miércoles, 13 de septiembre de 2017

Los “horrores” de la etiqueta social

La distinguida, carismática y didáctica profesora de la Academia Diplomática del Perú, Vera Mónica Sobral nos sorprendió con un novedoso, acertado y fantástico concepto denominado “horror.com”, encausado a graficar los errores cotidianos de nuestra sociedad. Seguidamente, comparto ciertas atrocidades que, con lacerante estoicismo, han dejado de merecer desaprobación, sorpresa o indignación en “perulandia”.

Primer “horror.com”: la impuntualidad. Esta grave omisión muestra irreverencia y desorganización; en el campo profesional es una falta gravísima y perjudicial para su credibilidad. La puntualidad contribuye a dotar una personalidad de carácter y eficacia y, especialmente, es una cualidad en un sujeto disciplinado. En ese sentido, rehuyamos criticar al impuntual y hagámonos respetar cuando esperamos sin mediar explicación.

Segundo “horror.com”: la indiscreción. Cómo gustan hombres y mujeres preguntar más de la cuenta e invadir la privacidad ajena. ¿Por qué no te has casado? ¿Cuánto ganas de sueldo? ¿Por qué terminaste tu relación sentimental? son sólo unas dispersas interrogantes de ese extenso listado de exabruptos. Un sinfín de impertinencias -asiduas en el trajín familiar y amical- que oímos sin considerar la incomodidad causada al semejante. El recato es un valor enaltecedor que suscita fidelidad y recuerde los vocablos del pintor británico Francis Bacon: “La discreción es una virtud sin la cual las otras dejan de serlo”.

Tercer “horror.com”: los alimentos. Conozco profesionales resurgidos del “paleolítico superior” o de una “huelga de hambre” cuando comen. Se me va el apetito cuando advierto esas escenas desagradables. Evite subestimar el comportamiento en la mesa; puede ser un factor influyente en su relación interpersonal. Es conveniente “ingerir como si no tuviera hambre y beber como sino poseyera sed”.

Cuarto “horror.com”: la vestimenta. Hace unos días vi a un colega luciendo terno gris, zapatos negros (sucios), reducidas medias marrones casuales, camisa desarreglada y cuello percudido. Existen individuos segados por la moda y carentes de criterio que portan prendas de verano con las de invierno, sacos desencajados, maltrechos, de ordinaria calidad -comprados en los “cierra puertas”- y deficientes corbatas chinas adquiridas en populosos centros comerciales; concluyen vestidos como genuinos “ekekos”. Sugiero lucir de acuerdo a su desempeño y vístase “para el cargo que aspira ocupar”. Mantenga un estilo coherente con su personalidad, edad, actividad, hora y características físicas.

Quinto “horror.com”: el empleo del beso. Eso me trae a la memoria la frase de mi dilecta colega Carolina Mujica: “El Perú es un besodromo”. Al peruano le cautiva jalar a las damas para besarla; la señora determina cómo desea ser saludada. Veo a menudo caballeros ansiosos por besar a compañeras de trabajo, anfitrionas, camareras y hasta al personal de limpieza de sus empresas y hogares. Si la mujer estira el brazo para dar la mano, allí concluye el saludo. Por favor, emplee un ápice de criterio, urbanidad y sentido común.

Sexto “horror.com”: la conversación. Es reiterativo platicar sobre la oficina, los hijos, el clima y el costo de vida, lo que evidencia una descomunal indigencia intelectual. Esa es una de las principales razones de mi autoexilio social: los escasos contenidos de tertulia entre las personas de variados ámbitos, edades y procedencias. Es necesario acercarnos a la lectura -extraordinario medio para sublevar la conciencia y fomentar la agudeza- y a amenas expresiones culturales para enriquecer nuestro diálogo y soslayar recurrir a tan manifiesta inopia.

Séptimo “horror.com”: el autocontrol. El creciente griterío que a menudo observamos, como resultado de la presión diaria, amerita analizar nuestras reacciones en momentos de confrontación. Un proceder inadecuado puede perjudicar nuestra exitosa imagen, más aún si nuestra actuación es observada por el entorno. Maneje con madurez, ponderación y equilibrio su inteligencia emocional.

