Estos pormenores son importantes al elaborar una convocatoria. Recomiendo contemplar los detalles determinados en el protocolo con el afán de rehuir circunstancias orientadas a deslucir su actividad. Subsiste una absurda obsesión encaminada a invadir las tarjetas con textos que confunden al destinatario. Recuerde: cuanto menos recargada y barroca su redacción, mayor será su elegancia y sobriedad.
Al respecto, reincido en lo expuesto en mi artículo “El protocolo en las invitaciones” (2019): “…La experiencia acredita, aunque parezca una inmodesta aseveración, que el protocolo y el ceremonial deben estar a cargo de expertos y entendidos. Es un asunto de vital magnitud para asumirlo entusiastas principiantes. De allí la insistente y urgente necesidad de impedir su distorsión en un medio saturado de excentricidades, desatinos e inopias. No permitamos esta agresiva desnaturalización que genera anarquía y desconcierto”.
Una suma de diferencias definen el vocablo acertado. Todo dependerá de lo que convidará, el tiempo de duración y el tipo de suceso. También, sugiero utilizar las palabras “brunch”, “cena” o “comida”, de acuerdo a la hora; no por su aparente exquisitez como percibo en “perulandia”. Evitemos desfigurar sus significados.
El “brindis” implica un par de ruedas de espumante o pisco sours acompañados de pequeños bocados. Su duración no excederá la media hora aproximadamente; se sirve en celebraciones matrimoniales, empresariales, etc. y los presentes tienen un tiempo limitado para departir. De las tres opciones, es la más sencilla y breve.
De otra parte, el “coctail” se alarga de dos a tres horas; se caracteriza por la variedad de bocaditos y licores; los invitados permanecen de pie y podrán desplazarse para alternar con el resto de asistentes. Éste puede ser “pasado”, cuando se prescinden de mesas para los manjares; todo es ofrecido por el personal de servicio. De mismo modo, existe el “buffet”, consistente en instalar mesas con quesos, carnes, dulces, etc. En ambas situaciones hay mozos y sus más notorias características son: se realiza en la tarde o noche; permite reunir una gran cantidad de personas; los alimentos son suministrados en pequeños tamaños y puedan cogerse con las manos; los canapés y tragos deben tener una presentación estética y agradable; la decoración será acorde al evento y se instalan mesas tipo islas.
Por último, la tantas veces denominada “recepción” es organizada por el titular de uno de los poderes públicos, autoridades de los gobiernos regionales y municipales o una embajada. Tiene un carácter formal, la invitación es personal y estará consignada en la tarjeta la hora de ingreso y salida. Los anfitriones se apostarán a la entrada en una “línea de saludo”, acompañados de sus cónyuges y funcionarios en orden jerárquico, para recibir a los concurrentes y, además, admite discursos, himnos y elementos del protocolo gubernamental o diplomático. Su diversidad gastronómica se asemeja al coctail.
Hace unas semanas observé la graduación del alumnado de un popular instituto de educación superior de Lima. Allí el novicio maestro de ceremonia aseveró: “Gracias, hasta aquí con el protocolo, eso es todo, nos vemos en la recepción”. Similar extravagancia se lee en las esquelas adjuntas a los partes matrimoniales. Con frecuencia compruebo la incapacidad para distinguir cada uno de los conceptos mencionados y la ineptitud de quienes conducen la velada con un estilo coincidente al imperante en un salsodromo o en una serenata criolla.
El “brunch” se ofrece entre las 10.00 y 12.30 horas y contiene alimentos del desayuno y el almuerzo. Se sirven aperitivos con bajo porcentaje de alcohol, pastelillos fríos y calientes, jugos, postres y bebidas calientes. Está orientado, principalmente, a una audiencia femenina y en nuestra capital lo brindan abundantes hoteles. Se emplean para despedidas de solteras y festividades como el “Día de la Secretaria”, etc. Por motivaciones comerciales, que inducen a equivocación, este apelativo se adopta para promover lonches buffet en las tardes.
Asimismo, sepamos las obvias diferencias entre “comida” y “cena”: la primera es entre las 20.00 y las 22.00 horas; la segunda, a partir de las 22.00 horas. Habitualmente, por error, se cree que la segunda es de “gala” en correlación a la primera; pueden ser “informales”, “semiformales” y “formales”. La invitación, la vestimenta, la decoración, el menaje y el menú guardarán coherencia con el acontecimiento.
La estructura de las mesas se situará en función del número de comensales, dimensión del ambiente, naturaleza y objetivo de la celebración. Las más comunes, en las coyunturas sociales, son las redondas para ocho o diez comensales. Éstas facilitan la integración y generan una percepción de homogeneidad. Tenga presente: jamás se sientan juntos una pareja de esposos, dos damas, dos caballeros, dos sujetos enemistados o dos prójimos que no hablan el mismo idioma. En “perulandia” esta pegajosa y desagradable rutina de establecer infalibles logias -reflejo de las reducidas destrezas sociales en los infectados por el síndrome de “chuncholandia”, como mi querida, temerosa y distante amiga Tatiana- restringe el acercamiento entre los participantes y muestra desprovista inteligencia interpersonal.
Si han sido apostados letreros de sitio con el nombre del asistente, esquive la infeliz ocurrencia de cambiar los rótulos con la finalidad de coincidir con su esposa, novia o allegado, como pasa con asiduidad. Es curioso percibir a señoras y señores con huérfanas cualidades para alternar con desconocidos, a pesar de su elevado estatus profesional o social. Una vez más, contemplo innumerables prójimos -incluyendo incontrastables “pipiris nais”- parecidos a un libro con pasta de cuero, letras de oro en alto relieve y páginas en blanco. Es decir, el inequívoco vacío cultural, espiritual e intelectual cubierto con su mejor atuendo.
Lo planteado me obliga a subrayar la exigua pericia de las agencias productoras y asesoras de bodas, graduaciones universitarias, certámenes sociales y gremiales. Este masivo y desordenado “boom” empresarial -suscitado por el creciente incremento del mercado nacional e internacional- actúa como proveedor de catering y, únicamente, es diestro en aspectos técnicos, operativos y logísticos. Carecen de la menor idea sobre la trascendencia del protocolo y su connotación. En “perulandia” cualquiera se autoproclama “experto” en eventos a partir de haber seguido un cursillo o de su rutina empírica.
Lo incorrecto, aunque parezca contradictorio, es aceptado por un auditorio neófito y de escasa exigencia que, por sus peculiaridades, composición y procedencia, avala y aplaude la ridiculez. En anteriores artículos he compartido innumerables vivencias reveladores de las penurias, descuidos y folklorismos reinantes en diferentes acontecimientos. La degeneración del protocolo continúa propalándose de forma desmedida.
Estamos frente a un círculo vicioso conducente a menoscabar la prestancia de un evento. Sin embargo, mi observación cotidiana arroja un negativo diagnóstico que debemos revertir con la lucidez y franqueza de nuestros aportes y reflexiones y, especialmente, con un proceder competitivo e impecable. No siempre son bienvenidas nuestras advertencias y puntos de vista en un entorno dominado por la insensatez, la huachafería y el desbarajuste.
Tenga
en cuenta infinidad de detalles al realizar su acontecimiento. Emplee el
término correcto, muestre solvencia y naturalidad, exhiba amplitud en su
relación humana, caracterícese por su afabilidad, finesa, buenos modales y convierta
cada momento en una oportunidad para afianzar sus habilidades blandas. Prescinda
desestimar la válida expresión de la comediante y actriz norteamericana
Caroline Rhea: “Seré un anfitrión toda la vida”.
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