miércoles, 29 de julio de 2015

En el día de la patria: El reino de Perulandia

Había una vez un lugar en una parte estratégica de América Latina, conocido como “Perulandia”, al que el genial escritor indigenista José María Arguedas -que amerita mi personal admiración- evocó con estás palabras: “Ese Perú hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”. Un escenario que motivó el intenso interés de estudiosos como Augusto Weberbauer, Clements Markham, Ernst W. Middendorf y Antonio Raimondi.

“Perulandia” es un complejo y maravilloso exponente natural, étnico, histórico y social, aunque sus aldeanos únicamente sientan circunstancial orgullo por sus raíces en la víspera de la efeméride patria, en el día del pisco o el pollo a la brasa o cuando, en pocas ocasiones, ganan un partido de futbol. Hablando de este afamado entretenimiento: si desea escuchar su himno con súbito amor hágalo en un encuentro deportivo con Chile. Allí sale a flote la volátil intensidad del alma nacional.

A sus conciudadanos poco les concierne la existencia de innumerables razones para sentir una genuina devoción por su país, como albergar en sus tierras la mayor población de vicuñas y alpacas -los camélidos con las fibras más finas y cotizadas del mundo-; tener 30 variedades de olluco; 3,000 de papa; 32 de maíz; 25 de quinua; obtener un algodón Tanguis, considerado el más selecto del hemisferio.

Tampoco despierta interés que su geografía exhiba características excepcionales en el planeta: los cañones del Colca y Cotahuasi están reconocidos como los más profundos; poseer 1,769 glaciares; 12,000 lagunas de diferentes tamaños; el nevado Alpamayo, ubicado en el Parque Nacional Huascarán, fue designado el más bello en la Encuesta Mundial de Belleza Escénica (Alemania, 1966); el río Amazonas, el más caudaloso y fascinante; y el lago navegable más alto: el Titicaca.

En este reino, saludar, decir “por favor” y “gracias”, llegar puntual, ser discreto y reservado, asumir un sentimiento de identificación y solidaridad con el entorno, respetar los derechos de los semejantes, portarse con corrección y buena educación, es visto como propio de extraterrestres. Aunque se resista a creerlo es un inimaginable edén colmado de singularidades.

Hablar de la existencia del vecino, mirar los defectos del prójimo, evadir elogiar los triunfos ajenos, buscar siempre el “pero” para justificar la inacción, quejarse de los políticos y hasta de las variaciones de temperatura, constituyen el mosaico del reino. Hacerse el ciego, sordo y mudo es un requisito para coincidir con el identikit de “Perulandia”. Por cierto, el clima de su capital refleja el cambiante, caprichoso, inestable, pusilánime y tambaleante estado anímico de sus súbditos. Me recuerda las aseveraciones del célebre médico y naturalista Hipólito Unánue y Paz Soldán en su obra “Observaciones sobre el clima de Lima y sus influencias en los seres organizados, en especial el hombre”.

Respetar la luz roja o la fila en una ventanilla, evitar arrojar papeles, dejar de hacer pis o escupir en la calle, ceder el paso a un transeúnte, rehuir tocar la bocina con desesperación, cruzar la pista por la esquina, cumplir con las obligaciones cívicas y entender que “donde terminan nuestros derechos, empiezan los ajenos”, se perciben como comportamientos inusuales. “La viveza peruana” es su lema oficial y está escrito con tinta indeleble en el alma de sus moradores.

Es un reino definido por la falta de sapiencia para levantar su voz de protesta e integrado por hombres y mujeres que subsisten de espaldas a la realidad que cuestionan y eluden enfrentar. Cada uno permanece en su “zona de confort” sin importarle los sucesos del costado. Se requiere sublevar las conciencias anestesiadas y apáticas y, además, superar la invalidez moral y espiritual que los aturde.

