viernes, 16 de enero de 2015

Tres décadas esparciendo semillas

El domingo 13 de enero de 1985 fue publicado en el suplemento del desaparecido diario “Hoy” mi artículo intitulado “Saqueo en Paracas”. Era mi primera colaboración para un medio de circulación masivo y recuerdo aún los aprietos que enfrenté para elaborar este escrito, como también está presente en la retina de mis gratas remembranzas la inmensa emoción que sentí al ver mi nombre en el periódico.

Allí describí con amplitud los luctuosos entretelones que vulneraban la intangibilidad de la Reserva Nacional de Paracas, el escenario natural más importante y sensible de nuestra franja costera, amenazada por la sobrexplotación de la concha de abanico. Una incalificable acción promovida ilegalmente -y con la abierta intención de favorecer a determinados grupos económicos- por los funcionarios del gobierno de la época.

De esta manera, incursioné en la actividad que mayor regocijo y realización me ocasiona. Significó el punto de partida de una ininterrumpida vocación en el ejercicio del periodismo de opinión que durante muchos años estuvo dedicada, con énfasis y exclusividad, al tratamiento de múltiples dilemas ambientales. Asimismo, coincidió con el comienzo de mi entusiasta participación en los asuntos ecológicos: una causa colectiva que asumí, a temprana edad, con perseverante empeño, altruismo e idealismo.

Una de las aseveraciones expuesta en ese texto y que, no obstante el tiempo transcurrido, sigue teniendo plena vigencia decía: “Esta reserva es sólo un ejemplo, aunque el más vergonzoso y grave, de la destrucción generalizada de la ecología y el medio ambiente en nuestro país. Por si fuera poco, las autoridades no han mostrado el más mínimo interés en la protección del medio ambiente que nos rodea y nos sustenta”.

Han pasado 30 años y, a pesar de lo que pudiera suponerse, gran parte de lo dicho en reiterados editoriales reflejan una problemática sobre la que todavía tenemos incontables argumentos que exponer a fin de generar espacios de análisis acerca de tan complicados conflictos medioambientales que, además, conllevan una incidencia en el factor humano inherente en las naciones del tercer mundo.

Arrojar semillas, sembrar inquietudes, aportar soluciones, motivar un cambio de actitud, incentivar debates, denunciar actuaciones sórdidas, llamar la atención sobre hechos lesivos, promover la difusión de valores, afirmar convicciones y dar a conocer mis antojadizos y subjetivos puntos de vista, han sido las inexcusables motivaciones para continuar -desde diversas tribunas cuyas puertas se han abierto- en esta tarea que me brinda la posibilidad de observar con espíritu censor sucesos de nuestra enrevesada realidad nacional.

Habitar un país variopinto, multiétnico, convulsionado, atiborrado de singularidades y con una inocultable ausencia de cultura general, constituyen elementos estimulantes para echar simientes. Por esta razón, siempre vienen a mi memoria las palabras del genial intelectual José de Sousa Saramago: “Yo no escribo por amor, sino por desasosiego; escribo porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo”.

Es una manifestación de disconformidad y sublevación frente a una comunidad lacerada por la indiferencia, la apatía, la mediocridad, el egoísmo transformado en un estilo de subsistencia, la falta de identidad corporativa, la escasa o nula habilidad crítica y, en consecuencia, una acentuada incapacidad para cuestionar un conjunto de comportamientos que bloquean nuestra cohesión social.

Esta aptitud llena mi supervivencia y me hace sentir apto para ofrecer mi modesta entrega al bien común. Escribo para compartir con quienes integran mi cercano entorno. Es una expresión simbólica e inconsciente de mis afectos. Como pocas veces coincido con las declaraciones del inmortal literato Gabriel García Márquez: “Yo escribo para que mis amigos me quieran más”.

Es un modo de descubrir la vida y enriquecer mi espíritu. Constituye una manera de seguir creyendo en la posibilidad que, más temprano que tarde, estas contribuciones sensibilicen, conmuevan y despierten ilusiones. Mis alumnos integran un fantástico e inagotable caudal de inquietudes y, además, me complace sobremanera hacerlos partícipes de mis artículos.

