viernes, 26 de diciembre de 2014

¿Somos solidarios los peruanos?

Coincidiendo con las celebraciones de la Natividad surgen espontáneas e inusitadas manifestaciones de solidaridad en compañías, familias y gente en general. Se respiran tiempos de súbita aproximación al drama ajeno traslucido en incontables gestos de suponer bien intencionados.

Pareciera que, únicamente, en vísperas de esta efeméride cristiana estamos inmersos en variadas emociones. Para empezar, creo pertinente incidir que no es lo mismo “solidaridad” y “caridad”. En ocasiones se confunde el alcance de ambos conceptos. Una obra caritativa no precisamente define un comportamiento solidario.

El diccionario de la Real Académica Española especifica la solidaridad así: “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Considerando esta descripción me preguntó: ¿Es la solidaridad una virtud en nuestra sociedad? A mi parecer, estamos lejos de lograr su interiorización. No obstante, acreditan lo inverso los genuinos lazos que caracterizaron a los antiguos pobladores del Imperio de los Incas: sus organizadas funciones comunitarias, los principios que sustentaron sus quehaceres y, además, un sólido vínculo cooperativo reflejado en su estructura social.

Desde mi punto de vista, este valor está conectado con la empatía. Un sujeto empático tiende a exteriorizar determinadas impresiones y, por lo tanto, rasgos solidarios. Recordemos que ésta consiste en entender los pensamientos e inquietudes ajenas y de ponerse en su lugar. No es preciso pasar iguales experiencias para interpretar mejor a quienes nos rodean.

La solidaridad humaniza al individuo y lo enlaza con su hábitat. Nos corresponde fomentarla a fin de persuadir sobre la importancia de esta cualidad que vincula, hermana y cohesiona a los hombres y mujeres. Asimismo, acrecienta la autoestima. Cuando brindamos colaboración a otros, nos sentimos útiles y fortalecemos nuestra autovaloración, experimentamos satisfacción e incrementamos nuestra sensibilidad. Facilita ampliar nuestro conocimiento acerca de la compleja composición de un país invertebrado, marcado por enormes desigualdades y abismos estructurales.

Amable lector: tengo algunas dudas que deseo compartir con usted. Es favorable la presencia de organizaciones no gubernamentales que hacen una efectiva y sostenida faena solidaria en nuestra capital. Se percibe una respuesta institucional que ofrece su magnánima cooperación con el prójimo. Vemos una mayor toma de conciencia entre los jóvenes que efectúan altruismo y comparten experiencias que coadyuvarán en su crecimiento e identificación con su medio.

Por el contrario, la solidaridad individual no está reflejada en igual dimensión. Existen personas afiliados a entidades que cumplen labores comunitarias; sin embargo, no imitan esas prácticas con sus consanguíneos y amigos. ¿No es una contradicción? ¿Porqué muchos emplean la solidaridad de la puerta para afuera? Tal vez conviven sentimientos de culpa o la necesidad de proyectar una imagen incoherente con sus emociones.

Concurre un cúmulo de argumentos para analizar y, de esta manera, entender los rasgos de nuestra sociedad. Los peruanos evadimos apropiarnos del medio porque rehusamos asociar lo que está a nuestro alrededor como propio. Obviamos incorporar a la comunidad en nuestro proyecto personal –como resultado de un endeble sentido de pertenencia- y procedemos a mirar displicentes y criticar con agudeza las aflicciones de los demás.

Vivimos envueltos en un aturdimiento masivo tan grande que somos renuentes a adherirnos a las penurias foráneas. La consigna “primero yo, segundo yo y tercero yo” es un lema de “sabor nacional”. Reflexionemos y empecemos por la educación en el nivel familiar con la finalidad de promover una acción de vida unida a nuestra realidad.

En ese sentido, reitero lo expuesto en mi artículo “La solidaridad: Un valor enaltecedor” (2013): “Algunos simbólicos actos pueden ser un primer paso: visitar a un familiar enfermo, ayudar a quien atraviesa dificultades, dar asistencia al compañero de trabajo, brindar auxilio a una anciana al cruzar la calle, consolar a un amigo lleno de padecimientos, identificarnos con causas colectivas, ofrecernos para una labor voluntaria, entre otras tantas ideas. Sugiero dejar de mirarnos solo a nosotros mismos, para comenzar a ver el mundo en el que estamos envueltos”.

De otra parte, quiero referirme a la esfera institucional. Hay empresas privadas que aplican, como parte de su filosofía corporativa, el concepto de Responsabilidad Social con el afán de orientar sus esfuerzos en beneficio de sus trabajadores, sus familias y su ámbito de influencia. Es saludable que las compañías entienden la conveniencia de forjar buenas relaciones internas y externas. Visto desde la perspectiva empresarial, posibilita una actuación enmarcada en la solidaridad.

Observo entidades, incluso de educación superior, en donde la solidaridad se traduce en loables y pomposas jornadas navideñas, entre un sinfín de actividades de ficticia confraternidad. Pero, se rehúye aplicarla en el modo de despedir a un trabajador, en momentos adversos para sus colaboradores -como el deceso de un familiar cercano- o cuando suceden accidentes, enfermedades, etc. El silencio, la indiferencia y una coartada convenida constituyen el “sello” gremial.

Es usual hacernos los “ciegos, sordos y mudos” para evadir asumir una postura ante sucesos que acontecen en nuestro centro de labores. Sin embargo, no significa incapacidad para evaluar el discordante o ausente espíritu de reciprocidad. La actitud en “perulandia” consiste en desentendernos, con sutileza y discreción, del mortal ubicado a nuestro lado.

La solidaridad debiera interpretarse como una de las más extraordinarias muestras de acercamiento entre los seres humanos. Su aplicación honesta, fiel y continua revela nuestras convicciones. Convirtamos su acepción en un apostolado inequívoco y esperanzador e invoquemos las palabras del recordado Juan Pablo II: “La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos”.

martes, 16 de diciembre de 2014

En vísperas de la Navidad: Tips de etiqueta social

La proximidad de la fiesta del misterio de la Natividad genera, en la inmensa mayoría de la población cristiana, algarabías de emociones y preparativos inherentes a esta efeméride religiosa. En tal sentido, he creído conveniente presentar diez sencillos consejos para exhibir un óptimo comportamiento y un elevado nivel de convivencia social.

Dejo constancia que no es mi intención enunciar pautas acartonadas e inflexibles como las que habitualmente escuchamos de ciertas profesoras e instructoras “pipiris nais”, cuyo proceder anticuado, anacrónico y poco práctico contribuye a distanciar esta temática de las inquietudes diarias de la gente. Me interesa ofrecer algunos concisos aportes encauzados a un mejor desenvolvimiento personal.

Primero: Cuando reciba congratulaciones por email, facebook, tarjetas impresas, etc. tenga la cortesía de retribuir esas muestras de afecto. Evite colocar vocablos gastados como: “Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo”. Sea original, efusivo y espontáneo y, además, obvie hacer llamadas eufóricas de medianoche que agobien a quienes cenan o duermen. Un poco de cordura no está nada mal.

Segundo: Es recomendable rehuir realizar regalos onerosos. Pueden generar reacciones de contrariedad y desagrado. Sea minucioso en su elección. Es una celebración cristiana; decline contribuir con su desatino a incrementar el consumismo. Obsequiar sólo por “cumplir”, lo hará quedar mal. Mediante una llamada telefónica o mensaje electrónico agradezca los presentes.

Tercero: Durante la flamante cena de medianoche consuma los alimentos como sino tuviera hambre y beba los licores aparentando carecer de sed. Convierta la calma, la serenidad y la ponderación en su estilo de proceder en la mesa. Por el contrario, hay quienes parecieran no haber comido en días. Nunca tome el trozo más grande, eluda insinuar que está con apetito y servirse de manera exagera. Tampoco efectúe comentarios inelegantes y, por cierto, soslaye preguntar por el precio de la comida, la receta o el lugar en donde fue adquirida. Un punto imprescindible: no coloque su celular como si fuera un cubierto o un “amuleto”. Por favor, apáguelo y goce de un instante agradable y apacible.

