los servicios. Tampoco cometa la ofensa de servirse porciones enormes, poner sus codos en la mesa, contestar el teléfono, estirar el brazo, proponer brindis sino es inducido por el anfitrión a hacerlo y recuerde: “Coma como si no tuviera hambre, beba como si no tuviera sed”.

Es importante anotar nuestro aspecto y proceder al ingresar, durante la jornada y al retirarnos. Rehúya permanecer hasta el final, consumir excesivo licor y comida, sostener charlas acaloradas y desatinadas. Esquive actitudes altisonantes como resultado de la cuantiosa ingesta de alcohol. Su favorable imagen puede verse afectada debido a su desenvolvimiento carente de tacto.

Acompañante. Una costumbre limeña es llevar pareja a un agasajo exclusivamente personal. No acuda con hijos, enamorada, etc. Nunca pregunte si puede hacerse acompañar; más aún si el anfitrión no lo ha expresado. Es normal advertir la osadía de presentarse “escoltado” con el pretexto de existir un alto grado de confianza con el organizador: sea comedido en sus acciones. Si la invitación es con pareja, irá con una dama; pero, si la convocatoria no incluye acompañante, asistirá solo.

De esta manera, la ocasión le facilitaré mostrar su habilidad para relacionarse con fluidez y espontaneidad. Es un magnífico momento para conocer otras personas. En “perulandia” es frecuente la formación de sectas, argollas y califatos encaminadas a bloquear la integración general. Es una pegajosa práctica que restringe nuestro mutuo acercamiento.

Cuando salimos del “área de confort” y entablamos trato con sujetos de variados orígenes, ampliamos nuestra percepción de la diversidad humana y fortalecemos nuestra empatía al valorar, entender e interactuar con el prójimo. Sin embargo, las limitadas y retraídas conductas de nuestros semejantes desnudan falta de mundo, pobre inteligencia interpersonal y una gama de precariedades. Una pena apreciar el tan extendido síndrome de “chuncholandia” frente al que, al parecer, existe masiva resignación.

Vestimenta. Cuando la invitación eluda indicar el vestuario, éste será definido por la hora, el lugar, el tipo de acontecimiento y el rol que usted cumple en el certamen. De modo que, su atuendo será coherente con las características del suceso. El arreglo personal muestra su estilo, personalidad y respeto. ¡No es nada complicado!

Agradecer. “La gratitud es un producto de la cultura; no es fácil hallarla entre gente basta”, aseveró el escritor, poeta y periodista británico Samuel Johnson. En caso de un acto en su homenaje o una formalidad, quedará muy bien si envía una nota de agradecimiento. Puede dar las gracias mediante una llamada telefónica o por correo electrónico en situaciones ausentes de solemnidad. Es un gesto delicado, distinguido y, por desgracia, escaso en “perulandia”.

Retribuir. Es importante corresponder en la medida en las circunstancias lo permitan. A fin de enriquecer nuestra relación humana, éstas deben ser de ida y vuelta. Es decir, si usted desea ser siempre incluido en las efemérides de sus amigos y familiares, también tome la iniciativa de agasajar como manifestación de su deseo de mantener la vinculación forjada.

Para concluir, tengo unas cuantas orientaciones adicionales. Prescinda formular preguntas u observaciones indiscretas; no proponga que le traigan una bebida de su preferencia; sea prudente en el período de permanencia (en una cena o almuerzo el tiempo máximo es cuatro horas); si sucede un incidente no realice explicaciones y esquive hacer de ese hecho una tertulia; si le sirven un bocado desconocido o que no es de su agrado, tome una pequeña cantidad. No está obligado a consumir lo que no desea.

Lleve consigo sus tarjetas personales; no llegue quejándote de lo difícil que fue dar con la dirección. Cada uno vive donde puede y abrir su hogar es extender su corazón. Por lo tanto, desarrolle un diálogo al acceso de los asistentes; no pida nada especial o diferente de lo ofrecido, eluda interrogar a los dueños de casa acerca de la lista de participantes y de las razones por las que ha omitido invitar a tal o cual persona.

En “perulandia”, un medio saturado de indelicadezas y despropósitos, son cotidianas las convocatorias a último momento. En sinnúmero de ocasiones hemos sido llamados con unos pocos días u horas de antelación para asistir a un encuentro social. Recomiendo demostrar su autoestima y declinar una invitación escasa de consideración. Pues, ello demuestra que usted jamás estuvo en la lista de titulares del evento; sino como reemplazo. Nada tan lejano de miramiento. Contribuyamos a desterrar esa imprudente y criolla tradición.

Muestre adaptabilidad con los semejantes que deberá alternar. La cultura, el manejo de información de temas de actualidad y el talante empático, harán viable una placentera velada. Cada invitación es un estupendo acaecimiento para ampliar su red de contactos y tener una mirada más acrecentada. Éstas ofrecen posibilidades para enriquecer nuestra disposición de convivencia, tolerancia y asertividad. Vienen a mi mente lo dicho por Eurípides, pensador y poeta de la antigua Grecia e integrante de la tercera generación de la triada que logró encumbrar la tragedia griega: “Es la naturaleza la que da la nobleza en la conducta; pero la educación, con todo, enseña las reglas”.


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