lunes, 13 de octubre de 2014

Reflexiones sobre la autoestima

Como todos sabemos la autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser, de quienes somos e incluye el conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad. Esta se puede aprender, cambiar y mejorar en el transcurso de nuestra existencia.

A partir de los cinco o seis años empezamos a cimentar un concepto de cómo nos ven nuestros mayores, compañeros y amigos y, por lo tanto, las experiencias adquiridas van perfilando nuestro ser. De modo que, es importante que los ascendientes y/o tutores emitan emociones y señales destinadas a apuntalar la autoestima, por cuanto en esta etapa se define el crecimiento interno.

En el hogar se trasmiten los primeros valores que llevarán al niño a formar su identidad. Muchas veces los padres actúan, por desconocimiento u omisión, de manera perjudicial y dejan marcas ocultas en sus descendientes. Progenitores con déficit de autoestima transmitirán inconscientemente –y creyendo que es correcto- mensajes y comportamientos tendientes a mermar el ascenso de la autoestima de su hijo. También están los que aprecian los logros, esfuerzos y realizaciones de sus vástagos y, por lo tanto, contribuyen a afianzar su personalidad.

En gran medida la autoestima es responsable de los fracasos y éxitos del ser humano. Una autoestima adecuada ampliará la capacidad de desplegar las habilidades y aumentará la seguridad; mientras que una autoestima baja se enfocará hacia la derrota y frustración. Es decir, ejerce una notable influencia sobre la conducta.

Por esta razón, resulta interesante analizar la autoestima de un individuo para comprender, con escasos márgenes de error, su evolución y las determinaciones adoptadas que, en mayor o menor nivel, pueden haber contribuido a su bienestar. Tiene una implicancia intrínseca en la biografía emocional y, en consecuencia, es una especie de “soporte” que brinda ímpetu para enfrentar el trajinar de la vida.

Es pertinente hacer críticas constructivas, asumir actitudes provechosas, confiar en si mismo, conducirse en función de sus creencias, perfeccionar la sensibilidad, la habilidad social y ser diligentes en reconocer fortalezas y debilidades. El beneplácito individual es medular para entender y elevar la autoestima.

Un individuo con autoestima positivo marca diferencias. Así, por ejemplo: Cree firmemente en ciertos valores y principios; obra según crea más acertado, confía en su propio juicio; no emplea demasiado tiempo preocupándose por lo halla ocurrido en el pasado; tiene confianza en su asertividad para resolver sus propios problemas; se considera y siente igual a cualquier otra persona, aunque admite distinciones; da por supuesto que es interesante y valioso; no se deja manipular, aunque está preparado a colaborar si le parece conveniente; acepta en sí mismo una variedad de sentimientos, tanto positivos y negativos, y está dispuesto a revelarlos; es capaz de disfrutar diversas actividades como trabajar, jugar, caminar, leer, etc.

Con frecuencia observo, en mi quehacer docente, realidades que evidencian bajísimos estándares de autoestima que, a su vez, posibilita concebir –más no justificar- conductas miedosas, abyectas y ambivalentes. Por ejemplo, la habitual vacilación del alumno a intervenir, expresar sus discrepancias o formular un aporte por el espanto a ser rechazo por sus condiscípulos. Ese mismo ejercicio podríamos trasladarlo a las esferas profesionales en donde incontables colegas se hacen los “sordos, ciegos y mudos” y evaden dar sus puntos de vista cuando existen desacuerdos.

Existe un sinfín de situaciones que grafican nuestra deteriorada autoestima. Miedo, inseguridad, duda y urgencia en conseguir la aprobación de otros, son características frecuentes. Algunos ejemplos usuales: falta de convencimiento para defender nuestros derechos, inexistente firmeza para exponer lo pensado sin dejar de estar al tanto de la aceptación que nuestro parecer puede merecer en los demás, recelo a exhibir con hidalguía nuestros actos sin importarnos coincidir con quienes nos rodean, incapacidad para tomar resoluciones inspiradas en convicciones, etc.

Sugiero, con absoluta modestia, prestar atención a la actuación del prójimo para percatarnos con claridad de sus índices de autoestima y, por lo tanto, comprender su falta de valentía y certidumbre en sus decisiones. Expresiones frecuentes como “no te compres lío ajeno”, “evita decir lo que piensas” o “hazte el desentendido” son el espejo de una colectividad con insuficiente autoestima frente a la que debemos rehuir resignarnos.

Hace unos días explicaba a mis estudiantes la importancia de vigorizar y desplegar la inteligencia interpersonal con el afán de forjar fructíferas relaciones de convivencia social y asegurar una sólida comunicación con nuestros semejantes. Explique cómo en nuestro medio la denominada (por el suscrito) “chuncholandia” muestra, entre otras demostraciones, la deslucida autoestima de los peruanos y, por cierto, de los jóvenes en particular. Me referí a esa clamorosa necesidad de sentirse protegidos, únicamente, cuando están rodeados de su grupo familiar, amical o sentimental.

Por lo tanto, existe temor a construir relaciones con los que no integran su entorno más cercano. Se percibe pavor de salir de su “zona de confort” a pesar de perder la oportunidad de explorar nuevas vinculaciones humanas que pueden generar una diversidad de experiencias, conocimientos y aprendizajes. Es rutinario ver hombres y mujeres aparentemente fluidos, desenvueltos y extrovertidos, sólo cuando se encuentran con su secta amical, laboral o sanguínea. Su diminuta autovaloración les imposibilita desarrollar acercamientos con desconocidos o tomar la iniciativa para fomentar un enlace social.

Sumemos esfuerzos y tengamos una mirada esperanzadora de nuestro destino, construyamos pensamientos llenos de renovadas ilusiones y, además, seamos idóneos para asumir nuestra propia realidad y descubramos el potencial de cada uno de nosotros. No perdamos tiempo: consolidemos nuestras “columnas” emocionales destinadas a resistir los embates de la vida.