En ocasiones alternamos con hombres y mujeres carentes de recursos para sostener una educada y entretenida tertulia; éstas se reducen a asuntos laborales, curiosidades del clima y trivialidades. Una de las principales razones de mi ostensible alejamiento general radica en este aspecto. Me resulta difícil enfrentar tan innegable aburrimiento.
La plática familiar alienta el acercamiento, desarrolla la personalidad, brinda confianza y promueve las imprescindibles habilidades blandas. Sugiero a los padres charlar con sus hijos a fin de estimular y afianzar sus niveles de desenvolvimiento. Aunque conviene evocar la conocida aseveración: “Lo que no nace, no crece”. Si los progenitores esquivan dar a conocer esta destreza, como resultado de vigentes limitaciones, será imposible transmitirla.
En cuantas oportunidades oímos decir “no hables con desconocidos”, “no tienes nada que conversar con él”, “quédate callado, hazte el ciego, sordo y mudo”, entre un sinfín de eslogan que pueden formularse con buena intención. Sin embargo, éstos influyen en el crecimiento interpersonal. Más aún si estamos ante niños o adolescentes con baja autoestima, dependencia emocional, restringida inteligencia interpersonal, etc. Aconsejo proceder con lucidez, asertividad y madurez.
La inopia de los papás se percibe, entre otras circunstancias, cuando acudimos a restaurantes y cada miembro de la familia permanece silenciado echando un vistazo a su teléfono celular. Lo mismo acaece en viajes, paseos y reuniones dominicales. Es normal la penuria e incapacidad de chicas y chicos para dialogar con sus tíos o abuelos. Pretenden disimular sus carestías al concentrar su atención en su flamante Iphone que, por cierto, se ha transformado en un signo más de una opulencia que no está aparejada, necesariamente, con su deslucida esfera intelectual. Al respecto, escucho la desafortunada, conformista y cómplice expresión “así son los jóvenes de hoy día”. Eso es una mentira, ese proceder confirma el paradigma transmitido por los padres. ¡Una pena!
De otra parte, alterno con adolescentes con probadas cualidades de comunicación. Coincidentemente han sido moldeados en medios en donde los coloquios familiares, la ilustración y las habilidades sociales fortalecerán su desenvolvimiento. Mi amiga Tatiana, a sus 34 años de edad, es un ejemplo opuesto. Su apagada autovaloración, simulada sociabilidad e insuficiente cultura, han moldeado una personalidad temerosa, pálida y díscola. Este patrón de conducta no debemos considerarlo común en las nuevas generaciones. Es la punta del “iceberg” de las escaseces que repercutirán en su porvenir profesional. Pero -como en muchos otros mortales- en ella es inexistente la voluntad de identificar y analizar esta lacerante realidad que empobrecerá su destino. Por ende, el pánico a reconocer sus exigüidades obstruye su bienestar.
La solvencia cultural ofrece enriquecedores elementos para la conversación. Es conveniente acercarnos a la historia, al arte, a la literatura, etc. para albergar conocimientos que sirvan de inspiración. Dentro de este contexto, la lectura es una afición que envuelve, ennoblece, ofrece un deleite singular y subleva conciencias, promueve la disconformidad y fortalece el amor propio, componentes indispensables para salir del atraso que nos aflige. Reitero mi aguda aseveración: la biblioteca de un hogar es el espejo de las ambiciones pensantes y espirituales de sus habitantes. Uno desprovisto de libros, es un rincón sin dignidad, visión, perspicacia y progreso. Agrego algo más: dime qué lees y te diré quien eres.
Hay quienes hacen un monólogo orientado a imponer sus puntos de vista, sumado a su carácter hostil y antidemocrático. Charlar representa un mutuo compartir, aprender, reflexionar y alimentar nuestro razonamiento; no es una confrontación irreconciliable y áspera. Deborah Tannen, profesora de Lingüística de la Universidad de Georgetown, explica: “Una conversación bien llevada es una visión de cordura, una ratificación de nuestro propio modo de ser humano y de nuestro propio lugar en el mundo”.