Cada apunte presentado con elevada dosis de agudeza, ironía y profundidad es el resultado de lecturas, vacilaciones, deliberaciones y, especialmente, de mis deseos de ofrecer conocimientos, impulsar pensamientos y reorientar conductas. Los acontecimientos cotidianos son un océano riquísimo de trabajo e inspiración.

En los últimos tiempos he orientado mi creatividad hacia originales temas: etiqueta social, imagen personal, reflexión, autoayuda, cultura y la semblanza de personajes que despiertan mi admiración. Pretendo que cada escrito sea mejor que el anterior, pero no superior al que todavía tengo en mente preparar. Así renuevo mis entusiasmos y me comprometo con mis obsesionadas pretensiones perfeccionistas.

Estas líneas serían inconclusas si omitiera agradecer a quienes durante tantos años me han ayudado con sus correcciones, comentarios y precisas orientaciones: Hernán Zegarra Obando, añorado periodista que acogió mi primer artículo, le dio forma y facilitó mi acceso a las páginas editoriales; mis recordados maestros y amigos Felipe Benavides Barreda y Augusto Dammert León, con quienes compartí, desde muy joven, mi inclinación por la conservación del patrimonio ambiental y, por último, un efusivo reconocimiento a mi noble amiga Denis Merino Perea, cuyo rol es determinante, oportuno y generoso. Tiene la paciencia de auxiliarme en la selección de los títulos adecuados para mis notas.

Estos afanes me acompañarán invariablemente y ratifican mi identidad con ese Perú -como aseveró el notable indigenista José María Arguedas: “hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”- que debemos todos coadyuvar a cambiar con la finalidad de forjar un lugar en donde aprendamos a convivir y vislumbrar con esperanza nuestro porvenir y, por lo tanto, el destino de los hombres y mujeres del mañana.

miércoles, 7 de enero de 2015

El mudo protocolo de Luis Castañeda Lossio

Hace unos días se efectuó la juramentación del recientemente electo alcalde capitalino y de su cuerpo edilicio. El escenario escogido fue el imponente y tradicional Teatro Municipal de Lima, cuya impecable remodelación realza este fastuoso monumento histórico y cultural de la ciudad.

Sin embargo, el ceremonial no guardó coherencia con la majestad de este lugar. Desde mi punto de vista, como primer acto de su gestión, Luis Castañeda Lossio debiera prescindir del personal encargado de la organización y puesta en marcha de tan deficiente y deslucido evento.

Mientras miraba la televisión anoté un listado de carencias para comentar con espíritu constructivo. Ante todo deseo indicar que el protocolo está lejos de ser un conjunto de disposiciones rígidas e inflexiones. Es una disciplina destinada a estipular las formas bajo las que se realiza una actividad humana importante. Son patrones para desarrollar un certamen específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa el incumplimiento de un deber formal y sancionable.

Una primera negligencia consistió en la entonación de la “Marcha de Banderas” para recibir al líder de Solidaridad Nacional. Por disposición oficial, vigente desde el primer mandato de Augusto B. Leguía, ésta sólo se emplea para rendir honores al jefe de estado peruano y dignatarios extranjeros y, además, para izar y arriar el pabellón nacional. Es una creación musical del maestro José Sabas Libornio Ibarra (1895) –quien se desempeñó como director de la banda de músicos del Ejército Peruano- en el gobierno de Nicolás de Piérola. La letra es autoría del hermano Ludovico María, director del colegio La Salle de Lima.

Asimismo, las medidas de seguridad fueron insuficientes. Antes de iniciarse el acto, un señor, que dijo ser paisano del burgomaestre, quiso recitar un poema y logró aproximarse hasta las escaleras del escenario. Con gesto afable el alcalde se acercó a saludarlo y, finalmente, el desconocido caballero se acercó al presidente de la república y al cardenal de Lima. ¿Qué hubiera pasado si esta persona era un agresor?

