viernes, 13 de julio de 2012

¿El recto camino de la lealtad?

Los valores constituyen el marco referencial que inspira la actuación humana. Su conocimiento y adaptación enriquece a la comunidad. Todas las civilizaciones han definido los valores que contribuyeron a guiar el comportamiento de sus integrantes. En síntesis, la solidaridad, la honestidad, la lealtad, la puntualidad, la veracidad, -entre muchos otros- son pilares fundamentales para engrandecer la conducta social.

Son punto obligado de aprendizaje, reflexión e interiorización, en cada uno de nosotros, si deseamos contribuir a superar el profundo trance que acentúa el empobrecimiento cívico, ético y espiritual. No podemos eludir analizar este ámbito cuando, por coincidencia, adolecemos de liderazgos capaces de inspirar corrección, honorabilidad y decencia.

Dentro de este contexto, la lealtad es un sentimiento de respeto a los propios principios o a otro sujeto y, además, consiste en nunca dar la espalda a determinada persona o grupo al que se está unido por alguna relación. Está referida también a la firmeza en los afectos y en las ideas. El filósofo y escritor catalán Ramón Llull afirmaba: “Los caminos de la lealtad son siempre rectos”.

Su alcance es uno de los más trascendentes. Es un compromiso y, por lo tanto, solo pueden ser veraces quienes están lo suficientemente maduros para asumirlos. Aunque con bastante frecuencia existe una tendenciosa interpretación de su real connotación. Ésta se confunde con la complicidad y el encubrimiento cultivado en colectividades como la nuestra. No se sorprenda.

He llegado a concluir que la lealtad es inusual y escasa en el ambiguo, criollo y “gelatinoso” desenvolvimiento del peruano. Tengo presente las palabras de mi querido amigo, el afamado conservacionista Felipe Benavides (1917 – 1991), con quien en frecuentes diálogos analizábamos estos temas. Él no dudaba en señalar: “El peruano lleva la traición en la sangre”. Recordaremos como la deslealtad está insertada en múltiples momentos de la historia nacional.

Guardo varias vivencias para compartir que se remontan cuando recibí el encargo del jefe de estado para presidir el Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006-2007). Se presentaron ofrecimientos que me valieron ser sindicado como poco “leal”, con los militantes del partido gobernante, por no “corresponder” a ciertos “pedidos” o por mi falta de “leal” silencio –habitual en la deformada política peruana- sobre hechos sórdidos que, desde mi perspectiva, se debían denunciar y desenmascarar con severidad.

La torcida “lealtad” –aparte de las reiteradas trabas e intrigas- de los frívolos, pusilánimes e insensibles funcionarios públicos de carrera (que, incluso, convoqué) fue la más intensa y efectiva cátedra recibida, durante mi breve paso por el sector estatal, acerca de la ausencia de esta virtud. Carecían de integridad para actuar con consecuencia, coherencia y dignidad. Eran comunes sus prácticas soterradas.

Qué difícil es –para sujetos llenos de miedo y titubeantes- decir lo que piensan, con aplomo y convicción, y hacer lo que dicen. Estilo que, a pesar de críticas e incomprensiones, no compartí y enfrenté. Esa experiencia me facilitó conocer los enormes vacíos en seres que, teniendo destrezas profesionales, poseían una estructura moral deshonrosa.

Asimismo, dispuse colocar un letrero en la puerta del parque que decía: “Esta es una institución al servicio de la comunidad, aquí se vive la ética y se practica la meritocracia y no aceptamos tarjetazos”, que me hizo merecer el calificativo de “desleal” e “infraterno”. Sin duda, una denominación enorgullecedora. El servidor público debe lealtad a la ciudadanía y está obligado a eludir emplear su posición para conceder favores partidarios, como sucede en nuestro país.

De igual manera, existe una carencia de lealtad en los escenarios empresariales, sentimentales, políticos y familiares. Es “normal” sustraer información de una compañía para ofrecerla a la competencia y traicionar –por unas cuantas monedas- a la entidad en donde se laboró. A nivel amical sucede algo similar, la frágil fidelidad del amigo es negociada por prebendas o beneficios. Por su parte, los astutos políticos construyen alianzas de intereses y cuestionables sinceridades. El pragmatismo de la sociedad ha sustituido a las directrices que debieran caracterizar la actividad del hombre en todos los campos.

En el ameno libro “El espejo del líder”, el profesor David Fischman precisa: “…Uno de los motivos de la falta de lealtad se debe a que estamos muy concentrados en nosotros mismos. El entorno competitivo y los cambios crean un ambiente amenazante que nos orienta a pensar egoístamente. La lealtad implica, en cambio, orientarnos pensar por encima de nos otros y valorar la contribución realizada por las personas o instituciones hacia nosotros”.

Reforcemos nuestra lealtad a partir de regir nuestra vida de acuerdo con nobles preceptos que estamos comprometidos a cumplir. Portarse en concordancia con las normas que hagan sobresalir al prójimo -en un mundo contaminado por tan lacerante crisis moral- es un desafío. Procedamos con probidad a fin de constituirnos en referentes para las actuales y futuras generaciones.

viernes, 6 de julio de 2012

La “crítica” constructiva

Integramos una comunidad en la que no hemos sido preparados para dialogar, negociar, forjar entendimientos y hacer apreciaciones inspirados en la genuina intención de recapacitar acerca de realidades que deben corregirse o analizarse. Me refiero a la tolerancia frente a la “crítica”.