Es la tierra del ceviche, el pisco sour, el tacu tacu, los anticuchos, el arroz con leche, la jarana criolla y otros íconos consumistas. En las solemnidades patrias sus colectividades lucen escarapelas en sus pechos, banderines en sus autos y banderas desteñidas en los techos de sus casas, puestas por obligación para sortear la multa municipal, y están atosigados de avisos publicitarios incitando efímeros afectos nacionalistas. Ni siquiera saben las estrofas completas de su himno. El eslogan “un saludo a la bandera”, define el escaso significado de esta insignia.

En “Perulandia” se enseña a los alumnos en los colegios acerca de batallas, combates, jornadas épicas, biografías de héroes y mártires de la gesta de la Independencia Nacional y de la Guerra del Pacífico. Pero, se esquiva indagar sus causas, entretelones, traiciones, conspiraciones políticas internas y todos aquellos elementos que facilite -a los futuros electores del reino- poseer una visión juiciosa, pensante y reflexiva de su historia.

En estos días sus coterráneos aguardan con ansias el desfile que encarna la supuesta y muy rebatible proeza, valentía y entrega de sus Fuerzas Armadas. Al respecto, comparto lo señalado por Carlos Galdós en su reciente artículo “Manual para sobrevivir en Fiestas Patrias”: “…Si vas a la parada militar en la avenida Brasil, desde ya sugiero que reserves con tiempo tu ubicación. Hay varias opciones: Azotea Platinium, Balcón VIP del edificio, Silla Platea Numerada en medio de la calle previamente lotizada por la vecina, o Stand Up, también separado por el sobrinito que puso su colchón y durmió esa noche en la calle para ‘guardar sitio’. En los cuatro casos no se aceptan tarjetas, el pago es en efectivo. Ahora, si usted quiere sentirse seguro y resguardado puede alquilarle el asiento de la camioneta al Serenazgo o a la Policía. Ellos sí aceptan tarjetas, sólo que el pago se tendrá que hacer en algún grifo cercano ‘tanqueando’ la unidad móvil”.

“Perulandia” es popular por su pasividad para aceptar y convalidar lo acontecido a su alrededor, sin intentar hacer algo para revertir una situación anómala. Sus paisanos están parados en el “balcón” de su existencia mirando, diagnosticando y arrogándose el cómodo papel de criticones. Sin embargo, se resisten a tomar un rol proactivo e impulsar el cambio que demandan. El reino camina mientras el peruano duerme. Propongo edificar un símbolo expresivo de su estilo de sentir, pensar y actuar: un monumento a la mazamorra.

Estar orgulloso de habitar en “Perulandia” es respetar al semejante y ostentar valores ciudadanos. La aparente fidelidad hacia el reino no consiste en empapelar de rojo y blanco la ciudad, promover desfiles escolares que alteran el tráfico vehicular, realizar millonarios corsos por las calles miraflorinas, incrementar el comercio ambulatorio de emblemas e instalar ferias gastronómicas, acompañadas de música y danza, en las plazas públicas. El fervor debe reflejarse en la integridad y coherencia de sus habitantes.

Grandes augurios a los que persisten en forjar nuevas ilusiones, alegrías y realizaciones, no obstante las consignas imperantes en un medio indolente, obsecuente y rastrero que transita lacerante ante el aplauso unánime y la embriagues de la nación. ¡Viva el reino de Perulandia!

jueves, 16 de julio de 2015

¿El peritaje psicológico?

Desde hace algún tiempo deseaba escribir sobre la importancia de evaluar la composición mental de los individuos. Al escuchar hace unos días en un programa de televisión a mi dilecta colega Rosa Cifuentes Castañeda, una renombrada consultora en inteligencia emocional y escritora, entendí que este asunto es más apremiante de lo imaginado.

Vivimos eras colmadas de tensiones y definidas por la escasa capacidad de introspección y crítica del ser humano. Estas son épocas en donde la tecnología, al alcance de todos nosotros, influye en la disminución de nuestra preparación para interactuar, comunicarnos, convivir e impulsar nuestra sociabilidad.