Cuarto: Si tiene la costumbre de visitar a sus allegados, acuérdese de llamar por teléfono para anunciar su deseo de saludar personalmente y renuncie, al menos que sea invitado, a acudir en momentos desatinados o coincidentes con las horas de los alimentos. No se invite a sí mismo, como es común en nuestro medio. Diferénciese por su pertinencia y delicadeza.

Quinto: En estos días es frecuente encontrarnos en lugares públicos, centros de trabajo y reuniones familiares, con personas que gustan comentar sus “planes navideños”. Si usted sabe que determinados prójimos atraviesan complicaciones, inhíbase de orientar la plática hacia estos temas. Sea respetuoso de los padecimientos de nuestros semejantes. No todos están de “fiesta”. Existen quienes se encuentran tristes por la pérdida de un ser querido, entre varias razones que inspiran congoja.

Sexto: Si lo invitan a una cena navideña lleve un obsequio para la dueña de casa y/o algún postre o licor para compartir con el resto de comensales. Es un gesto distinguido y acertado. Si fuera posible indague acerca de los gustos y preferencias de quien hace la convocatoria. Los detalles definen al ser humano.

Sétimo: Agradezca la invitación mediante una comunicación telefónica o por correo electrónico. Siempre complace a los anfitriones el reconocimiento de sus agasajados. Es una demostración de finesa poco practicada en nuestra colectividad: marque el contraste.

Octavo: Cultive la puntualidad y prescinda -como todo el mundo en Lima- culpar a la aguda congestión vehicular de esta época del año. Ande precavido y planifique sus actividades con antelación. Así evidenciará afables modales y óptimo nivel de organización.

Noveno: La quema de cuetes y luces de bengala debe hacerse en horas apropiadas para sus vecinos. Tenga presente: sus derechos terminan en donde empiezan los ajenos. Sea comedido y prevenga generar ruidos molestos valiéndose del jolgorio general. Aprenda a cohabitar en armonía con su entorno y, por lo tanto, desarrolle el cada vez más escaso “sentido de pertenencia”.

Décimo: No fomente conversaciones encaminadas a competir sutilmente sobre el regalo realizado por la esposa, el novio, etc. Es común encontrar hombres y mujeres que les encanta revelar los costos de los presentes recibidos o efectuados y, lo que es peor, interrogan a otros sobre estos asuntos. Ello puede originar molestias e incomodidades. Y aún cuando no fuese así, deje de lado esa usanza empleada para indagar o exponer cuestiones vinculadas con la adquisición de bienes tangibles.

Una acotación aparte: Sugiero a los padres de familia que premian las excelentes calificaciones escolares de sus hijos con propinas y agasajos pomposos, enseñarles que más importante que una favorable nota en sus libretas, es ennoblecer sus vidas por la trascendencia de sus valores. Educarlos con el ejemplo de fidelidad, honradez, lealtad, caridad, entre otros conceptos contribuirá a moldear sus existencias en un marco sólido de principios. Aprovechemos esta conmemoración, en la que evocamos el nacimiento de Jesús, para afianzar nuestras convicciones cristianas.

Por último, reitero enfáticamente lo expuesto en mi artículo “La frivolidad de la Navidad” (2013): “Cuanto desearía que las familias eleven una oración entorno al pesebre, en lugar de esperar con expectativa ‘asaltar’ el árbol -decorado en incontables casos al estilo de un ekeko- para abrir los presentes. Ojalá hubiera un mínimo empeño para disfrutar de éste aniversario sustentado en las virtudes del cristianismo. Los mercaderes expulsados por Jesucristo del templo se han apoderado de su natalicio”.

Muchos augurios a quienes ambicionan un mundo pleno de ideales, esperanzas, perseverancias, optimismos y alegrías. Anhelo que las ilusiones navideñas influyan en cada uno de nosotros para vivir imbuidos del genuino testimonio del sucesor de María y José. Desistamos de las triviales manifestaciones materialistas y, especialmente, aprendamos a interiorizar lo ofrecido por el Espíritu Santo.

martes, 9 de diciembre de 2014

¿Tiene usted habilidades sociales?

Uno de los temas que más incumbe considerar a la sociedad en su conjunto está relacionado con la importancia de conocer, apreciar y expandir las “habilidades sociales”. Un término tan venido a menos en estas épocas y cuyas implicancias en el bienestar personal nos concierne incentivar.

Para empezar definamos las “habilidades sociales”. Se refiere a la capacidad del hombre para tratar y congeniar con el resto de semejantes. Incluyen las dimensiones que permiten la ampliación de un repertorio de acciones tendientes a un desenvolvimiento cierto.

Por su parte, Celia Rodríguez Ruiz, escritora, pedagoga y experta en terapia infantil, en su interesante artículo “Habilidades sociales: Educar para las relaciones sociales”, afirma: “Es fundamental prestar especial atención al desarrollo de las habilidades sociales, ya que en primer lugar son imprescindibles para la adaptación de los niños y niñas al entorno en el que se desarrollan sus vidas, y posteriormente estas habilidades les van a proporcionar las herramientas para desenvolverse como adultos en la esfera social, siendo la base clave para sobrevivir de manera sana tanto emocional como laboralmente”.

Quiero incidir en la trascendencia de su interiorización a fin de lograr establecer mejores lazos de convivencia y, además, tender un vínculo fluido, armonioso y tolerante en cualquier escenario o circunstancia. La intensificación de estas aptitudes está relacionada, consecuentemente, con el incremento de la empatía, el autocontrol, la autoestima y la inteligencia emocional.

Al mismo tiempo, de manera eficiente, logramos comprendernos, encontrar amigos y conocer a los que tenemos, optimizar las relaciones familiares, aumentar el rendimiento escolar, universitario y laboral y, además, forjar prolífero trato con superiores y colegas. Su implementación favorecerá nuestra forma de encarar las vicisitudes de la vida diaria. Más aún si pensamos en los elevados índices de conflictividad que acontecen en todos los ámbitos en donde nos desenvolvemos.

Por el contrario, evadir poseerlas puede tener mayores consecuencias en nuestro proceso de interacción. Por ejemplo, no comunicará eficazmente necesidades y sentimientos, será difícil hacer amistades y conservar los que se tiene, se apartará de actividades primordiales y divertidas y, probablemente, se encontrará sólo, perderá amigos ó tendrá desencuentros con ellos. Carecer de estas prácticas mutilará la construcción de nuevas y provechosas conexiones humanas.

Hay dos categorías de “habilidades sociales”: básicas y complejas. En el trajín de mi actividad docente alterno con personas (incluso profesores) carentes de competencias simples como saludar, sonreír, dar cumplidos, agradecer, exhibir capacidad de integración y trabajo en equipo. Es decir, aplicar acciones obvias orientadas a forjar una briosa aproximación con el semejante y auspiciar una satisfactoria calidad de vida.

Las “habilidades sociales” complejas están ligadas con el despliegue de la asertividad en la comunicación y la inteligencia interpersonal. Los individuos que la poseen saben expresar quejas, rebatir peticiones irracionales, revelar sentimientos, defender sus derechos, pedir favores, resolver situaciones agudas, acoplarse con el sexo opuesto, tratar con niños y adultos. Estas destrezas tienen un impacto directo en contextos de tirantez y demandan de una sólida configuración personal.

Asimismo, permiten el crecimiento humano y facilitan exhibir facultades mínimas para hacer frente a aspectos inciertos. La tensa afinidad entre familias, vecinos, colegas y en centros de trabajo, debe llevarnos a pensar en lo indispensable de desplegar estas virtudes con el afán de contar con los elementos que afiancen nuestra conducta. Conocernos, reflexionar, explorarnos y administrar con sapiencia nuestro mundo interno, incentivará estas competencias.

