lunes, 7 de octubre de 2013

La incultura de la sociedad peruana

El título de esta nota se inspira en la respuesta de Mario Vargas Llosa a la pregunta ¿Qué te enfurece más del Perú? del periodista Pedro Salinas, para su libro “Rajes del oficio” (2008). En aquella ocasión aseveró: “Me enfurece sus inmensos contrastes culturales, económicos. Me enfurece el egoísmo y la ceguera de los peruanos privilegiados. Me entristece terriblemente la incultura, la desinformación, y a veces los resentimientos y rencores de los peruanos en general. Me entristece mucho la gran mediocridad de sus dirigencias políticas, la incultura general de la sociedad peruana…”.

Coincido en cuestionar la ausencia de cultura de nuestra colectividad que, por cierto, no diferencia edades, estatus o jerarquías. Amigo lector: Quiero compartir una reciente y curioso anécdota que me hizo sonreír y enojar. Hace unas semanas acudí con mi madre al entretenido festival de tango en el acogedor restobar “Don Julián” de San Isidro y un concurrente pidió al solista, entre las variadas canciones solicitadas por el público, entonar “Las mañanitas”. ¿Puede usted creerlo?

Ese episodio puede parecernos insignificante en comparación con lo constatado por los canales televisivos en sus habituales encuestas de sapiencia general. Las contestaciones son aberrantes y expresan una pobreza formativa tan grande como el cerro San Cristóbal. Los interrogados desconocen –en su inmensa mayoría- quien es Abimael Guzmán, Ricardo Palma, Nelson Mandela o los presidentes de la república de los últimos 20 años, entre otras cuestiones que denotan escasez de conocimientos.

La cultura tampoco es una fortaleza en los políticos contemporáneos. Un ejemplo es el ex alcalde Luis Castañeda Lossio, cuyas nociones básicas de literatura son limitadas. Así quedó demostrado al ser requerido por los medios de comunicación cuando Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura. La reportera inquirió: “Usted mencionaba que sus metas como alcalde eran tener una ciudad más humana, más amable y que tengan como eje al ciudadano. Si usted, aparte de las obras que ha mencionado, que otras podría mencionar como ejemplo de estas metas que usted se trazó”. El versado mudo respondió: “Cómo, perdón me distraje. No he entendido su pregunta”.

Desde mi punto de vista muchos consideran la cultura como “inútil” para obtener al ansiado bienestar económico y material, y el nivel de satisfacción de sus requerimientos básicos. Se evade vincularla a las demandas más apremiantes y, además, no se “exhibe” a simple vista, a diferencia de un celular, una prenda de vestir o un automóvil. Concluye siendo aburrida e innecesaria para quienes se preocupan de obtener la anhelada prosperidad reconocida como tal por el entorno.

Del mismo modo, admitamos nuestro bajo grado de cultura (contamos con uno de los más decaídos indicadores de lectoría por habitante al año en la región latinoamericana). Somos una comunidad que percibe la ilustración como lejana y elitista y, por lo tanto, evadimos entender su real connotación en el desenvolvimiento personal. Es un conjunto agradable de actividades que debemos incorporar en nuestro quehacer cotidiano. Leer, concurrir a museos, centros culturales, exposiciones artísticas, conversatorios, son algunas de las alternativas a las que se recomienda apelar para afianzar nuestra personalidad.

La cultura ofrece la capacidad de reflexionar y convertirnos en seres racionales, críticos y solventes en términos éticos. Posibilita discernir los valores, efectuar opciones, tomar conciencia de la realidad y cuestionar nuestras realizaciones. Brinda la posibilidad de “bucear” en la intuición interior y es un medio de superación incuestionable. Sugiero fomentar esta noble acción desde la infancia y sembrar la semilla del saber en el proyecto de vida de las nuevas generaciones.

La solvencia cultural está presente también en los temas de charla y es un indicador de sapiencia. Es conveniente acercarnos a la literatura, la historia, el arte y a los variados géneros literarios para contar con mayores elementos que inspiren las tertulias. No siempre es así, lo veo en colegas, alumnos y con énfasis en mis ex profesoras “pipiris nais” de etiqueta social quienes, más allá de dominar sus especialidades académicas, lucían desprovistas de la erudición requerida para hacer didáctica, amena y convincente su rígida y memorística labor pedagógica.

Dentro de este contexto, deseo subrayar que la lectura compromete el desenvolvimiento de nuevas capacidades y tiene un efecto esperanzador en el ser humano. Cuando frecuento familiares y amigos diviso en sus hogares equipos de última tecnología, entre otros numerosos exponentes de modernidad. Sin embargo, apenas unos cuantos desgastados textos básicos y desactualizados evidencian el desapego por descubrir ese mundo de discernimientos beneficiosos para evolucionar. La biblioteca de una familia es el “espejo” de sus ambiciones intelectuales. Padres renuentes a los libros influyen en el desprecio y la indiferencia de sus hijos hacia este maravilloso quehacer que se está perdiendo.

No obstante este panorama escéptico, me reconfortó ver tantos universitarios en la reciente y exitosa presentación de la nueva edición de la célebre obra del historiador Luis Eduardo Valcárcel “Tempestad en los andes” -la primera fue en 1927 y contó con el prólogo del José Carlos Mariátegui- en el Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es esperanzador observar jóvenes interesados en un acto que, en tiempos de frivolidades, desganos y apatías, introducía una publicación de enorme significado para revalorar las implicancias del mundo andino en la fragmentada sociedad peruana. Fue una ceremonia colmada de entusiasmos, de lúcidas intervenciones y de estudiantes deseosos de conocer el país que este estudioso de nuestros antepasados nos muestra a través de su fecundo y pormenorizado legado científico. Hagamos de la cultura una exigencia en nuestras expectativas. Está en nuestras manos y voluntades.