domingo, 18 de agosto de 2013

Urgente: Se busca persona amable

La amabilidad es una manifestación de amor y afabilidad que debiera percibirse en nuestra sociedad. Este término tiene su origen etimológico en el latín. Toma como punto de partida el verbo “amare”, sinónimo de “amar” y el sufijo “idad”, equivalente a “cualidad”.

Engloba conceptos como atención, respeto y consideración. En sí misma, comprende aspectos básicos de una persona educada y, además, surge con espontaneidad y sin ninguna intención de conseguir algo. Debe producirse con libertad y como resultado de una formación en el que el hábitat puede influir para convertirla en parte del estilo de determinados individuos.

Recomiendo enseñar la amabilidad a los niños y jóvenes. Es importante el ambiente en el que crecen y se desarrollan y, especialmente, lo que allí ven y practican en el día a día de la convivencia familiar. En este período los hijos absorben cariños y saberes que intervienen en la definición de su personalidad, autoestima y empatía, entre otros factores de enorme implicancia para su destino.

Es ineludible brindarles una educación en donde esté presente el componente afectivo, ético e intelectual. Los chicos imitan a sus progenitores. De allí que, mayor debiera ser el esmero para dar una orientación que moldee su crecimiento. La amabilidad no se puede improvisar, imponer, fingir o inventar de un momento a otro, ante la eventualidad de quedar bien, como sucede en nuestro medio. Es parte de su proceso de sociabilidad.

Tanto es así que la enseñanza en valores incluye la cortesía. De este modo, se asientan una serie de acciones que ayudan al niño a ser benévolo a través de pequeñas cualidades como compartir su material escolar con sus compañeros, saludar a los semejantes, dar de comer a su mascota, agradecer a sus padres la comida que le preparan, entre otras manifestaciones que definen su manera de actuar con el prójimo.

Lástima que veamos frecuentes actitudes en función de conveniencias y oportunismos: Cuando una persona auxilia a otra con sus paquetes del mercado, al ceder el asiento en el bus, en la cola en una agencia bancaria, al cruzar la calle un individuo mayor, al asistir a una señora para tomar asiento, etc. Gestos cuya naturalidad depende –en múltiples ocasiones- del sexo, la apariencia, el estado anímico y cierto interés.

La amabilidad refleja la solidez de la personalidad, la firmeza de la autoestima, el rango de educación y es una forma acogedora de relacionarse. Se distingue por su atención y refinamiento hacia los otros. Su interiorización involucra elementos emotivos que se omiten explicar.

De otra parte, incluso varias de mis ex profesoras -brillantes, actualizadas y memorísticas instructoras “pipiris nais”- consideran que la etiqueta social sólo consiste en maquillaje, apariencia, vestimenta y manejo de los cubiertos en la mesa. Pues, nunca trataron estos asuntos de fundamental compatibilidad para entender la conducta humana. También, observo una distorsionada interpretación en alumnas que vislumbran la etiqueta como un esquemático e inflexible manual de vestuarios, colores, texturas, estilos, diseños y modas. Nada más absurdo, errado y carente de perspectiva.

Sin embargo, el desempeño de la inmensa mayoría de mis estudiantes demuestra que ni siquiera saben saludar correctamente, mastican chicles y caramelos mentolados en el aula, miran su teléfono celular a cada instante, arreglan sus carteras -sin el más mínimo miramiento- antes de culminar la clase y, por último, al retirarse del salón se despiden con una visible apatía, rusticidad y mediocridad, coincidente con su incultura general y su pobre actitud frente a la vida.

Tan lamentable déficit en el alumnado hace más adverso el trabajo persuasivo y orientador. Y, lo que es peor, los referentes existentes a su alrededor muchísimas veces contradicen y desestimulan el aprendizaje, la interiorización y la aplicación de estos asuntos necesarios en su entrenamiento profesional. No siempre los resultados coinciden con mis expectativas. Este círculo vicioso describe cuantos esfuerzos deben desplegarse para afianzar dichos conocimientos en un auditorio displicente.