Estamos tan aturdidos y, además, resignados a aceptar las características anímicas y psíquicas de nuestros semejantes -como si fueran habituales- que evadimos enfrentar la trascendencia de su estructura psicológica. Por estas consideraciones, compartiré con usted mis desordenadas deliberaciones de manera directa.

El “peritaje psicológico” es una herramienta que podría implementarse con mayor amplitud a fin de realizar, mediante entrevistas y test, una exhaustiva exploración, evaluación y diagnóstico de las relaciones, actitudes, pautas de interacción, matices de la personalidad, raciocinio, aptitudes y otros ámbitos del sujeto.

Es imprescindible persuadir de su invalorable aporte para conocer con mayor rigurosidad los perfiles de los seres con los que, por alguna razón, alternamos. A mi parecer, es vital asumir una mirada aguda acerca de esta temática, comprender sus alcances y omitir los conocidos comentarios caricaturescos comúnmente percibidos.

He oído infinidad de veces aseveraciones como “él toda la vida ha sido así”, “no lo vas a cambiar”, “ten cuidado con fulano que es medio violento, pero buena gente”, “así es ella, algo rara y nada más”. Simplistas calificaciones para justificar prefijadas formas de proceder que rehusamos examinar y, por lo tanto, alertar sus probables consecuencias. Detrás de supuestas peculiaridades pueden concurrir reales “bombas de tiempo” en nuestros prójimos. No subestimemos lo que ésta realidad implica.

Cuando miro a quienes van a ser padres por primera vez en reiterados momentos me he preguntado en la intimidad de mis reflexiones: ¿Cómo pueden traer un hijo al mundo quienes están inmersos en traumas, heridas abiertas y acontecimientos emocionalmente dañinos? En lugar de tantos domésticos preparativos para el baby shower o el nombre del futuro primogénito, convendría conocer, procesar y calcular sobre las posibles cargas negativas que afectarán la formación de ese nuevo ser. Sin embargo, escucho en un sinfín de oportunidades expresiones mediocres como “nadie aprendió a ser padre” o “no seas perfeccionista”. Bien dice un acertado y antiguo enunciado: “La ignorancia ingresa, donde la prudencia se detiene”.

Concurre una visible autosuficiencia y desconocimiento al creer que cualquiera cumple los mínimos estándares psicológicos para la paternidad. Nada más inexacto. A los papás les incumbe intuir que su tarea va más allá de atender las privaciones básicas de sus descendientes y también consiste en cubrir sus requerimientos afectivos y emocionales que no siempre pueden satisfacer. Aquí empieza un nuevo círculo vicioso.

Sino logramos en el entorno familiar formar benignos seres humanos, cómo podemos ser tan ingenuos en creer que concluirán siendo óptimos en el campo laboral. Son como las ruedas de un coche, tienen que funcionar las cuatro para hacer caminar el vehículo. No puede andar con dos o tres llantas. Procuremos, como afirma mi documentada colega y experta en cuestiones de terapia gestáltica Ana Medina Mendoza: “Primero, debemos moldear buenas personas, para luego asegurar buenos profesionales. Nosotros vemos las cosas como somos y no necesariamente como son los cosas”.

Del mismo modo, existen compañías que rehúyen efectuar un “peritaje psicológico”, a sus postulantes y colaboradores, encaminado a conocer la autoestima, el temperamento, la lucidez intrapersonal, la empatía, entre otras piezas de su organización emocional y así prever su aporte al clima laboral, trato con sus demás asociados, habilidad para resolver situaciones de tensión, etc.