No obstante, sucede lo contrario. Cada vez son ascendentes las impaciencias que debemos enfrentar, entre otras razones, por la presión de una colectividad estresada, insolidaria, exaltada e indiferente y, por el contrario, la composición de los hombres y mujeres es limitada. Existe una carencia de “habilidades sociales” esenciales que nos deja atónitos en múltiples acontecimientos y, especialmente, cuando provienen de prójimos con determinada formación e instrucción que supondría un mínimo despliegue de estas pericias. No es así y, probablemente, sus inopias sean frecuentes.

Deploro que en nuestro medio se advierta una resignación, por instantes abrumadora, acerca de la habitual carestía de estas facultades que limitarán altamente el ascenso del sujeto. Personas de variadas ocupaciones laborales que, por la naturaleza de sus quehaceres requieren de un prodigioso nivel de estas cualidades, son renuentes a saludar y mostrar afables gestos, huérfanas de las mínimas nociones para fomentar una conversación, arropadas en su reducido y marginal círculo amical, incapaces de integrarse socialmente, inseguras en su toma de decisiones y sobreprotegidas en su estrecha zona de confort. Fiel expresión de lo que he denominado “chuncholandia”.

Es conveniente tomar en cuenta la concordancia que debe existir entre el grado de responsabilidad profesional y las “habilidades sociales”. Esta es una condición para encarar más complejos retos particulares, ascender en una empresa y salir airoso en un proceso de selección de personal. Rehuyamos subestimar su valor en nuestro progreso y en la búsqueda de una duradera interacción humana.

lunes, 13 de octubre de 2014

Reflexiones sobre la autoestima

Como todos sabemos la autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser, de quienes somos e incluye el conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad. Esta se puede aprender, cambiar y mejorar en el transcurso de nuestra existencia.

A partir de los cinco o seis años empezamos a cimentar un concepto de cómo nos ven nuestros mayores, compañeros y amigos y, por lo tanto, las experiencias adquiridas van perfilando nuestro ser. De modo que, es importante que los ascendientes y/o tutores emitan emociones y señales destinadas a apuntalar la autoestima, por cuanto en esta etapa se define el crecimiento interno.

En el hogar se trasmiten los primeros valores que llevarán al niño a formar su identidad. Muchas veces los padres actúan, por desconocimiento u omisión, de manera perjudicial y dejan marcas ocultas en sus descendientes. Progenitores con déficit de autoestima transmitirán inconscientemente –y creyendo que es correcto- mensajes y comportamientos tendientes a mermar el ascenso de la autoestima de su hijo. También están los que aprecian los logros, esfuerzos y realizaciones de sus vástagos y, por lo tanto, contribuyen a afianzar su personalidad.

En gran medida la autoestima es responsable de los fracasos y éxitos del ser humano. Una autoestima adecuada ampliará la capacidad de desplegar las habilidades y aumentará la seguridad; mientras que una autoestima baja se enfocará hacia la derrota y frustración. Es decir, ejerce una notable influencia sobre la conducta.

Por esta razón, resulta interesante analizar la autoestima de un individuo para comprender, con escasos márgenes de error, su evolución y las determinaciones adoptadas que, en mayor o menor nivel, pueden haber contribuido a su bienestar. Tiene una implicancia intrínseca en la biografía emocional y, en consecuencia, es una especie de “soporte” que brinda ímpetu para enfrentar el trajinar de la vida.

Es pertinente hacer críticas constructivas, asumir actitudes provechosas, confiar en si mismo, conducirse en función de sus creencias, perfeccionar la sensibilidad, la habilidad social y ser diligentes en reconocer fortalezas y debilidades. El beneplácito individual es medular para entender y elevar la autoestima.

Un individuo con autoestima positivo marca diferencias. Así, por ejemplo: Cree firmemente en ciertos valores y principios; obra según crea más acertado, confía en su propio juicio; no emplea demasiado tiempo preocupándose por lo halla ocurrido en el pasado; tiene confianza en su asertividad para resolver sus propios problemas; se considera y siente igual a cualquier otra persona, aunque admite distinciones; da por supuesto que es interesante y valioso; no se deja manipular, aunque está preparado a colaborar si le parece conveniente; acepta en sí mismo una variedad de sentimientos, tanto positivos y negativos, y está dispuesto a revelarlos; es capaz de disfrutar diversas actividades como trabajar, jugar, caminar, leer, etc.

Con frecuencia observo, en mi quehacer docente, realidades que evidencian bajísimos estándares de autoestima que, a su vez, posibilita concebir –más no justificar- conductas miedosas, abyectas y ambivalentes. Por ejemplo, la habitual vacilación del alumno a intervenir, expresar sus discrepancias o formular un aporte por el espanto a ser rechazo por sus condiscípulos. Ese mismo ejercicio podríamos trasladarlo a las esferas profesionales en donde incontables colegas se hacen los “sordos, ciegos y mudos” y evaden dar sus puntos de vista cuando existen desacuerdos.

Existe un sinfín de situaciones que grafican nuestra deteriorada autoestima. Miedo, inseguridad, duda y urgencia en conseguir la aprobación de otros, son características frecuentes. Algunos ejemplos usuales: falta de convencimiento para defender nuestros derechos, inexistente firmeza para exponer lo pensado sin dejar de estar al tanto de la aceptación que nuestro parecer puede merecer en los demás, recelo a exhibir con hidalguía nuestros actos sin importarnos coincidir con quienes nos rodean, incapacidad para tomar resoluciones inspiradas en convicciones, etc.

Sugiero, con absoluta modestia, prestar atención a la actuación del prójimo para percatarnos con claridad de sus índices de autoestima y, por lo tanto, comprender su falta de valentía y certidumbre en sus decisiones. Expresiones frecuentes como “no te compres lío ajeno”, “evita decir lo que piensas” o “hazte el desentendido” son el espejo de una colectividad con insuficiente autoestima frente a la que debemos rehuir resignarnos.

Hace unos días explicaba a mis estudiantes la importancia de vigorizar y desplegar la inteligencia interpersonal con el afán de forjar fructíferas relaciones de convivencia social y asegurar una sólida comunicación con nuestros semejantes. Explique cómo en nuestro medio la denominada (por el suscrito) “chuncholandia” muestra, entre otras demostraciones, la deslucida autoestima de los peruanos y, por cierto, de los jóvenes en particular. Me referí a esa clamorosa necesidad de sentirse protegidos, únicamente, cuando están rodeados de su grupo familiar, amical o sentimental.

Por lo tanto, existe temor a construir relaciones con los que no integran su entorno más cercano. Se percibe pavor de salir de su “zona de confort” a pesar de perder la oportunidad de explorar nuevas vinculaciones humanas que pueden generar una diversidad de experiencias, conocimientos y aprendizajes. Es rutinario ver hombres y mujeres aparentemente fluidos, desenvueltos y extrovertidos, sólo cuando se encuentran con su secta amical, laboral o sanguínea. Su diminuta autovaloración les imposibilita desarrollar acercamientos con desconocidos o tomar la iniciativa para fomentar un enlace social.

Sumemos esfuerzos y tengamos una mirada esperanzadora de nuestro destino, construyamos pensamientos llenos de renovadas ilusiones y, además, seamos idóneos para asumir nuestra propia realidad y descubramos el potencial de cada uno de nosotros. No perdamos tiempo: consolidemos nuestras “columnas” emocionales destinadas a resistir los embates de la vida.

domingo, 31 de agosto de 2014

Las Inteligencias Múltiples

Hacía 1983 el renombrado profesor, investigador y psicólogo norteamericano Howard Gardner -graduado con un doctorado en Educación en la Universidad de Harvard- propuso la reveladora Teoría de las Inteligencias Múltiples que lo hizo merecer del premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (España, 2011).