Octavo “horror.com”: el agradecimiento. Aquí estamos más perdidos que ateo en concilio eclesiástico. Lo percibo cuando no agradecen correos electrónicos, mensaje de texto, obsequios, condolencias, congratulaciones, arreglos florales, etc. ¿Por qué será difícil decir “gracias”? Siempre concurren impensables coartadas para justificar esta álgida muestra de desatención, incluso en quienes pertenecen al mundo de la etiqueta social y el protocolo. Una mayúscula indelicadeza reveladora de la carestía imperante. Dar las gracias dignifica, realza, estimula y reconforta la relación humana.

Noveno “horror.com”: la cortesía. Gestos como dejar pasar a las señoras, ceder el asiento en el autobús, ponerse de pie para saludar, alcanzar algo que se cayó al suelo, ayudar a cruzar la calle a una persona mayor, anciana o discapacitada, son cumplidos que están en extinción. Prescindamos mirar con desdén aquellas situaciones que demandan nuestra amabilidad. No tema actuar con señorío y caballerosidad, verá que bien se siente auxiliar al prójimo.

Décimo “horror.com”: el teléfono celular. En estos tiempos es costumbre emplearlo sin reparos. Es usado en misas, velorios, aulas de clase, reuniones sociales, almuerzos -como si fuera un cubierto- y hasta cuando salen de paseo esposos e hijos. En cuantiosos casos lucen sus aparatos de última generación para demostrar su elevado status económico ante su evidente insuficiente de riqueza interior. He dejado de invitar a amigos y familiares al constatar que les encanta escribir mensajes a sus parejas, como adolescentes en su primer amor, mientras están comiendo. Es pertinente darle un manejo discreto, oportuno y sensato.

Décimo primer “horror.com”: los diminutivos y apodos. Hace unos días una inoportuna docente de una prestigiosa entidad educativa llamó a una alumna que, coincidentemente es la esposa del jefe de una misión diplomática en nuestro país, diciéndole “muñequita”. Conozco a una controvertida integrante del área académica de otra institución encaprichada en llamar “bebé” a alumnos y profesores. Recomiendo declinar emplear motes y otras huachaferías impropias a nivel empresarial. Imploro un poco de sobriedad, elegancia y mesura.

Hasta aquí mi breve recuento de los desaciertos que debemos cambiar en nuestro afán de entender cómo la buena educación engrandece el crecimiento personal. No obstante, todavía hay la creencia que es un reglamento rígido, elitista y frívolo. Todo lo contrario, coadyuva en la formación de una prospera relación de convivencia encaminada a mejorar nuestra calidad de vida. ¡Así de simple!

Empecemos afianzando pequeñas y significativas acciones e impidamos ser adsorbidos por el obrar mediocre y ausente de equilibrio. Tenga presente: las prácticas de las mayorías no son precisamente las correctas. Aun cuando sean masivas, eso no los hace poseedores de pundonor e integridad. Sortee utilizar la deficiente conducta ajena como pretexto para justificar sus anomalías.

En tal sentido, transcribo lo expuesto en mi artículo “En el día de la patria: El reino de Perulandia”: “…’Perulandia’ es popular por su pasividad para aceptar y convalidar lo acontecido a su alrededor, sin intentar hacer algo para revertir una situación anómala. Sus paisanos están parados en el ‘balcón’ de su existencia mirando, diagnosticando y arrogándose el cómodo papel de criticones. Sin embargo, se resisten a tomar un rol proactivo e impulsar el cambio que demandan. El reino camina mientras el peruano duerme. Propongo edificar un símbolo expresivo de su estilo de sentir, pensar y actuar: un monumento a la mazamorra”.

Renunciemos a las interminables limitaciones que imposibilitan insertar la gentileza y la benevolencia. Afiancemos nuestra identidad, sentido de pertenencia, valores ciudadanos, amor al semejante y salgamos de la “zona de confort”, para construir un puente de armonía y bienestar. Vienen a mente las sublimes palabras anónimas: “Siempre habrá un mañana, así como una nueva oportunidad para hacer lo bueno o para intentar corregir el mal que hayamos hecho”. Por último, estas líneas denotan mi cálido tributo a Vera Mónica: docente afable e inspiradora que esparce semillas de sapiencia con generosidad y entrega.

lunes, 4 de septiembre de 2017

El “aplicativo”…Respeto!