Con cuanta frecuencia observamos a gerentes o líderes empresariales que prescinden guardar una reacción emocional coherente con su jerarquía o adiestramiento. Lo mismo sucede con encargados de atención al cliente e incluso con docentes cuyos desempeños son altisonantes. Todo esto puede representar una pérdida económica para la institución y un deterioro en su atmósfera interna. Al respecto, insisto en la urgente exigencia de crear áreas de asesoría psicológica y/o contratar consultores que hagan un seguimiento de estos pormenores. El bienestar y la fidelidad del recurso humano siempre será el más inestimable en una entidad.

Eludamos llegar al extremo de pensar que, únicamente, el compañero de trabajo bipolar, maniacodepresivo, esquizofrénico o con trastornos constituye un peligro. El “peritaje psicológico” hace factible reconocer irrefutables predisposiciones que, sin situarse al extremo de una enfermedad psiquiátrica, merecen atención. Por ejemplo: ¿Qué hacemos cuando el hombre o mujer con el que compartimos responsabilidades muestra desconfianza, escasa autoestima, incapacidad para coordinar en equipo y pobre pericia interpersonal? ¿Cómo responder al percatarnos de un jefe manipular y desprovisto de poder debido a su baja autoestima? Y así podría seguir un listado formidable de preguntas dirigidas a tomar en cuenta esta materia en las corporaciones sin menoscabo de sus aparentes costos.

La dimensión espiritual explica nuestra biografía y avizora el camino que transitaremos en nuestras vidas. Recordemos: nada pasa por casualidad y de las experiencias más adversas e incómodas, nos corresponde obtener las sabías lecciones que ésta nos ofrece. Nuestra existencia emocional es la radiografía del alma y un puente de coexistencia e integración con el mundo.

lunes, 6 de julio de 2015

Chuncholandia: ¿Un nuevo síndrome?

Un término que he identificado para describir aquellas conductas -bastante más habituales de lo imaginado- expresivas de una enorme carestía de autoestima, precaria habilidad social e ineptitud para interactuar y, por lo tanto, se caracterizan por las limitaciones que obstruyen el fluido desenvolvimiento en sociedad.

Desde mi punto de vista, “chuncholandia” es un fenómeno trasversal que abarca diversos niveles, edades y estatus económicos. Con indisimulable nitidez está presente en todos los ámbitos en los que alternamos. Se concibe tan evidente que, incluso, es percibido como una peculiaridad en el invertebrado, insolidario, convulsionado y complejo comportamiento peruano.

Sus numerosas demostraciones son observables en oficinas, encuentros amicales y rehúye diferenciar orígenes o rasgos de algún tipo. Lo veo en mis sesiones de clase cuando el alumnado -de las más variadas generaciones, profesiones o procedencias- sólo encuentra seguridad, para hacer un trabajo grupal, cuando está inmerso con su “secta”.

También, es común advertir esta limitación en las aburridas y tormentosas reuniones familiares -a las que evito asistir- que se distinguen por la constitución de “tribus” en función de sexos y edades. Por desgracia, si alguien demuestra elevada seguridad y pretende integrarse con la “camarilla” ajena, es expulsado. “Anda con tus primos y tíos, aquí estamos hablado asuntos de mujeres” he escuchando un sinfín de veces.

Con frecuencia notamos en una actividad social a una pareja de cónyuges que se exhiben distantes, acartonados, solemnes y despojados de condiciones para interactuar con seres desconocidos. No obstante, se transforma su actuación cuando llega su “pandilla” amical o familiar. Surge una súbita actitud extrovertida, locuaz y desenvuelta que, hasta hace unos minutos, estaban imposibilitados de presumir.

Acaso no oímos con cotidianidad deprimentes aseveraciones tales como: “No voy a la comida, porque no conozco a nadie”, “Ven a recogerme, tengo roche llegar solo”, “Dime si va tu esposa al almuerzo, pues la mía no tiene con quien hablar”. Estas son vivas muestras de la sórdida “chuncholandia” que lacera, ante la apatía general, nuestro crecimiento como seres aptos para habitar en colectividad.