En su planteamiento -motivo de estudio y debate hasta nuestros días- Gardner define la inteligencia como la “capacidad mental de resolver problemas y/o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas”. Asimismo, la determina como una habilidad. Hasta hace poco tiempo se creía congénita: se nacía inteligente o no, y la enseñanza no podía cambiar ese hecho. Tanto es así, que a los deficientes psíquicos no se les educaba, porque se consideraba que era inútil, cuando en realidad existe la parte innata como la adquirida.

Esta hipótesis afirma que tenemos varias capacidades mentales, concretamente: la lógico-matemática, la espacial, la lingüística, la musical, la corporal, la interpersonal y la intrapersonal. Por lo tanto, cuando medimos la inteligencia se sugiere hacerlo basándonos en todas ellas y no sólo en unas cuantas como sucede en el test de coeficiente intelectual aplicado en la etapa escolar que, únicamente, estima las aptitudes matemáticas y lingüísticas. De allí que, sus resultados eluden reflejar la dimensión completa del talento de una persona.

Tengamos presente que la inteligencia está formada por diversas variables como la atención, la observación, la memoria, el aprendizaje y las habilidades sociales. En tal sentido, es la pericia de asimilar, guardar, elaborar información y utilizarla para solucionar contrariedades. El rendimiento obtenido en nuestras actividades diarias depende de la diligencia prestada y de nuestras cualidades de concentración.

Desde mi perspectiva, existen tres inteligencias de vital trascendencia, utilidad y beneficio, cuyas implicancias van más allá del quehacer laboral y tienen una connotación influyente en cualquiera de los ámbitos en donde nos desenvolvemos: Lingüística, Interpersonal e Intrapersonal. Constituyen pilares fundamentales en el crecimiento integral del ser humano. Hablemos un poco de cada una de ellas.

La Inteligencia Lingüística ofrece la posibilidad de platicar y redactar eficazmente. El don del lenguaje es universal y su desarrollo en los niños es similar en todas las culturas. Incluso en el caso de personas sordas a las que no se les ha enseñado un lenguaje por señas, a menudo inventan uno propio y lo usan espontáneamente.

Su ampliación comprende la virtud de comprender el orden y el significado de las palabras en la lectura, la escritura y al hablar y escuchar. Brinda la oportunidad de saber expresarse en de modo óptimo. Una forma de fomentar su impulso es mediante la práctica intensa de la lectura, la escritura y acceder a la cultura. Esto último es algo venido a menos en nuestra sociedad. Existen hombres y mujeres con altos grados académicos y exhiben acentuadas carencias al comunicarse. Esto lo observo con frecuencia en colegas, alumnos y profesionales de distintas disciplinas.

La Inteligencia Interpersonal se constituye a partir de la capacidad para sentir distinciones entre los demás, en particular, contrastes en sus estados de ánimo, temperamento, motivaciones e intenciones. Hace posible advertir los propósitos y deseos ajenos, aunque se hayan ocultado. Permite trabajar con gente, asistir al prójimo para identificar dilemas y promueve la mutua interacción entre los seres humanos.

Finalmente, la Inteligencia Intrapersonal es el conocimiento de los aspectos internos: el acceso a la gama de sentimiento, la disposición de efectuar discriminaciones entre ciertas emociones y recurrir a ellas con el afán de orientar la conducta. Facilita percatarnos de fortalezas, debilidades, inseguridades, prejuicios, complejos y, en consecuencia, ayuda a prever las respuestas generadas por los acontecimientos venideros.

Poseer alto grado de estas dos últimas inteligencias hace al ser humano empático, propone elementos para constituir una buena convivencia social, refuerza una sobresaliente relación colectiva, familiar y laboral y, además, autoriza reconocer sus respuestas afectivas. Faculta enfrentar en mejores condiciones las presiones, adversidades y contrariedades cotidianas. Evitemos subestimar su aporte favorable en el perfil de un profesional con la aspiración de conducir grupos humanos, liderar una organización o coordinar en equipo.

Muchas veces alternamos con individuos poseedores de elevado progreso profesional; sin embargo, tienen precarios estándares de autocontrol, empatía, habilidad social, interacción, tolerancia y pobre noción de su esfera interior. Este desbalance -habitual en sociedades que rehúyen otorgar a los asuntos emocionales sus reales implicancias en el comportamiento- tiene directa preponderancia en su desempeño en la oficina.

Podemos aseverar que, en síntesis, la confluencia de la Interpersonal e Intrapersonal constituyen la Inteligencia Emocional. Una suerte de inteligencia superior que resalta las cualidades intelectuales, académicas y técnicas de un sujeto y, por lo tanto, brinda eficientes instrumentos para su desenvolvimiento. Por el contrario, su carencia opacará sus destrezas. La infinidad de tensiones que acontecen en la sociedad actual deben inspirarnos a afianzar esta inteligencia con el objetivo de forjar una correlación armónica, civilizada y condescendiente con nuestros semejantes.

Por ejemplo, un trabajador destacado por su rendimiento, entrega y disciplina, entre otros méritos. Sin embargo, tiene dificultades para coexistir con sus compañeros, posee un trato inadecuado con los clientes, muestra imposibilidad para superar situaciones de frustración, prescinde mostrar reacciones empáticas, asume actitudes distantes y defensivas y, además, su proceder negativo menoscaba el clima empresarial. Es obvio que tendrá severas complicaciones para permanecer en el puesto o acceder a una superior colocación.

Involucramos en el discernimiento de estos temas posibilitará aprovechar fortalezas, administrar flaquezas y canalizar con asertividad nuestra reacción ante estímulos externos y contribuir a hacer más saludable nuestra calidad de vida. No evadamos el sabio significado del enunciado del filósofo griego Sócrates: “Conócete a ti mismo y así alcanzarás la verdadera sabiduría”.

lunes, 4 de agosto de 2014

¿Una sociedad canibalizada?

Cada vez son más evidentes las muestras de animadversión y malevolencia en todas las esferas sociales. Basta con advertir la forma de conducir de los automovilistas, el proceder del prójimo en lugares públicos, las escenas de celos y los conflictos entre parejas, el obrar ofensivo en una negociación comercial o la manera de afrontar discrepancias, para darnos cuenta del clima de barbarie existente.

Del mismo modo, es también reprochable comprobar cómo estamos “acostumbrados” a la hostilidad, al trato poco educado, inamistoso y, al mismo tiempo, a la visible desconsideración hacia el semejante. Ni qué decir de la indiferencia, la insolidaridad y la apatía que, por cierto, es más peruana que la mazamorra morada.

A la luz de mi experiencia vivencial pienso que las circunstancias tensas, discrepantes y de confrontación, facilitan conocer la magnitud del autocontrol y la formación integral de las personas, más allá de apariencias. Tenga presente: las situaciones beligerantes exhiben la dimensión emocional del individuo. Me refiero a las habilidades blandas.

Requerimos madurar sentimientos de tolerancia y convivencia y, en consecuencia, debemos desplegar una capacidad de aprobación de una persona a otra que sea diferente en valores, ideas, opciones, normas, creencias y prácticas ajenas cuando son contrarias a las propias y aceptar a los demás, comprendiendo el alcance de las distintas medios destinados a entender la existencia humana.

En nuestro quehacer percibimos la beligerancia en las oficinas, las familias, los vecinos y en las actividades más elementales que llevamos acabo. Divisamos en centros comerciales a damas y caballeros ofender a la vendedora por eludir satisfacer sus reclamos que, en múltiples casos, son injustificados. Por ejemplo, en una tienda a la que acudo con frecuencia para realizar las compras semanales en compañía de mi madre de 88 años, observé a un señor incomodarse e increpar a la cajera al verse obligado a ceder su puesto en la caja preferencial. El colmo!

Amigo lector: mire usted como manejan sus carretas los clientes en un supermercado y tendrá una clara noción de la ausencia de afabilidad y miramiento. Observe el estilo de desenvolvimiento de su prójimo y, posiblemente, advertirá las emociones dañinas acumuladas que saltan a la vista en situaciones empleadas como “válvula de escape”. Incluso se utilizan como pretexto los desasosiegos cotidianos a fin de justificar negativas actuaciones.

