domingo, 4 de septiembre de 2016

¿Qué sabemos del maestro de ceremonia?

Un aspecto importante e ignorado es el referido al papel del “maestro de ceremonia”. Su aporte para garantizar el éxito de un evento dependerá, entre otras significativas consideraciones, de su atinada, discreta y cabal habilidad. Cuanto más imperceptible su protagonismo, mayor será su contribución.

En ocasiones se confunde su labor con la asumida por un “animador”. El primero, conduce la actividad y pone en contacto a los organizadores con el público; el segundo, fomenta el acercamiento, la alegría y la diversión de los asistentes y, por lo tanto, es requerido en celebraciones familiares, bailes, festejos y afines. En consecuencia, existe una indiscutible diferencia de funciones.

Reitero lo expuesto en mi artículo “Importancia del protocolo en los eventos”: “En nuestro medio concurren un abanico innumerable de moderadores con palpable desconocimiento de las mínimas disposiciones protocolares, a pesar de su dilatada experiencia e incluso siendo personas públicas convocadas con asiduidad para estos menesteres. Por ejemplo, acostumbran pedir ‘un voto de aplauso’, ‘saludamos con un fuerte aplauso’, etc. olvidando que las palmas no se solicitan; surgen espontáneamente. Escucho con reincidencia aseverar: ‘A continuación las sagradas notas del himno nacional del Perú. De pie por favor’. Bastaría: ‘Himno nacional del Perú’, es obvio que se entona de pie”.

“…Jamás debe asumir un rol adulón o intentar convertirse en la ‘estrella’ del certamen. Su criolla e improvisada formación, reflejada en reiteradas deficiencias, pueden generar la percepción que tan empañado desempeño es habitual. Debe dominar el uso de tratamientos honoríficos, precedencias y conceptos básicos de ceremonial. No exagero al subrayar la mediocridad de moderadores incapaces de diferenciar un evento institucional con una fiesta infantil. La sobriedad en su atuendo y desenvolvimiento define el estilo”.

Desde mi punto de vista, conviene exhibir buena dicción, adecuada entonación y óptimo volumen de voz. Su misión involucra prepararse, verificar que esté listo el podio, los equipos de sonido, el micrófono, las luces, empezar a la hora exacta, presentar a los expositores, hacer que los concurrentes se sientan bienvenidos, cumplir la programación, controlar el tiempo de las intervenciones, orientar las cuestiones protocolares y agradecer la participación. Al empezar debe evadir decir: “Buenas noches con todos”, sólo es necesario: “Buenas noches”.

Propongo emplear un esquema conducente a proporcionar coherencia a su intervención y, además, no omitir los vocativos y las precedencias. Es preciso incidir en la exigencia de practicar el programa y lucir vestimenta apropiada. En cuantiosos certámenes se pretende, en aras de supuestas informalidades, invertir el procedimiento y la solemnidad establecida. Hecho que opaca su trascendencia y magnitud.

Su ocupación demanda muchas más condiciones que una atractiva apariencia o amplia popularidad en los medios de comunicación. Recomiendo poseer probada asertividad, autocontrol emocional, mostrar empatía, naturalidad y sonreír, enfrentar situaciones imprevistas, dominar el ceremonial y, especialmente, renunciar a cualquier tipo de protagonismo. Algo imposible de lograr en abundantes y trilladas figuras del espectáculo y el periodismo.

Con asombro y estupor observo a afamadas locutoras de espacios televisivos, modelos, ex reinas de belleza y hasta controvertidos exponentes de la farándula que, aprovechando su efímera fama, son requeridos para esta función y han deslucido -a pesar de sus elevados honorarios- la prestancia de este trabajo. La relevante colaboración del “maestro de ceremonia” posibilita realzar cualquier acontecimiento corporativo, oficial o social; por esta razón, no debe estar en manos de galanes o actrices que le aminoran nivel y prestancia. Aun cuando tan desmedidas y elocuentes negligencias sean acogidas con simpatía en la siempre singular y desprovista “perulandia”. También, quiero hacer notar la responsabilidad de la entidad contratante por este despropósito.

Aceptar esta tarea es un suplicio debido a las constantes e impertinentes injerencias en desmedro del ponderado cometido que me agrada desplegar. En ocasiones he sido interrumpido para solicitar aplausos a un invitado o para la esposa del anfitrión, detener la velada a fin de anunciar la llegada tardía de una autoridad, realizar desatinados avisos de servicio público e incluso alterar la presentación con el propósito de inducir a hacer uso de la palabra a uno de los concurrentes.

Hace varios meses fui requerido por una universidad local para conducir el acto de acreditación del Sineace del ministerio de Educación. Al mencionar al máximo encargado de este organismo, un extravagante subalterno me exigió obviar al citado portafolio y requerir palmas para su jefe. No obstante, el guión había sido revisado y aprobado por los anfitriones. Por cierto, desatendí el capricho de este diligente, pegajoso y pusilánime felón.

Recuerdo haber sido llamado a actividades en las que entre los organizadores disputan el dominio sobre el “maestro de ceremonia” y, por lo tanto, debí enfrentar continuas contraórdenes que hacían peligrar mi función y mermar el desenvolvimiento del acto. A ello debo agregar la insolente interferencia de los asesores de funcionarios gubernamentales que pretendían introducir modificaciones. Me acuerdo del asistente de un presidente regional que cuestionó insistentemente la secuencia de las exposiciones de los integrantes de la mesa de honor. Este despistado burócrata ignoraba las precedencias.

Por último, sugiero incorporar esta temática en las capacitaciones de oratoria, imagen institucional, etiqueta social y organización de eventos, para ilustrar a quienes diseñan, implementan y administran eventos. El “maestro de ceremonia” es el conspicuo artista tras el telón del escenario. El ilustre filósofo alemán Immanuel Kant decía: “No hay duda que todo conocimiento empieza con la experiencia”.