Estudiar la aplicación de la etiqueta social demanda una mirada integral. Los sujetos responden a estímulos, perfiles culturales, maneras de pensar, construcciones emocionales y subjetividades, etc. que obligan a escrutar su comportamiento a fin de intentar promover la amabilidad en una comunidad totalmente carente de sentido de pertenencia. En ocasiones me pregunto: ¿Cómo podemos esperar costumbres agradables en un medio en donde a cada uno sólo le interesa el metro cuadrado que pisa?

Amigo lector, no se pueden asumir posturas reglamentarias, rígidas y acartonadas, sin explorar el interior de cada ser, como hacen las docentes “pipiris nais”. Analizar la actuación de la sociedad nos facilitará fomentar –con amplitud, a partir de experiencias reales y libres de prejuicios- la amabilidad en una colectividad lacerada por la insensibilidad, la ignorancia, la indiferencia y las carencias de sus integrantes.

Deseo compartir una anécdota expresiva de lo expuesto líneas arriba: En un instituto en donde laboro miro a personajes –de diversas edades, jerarquías y procedencias- que apenas saludan y responden diciendo “buenas” y, además, se deleitan haciendo bromas ordinarias, transmitiendo habladurías y comentarios infidentes. Sin duda, la amabilidad está excluida de sus vidas. No obstante, hace unas semanas llegó la esposa del dueño y “sorpresa”: Florecieron súbitos aires de prodigiosa gentileza en quienes usan la deferencia en función de categorías, estatus y oportunismos. Solamente faltó cederle el asiento (que rehúyen otorgar a otras damas), servirle café y ofrecerle galletitas.

Tenga presente: La amabilidad hace cómodo y placentero el trato cotidiano. Al momento de escribir este artículo acabo de encontrar una interesante frase del periodista y dramaturgo francés Alfred Capus que sintetiza unas cuantas ideas mías: "Una persona amable es aquella que escucha con una sonrisa lo que ya sabe, de labios de alguien que no lo sabe".

domingo, 4 de agosto de 2013

Nadine Heredia: ¿El auténtico poder detrás del trono?

La esposa del jefe de estado ostenta la simbólica denominación de “primera dama”. Su influyente presencia en las altas esferas del poder genera variadas y numerosas críticas –algunas válidas, otras antojadizas y subjetivas- acerca de su desenvolvimiento en esta honrosa función.

No me inspira ningún sentimiento machista, tampoco le guardo animadversión, ni cuestiono sus roles de soporte a las labores del presidente de la república. Me parece una joven entusiasta, segura, emprendedora, inteligente, carismática y, además, una buena comunicadora.

Los liderazgos femeninos causan injustas críticas en una población que censura –de modo hipócrita y reservado- el ascenso de la mujer en nuevas y amplias determinaciones gubernamentales. Ese puede ser el caso de Nadine Heredia. Aún cuando evitara excesivas actuaciones, sería cuestionada -por sectores conservadores y retrógrados de la sociedad- debido a su talante moderno, peculiar y autónomo, expresivo de su forma diferente de conducirse.

Por costumbre la primera dama cumple quehaceres asistenciales, sociales, formales y secundarias ausentes de connotación política. Sin embargo, desde el primer día de su mandato, Ollanta Humala Tasso puso de manifiesto un estilo en el que incluyó a su esposa en el ejercicio de las gestiones gubernativas, por lo visto, sin restricciones. Más allá de gestos, detalles y actitudes, es indudable su peso en la marcha del Poder Ejecutivo. Recientes y reiterados sucesos lo acreditan sin ambigüedades.

A mi opinión, este derivar se origina en el exiguo aparato institucional que sostiene a los gobernantes carentes de una sólida estructura organizacional y que, por sus visibles limitaciones, están obligados a recurrir a su cercano círculo de parientes y amigos para otorgarles funciones que, de mediar una agrupación partidaria articulada, estarían reservada a sus mejores cuadros.