Existe una atmósfera masiva de rechazo, prejuicio, prepotencia y, por lo tanto, una escasez de inteligencia emocional que impide convivir en los mínimos niveles que el sentido común demandan y que la coexistencia pacífica determina. Hemos transformado el hostigamiento en un modo de vida, la actitud segregacionista en un mecanismo defensivo y el agravio en el sustituto perfecto ante la carencia de argumentos sensatos. Arremeter y arrogarse un desplegar egoísta es un “deporte nacional”.

Tengo un vecino en el departamento del segundo piso de mi casa al que su esposa, por lo menos, tres veces por semana grita de la forma menos imaginada. Sus desencuentros constituyen una “gimnasia conyugal” que ilustra a sus dos pequeños hijos de la armonía, la concordia y el amor de familia. Por su parte, el esposo parece salido del paleolítico superior por las características de su comportamiento.

Las tensiones de la vida diaria no debieran alterar los óptimos estándares de comprensión que se recomienda mostrar en los espacios que habitamos. Sugiero proceder con empatía, habilidad social, asertividad y con una elevada dosis de respeto que conviene alimentar a partir de expandir nuestro “sentido de pertenencia”. Hagamos un esfuerzo comunitario para aprender a convivir dentro de los parámetros de la civilización, la condescendencia y el discernimiento. Podríamos empezar entendiendo que nuestros derechos terminan donde empiezan los ajenos y rehuyamos percibir a los semejantes como enemigos o adversarios inexistentes.

Es oportuno precisar que el ofuscamiento merma nuestra calidad de vida. Forjar vigorosas relaciones humanas nos hará mejores como seres humanos y servirá para afirmar una atmósfera beneficiosa alrededor nuestro. Convendría desistir de las conductas agrestes y de baja autoestima que acentúan la pobre interacción general. En el ámbito profesional este proceder puede traer secuelas perjudiciales e irremediables y, por lo tanto, afectar la favorable evolución del individuo en la empresa.

¿Cuánto entenderemos que nuestra felicidad, paz y tranquilidad es también la de terceros? Desde mi perspectiva, la torpeza impide evaluar las serias secuelas de la creciente “canibalización” de la sociedad en nuestra salud anímica. Anhelo, con ingenua ilusión, que la conveniente reflexión ilumine a los discapacitados emocionales e intelectuales que abundan en dimensiones oceánicas en “perulandia”, inclusive en los escenarios menos imaginados. Recordemos lo dicho por Thomas Jefferson: “Una opinión equivocada puede ser tolerada donde la razón es libre de combatirla”.

domingo, 22 de junio de 2014

Etiqueta social y celos: Dos caras de una misma moneda

Quiero empezar reiterando lo explicado en anteriores notas: la etiqueta social consiste en un conjunto sencillo de exhortaciones tendientes a hacernos agradable la existencia con nuestros semejantes y, por lo tanto, mejorar los tradicionales estándares de entendimiento personal e institucional. Así de simple, amigo lector.

Debemos rehusar sustentar los buenos modales en normas rígidas, acartonadas, inflexibles y fuera de contexto como algunas “pipiris nais” de esta temática plantean, incluso con intransigencia y sin mayores explicaciones. Este atroz y limitado estilo de enseñanza ha contribuido a apartarla de la expectativa de múltiples hombres y mujeres.

Insisto, una vez más, la deferencia, educación y cortesía distingue al individuo que la interioriza, alimenta saludables lazos interpersonales, crea un clima de simpatía colectiva, fortalece las relaciones humanas y evidencia respeto al prójimo. Su estudio y aplicación no debe convertirse en elitista, lejana y antojadiza.

Igualmente, un aspecto central es el autocontrol emocional. Los acontecimientos de tirantez y discrepancia facilitan conocer, más allá de apariencias, el mundo interno de la persona. Su ejercicio está acompañado también de la empatía, la tolerancia, la autoestima y de mecanismos intrínsecos de consideración que fluyen con naturalidad.

Rehuyamos calificar de amable y respetuoso a quien emplea la etiqueta social en función de conveniencias, oportunidades, intereses y caprichos. Existen cientos de mortales -incluyendo variopintas “pipiris nais”- que ejercen inigualables delicadezas en determinadas horas, días o coyunturas. A nivel laboral alterno con colegas “educados” y “educadas” de acuerdo a sus estados anímicos. Nada más hipócrita, forzado y carente de convicción. Por desgracia, aceptamos este desenvolvimiento con una frecuencia inusitada.

Ahora bien, usted se preguntará: ¿Qué relación existe entre la etiqueta social, el autocontrol, la tolerancia y los celos? A continuación intentaré demostrar su íntima ligadura. Aunque parezca radical tenga presente y reflexione acerca de esta aseveración: un celoso tendrá obstáculos para integrar la urbanidad en su vida. Sus celos lo instigarán a adjudicarse conductas ausentes de las mínimas correcciones.

Empecemos precisando la definición de “celos”. Según la psicóloga Carmen Canterla Vásquez, son una respuesta normal que la sienten muchos seres humanos y que surge ante el temor a que la persona amada pueda sentir atracción hacía otra. Cuando esta preocupación es obsesiva y afecta a la relación de pareja, se convierten en un problema.

Asimismo, añade: “…Generalmente las inseguridades del celoso están infundadas, no tienen una base real y constatable. Ve 'rivales' que no lo son, interpreta situaciones y palabras todas ellas basadas en sus miedos e inseguridades y muy lejos de lo que realmente está ocurriendo. Llega incluso a acusar a su pareja de ser infiel directamente, sin que ésta lo sea. La relación se vuelve cada vez más angustiosa y si no se busca ayuda psicológica para afrontar y resolver sus temores e inseguridades, en muchas ocasiones la relación termina por romperse, dado que la situación llega a ser insostenible para ambos”.

Los celos se expresan mediante sentimientos enfermizos por demandas insatisfechas. Esta impresión refleja precariedad por perder dominio o sentir menoscabo en una vinculación interpersonal. Se manifiestan ante la aparición de una circunstancia o individuo que el yo-interno clasifica como dominante y competitiva. Al mismo tiempo están conectados con los índices de autoestima.

Por ejemplo, cuando constatamos a un celoso realizar llamadas inoportunas a su pareja e interrumpir su reunión con amigos, responder con descortesía una comunicación telefónica proveniente de alguien del sexo opuesto, cuestionar muestras de estima hacia otros semejantes, censurar un obsequio o atención recibida de un prójimo, invadir la privacidad al revisar su celular, email y facebook, entre un sinfín de actividades impertinentes, estamos frente a precarios modales.

En una reciente cena de gala presté atención a unos esposos que al llegar a mi mesa se percataron que no estaban situados uno al lado del otro (atendiendo lo aconsejado por el protocolo a fin de fomentar la integración). La dama recriminó a uno de los organizadores; después de recibir explicaciones, tomaron asiento. No obstante, pude observar, a lo largo de la velada, la actitud visiblemente hostil de su señora por el fluido desenvolvimiento de su cónyuge con las señoras de su derecha e izquierda.

Este es sólo uno de los tantos episodios que podría compartir. Un comentario entre paréntesis: en una mesa nunca se sientan juntos los consortes o novios para prescindir darse muestras excesivas de cariño, platicar entre ellos obviando a los otros comensales o iniciar discusiones que serán advertidas por los demás. Alternar la ubicación de las parejas estimula la activa participación de los invitados. Esto debieran anotar ciertas damas que haciendo gracia de su reducida destreza interpersonal y acreditada “chuncholandia”, apostan sus carteras en los sillones de ambos lados para reservar sitio a una amistad o pariente. Una costumbre típica en un medio atestado por tosquedades, ridiculeces y cofradías.

