miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Se ha extinguido la caballerosidad?

Con frecuencia escucho a amigas y conocidas cuestionar la visible ausencia de señorío en sus parejas, hijos, colegas y afines. Especialmente reclaman un conjunto de gestos deferenciales que, como podemos observar, se están perdiendo en la sociedad ante la mirada indiferente de numerosos varones.

Ante todo empecemos esclareciendo que se entiende en la actualidad por “caballerosidad”. La interpretación y destino de algunos conceptos cambia en función de la dinámica social y sufren transformaciones -positivas o negativas- en su usanza. Este es uno de esos casos.

En la antigüedad un caballero era una prójimo de origen noble que montaba a caballo -poseía un sirviente o paje- y se dedicaba a la guerra. Al mismo tiempo, eran recompensados con el mando de una pequeña extensión de tierra en cuyo caso adquirían el nombramiento de conde si era un condado, duque para un ducado, etc. Pero preservaban el grado de caballeros. Durante la Edad Media la caballería sería un arma fundamental de los reyes feudales y, además, por siglos era imparable el ejército que poseía una gran caballería.

Esta acepción no se mantiene en nuestros días. Esta concepción se emplea para el hombre definido por su respeto, amabilidad, desprendimiento y distinción. Por su parte, la galantería es una acción obsequiosa para con una dama. Es una conducta de masculinidad caballeresca ejercida por los varones; mientras que las mujeres cultivan el arte de la femineidad y la coquetería.

Es importante asumir la “caballerosidad” como una cultura de vida. Es una manifestación inequívoca de respetabilidad. A la mayoría de las mujeres les gusta sentirse atendidas. Un señor caballeroso es mucho más cautivador, interesante, varonil y acogedor. Su práctica no se improvisa de un momento a otro, se va gestando –de manera gradual y sostenida- en su proceso de educación, se nutre de su contorno y de sus referentes de comportamiento y, finalmente, fluirá con naturalidad. Sin exageraciones, ni exhibicionismos.

Discrepo de quienes afirman que la “caballerosidad” desagrada e incomoda a las señoras. Incluso he oído decir que es algo superado y fuera de moda. No lo considero así. Su aplicación se debe fomentar desde temprana edad a fin de interiorizar en el adolescente esos seductores detalles que lo harán diferente y, por lo tanto, destacará en su trato con el resto de personas. En este aspecto los padres de familia cumplen una labor directriz. Si el papá abre la puerta del auto a su esposa, le cede el paso, la asiste a subir o bajar las escaleras, la lleva del brazo en la calle, la ayuda con las bolsas de las compras, le jala al silla al sentarse y tiene variados actos de afabilidad, con el resto de damas de su ámbito familiar y amical, estos actos serán una influencia práctica en el adiestramiento de sus hijos. Así serán formados para desenvolverse con “caballerosidad”.

Conozco individuos con aislados rasgos de “caballerosidad” solo en puntuales circunstancias y con quienes motivan su particular interés o atracción. Una lástima que lo que debiera caracterizar un estilo personal, sea usado comúnmente en función de conveniencias y solo en ciertos instantes para embelesar a alguien del sexo opuesto. Del mismo modo, existen mujeres que se dejan impresionar por efímeros galanes, cuyos aparentes y artificiales modales son empleados para disimular sus enormes carencias espirituales, emocionales e intelectuales.

En la “caballerosidad” influyen otros componentes como la autoestima. Ésta es entendida como la autovaloración que cada uno de nosotros tiene de si mismo y es un factor concluyente para sentirnos convencidos de realizar demostraciones de consideración y gentileza. Tenga presente que la alta autoestima brinda seguridad, aplomo, confianza y solvencia para conducirnos en función de nuestras determinaciones sin preocuparnos de la respuesta del medio.

Empero, quiero anotar ciertos obstáculos en el ejercicio de la “caballerosidad”. Todavía existen damas que se burlan de los finos detalles del varón y se resisten a aceptar expresiones amables –como ser ayudadas al ponerse un abrigo- por inseguridad y temor a la reacción de sus parejas. En reiteradas ocasiones he visto a mujeres, de variadas edades y procedencias, mirar asombradas episodios usuales de cortesía que revelan su falta de costumbre de frecuentar caballeros y, lo que es peor, no conocen en que consiste, sin ambigüedades, la “caballerosidad”. Si estuvieran al tanto de las sugerencias de la etiqueta social, su respuesta sería de agrado y complacencia. Recomiendo a las señoritas -a fin de evitar situaciones incómodas- disimular su precaria educación y débil autoestima cuando son sorprendidas con oportunas y galantes actitudes caballerosas. No se ponga en evidencia!

Entendamos la “caballerosidad” como una elevada manifestación de las cualidades humanas del hombre en su relación con sus semejantes. Alentemos, con entusiasmo e ilusión, toda iniciativa que realce al varón en su actuar. Ofrezcamos nuestras mejores acciones, atraídos por el anhelo de forjar una mejor convivencia colectiva. De esta manera, estaremos entregando nuestra contribución a una comunidad necesitada de nuevos referentes que constituyan el marco correcto de inspiración para la juventud.