Quiero empezar precisando el significado del flamante término “respeto”. Según la Real Academia Española (RAE): “Respeto proviene del latín respectus y significa ‘atención’ o ‘consideración’. Está relacionado con la veneración o el acatamiento que se hace a alguien. Incluye miramiento, consideración y deferencia”. 

Es un concepto elemental de conocer, entender y aplicar, en todo tiempo, circunstancia y lugar, que al parecer está camino a la extinción en un medio lacerado por la apatía, la pasividad y la ignorancia. Este valor permite aceptar al semejante con su identidad cultural, pareceres, ideologías, creencias, etc. y, por lo tanto, concebir que la diferencia no significa enemistad, confrontación o pretexto para realizar un acto descomedido. Asumir una intervención respetuosa demanda autocontrol, capacidad empática e inequívoco sentido de pertenencia.

Considerar al semejante -prescindiendo de discriminaciones sociales, sexuales, raciales, jerárquicas y generaciones- constituye un principio imprescindible de cultivar con el afán de entender que nuestras divergencias tienen un puente de tolerancia, armonía, convivencia y óptimo entendimiento. El “respeto” contribuye a disminuir las ingentes grietas inherentes en los habitantes de un país caracterizado por su estructura invertebrada, insolidaria y colmada de distancias que imposibilitan nuestra cohesión como nación. 

Recomiendo detenernos a pensar -un ejercicio neuronal limitado en una sociedad renuente a analizar su compleja dinámica social- en lo que lograríamos si insertamos este postulado, en nuestro bienestar personal y colectivo, como un estilo de vida cotidiano, accesible y espontáneo con educación, criterio y sentido común. Esquivemos confundirlo con el autoritarismo, la prepotencia o el abuso.

Aprendamos a ejercer un mínimo de miramiento como: ceder el paso, saludar al ingresar, pedir por favor, agradecer, dar el asiento a las personas mayores y/o embarazadas en el transporte público, considerar el derecho del vecino a la tranquilidad, acatar la zona para discapacitados, evitar alterarnos ante momentos de tensión, sobrellevar el punto de vista de nuestro oponente, responder una llamada telefónica o mensaje de texto, entre un sinfín de actividades. A mi parecer, esta cualidad sintetiza otros tantos valores conducentes a realzar y enaltecer la acción humana.

En tal sentido, quiero compartir -perdón por mi terca insistencia- lo dicho en mi artículo “En el día de la patria: El reino de Perulandia”: “…Respetar la luz roja o la fila en una ventanilla, evitar arrojar papeles, dejar de hacer pis o escupir en la calle, ceder el paso a un transeúnte, rehuir tocar la bocina con desesperación, cruzar la pista por la esquina, cumplir con las obligaciones cívicas y entender que ‘donde terminan nuestros derechos, empiezan los ajenos’, se perciben como comportamientos inusuales. ‘La viveza peruana’ es su lema oficial y está escrito con tinta indeleble en el alma de sus moradores”.

Deseo comentar un reciente episodio coincidente con el popular refrán español: “En casa de herrero cuchillo de palo”. Un pintoresco grupo de discípulos de mi curso de protocolo y ceremonial organizó su evento final -un suceso planificado con varios meses de antelación- y tuvo el disparate de comunicarme de la existencia de mi invitación, dejada como si fuese un volante en el área académica, tan solo cuatro días antes. Vaya desconcertante afirmación de “respeto” en quienes aprobaron mi asignatura con altas notas y, además, me calificaron como el mejor docente. Amigo lector, recuerde: en “perulandia” hasta lo obvio está al revés, como sucedió con este contingente de pupilos que, seguramente, esperaban que pase por alto esta inelegante, desatinada y tosca criollada.

Hablando de “respeto”: en estos tiempos existe una sórdida adicción hacia el celular que evidencia desconsideración y precaria aptitud para forjar una relación interpersonal saludable. Muchos padres, para disimular su falta de autoridad, culpan al teléfono móvil de la escasa habilidad social, la pobreza cultural, la orfandad de desenvolvimiento y la inopia de sus hijos. Es lamentable comprobar cómo es observada la irreverencia con resignación y naturalidad. En “perulandia” es innato criticar, echar una mirada, comentar, diagnosticar y seguir cómodamente cruzados de brazos ante la aguda miseria moral que aflige a los peruanos.   