El celoso estará siempre influenciado por la incertidumbre, el temor y, por lo consiguiente, asumirá comportamientos que desdibujan una imagen madura, sobria y asertiva. Un profesional prestigioso distorsionará el favorable concepto obtenido en el trabajo, la familia y los amigos, al poner a la vista las torpezas impulsadas por sus suspicacias. Recuerde: los gestos deslucidos perjudica la impresión que terceros tienen de usted.

Otra implicancia sustancial está referida a las consecuencias del obrar del celoso. Aparte de evitar darse cuenta de su estilo de conducirse anormal y desatinado, sus reacciones mermarán su calidad de vida, -por los momentos de tensión, angustia y alteración que afrontará- perjudica su trato con el sujeto que cela y sus prácticas quebrantarán el clima de coexistencia en su entorno. Vale decir, concluye convirtiéndose en un ser tóxico y empobrecido. Expresiones como: “así soy yo”, “todos son celosos”, etc. sólo confirman lo expuesto sobre los vacíos en la afable educación de un celoso.

Es importante analizar estos temas con una plural disposición autocrítica. Infinidad de veces la autosuficiencia e ignorancia (bien se dice que ésta última es atrevida) hacen poco probable reorientar la actuación humana. Recomiendo comprometernos a efectuar esta ardua labor encaminada a corregir nuestro complejo escenario afectivo. Hacerlo no debiera suscitar un océano de vacilaciones, respuestas defensivas o confrontaciones.

Me regocija recordar, para culminar con una dosis de ironía, la acepción de “celos” de un sátiro alemán: “Creencia que consiste en creer que existe otro con tan mal gusto como uno”. Del mismo modo, tengamos en cuenta las palabras del escritor español Miguel de Cervantes: “Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta”.

lunes, 9 de junio de 2014

¿Qué son las habilidades blandas?

Desde hace mucho tiempo tenía la expectativa de escribir sobre las llamadas “habilidades blandas” y su influencia en nuestro engrandecimiento personal. La dinámica de vida tan apremiante que afrontamos exige preocuparnos por este asunto para lograr una mejor integración en nuestro entorno laboral, familiar y amical.

Las habilidades blandas son aquellos atributos que permiten actuar de manera efectiva. Confluyen una combinación de destrezas destinadas a tener una buena inter-relación; es decir, saber escuchar, dialogar, comunicarse, liderar, estimular, delegar, analizar, juzgar, negociar y arribar a acuerdos. Engloban un conjunto de aptitudes transversales e incluyen el pensamiento crítico, la ética y la posibilidad de adaptación al cambio. No obstante, evitemos confundirlas con las “habilidades duras”. Estas últimas se refieren a los requerimientos formales y técnicos necesarios para operar con eficacia una prefijada actividad.

Es importante afirmar que, en función de las tareas profesionales que cada uno cumple, estará definida la trascendencia de poseer estas prácticas. Por ejemplo, quienes trabajan en trato al público o demanda de amplia interacción con entidades, departamentos, proveedores y afines. Aunque su existencia facilitará una mejor analogía interpersonal cualquiera sea el escenario, jerarquía o nivel de responsabilidad.

“La combinación efectiva de las habilidades duras y las habilidades blandas, estaremos en capacidad de resolver determinadas situaciones sociales críticas o en capacidad de resolver problemas y alcanzar el éxito en las gestiones gerenciales en los ámbitos laborales, en incluso sociales y familiares. Reconociendo la importancia de las habilidades blandas, podemos referirnos a las ‘habilidades para la vida’. No pueden dejar de estar integradas”, afirma Edgar Eslava Arnao, doctor en psicología organizacional.

Habitualmente, el profesional se encuentra abocado a su perfeccionamiento y actualización en asuntos de su especialidad y descuida las implicancias de las habilidades blandas en su cometido. Lo mismo sucede entre esposos, amigos o afines. Se asume como usual la confrontación destemplada o la ausencia de mecanismos de autocontrol emocional.

Desde mi punto de vista, hemos llegado a aceptar la intolerancia, la ausencia de empatía, la deficiencia para trabajar en equipo, el maltrato al prójimo, las limitaciones afectivas y la impericia para superar la frustración, sin considerar su grave perjuicio en la convivencia social. Tengamos en cuenta que la reacción “afiebrada”, tan común en nuestro medio,muestra sin ambigüedades un deterioro de la empatía, la comprensión y el nacimiento de comportamientos autoritarismos dañinos al entendimiento social.

Existen sinnúmero de hombres y mujeres competentes que “pierden los papeles” en una discusión, nunca asumen un desliz, exhiben actitudes autosuficientes frente a una crítica, emplean argumentos prejuiciosos para rechazar las políticas corporativas, revelan poca condescendencia acerca del mundo interior de los demás y exponen gestos defensivos. Todavía se piensa que carecer de habilidades blandas no repercutirá en la prosperidad individual. Qué error tan frecuente.

Dotar a un sujeto de estas habilidades, reitero, sin diferenciación de su estatus en el organigrama de la empresa, posibilitará que su ocupación contribuya a una mejor atmósfera laboral y una más eficiencia productividad. Además, de un óptimo trato con la audiencia interno y externo de la compañía.

Sin embargo, constato en ejecutivos -de entidades públicas y privadas- una renuencia a abordar estos pormenores. Recomiendo evadir omitir la influencia de su proceder en sus subordinados. Jefes con elevados índices de tolerancia, empatía y autoestima sabrán enfrentar los retos, problemas y vicisitudes con asertividad. Lograrán afianzar su liderazgo, su capacidad de persuasión y el involucramiento de sus colaboradores en los proyectos a su cargo.

Observo su carencia en estudiantes de educación superior que aspiran a insertarse en la aviación comercial, la hotelería o como asistentes de gerencia. Actividades que demandan una visible y permanente disposición de interacción, sociabilidad, afabilidad y manejo de las emociones. La realidad cotidiana me da elementos para aseverar que hay una profunda inconsistencia en las habilidades blandas de los venideros profesionales.

Debemos considerar cómo los procesos de selección laboral incluyen estos componentes que hace algunas décadas eran ajenos en el diseño del perfil exigido por las empresas. Por lo tanto, se producen enormes frustraciones en el postulante al constatar su incoherencia entre su grado de entrenamiento en habilidades duras y sus flaquezas en habilidades blandas.

Hace algunos días al reflexionar con mis alumnas sobre el elevadísimo clima de confrontación general en nuestra sociedad, comentaba acerca del conjunto de factores que inciden en hacer nuestras existencias más tensas, agotadoras y atiborradas de nuevos conflictos humanos. Está realidad debería incentivarnos para desarrollar las habilidades blandas y, de esta manera, exhibir las herramientas que inspiren una saludable coexistencia colectiva.

sábado, 24 de mayo de 2014

Nuevas reflexiones sobre la incultura

Hace algunas semanas el jefe de estado, Ollanta Humala Tasso, puso en evidencia sus precariedades con sus comentarios en la apertura de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Una nueva muestra de las carencias de la élite dirigente y entendible en alguien con una preparación militar y personal ajena a la cultura.

Este importante evento –en el que el Perú fue el invitado de honor- contó con una numerosa e imponente delegación de escritores, artistas e intelectuales peruanos presidida por Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010). En la inauguración el primer mandatario se refirió tanto a hallazgos arqueológicos milenarios como a expresiones contemporáneas, arquitectura y gastronomía, "a lo que se añade un marco natural que es por sí mismo asombroso, y de eso se nutre la literatura peruana". "Perú es el país de Blanca Varela, Antonio Cisneros y de Mario Vargas Llosa, y el de las nuevas generaciones. Voces que buscan redescubrir el mundo y transformarlo en uno más solidario y justo", agregó.

Por el contrario, sus declaraciones pusieron la nota deslucida. La periodística Clara Elvira Ospina, le hizo una interrogante para saber qué libro estaba leyendo. Al parecer, el presidente pensó en la “concentración de medios” y respondió: “Estoy en contra de la concentración de medios. Mira como estamos acá (por el tumulto de personas). No podemos ni apreciar la feria”.

