viernes, 14 de febrero de 2014

Etiqueta Social: La inconsecuencia convertida en hábito

En la sociedad peruana estamos casi aclimatados a la incoherencia y ausencia de transparencia –entre lo que se piensa, siente, afirma y hace- en el modo de conducirse del prójimo. En todos los campos de la actividad humana se observa esta anomalía explícita de nuestra insignificante honestidad.

Tampoco es una excepción el amplio escenario de la “etiqueta social”. La contradicción se percibe en los diversos actores que intervienen en este importante quehacer y cuyas acciones debieran guardar un mínimo de consistencia. A continuación comparto con usted mi agudo parecer.

En primer lugar, existe un obvio desatino en el alumno interesado en estudiar los virtuosos modales a fin de perfeccionar su esfera interpersonal, fortalecer su personalidad y construir una mejor relación de coexistencia. Sin embargo, ni siquiera saluda con corrección, mastica chicles y caramelos mentolados en el aula, llega tarde y obvia disculparse, mira su teléfono celular a cada instante, arregla su cartera -sin el más imperceptible miramiento- antes de culminar la clase, se retira despidiéndose con un “hasta luego” apático, rústico e insuficiente y, por último, omite una sonrisa afable.

En segundo lugar, el docente de esta materia debiera hacer ostensible su habilidad convincente, motivadora y, además, evitar ofrecer un discurso rígido, acartonado, plagado de procedimientos y distante de la expectativa del auditorio. El talante pensante y disconforme siempre enriquece el desenvolvimiento perspicaz de un profesor de perfil cualitativo.

No sólo hay que conocer asuntos puntuales como el espacio entre los cubiertos en una mesa, la perfecta combinación de colores en las prendas de vestir y el tono de maquillaje según la ocasión. Estas pautas están consignadas en cualquier manual y su explicación puede obviarse. La tarea educativa es más exhaustiva que estas trivialidades. Se recomienda contar con elementos intelectuales y no sólo operativos, como percibo en renombradas entidades dedicadas a la enseñanza de la etiqueta social.

Sugiero formar al alumno en asuntos de cultura general -que abren nuevos horizontes de reflexión y razonamiento en el hombre-, realidad nacional y valores. El maestro tiene la obligación de mostrar estas sapiencias y acreditar autoridad para asumir un rol persuasivo y casuístico orientado a generar debate e intercambio de ideas.

En tal sentido, requerimos educadores actualizados e ilustrados. En múltiples instituciones observo pedagogos improvisados, carentes de trayectoria académica, con dominios básicos de cosméticos, modelaje y nada más. Tienen un libreto limitado y omiten explicar los entretelones emocionales, sociales y de diversa índole relacionados a las buenas costumbres. El mercado laboral está colmado de seres que desdibujan, con su inexistente visión y destreza, las implicancias del comportamiento en comunidad.

A mi criterio la enseñanza es un espacio para echar semillas de esperanzas a una generación resignada, indiferente y renuente que ha bloqueado el desarrollo de sus pericias de introspección. El especialista de esta materia temática requiere poseer potencial para compartir sus saberes, aceptar sugerencias, recibir críticas, acoger aportes y establecer una vinculación de entendimiento con el público.

Todo ello alejado de posturas de superioridad, recelo, soberbia o desconfianza como me sucedió con mis afamadas instructoras: Una secta autosuficiente de “pipiris nais”, incapaz de extenderse más allá de sus guiones y con variopintas tácticas cuando el discípulo formulaba observaciones y demostraba su conocimiento en determinados ámbitos.

El educador forma, moldea e influye en el desenvolvimiento del ser humano; por el contrario, la instructora solo transmite aspectos operacionales. Instructora puede ser cualquier desempleada con ciertas condiciones (habitualmente no exhibe un alto grado de cultura: me consta). El educador alberga un perfil individual que incluye el dominio de argumentos, método de enseñanza, formulación de vivencias, sistemas de evaluación y habilidad empática, entre otros tantos componentes. No es lo mismo!

Reitero, una vez más, lo expresado en mi artículo “Urgente: Se busca persona amable”: “…Varias de mis ex profesoras -brillantes, actualizadas y memorísticas instructoras ‘pipiris nais’- consideran que la etiqueta social sólo consiste en maquillaje, apariencia, vestimenta y manejo de los cubiertos en la mesa. “…No se pueden asumir posturas reglamentarias, rígidas y acartonadas, sin explorar el interior de cada ser, como hacen las docentes ‘pipiris nais’.

En tercer lugar, la analogía en los centros de enseñanza -que ofrecen programas de capacitación en imagen, etiqueta y afines- debiera ser una probidad. La urbanidad se promociona como un cliché de moda para captar clientes ansiosos de aprender a vestirse, mejorar su arreglo personal y estar al tanto de los utensilios de mesa.

El decoro en el devenir cotidiano es el mejor testimonio de consistencia. Rehúyo desmayar en cuestionar los gestos deslucidos y huérfanos de sentido común en los profesionales de este negocio que desdeñan su misión referencial y de predica. Al parecer sólo existen intenciones lucrativas desprovistas de solvencia. Se debe ejercer lo enseñado y soslayar esta conocida expresión: “En casa del herrero, cuchillo de palo”.