Observo con una dosis atrevida de ironía a múltiples colegas que sino coinciden en la sala de profesores con su “califato”, con quienes comparten limitadas charlas domésticas, están más perdidas que “cuy en tómbola”. Sus visibles privaciones las obliga a permanecer enmudecidas. Incluso en celebraciones o capacitaciones me percato como “guardan sitio” al colocar -sin la mayor vergüenza- sus carteras en las sillas colindantes para su “cofradía” con la que, únicamente, pueden desenvolverse.

Esa pegajosa práctica de forjar, de manera excluyente, conexiones interpersonales en función de ciertas “logias” restringe nuestro proceso de evolución. Precisamente cuando salimos del “área de confort” y, por lo tanto, empezamos a entablar saludables relaciones con sujetos de otras extracciones y actividades, ampliamos nuestra percepción de la diversidad humana. En consecuencia, fortalecemos nuestra autoestima y empatía al valorar, entender e interactuar con el prójimo.

Sin embargo, las posturas puestas en escena por nuestros semejantes ratifican esta falta que, a mi parecer, pone a la vista el conformismo, la ausencia de mundo y una gama de precariedades sobre las que cada uno de nosotros debiera tener la honestidad de realizar su propio diagnóstico. El profundo conocimiento de nuestras insuficiencias facilitará trabajar su superación con el propósito de valorar sus implicancias en nuestra calidad de vida.

Es recomendable forjar una personalidad convincente, firme, con alto grado de cultura y apta para afiliarnos a las disímiles esferas con las que alternamos. En tal sentido, reitero lo reseñado en mi escrito “¿Tiene usted habilidades sociales?”: “Las ‘habilidades sociales’ complejas están ligadas con el despliegue de la asertividad en la comunicación y la inteligencia interpersonal. Los individuos que la poseen saben expresar quejas, rebatir peticiones irracionales, revelar sentimientos, defender sus derechos, pedir favores, resolver situaciones agudas, acoplarse con el sexo opuesto, tratar con niños y adultos. Estas destrezas tienen un impacto directo en contextos de tirantez y demandan de una sólida configuración personal”.

“Existe una carencia de ‘habilidades sociales’ esenciales que nos deja atónitos en múltiples acontecimientos y, especialmente, cuando provienen de prójimos con determinada formación e instrucción que supondría un mínimo despliegue de estas pericias. Personas de variadas ocupaciones laborales que, por la naturaleza de sus quehaceres requieren de un prodigioso nivel de estas cualidades, son renuentes a saludar y mostrar afables gestos, huérfanas de las mínimas nociones para fomentar una conversación, arropadas en su reducido y marginal círculo amical, incapaces de integrarse socialmente, inseguras en su toma de decisiones y sobreprotegidas en su estrecha zona de confort”.

Por último, es imprescindible incorporar este tema en los programas de adiestramiento laboral. Lo explico con insistencia en mis asignaturas para demostrar que los hombres y mujeres deben abocarse a su desarrollo integral y construir relevantes puentes de entendimiento y sociabilidad. La solvencia cultural tiene siempre un papel significativo que otorgará consistencia para desplegarnos. Es conveniente acercarnos a la historia, el arte y la literatura para contar con enriquecedores elementos que inspiren las tertulias. La lectura compromete nuevas capacidades y tiene un efecto esperanzador. Recuerde: es un magnífico, genuino e inexplorado océano de sapiencias.

Asimismo, la cultura cumple un papel importante que se debe evitar subestimar: ofrece la lucidez para reflexionar y convertirnos en individuos racionales, críticos, desenvueltos y solventes en términos éticos. Posibilita profundizar en la intuición y es un medio de superación. Esquivemos mirar con desdén su invalorable rol en nuestra consolidación como seres pensantes. De allí que, es preciso articular el ascenso intelectual y emocional y, además, la voluntad de renunciar a la entorpecedora, criolla y parapléjica “chuncholandia”.