Tampoco es la primera vez que un gobernante muestra visibles vacíos. Sería larga la lista de anécdotas, de nuestra maltrecha y deteriorada “clase política”, ilustrativas de su elevado déficit de formación integral. Existen unas cuantas argumentaciones que aclaran porqué la cultura está alejada de nuestras expectativas. A continuación ensayo, con usted amigo lector, algunas hipótesis.

En primer lugar, la cultura no se exhibe a simple vista como sucede con un celular, una prenda de vestir, un artefacto de última tecnología o un automóvil. Este desprecio soterrado se explica en una comunidad que reemplaza la dimensión espiritual, moral e intelectual, por lo material. Somos educados sin incorporar las grandes revelaciones ofrecidas por el arte, la lectura, la música, la pintura, entre un sinfín de actividades destinadas a despertar nuestro sentido de identidad y sensibilidad.

En segundo lugar, la influencia del entorno. El desenvolvimiento de muchas familias está circunscrito a la satisfacción de las demandas tangibles que permitan su subsistencia diaria. Además, se considera aburrida y compleja y, por lo consiguiente, distante de nuestra agenda de vida. Por ejemplo, cuantas veces vemos a padres de familia salir a “ver tiendas”, los fines de semana, en vez de recorrer museos. Progenitores esquivos a un sinnúmero de quehaceres culturales tendrán un nivel lamentable de ascendencia en sus hijos.

A la gente despreocupa su atraso por cuanto su ámbito familiar, amical y afines, es similar. Es decir, existe una coincidencia más con los allegados: sus insuficiencias. El grado de cultura no es evaluado como requisito para ser aceptado en determinados círculos, ni es causa de discriminación; puede incluso generar acercamientos. En tiempos recientes, ese ha sido un motivo para autoexiliarme de quienes exportan, sin mayor vergüenza, sus carestías.

En tercer lugar, la pobre autoestima de una comunidad que evade quererse, respetarse y valorarse. La autoestima posibilita entender la conducta humana y, por lo tanto, concebir las prioridades que enmarcan nuestra manutención. Integramos un medio marcado por la mediocridad, la ausencia de perseverancia y disciplina, entre otros males, que hacen posible analizar nuestro lacerante tercermundismo.

En cuarto lugar, se rehúye relacionar su influencia en la superación del estatus social y profesional. Expertos, de todas las disciplinas, no vinculan estos aspectos como soporte en su ascenso y crecimiento en la empresa. Omiten darse cuenta de su connotación en el proceso de meditación, toma de decisiones y en múltiples eventualidades que observamos en el trabajo. La cultura brinda mayores nociones, ideas y orientaciones en la ampliación de nuestras diligencias.

En tal sentido, diversos alumnos -al escucharme en mis jornadas académicas insistir en este asunto- preguntan: ¿Cómo la cultura me ayudará en mi progreso laboral? ¿Cómo veré reflejado en mi prosperidad mi formación cultural? Incógnitas que pretendo seguidamente resolver para demostrar que el saber guarda correspondencia con el nivel que cada uno de nosotros puede llegar a tener.

La cultura posee inapreciables ventajas: ofrece la capacidad de reflexionar y convertirnos en seres racionales, críticos y solventes en términos éticos. Posibilita discernir los valores, efectuar opciones, tomar conciencia de la realidad y cuestionar nuestras realizaciones. Nos vuelve disconformes, rebeldes, críticos y autónomos. Brinda acceso a “bucear” en la intuición interior y es un medio de superación que mejora la inteligencia interpersonal e intrapersonal.

La abundancia cultural indica las pretensiones de evolución de un semejante. Por su parte, la lectura –asunto aludido con porfía en anteriores artículos- compromete el desenvolvimiento de nuevas capacidades, mejora la redacción, enriquece el lenguaje oral y escrito, impulsa la imaginación e incrementa la empatía. Desgastados y desactualizados textos, en las bibliotecas de profusos hogares de la clase media, confirman su desapego por descubrir nuevos discernimientos. Los anaqueles de una casa son el espejo de las ambiciones intelectuales o una vitrina de las minusvalías de sus residentes. Conozco familiares y amigos desprovistos de libros; sin embargo, ostentan modernidades electrónicas y frivolidades manifiestas.

Insisto -una vez más- en la obligación del docente de convertirse en un individuo ilustrado. Compruebo las destrezas de mis colegas, únicamente, en cuestiones inherentes a sus asignaturas: nada más. Al parecer olvidan la demostrativa influencia de la erudición en la calidad de los recursos empleados para transmitir conocimientos, presentar casos, compartir vivencias, formular contrastaciones y experiencias. Con pena -y haciendo de tripas corazón- coexisto en un sistema colmado de estrecheces e insuficiencias.

Recuerde: un pueblo culto es menos manipulable por quienes pretenden mantener la inopia que nos hace vulnerables. De allí que, recomiendo orientar nuestras legítimas aspiraciones e inquietudes de forma positiva. No debieran ser comunes sucesos como el acontecido por quien personifica a la nación. Tenga en cuenta la afirmación del filósofo suizo Jean Jacques Rousseau: “Sólo somos curiosos en proporción con nuestra cultura”.

viernes, 14 de febrero de 2014

Etiqueta Social: La inconsecuencia convertida en hábito

En la sociedad peruana estamos casi aclimatados a la incoherencia y ausencia de transparencia –entre lo que se piensa, siente, afirma y hace- en el modo de conducirse del prójimo. En todos los campos de la actividad humana se observa esta anomalía explícita de nuestra insignificante honestidad.

Tampoco es una excepción el amplio escenario de la “etiqueta social”. La contradicción se percibe en los diversos actores que intervienen en este importante quehacer y cuyas acciones debieran guardar un mínimo de consistencia. A continuación comparto con usted mi agudo parecer.

En primer lugar, existe un obvio desatino en el alumno interesado en estudiar los virtuosos modales a fin de perfeccionar su esfera interpersonal, fortalecer su personalidad y construir una mejor relación de coexistencia. Sin embargo, ni siquiera saluda con corrección, mastica chicles y caramelos mentolados en el aula, llega tarde y obvia disculparse, mira su teléfono celular a cada instante, arregla su cartera -sin el más imperceptible miramiento- antes de culminar la clase, se retira despidiéndose con un “hasta luego” apático, rústico e insuficiente y, por último, omite una sonrisa afable.

En segundo lugar, el docente de esta materia debiera hacer ostensible su habilidad convincente, motivadora y, además, evitar ofrecer un discurso rígido, acartonado, plagado de procedimientos y distante de la expectativa del auditorio. El talante pensante y disconforme siempre enriquece el desenvolvimiento perspicaz de un profesor de perfil cualitativo.

No sólo hay que conocer asuntos puntuales como el espacio entre los cubiertos en una mesa, la perfecta combinación de colores en las prendas de vestir y el tono de maquillaje según la ocasión. Estas pautas están consignadas en cualquier manual y su explicación puede obviarse. La tarea educativa es más exhaustiva que estas trivialidades. Se recomienda contar con elementos intelectuales y no sólo operativos, como percibo en renombradas entidades dedicadas a la enseñanza de la etiqueta social.

Sugiero formar al alumno en asuntos de cultura general -que abren nuevos horizontes de reflexión y razonamiento en el hombre-, realidad nacional y valores. El maestro tiene la obligación de mostrar estas sapiencias y acreditar autoridad para asumir un rol persuasivo y casuístico orientado a generar debate e intercambio de ideas.

En tal sentido, requerimos educadores actualizados e ilustrados. En múltiples instituciones observo pedagogos improvisados, carentes de trayectoria académica, con dominios básicos de cosméticos, modelaje y nada más. Tienen un libreto limitado y omiten explicar los entretelones emocionales, sociales y de diversa índole relacionados a las buenas costumbres. El mercado laboral está colmado de seres que desdibujan, con su inexistente visión y destreza, las implicancias del comportamiento en comunidad.

