En vísperas del 198 aniversario de la Independencia del Perú -llevada a cabo el 28 de julio de 1821- juzgo pertinente evocar la importancia del ceremonial en relación a este emblema. Más aun al verificar el lamentable y frecuente desacato existente en esta significativa efeméride. Seguidamente, algunos antecedentes.
El 21 de octubre de 1820, José de San Martín creó nuestra primera bandera. El cruce de dos líneas diagonales la dividía en cuatro campos. Los espacios superior e inferior eran de color blanco, mientras que los extremos eran de matiz rojo. Al centro figuraba una corona ovalada de laurel y dentro un sol surgiendo por detrás de elevadas montañas sobre un mar tranquilo.
Son diversas las versiones acerca de la inspiración del libertador argentino al momento de erigir este símbolo. Existen quienes señalan que tomó los colores de Argentina (blanco) y de Chile (rojo), países originarios del Ejército Libertador. Otros la atribuyen a la tonalidad de las abundantes parihuanas, de la bahía de Paracas, que volaban sobre su escuadra al instante de su desembarco. Adjudican el rojo porque alude a la sangre de nuestros héroes y mártires; mientras el blanco representa la libertad, la justicia y la paz.
A lo largo del siglo XIX hemos tenido sucesivas banderas. La vigente fue instaurada por Simón Bolívar el 25 de febrero de 1825. Durante el gobierno de Manuel A. Odría se estableció el D.L. 11323, del 31 de marzo de 1950, titulado “Disposiciones que deberán observarse respecto a los símbolos de la Nación: Escudo Nacional, Gran Sello del Estado, Bandera Nacional, Pabellón Nacional, Estandarte y Escarapela Nacional” que, ampliamente, especifica las características y pormenores de estas insignias. Sin embargo, se tejen innumerables y asiduas confusiones, en todos los ámbitos de la sociedad, debido a un contundente desconocimiento. Ahora me referiré, únicamente, a la Bandera Nacional.
Según la Ley 8916, del 6 de julio de 1939, corresponde izarla en los días de la celebración patria en todas las casas, edificios, fábricas, etc. de propiedad particular. Si hubiera que enarbolar la peruana y extranjera, la nuestra tendrá igual dimensiones a la foránea y ocupará el lugar preferencial. Siempre será ondeada en asta al tope. Un aspecto que pasa inadvertido está referido al orden de izamiento en caso de hacerse con otras extranjeras: la peruana es la primera y al ser arriada, será la última.
Cuando esté colocada en asta, ventana, puerta o balcón quedará al centro, si está aislada; a la derecha, si hubiera otra de nación distinta. Se entiende a la derecha de frente para la calle. En un desfile tiene el lugar de honor a la derecha y, al mismo tiempo, si concurren de distintos estados, la peruana irá dos metros delante de la línea formada por el resto de banderas. En un estrado se hallará a la derecha (visto desde el escenario) y quedará a la derecha del orador. Si está desplegada en una pared con otra bandera y con las astas cruzadas, la peruana estará a la derecha y su asta sobre el del otro emblema.
Es oportuno comentar sus medidas y proporciones. Según el D.S. 007-92-CCFA, del 13 de octubre de 1982, sus dimensiones guardarán correspondencia con la envergadura de la construcción. Es decir, un inmueble de cinco metros de altura, no exhibirá una de igual tamaño que uno de diez, quince o más metros. La base y talla de asta tendrán analogía con su extensión y, por otra parte, la tela de la bandera será de seda llana.
Los mástiles en los edificios quedarán puestos en el plano vertical a la fachada, a plomo al colocarse en el techo frontal e inclinado hacia afuera, con relación a la vertical, máximo hasta 30 grados, al ser situada en la pared encima de la puerta o ventana. Cuando sea instalada extendida y sin asta en calles, plazas, edificios y puertas, deberá hacerse de modo que esté en sentido horizontal el lado mayor del rectángulo.