Empecemos aclarando el significado de este vocablo. La Real Academia de la Lengua Española lo define como lo que “se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc.” como “examen y juicio”. Este término deriva de la palabra “criterio”.

También, es la función dirigida del intelecto crítico, emitida como opinión formal, fundada y razonada -imperiosamente analítica- con connotación de sentencia cuando se establece una verdad ante un tema u objeto concreto. En el lenguaje cotidiano es la reprobación o censura realizada de algo o alguien.

Entendida como una práctica destinada a examinar y explorar, la “crítica” debe ser común en las personas para poner en controversia sus determinaciones. Esta cualidad fomenta un contenido reflexivo y estimulante al desarrollo integral de los individuos. La mirada “crítica” exhibe una disconformidad que posibilita orientar mejores acciones y la continúa evaluación de los actos. Por lo tanto, es prioritario de llevar acabo en un medio carente de esta facultad.

No temamos, ni rechacemos la “crítica” cuando se diferencia por su magnitud introspectiva y sensatez. Su sano ejercicio hará capaces a los sujetos, en lo personal y grupal, de meditar sobre asuntos que, a simple vista, se asumen como válidos, ciertos y categóricos. No siempre es así. Pues, para enfrentar con éxito las complejidades se requiere tener un alto índice de habilidad juiciosa y reflexión constante.

Se recomienda alimentar la “crítica constructiva” a partir, entre otros elementos, de un proceso formativo que incluya el cuestionamiento positivo en el entorno familiar, social y educativo, y esté orientada ha profundizar los conocimientos y emociones. Aceptar órdenes, instrucciones y mandatos -sin usar el juicio de valor- obstruye el desenvolvimiento de esa extraordinaria posibilidad del ser humano, tan poco aprovechada, de someter a escrutinio las afirmaciones recibidas.

En tal sentido, sugiero aproximarse a la lectura. Una herramienta que subleva y hace al prójimo discrepante, agudo y analítico. Además, compromete la ampliación de nuevas virtudes; ayuda a perfeccionar el lenguaje, mejora la expresión, el vocabulario y la ortografía; incrementa las relaciones humanas y favorece la empatía; facilita la exposición del pensamiento y la capacidad deductiva; activa las funciones mentales agilizando la inteligencia; abre la imaginación y creatividad. Recuerde, la carencia de cultura e ilustración da lugar a conductas mediocres, súbditas y sometidas a mensajes embrutecedores.

Todos los mecanismos que involucren un entrenamiento crítico serán bienvenidos en una colectividad –como la nuestra- indiferente, intelectualmente “parapléjica”, conformista y, además, manipulada por medios de comunicación, políticos, líderes de opinión, contenidos publicitarios, estereotipos y otros componentes que contribuyen a su creciente estancamiento.

Fomentar la “crítica” es una tarea que se nutre, principalmente, del ejemplo de los padres, quienes tienen una influencia explícita para moldear a sus hijos y, por lo tanto, pueden potenciar esta destreza a fin de ayudarlos a “pensar”. La forma como se zanjan los conflictos en el hogar, la empresa y la sociedad, –sin lugar a dudas- muestra la ausencia de la “crítica constructiva”. Por el contrario, las diferencias se resuelven a través de la confrontación, alzando la voz, con imposiciones autoritarias, prepotencias y amenazas, lo que lo evidencia escasa “inteligencia emocional” (la lucidez para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la pericia para manejarlos con sapiencia). El término fue popularizado por Daniel Goleman, en su célebre publicación “Inteligencia emocional” (1995).

De otra parte, es imprescindible establecer ciertos criterios que posibiliten la “crítica constructiva” a fin de afrontar las adversidades cotidianas de manera propicia. Se propone evitar estar molesto o cargado emocionalmente; adoptar un gesto flexible y de servicio; describir el dilema sin emitir juicio de valor; indicar cómo se siente ante el incidente, expresar sus impresiones; y, por último, preguntar cómo puede ayudar.

De modo que, como señala David Fischman en su libro “El espejo del líder”: “Es necesario tomar conciencia de que nosotros mismos tenemos mucho que mejorar. De lo contrario, estaremos escondiendo nuestras propias carencias, destacando y exagerando los defectos de nuestro personal”. Asimismo, es conveniente poseer una aptitud abierta y humilde.

En todo ámbito encontramos situaciones que demandan madurez e inteligencia (entendida como la capacidad para resolver problemas). La dinámica social actual, caracterizada por su alto índice de estrés, exige conocer las implicancias de la “crítica constructiva” para encarar infortunios y entredichos en el largo caminar de la vida. Para concluir, considere las oportunas palabras del escritor español Fernando Sánchez Dragó: “La mejor crítica es la que no responde a la voluntad de ofensa, sino a la libertad de juicio”.