A mi criterio la enseñanza es un espacio para echar semillas de esperanzas a una generación resignada, indiferente y renuente que ha bloqueado el desarrollo de sus pericias de introspección. El especialista de esta materia temática requiere poseer potencial para compartir sus saberes, aceptar sugerencias, recibir críticas, acoger aportes y establecer una vinculación de entendimiento con el público.

Todo ello alejado de posturas de superioridad, recelo, soberbia o desconfianza como me sucedió con mis afamadas instructoras: Una secta autosuficiente de “pipiris nais”, incapaz de extenderse más allá de sus guiones y con variopintas tácticas cuando el discípulo formulaba observaciones y demostraba su conocimiento en determinados ámbitos.

El educador forma, moldea e influye en el desenvolvimiento del ser humano; por el contrario, la instructora solo transmite aspectos operacionales. Instructora puede ser cualquier desempleada con ciertas condiciones (habitualmente no exhibe un alto grado de cultura: me consta). El educador alberga un perfil individual que incluye el dominio de argumentos, método de enseñanza, formulación de vivencias, sistemas de evaluación y habilidad empática, entre otros tantos componentes. No es lo mismo!

Reitero, una vez más, lo expresado en mi artículo “Urgente: Se busca persona amable”: “…Varias de mis ex profesoras -brillantes, actualizadas y memorísticas instructoras ‘pipiris nais’- consideran que la etiqueta social sólo consiste en maquillaje, apariencia, vestimenta y manejo de los cubiertos en la mesa. “…No se pueden asumir posturas reglamentarias, rígidas y acartonadas, sin explorar el interior de cada ser, como hacen las docentes ‘pipiris nais’.

En tercer lugar, la analogía en los centros de enseñanza -que ofrecen programas de capacitación en imagen, etiqueta y afines- debiera ser una probidad. La urbanidad se promociona como un cliché de moda para captar clientes ansiosos de aprender a vestirse, mejorar su arreglo personal y estar al tanto de los utensilios de mesa.

El decoro en el devenir cotidiano es el mejor testimonio de consistencia. Rehúyo desmayar en cuestionar los gestos deslucidos y huérfanos de sentido común en los profesionales de este negocio que desdeñan su misión referencial y de predica. Al parecer sólo existen intenciones lucrativas desprovistas de solvencia. Se debe ejercer lo enseñado y soslayar esta conocida expresión: “En casa del herrero, cuchillo de palo”.

Tengo la personal satisfacción, más allá de halagos o cuestionamientos, de ofrecer mi cooperación decidida con el estudiante al que convengo en acoger sus anhelos, aspiraciones y deseos de ser cada día mejor. Así brindo una manifestación de entrega y decencia en el controvertido mundo de las cofradías de la etiqueta social. Como decía el filósofo y naturalistas británico Herbert Spencer: “Educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”.

sábado, 8 de febrero de 2014

La persuasión en la etiqueta social

En reiterados artículos he insistido acerca de la imperiosa conveniencia de integrar las recomendaciones (me desagrada emplear el calificativo “normas” o “reglas” que la hacen parecer dominante) de la etiqueta social en una cultura de vida que distinga al prójimo, realce su personalidad e influya en su óptima convivencia.

Desde mi parecer, el proceso de internalización de estas sugerencias es adecuado que sean conocidas, entendidas y aplicadas en el quehacer cotidiano. Sólo su continua práctica garantiza el surgimiento natural y espontáneo de los consejos que, a su vez, sirven para irradiar simpatía, aceptación y acercamiento con los demás.

Su enseñanza debe acompañarse de una secuencia de acciones destinadas a facilitar su ejecución. Esto se precisa hacer con énfasis en la sociedad peruana que, a pesar de algunos avances, todavía es renuente a ejercitar sus conceptos. De allí que, es necesario tomar en cuenta un primer factor: Aplicar la persuasión para explicar las directrices de la buena educación y demostrar cómo intervienen en el progreso profesional, en el asentimiento general y en la calidad de vida. En este aspecto propongo profundizar una toma de conciencia.

Un segundo factor: La autoestima. Si estamos inmersos en una colectividad marcada por demostraciones de baja apreciación, este es un ámbito que no podemos dejar de lado. El comportamiento sumiso, abyecto y miedoso muestra la débil autovaloración ciudadana. Concordemos en superar recelos, reacciones titubeantes y sospechas negativas que imposibiliten emplear la etiqueta social.

Es lamentable reconocer que el entorno obvia estimular virtuosas costumbres. Tomemos en cuenta la posibilidad de actuar en un ámbito desfavorable que pondrá a prueba, con su indiferencia, disconformidad y apatía, la convicción personal de cada uno de nosotros. La autoestima alta coadyuva a encausar la conducta humana dentro del marco de la urbanidad.

Evitemos descuidar un componente que, incluso en los más prestigiosos centros de enseñanza de etiqueta social, es asombrosamente omitido: Me refiero al análisis de las características emocionales que influyen en la interiorización de la etiqueta social. Rehuir tratar estos asuntos impide robustecer el proceder del hombre. La capacidad empática, la autoestima, el autocontrol, la tolerancia y el temperamento incide en el examen de la estructura interna. Su tratamiento está relacionado, entre otras causas, con la admisión o rechazo que genera la cortesía y educación.

Mi experiencia docente me autoriza afirmar que ésta es una cuestión “susceptible” que permite a los jóvenes mirarse en su “espejo” y reconocer que, más allá de una nota final, no siempre poseen los mínimos elementos sensitivos –sumado a la negativa influencia de su entorno- para utilizar las lecciones transmitidas. El afamado “qué dirán” es un estigma que insinúo superarse.

Dentro de este contexto, reitero lo dicho en mi escrito “Urgente: Se busca persona amable”: “…Estudiar la aplicación de la etiqueta social demanda una mirada integral. Los sujetos responden a estímulos, perfiles culturales, maneras de pensar, construcciones emocionales y subjetividades, etc. que obligan a escrutar su comportamiento a fin de intentar promover la amabilidad en una comunidad totalmente carente de sentido de pertenencia”.

Un tercer factor, son los referentes observados a nuestro alrededor. Los padres y educadores tienen un alto grado de ascendencia. Exhorto a los progenitores a predicar con su actuación con el afán de influir en el proceder de sus hijos y lograr que imiten su obrar. No juzgo acertado imponer el comportamiento, eso es autoritario y represivo. Una propuesta inteligente –aunque demanda cierta facultad neuronal- es buscar persuadir, dilucidar y convertirse en modelo de conducta.

Existen padres de familia que esquivan su rol en este campo y envían a sus vástagos a programas de vacaciones útiles de etiqueta social para zanjar el tema. Es un error pensar que el hijo internalizará saberes evadidos en la vivencia hogareña. Muchas veces lo aprendido, en estas capacitaciones efímeras, superficiales y sin mayores rigurosidades, contradice lo percibido en su vida íntima.

Es central que los papás sean modelos de conducta para sus descendientes. Si éste le ordena al niño no jugar en la mesa mientras almuerza o pedir algo empleando las palabras “por favor”, el padre debe ser congruente en cultivar estas expresiones de delicadeza. En cuantiosas ocasiones pasa todo lo contrario: Se exige a los chicos hábitos opuestos a los ejercidos en su esfera casera. Es decir, se ve la coexistencia de una suerte de común doble moral.

Cooperemos con nuestra acción asertiva, transparente y digna, a la difusión de una materia tendiente a entablar un puente de tolerancia mutua y una fecunda relación con el semejante. Hagamos de cada suceso en nuestro transitar por la vida una oportunidad para echar semillas de aliciente en las nuevas generaciones: Ellos requieren de incesantes ejemplos. Por último, acordémonos de lo afirmado por el escritor e intelectual V. Pisabarro: “Una buena educación no la podemos tener todos, pero sí podemos tener buenos modales”.