Pero, sigamos con los pormenores que ameritan esta nota. En las juramentaciones se exhibieron innumerables descuidos: la ubicación de la teniente alcaldesa, la visible descoordinación para la colocación de la medalla y la entrega del varayoc y, por cierto, cada uno lo hizo a su gusto. Algunos de rodillas, otros de pie, con el puño el alto, con el saco desabotonado y por el pueblo, por la ley pulpín, por los jóvenes, por la memoria de sus padres, etc. Incluso una emocionada y despistada militante del Partido Aprista Peruano imaginó que estaba en el mitin por el “Día de la Fraternidad” y extrajo su pañuelo blanco para saludar a la concurrencia.

Mención aparte merece la ausencia de respeto de los asistentes que actuaron como “barra brava” al pifiar a los concejales de Dialogo Vecinal en una evidente demostración de intolerancia democrática. El más abucheado fue Augusto Rey Hernández de Agüero quien se olvidó dar la mano al presidente de la república y al cardenal. Sin embargo, tuvo la actitud caballerosa de excusarse por las redes sociales: “Lamento no haber saludado a invitados en mesa principal de juramentación. Error inducido por pifias de solidarios. Mis disculpas”.

También, contenían omisiones los textos leídos al juramentar los no creyentes. Se retiró el crucifijo, pero se evadió cambiar el tenor que dice: “Si así lo hicieres, que Dios y la patria os premie”. Cuando se juramenta a un ciudadano agnóstico o integrante de otra religión debe redactarse un mensaje que rehúya mencionar a Dios y los santos evangelios.

La disertación de Luis Castañeda Lossio se caracterizó por su desorganización, incoherencia, euforia, carencia de estructura y, además, por los innumerables aplausos de sus partidarios en una manifiesta falta de sobriedad. Expuso un listado aislado de futuras obras e hizo referencia a los alcaldes distritales con los que ha ejecutado trabajos coordinados y hasta pidió a uno de ellos ponerse de pie. Parecía una alocución de cierre de campaña electoral. Soslayó aludir vocablos como: honestidad, honradez, honorabilidad, lealtad, transparencia, austeridad y decencia.

Por último, la “cereza en el pastel” provino del dirigente máximo del Partido Nacionalista. Se le percibió incómodo al lado de Juan Luis Cipriani con quien, por cierto, mantiene distante trato a pesar de su vecindad en la Plaza de Armas. Esquivó mirar al primado de la Iglesia Católica al momento de mencionarlo. Señal inconsciente de mortificación e inelegancia.

Nuevamente, habría que recordarle al primer mandatario que él personifica a la nación. En tal sentido, debe considerar las indicaciones establecidas en el protocolo del estado. La solemnidad que distingue y enaltece a un representante de su alta jerarquía siempre es obviada por un ocurrente y desatinado Ollanta Humala. Se dirigió al nuevo inquilino de la Municipalidad de Lima diciéndole: “Lucho”.

Invoco al residente de Palacio de Gobierno a documentarse acerca de las pautas que enmarcan su actuación y aceptar las orientaciones de la Dirección General de Protocolo y Ceremonial del Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores. Reitero, por lo tanto, lo expresado en mi nota intitulada “Protocolo y estilo de presidente Humala” (2012): “Del mismo modo, es palpable la ausencia de preparación de presidente Humala Tasso en sus presentaciones. Sería recomendable que se organice, redacte el esquema de sus discursos, reúna información a fin de enriquecer sus intervenciones y así sus mensajes tendrán un contenido fructífero. Su participación siempre es esperada con expectativa y, en consecuencia, debe trascender. Sugiero grabar sus ponencias, incrementar su cultura general, evaluar su desenvolvimiento y evitar el uso continuo de muletillas que obstruyen la fluidez de sus disertaciones”.

La periodista Milagros Leiva en su cuenta en twitter aseveró: “Castañeda ha roto los protocolos en su juramentación. Ojalá rompa su tradición pasada y no gobierne con lunas poralizadas. Sí a la prensa!!!”. Anhelamos que las venideras presentaciones de nuestra autoridad metropolitana se definan por su ponderación, originalidad y congruencia. Le otorgará indudable realce y prestancia.