Tengo la personal satisfacción, más allá de halagos o cuestionamientos, de ofrecer mi cooperación decidida con el estudiante al que convengo en acoger sus anhelos, aspiraciones y deseos de ser cada día mejor. Así brindo una manifestación de entrega y decencia en el controvertido mundo de las cofradías de la etiqueta social. Como decía el filósofo y naturalistas británico Herbert Spencer: “Educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”.

sábado, 8 de febrero de 2014

La persuasión en la etiqueta social

En reiterados artículos he insistido acerca de la imperiosa conveniencia de integrar las recomendaciones (me desagrada emplear el calificativo “normas” o “reglas” que la hacen parecer dominante) de la etiqueta social en una cultura de vida que distinga al prójimo, realce su personalidad e influya en su óptima convivencia.

Desde mi parecer, el proceso de internalización de estas sugerencias es adecuado que sean conocidas, entendidas y aplicadas en el quehacer cotidiano. Sólo su continua práctica garantiza el surgimiento natural y espontáneo de los consejos que, a su vez, sirven para irradiar simpatía, aceptación y acercamiento con los demás.

Su enseñanza debe acompañarse de una secuencia de acciones destinadas a facilitar su ejecución. Esto se precisa hacer con énfasis en la sociedad peruana que, a pesar de algunos avances, todavía es renuente a ejercitar sus conceptos. De allí que, es necesario tomar en cuenta un primer factor: Aplicar la persuasión para explicar las directrices de la buena educación y demostrar cómo intervienen en el progreso profesional, en el asentimiento general y en la calidad de vida. En este aspecto propongo profundizar una toma de conciencia.

Un segundo factor: La autoestima. Si estamos inmersos en una colectividad marcada por demostraciones de baja apreciación, este es un ámbito que no podemos dejar de lado. El comportamiento sumiso, abyecto y miedoso muestra la débil autovaloración ciudadana. Concordemos en superar recelos, reacciones titubeantes y sospechas negativas que imposibiliten emplear la etiqueta social.

Es lamentable reconocer que el entorno obvia estimular virtuosas costumbres. Tomemos en cuenta la posibilidad de actuar en un ámbito desfavorable que pondrá a prueba, con su indiferencia, disconformidad y apatía, la convicción personal de cada uno de nosotros. La autoestima alta coadyuva a encausar la conducta humana dentro del marco de la urbanidad.

Evitemos descuidar un componente que, incluso en los más prestigiosos centros de enseñanza de etiqueta social, es asombrosamente omitido: Me refiero al análisis de las características emocionales que influyen en la interiorización de la etiqueta social. Rehuir tratar estos asuntos impide robustecer el proceder del hombre. La capacidad empática, la autoestima, el autocontrol, la tolerancia y el temperamento incide en el examen de la estructura interna. Su tratamiento está relacionado, entre otras causas, con la admisión o rechazo que genera la cortesía y educación.

Mi experiencia docente me autoriza afirmar que ésta es una cuestión “susceptible” que permite a los jóvenes mirarse en su “espejo” y reconocer que, más allá de una nota final, no siempre poseen los mínimos elementos sensitivos –sumado a la negativa influencia de su entorno- para utilizar las lecciones transmitidas. El afamado “qué dirán” es un estigma que insinúo superarse.

Dentro de este contexto, reitero lo dicho en mi escrito “Urgente: Se busca persona amable”: “…Estudiar la aplicación de la etiqueta social demanda una mirada integral. Los sujetos responden a estímulos, perfiles culturales, maneras de pensar, construcciones emocionales y subjetividades, etc. que obligan a escrutar su comportamiento a fin de intentar promover la amabilidad en una comunidad totalmente carente de sentido de pertenencia”.

Un tercer factor, son los referentes observados a nuestro alrededor. Los padres y educadores tienen un alto grado de ascendencia. Exhorto a los progenitores a predicar con su actuación con el afán de influir en el proceder de sus hijos y lograr que imiten su obrar. No juzgo acertado imponer el comportamiento, eso es autoritario y represivo. Una propuesta inteligente –aunque demanda cierta facultad neuronal- es buscar persuadir, dilucidar y convertirse en modelo de conducta.

Existen padres de familia que esquivan su rol en este campo y envían a sus vástagos a programas de vacaciones útiles de etiqueta social para zanjar el tema. Es un error pensar que el hijo internalizará saberes evadidos en la vivencia hogareña. Muchas veces lo aprendido, en estas capacitaciones efímeras, superficiales y sin mayores rigurosidades, contradice lo percibido en su vida íntima.

Es central que los papás sean modelos de conducta para sus descendientes. Si éste le ordena al niño no jugar en la mesa mientras almuerza o pedir algo empleando las palabras “por favor”, el padre debe ser congruente en cultivar estas expresiones de delicadeza. En cuantiosas ocasiones pasa todo lo contrario: Se exige a los chicos hábitos opuestos a los ejercidos en su esfera casera. Es decir, se ve la coexistencia de una suerte de común doble moral.

Cooperemos con nuestra acción asertiva, transparente y digna, a la difusión de una materia tendiente a entablar un puente de tolerancia mutua y una fecunda relación con el semejante. Hagamos de cada suceso en nuestro transitar por la vida una oportunidad para echar semillas de aliciente en las nuevas generaciones: Ellos requieren de incesantes ejemplos. Por último, acordémonos de lo afirmado por el escritor e intelectual V. Pisabarro: “Una buena educación no la podemos tener todos, pero sí podemos tener buenos modales”.