La visible euforia colectiva en la fiesta nacional posibilita percatarnos de una secuencia de anomalías y manifestaciones irrespetuosas. Del mismo modo, hay ciudadanos que la ubican en las ventanillas de sus viviendas como si fuese un letrero propagandístico; automóviles adornados en épocas de campeonatos deportivos; conocidas modelos posan con ésta en sesiones fotográficas; políticos en actos públicos se exhiben envueltos como parte de su atuendo. En tal sentido, acordémonos que “constituye símbolo de muy alta significación que solo deben ser empleado con respeto y unción cívica, no debiendo ser usado para propósitos desviados, ni actos reñidos con la noble finalidad para la que fue creado” y, por lo tanto, aprendamos a situarla en el pedestal que amerita en su condición de ícono de la peruanidad.
Es conveniente tener a la vista lo estipulado en el artículo 15 del Ceremonial del Estado y Ceremonial Regional (D.S. 096-2005-RE): “La Bandera Nacional es principal símbolo de la patria. En sus diversas representaciones, Estandarte o Pabellón, debe ser saludada por las autoridades civiles con una reverente inclinación de cabeza y por las autoridades castrense de acuerdo con sus reglamentos”.
También, existen preceptos en los funerales. Ésta se apostará extendida en el féretro y en el entierro se le ubicará de tal manera que los amarres queden a la cabeza del difunto; será retirada al momento de la sepultura, no descenderá a la fosa, ni tocará el suelo. En situaciones de duelo nacional es izada a media asta y en caso de ser conducida en marcha, el luto será indicado por un lazo de crespón, atado junto a la lanza.
No obstante, las extravagancias en “perulandia” son asiduas, hilarantes y desmedidas. Recuerdo el peculiar sepelio de un personaje elocuente de la música criolla: Augusto Polo Campos (2018), cuyo féretro fue paseado por la Alameda de los Descalzos del distrito del Rímac portando el Pabellón Nacional (la bandera con el escudo) y, paralelamente, se sucedían bailes y cánticos mientras el ataúd era zarandeado por los cargadores al compás de la música. Una muestra incuestionable y reprochable del grado de rusticidad, carencia de sobriedad e incorrección imperante. Idéntico desacato aconteció en las honras fúnebres del cantante Arturo Cavero Velásquez (2009), a su ingreso y salida del Congreso de la República.
Existen dos conmemoraciones en homenaje a este excelso distintivo. El “Día de la Bandera” (7 de junio) instituido en reminiscencia a la Batalla de Arica (1880), en la que se inmoló el héroe del Ejército Peruano, Francisco Bolognesi. Asimismo, el 28 de agosto se realiza la “Procesión de la Bandera”, en la localidad de Tacna, en ofrenda a la anhelada reincorporación de esta jurisdicción al Perú -de acuerdo a lo dispuesto en el Tratado de Lima de 1929- luego de 45 años de ocupación chilena como consecuencia de la Guerra del Pacífico (1879 - 1884).
Un comentario adicional: discrepo con la afamada expresión “un saludo a la bandera” -como se dice con reincidencia en “perulandia”- en alusión a un gesto o determinación carente de valor. Reclinarse ante la bandera es una afirmación de genuflexión. Esta infortunada frase sintetiza las ilimitadas penurias cívicas, democráticas y morales sobresalientes en el país de “todas las sangres”.
Dentro de ese contexto, ratifico lo aseverado en mi escrito “En el día de la patria: El reino de Perulandia”: “…Es la tierra del ceviche, el pisco sour, el tacu tacu, los anticuchos, el arroz con leche, la jarana criolla y otros íconos consumistas. En las solemnidades patrias sus colectividades lucen escarapelas en sus pechos, banderines en sus autos y banderas desteñidas en los techos de sus casas, puestas por obligación para sortear la multa municipal, y están atosigados de avisos publicitarios incitando efímeros afectos nacionalistas. Ni siquiera saben las estrofas completas de su himno. El eslogan ´un saludo a la bandera´, define el escaso significado de esta insignia”.
Exhibamos reverencia hacia la Bandera Nacional. Nos acompaña en intensas y magnánimas jornadas de la república. Es testigo en el acontecer de un pueblo que debe perpetuar lo anotado por el eminente investigador, naturalista y sabio italiano Antonio Raimondi (Milán, 1824 - San Pedro de Lloc, 1890), coincidentemente, arribado al puerto de El Callao el 28 de julio de 1850: “En el libro del destino del Perú, está escrito un porvenir grandioso”.
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