Así pasó durante la administración de Alejandro Toledo Manrique (2001 – 2006), quien cometió el grave error de constituir una cofradía con sus hermanos, sobrinos y cónyuge encargada de cumplir encumbradas atribuciones. Por encima de escasas simpatías y aceptaciones, Eliane Karp de Toledo cubría el déficit existente en los improvisados actores políticos. De igual forma, Alberto Fujimori Fujimori -hasta el golpe de estado del 5 de abril de 1992- contó con la decidida participación de su esposa y hermanas. Las innumerables ocurrencias de la señora Heredia han contribuido a gestar una corriente cada vez más intensa de malestar e incomodidad en relación a las disposiciones que, únicamente, corresponden a los elegidos por el pueblo para representar sus demandas ciudadanas. Vale decir, su esposo y las autoridades nominadas mediante sufragio directo, universal y secreto en el proceso electoral del 2011, con excepción de los ministros de estado.

Al parecer, Nadine Heredia no conoce límites, ponderaciones y sensateces. Los medios de prensa nos han facilitado escuchar un audio en donde el titular de Defensa hace referencia a una supuesta “luz verde” otorgada por ella para efectuar adquisiciones militares. Sucedió algo similar en la reciente juramentación de las nuevas ministras. En la foto oficial apareció al lado del primer ministro. Su presencia alteró la línea de precedencia establecida en el Cuadro General de Precedencias y Ceremonial del Estado, elaborado por el ministerio de Relaciones Exteriores.

Del mismo modo, en las celebraciones por la fiesta nacional la hemos observado sentada al costado del jefe de estado en el estrado principal del desfile militar, contraviniendo la tradición y la categorización protocolar que dispone para su esposa una tribuna continua con las consortes de los funcionarios estatales. Igual tropiezo aconteció en la homilía en la Catedral de Lima y en su innecesaria ubicación con el gabinete ministerial en el Patio de Honor de Palacio de Gobierno.

Existen argumentos –obviando consideraciones protocolares- contundentes para sugerir a la esposa del mandatario que rehúya formular declaraciones sobre temas inherentes a los ministros y a quien personifica a la nación. Sería recomendable persuadirla de la preeminencia de sus expresiones y, por lo tanto, evitar inmiscuirse en asuntos concernientes a los responsables de conducir los destinos del país. Suscita rechazo su constante involucramiento en alguien que, además, no ostenta cargo público.

La locuacidad, desenvolvimiento y simpatía de la señora Heredia -una mujer con condiciones académicas, intelectuales y políticas- opacan a su marido. Un gobernante parco y tímido, alejado de los escenarios, carente de recursos lingüísticos y fluidez en sus expresiones. Humala posee un perfil contrastante con el realce de su pareja y pretende, seguramente, emplear la habilidad comunicacional de Nadine en un régimen caracterizado por su falta de voceros y silenciosos portavoces.

Deseo soslayar que, después de casi 30 años, reside en la Casa de Pizarro una pareja acertadamente constituida, por encima de apariencias, conjeturas y formalidades. La familia presidencial ofrece un ejemplo permanente de unidad, fidelidad, armonía y cohesión que, sin mezquindades, convenimos en reconocer. Es gratificante la imagen hogareña de los Humala Heredia y la vida sana, austera, sincera y enlazada al deporte del líder de Gana Perú.

Tengamos en cuenta que los últimos presidentes estuvieron impedidos de mostrar un hogar seguro e inclusive se vieron obligados a explicar su controvertida biografía personal y hasta reconocieron hijos extra matrimoniales. Dos de ellos debieron dar “mensajes a la nación” esclareciendo tan enojosa situación. Punto aparte merecen sus oscuras travesías amorosas y vinculadas al consumo de alcohol y sustancias tóxicas. Recordemos, asimismo, que un ex jefe de estado -en prisión por violación de los derechos humanos y cuantiosos casos de corrupción e inmoralidad- estuvo acusado de torturar y secuestrar a su esposa. Lindas y admirables familias las que han habitado Palacio de Gobierno en tiempos nada lejanos.

Podría ayudar mucho a Ollanta Humala si los afanes de su pareja no terminan siendo un pasivo que, lejos de conectarlo con el pueblo peruano, lo distancia. Lo que estaría proyectando la percepción de un cogobierno marital donde la consorte adquiere una injerencia impertinente en las deliberaciones de estado. Aconsejo a la socia de su plan político meditar sobre la conveniencia de esta sabia frase: “La prudencia se detiene, donde la ignorancia ingresa”.