Recomiendo a mis estudiantes, antes de comenzar cada sesión de clase, colocar sus novedosos -y en innumerables casos modernos y ostentosos- celulares en el “aplicativo respeto” a fin de soslayar impertinentes interrupciones. Acostumbro predicar con mi ejemplo a fin de exhibir autoridad frente al alumnado y, además, lo hago para demostrar que en el aula -sagrada como un templo, entre otras razones, porque también está llena de pecadores, arrepentidos y apóstatas- todos estamos comprometidos a aplicar idénticos cánones de comportamiento. La docencia exige, aunque algunos parecen haberlo olvidado o tal vez nunca lo tuvieron en cuenta, un eminente nivel de coherencia, consecuencia e integridad. 

Dentro de este contexto, reitero lo expuesto en mi artículo “El celular: ¿El cáncer del siglo XXI?”: “…La moda del teléfono celular se ha extendido como una ‘metástasis’ en la gente al extremo de carecer del mínimo miramiento hacia el prójimo. En sinnúmero de circunstancias compruebo como se justifican diciendo que todo el mundo recurre a el. Lo percibo en cercanos amigos a los que invito a departir los fines de semana y, sin temor de por medio, lo exponen en la mesa a fin de efectuar sus intercambios sentimentales mandando mensajes, respondiendo llamadas y hasta sostienen prolongados diálogos asumiendo una conducta infantil, discordante e inadecuada, a pesar de haber dejado la adolescencia hace décadas. Tenga presente estas palabras: ‘Donde terminan sus derechos, empiezan los ajenos’”. 

Rehusemos demandar “respeto” cuando vivimos apartados de su aplicación y evitemos confundirlo, como en ocasiones acaece, con la reacción sumisa y pusilánime. Padres, docentes o jefes claman “respeto” y presumen de un manifiesto menosprecio. Un ejemplo básico: el papá, el profesor o el jefe que, abusando de su estatus y autoridad casi virreinal o feudal, hace esperar, maltrata y habla mientras hace otra actividad y cuando le platicamos ni siquiera levanta la mirada. Si este comentario le recuerda a su progenitor, docente o gerente, no es casualidad: es rutinario en “perulandia” que ciertas personas crean tener condiciones omnipotentes o papales. Conozco a muchísimos con esa peculiar, indecorosa y antojadiza actitud.

Es curioso constatar a incontables individuos que, únicamente, piden “respeto” cuando son víctimas de la ausencia de éste. Lo observamos a diario en el conductor imprudente de transporte masivo que siente que el público es insolente al levantarle la voz ante sus continuas imprudencias llevadas a cabo y que constituyen, a su vez, una ausencia de este valor hacia el cliente. Así podríamos citar un largo listado de nuestro manifiesto caos ético, cívico y educativo. 

Cultivemos en la patria de “todas las sangres” esta virtud desde la infancia y alimentémoslo mediante el ejercicio perdurable. Éste ennoblece, sensibiliza, dignifica y mejora la interacción. También, se hace imperativo avivar con énfasis el auto “respeto” a partir de incrementar la valoración personal. Allí está presente un asunto imprescindible en cada uno de nosotros: la autoestima, entendida como el termómetro que influirá, con mayor determinación de la imaginada, en nuestras decisiones y conducta en los más variables ámbitos de nuestra vida.

“El hombre valeroso debe ser siempre cortés y debe hacerse respetar antes que temer”, decía el genial Quilón, uno de los siete sabios de la antigua Grecia. Interesante, atinada y reveladora aseveración que ambiciono sea algún día el emblema de una sociedad que estamos obligados a sublevar, transformar y cuyas infinitas mediocridad, limitaciones y carencias -que bloquen nuestro crecimiento y calidad de vida- debemos revertir. No podemos seguir impávidos, titubeantes y ajenos; tengamos la valentía de mirarnos en nuestro espejo como colectividad. Es mi sincero y ansiado empeño que el “respeto” agite nuestras conciencias, espíritus y realizaciones.