lunes, 23 de septiembre de 2013

Y usted: ¿Se la lleva fácil?

Desde hace algunas semanas está circulando la última y pegajosa composición que interpreta Julio Andrade -conocido por su voz de lija- que bien podría entenderse como una suerte de himno al menor esfuerzo. “Se la llevan fácil” es el título de ese estribillo que ha suscitado polémica en las redes sociales, olvidando que expresa una conducta vinculada a la imperfección, la falta de creatividad y perseverancia.

A través de su tortuosa letra, la canción de nuestro popular “garganta de lata”, refleja una realidad mucho más cercana de la percibida y rebasa los ámbitos inherentes a la ausencia de éxito en los cantantes peruanos. A continuación unos pocos ejemplos de quienes se la “llevan fácil” ante la indiferencia ciudadana.

Los políticos son mandatarios de un pueblo inmaduro, poco agudo en sus criterios de elección, manipulable e influenciado por estados anímicos. Prometen, mienten, usan sus cargos para servir a intereses sórdidos y oportunistas y, por último, desfiguran la política en una cómoda manera de mejorar su estatus. Se apoderan de la conducción de los partidos, creen ser mesiánicos, compran millonarias propiedades, terminan involucrados en enriquecimientos ilícitos, desbalances patrimoniales y hacen de su cometido una forma de latrocinio. Poco o nada les interesa los destinos nacionales y las demandas de los más necesitados. Los políticos expulsan de su entorno a los ciudadanos honestos deseosos de servir al bien común.

Los funcionarios públicos dedicados a sellas papeles, poner trabas y, además, vegetan inmersos en su rutina diaria, jurando lealtades efímeras, obstruyendo el fluir de ideas y propuestas. Estos servidores frívolos, titubeantes, pusilánimes e insensibles utilizan el estado como medio de subsistencia, para resolver sus apremios económicos, sin realizar mayor desgaste cerebral. Olvidaba: Saben “respetar” escrupulosamente los procedimientos establecidos con el afán de justificar su pobre producción neuronal, su parálisis cognitiva y su hemiplejia moral. Su ineficiencia y desidia permitiría edificar un monumento en alguna plaza de la capital.

Los alumnos habituados a bajar sus monografías del internet y obtienen, gracias a sus despistados profesores, buenas calificaciones por haber “copiado y pegado”, sin realizar el mínimo esfuerzo pensante para analizar e investigar. Es usual verlos inmersos en las nuevas tecnologías a fin de reducir los tiempos que demandaría la elaboración exhaustiva de sus quehaceres. Estudian únicamente para las evaluaciones, acumulan faltas y se diferencian por su carencia de entusiasmo y entrega.

Los docentes, esos maravillosos colegas que llegan tarde a sus jornadas académicas, repiten su inigualable y limitado libreto en cada ciclo, dejan las mismas tareas, contestan su celular en el aula, son “mil oficios” (por la variopinta y singular selección de cursos a su cargo), confeccionan exámenes “descafeinados” para evitar emplear sus valiosos horarios en evaluarlos, cobran cada quincena y así subsisten durante décadas -convirtiéndose en inamovibles “vacas sagradas”- gracias a sus influencias. Han transformado la docencia en una labor opuesta a la innovación, el debate ilustrado y la intelectualidad. Es muy lamentable apreciar un sistema educativo infiltrado por banales seres que distorsionan la seriedad de esta noble misión.

Los profesionales que fingen estar ciegos, sordos y mudos para subsistir en la empresa y, de esta manera, obvian hacerse “problemas”. No asumen compromisos, evaden decir lo que piensan, rehúyen exhibir una posición determinada, se limitan en sus desempeños, puntuales marcan su tarjeta de salida, rehúsan presentar iniciativas, temen al cambio y “flota” su mediocridad como una botella en el mar.

Los piratas intelectuales suelen reproducir el trabajo de terceros, lo registran a su nombre y obtienen asesorías empleando inteligencias ajenas. Existen muchos en un país en donde el plagio es tan común y apetecible como el “ají de gallina” y nadie dice nada. Incluso es tomado con sorna en diversos momentos. Lo afirmo con la plena autoridad de haber sido copiado en reiteradas ocasiones en entidades en las que el docente, al parecer, es un proveedor sin derechos y solo con obligaciones.

El enunciado “se la llevan fácil” es una nefasta manifestación de la informalidad, el relajo, la actitud tibia, la conducta criolla, la irresponsabilidad, la ausencia de identificación con los deberes contraídos, la inexistencia de sentido de pertenencia con nuestras obligaciones, entre otros males. Lo más censurable es que esto es observado con absoluta resignación en la sociedad actual.