Tenga en consideración éstos aportes: participe mediante una tertulia entendible; sea cortés y respetuoso aún en los instantes más tensos; rehúya convertirse en el centro de atención; soslaye revelaciones ofensivas para los presentes, máxime, en referencia a sus opciones religiosas, políticas o sexuales; evite imponer un tema que solo sea de su interés y dominio; cultive la empatía y la tolerancia. Si tiene el don de la fina ironía, conviene saber canalizarla. Existen mortales susceptibles, colmados de complejos y carentes de la amplitud para entenderla.
Es importante rechazar participar en cotorreos impertinentes, habladurías íntimas y lesivas al honor o la privacidad ajena. Sepa de qué departir y con quien, puede verse involucrado en incómodas situaciones. Ratifico lo expresado en mi artículo “Disculpa la pregunta…”: “Quiero revelar mi agobiante temor cuando me dicen ´estamos en confianza´, para empezar a escrutar sobre mi sueldo, mi soltería, el precio de una prenda, las razones del divorcio de mi hermano, entre un sinfín de ´criollos´ fisgoneos. Tenga presente: lo adecuado en una sociedad educada y culta, concluye siendo lo incorrecto en nuestro medio y al revés. Dolorosa realidad que estamos obligados a contribuir a revertir con nuestro firme proceder”.
En tal sentido, son convincentes las apreciaciones del ilustre barón alemán Alexander Von Humboldt, quien -durante su breve estadía en el Perú en 1802- anotó en su diario de viaje: “…Se podría decir que el dios Rímac, que según Garcilaso (en alusión al ilustre historiador y cronista de ascendencia hispano-incaica conocido como el Inca Garcilaso de la Vega) era llamado ‘el dios hablador’, preside también a todas las clases sociales de Lima, pues hay pocos lugares en el mundo donde se hable más y se obre menos”. Interesante, acertada y vigente acotación.
Jamás utilice su estado de salud como pretexto para abordar cuestiones médicas, dietas, tratamientos, operaciones, etc. Es usual encontrarnos con personas deseosas de ofrecer un tedioso recuento de sus aparentes y exagerados padecimientos. Dilucidar sobre nietos, primogénitos, recetas gastronómicas, prendas de moda y trabajadoras domésticas es casi un ritual en los encuentros femeninos; en los varones, es un imperativo los pormenores acerca de asuntos laborales y, además, las acaloradas discusiones de política y deportes. Son inexistentes las veladas profundas y cualitativas.
Existen quienes -debido a su indisimulable inseguridad y timidez- concluyen inmersos en una perceptible incomodidad cuando se comunican con desconocidos. El extendido síndrome de “Chuncholandia” está presente en reuniones caracterizadas por la rutinaria conformación de “tribus” en función de sexos, edades y afinidades. Si alguien demuestra elevada seguridad y pretende integrarse con la “camarilla” ajena, es expulsado o mal visto. La risible costumbre de forjar conexiones en función de ciertas “logias” restringe el acercamiento y la plática. Recuerde: cuando salimos del “área de confort” ampliamos nuestra percepción de la diversidad humana.
En lo personal las conversaciones que mayor sapiencia me brindaron y que, además, tengo presente en la retina de mis intensas remembranzas fueron con Felipe Benavides Barreda, el afamado ambientalista peruano de mediados del siglo XX, con el que tuve el privilegio de compartir los mejores años de mi juventud. Su extraordinaria mirada del mundo, su desbordante erudición y firmeza me impactaron desde nuestro primer encuentro (1984). También, fueron aleccionadoras y entretenidas las tertulias con el sabio e investigador Javier Pulgar Vidal; su humildad, estilo paciente y afabilidad lo enaltecieron y diferenciaron. Con mis queridos amigos el poeta Miguel López Cano, el diplomático Augusto Dammert León y el político Nicanor Mujica Álvarez Calderón, nuestros coloquios persisten en mis añoranzas por su inapreciable valía, aliento y espíritu aleccionador.
Practíquela y asuma el desafío de engrandecer su discernimiento. Una dama o caballero de encantadora charla porta la semilla de un líder. Nunca más vigente la afirmación del filósofo, músico y poeta alemán del siglo XIX Friedrich Wilhelm Nietzsche: “Uno busca a alguien que le ayude a dar a luz sus pensamientos, otro, a alguien a quien poder ayudar: así es como surge una buena conversación”.
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