Debemos insistir en la imperiosa exigencia de encarar nuestra realidad –con una mirada crítica, disconforme y reflexiva- a fin de promover una revolución en la conciencia y en el alma de una comunidad urgida de confrontar defectos, miedos, apatías y debilidades y, especialmente, comprometerse a superar la enorme pobreza ética, cultural y cívica que nos lastima.

En tal sentido, cada uno de nosotros podemos empezar por imponernos nuevos retos, metas ambiciosas y ganas de superarnos –no solo en lo económico- en nuestra percepción personal y comunitaria. Recuerde cuando quiera usted “llevarse fácil”, las sabias palabras del prestigioso escritor norteamericano Richard Hugo: “El trabajo endulza la vida; pero no a todos les gustan los dulces”.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El celular: ¿El cáncer del siglo XXI?

Con frecuencia todos manejamos un teléfono celular. Es una herramienta de aplicación que alivia los quehaceres cotidianos, reduce el tiempo en las diligencias y es un instrumento de fluida coordinación. No obstante, es conveniente –libre de prejuicios y exageraciones- reflexionar sobre los explícitos escenarios negativos originados por su excesivo e impropio uso, a fin de lograr una mejor convivencia social.

Luego de leer el interesante artículo titulado “Dejando el hábito del teléfono celular”, del escritor, intelectual y filósofo italiano Umberto Eco, me propuse tratar este asunto frente al que no estamos ajenos: Unos por manipularlo indebidamente y otros, por ser víctimas de sus molestias e interrupciones.

En su texto señala: “…Por supuesto, y no soy el primero en señalarlo, otra manera de demostrar que la tecnología móvil es a la vez un paso adelante y un paso atrás es que, por mucho que no conecte virtualmente, también interrumpe el tiempo que dedicamos a estar juntos, frente a frente. La película italiana ‘L’Amore é Eterno Finché Dura’ (‘El amor es eterno mientras dura’) ofrece un ejemplo extremo en una escena en la que una joven insiste en responder mensajes urgentes mientras tiene relaciones sexuales”.

El otro día estaba con mi madre disfrutando una grata velada en un céntrico café sanborjino. En una mesa contigua se hallaba una familia enmudecida, donde cada uno cumplía una actividad diferente. De las cuatro damas reunidas, una se concentraba en su computadora portátil y otras dos (las más jóvenes) revisaban sus celulares. La señora de más edad –deduzco era la abuela- permanecía aislada y no tenía interlocutor. La tecnología móvil así afecta el trato entre los seres humanos formando un “cáncer” colectivo de agudas proporciones.

Lo vemos tan a diario que hasta parece habitual y, por el contrario, abundan las voces que critican a quienes cuestionamos su mal uso. En ciertos ámbitos soy calificado de conservador, formal, anticuado o ajeno a la innovación. Nada más ajeno a la intención de esta postura. Simplemente se trata de guardar un mínimo de respeto.

Cuando se encuentre en una reunión de trabajo, almuerzo, ceremonias religiosas, funerales, situaciones especiales, etc., apáguelo; si espera un timbrazo urgente sitúelo en vibrador y retírese para contestar; tampoco hable en voz alta y ponga un volumen discreto, nadie debe escuchar su plática; mantenga sus llamadas cortas si está acompañado o en lugares rodeado de personas que estarán obligadas a enterarse de su conversación. Por último, recurra siempre a la prudencia y el sentido común para definir su adecuada práctica.

Recuerde: No es un cubierto y, por lo tanto, rehúya colocarlo en la mesa como advierto en los almuerzos en oficinas y hogares. Es enojoso apreciar charlar a los comensales por el celular sin importarles la incomodidad generada a los asistentes. Esto muestra la inexistente de pertinencia en un entorno lleno de proliferas malas formas.

Me agrada invariablemente presentar anécdotas y vivencias ilustrativas de mis opiniones. Hace unas semanas en un instituto superior una de sus autoridades mandó a los docentes un email –desde mi punto de vista mesurado, cortés y con un ánimo de exhortación- haciendo recordar lo obvio en un educador con criterio y aptitud ejemplar. Esto último se está extinguiendo en el complejo universo de la docencia, cada día más infectado por la proliferación de las “células cancerígenas” de la descortesía y la incorrección.

En su comunicación hacia una recomendación acerca de la función de los celulares durante las clases; evitar su empleo es una disposición válida para alumnos y pedagogos. Al parecer generó malestar que opinara sobre el proceder de profesoras y profesores que, en horas de clase, salen del aula para atender llamadas personales o laborales. Incluso tienen la costumbre de revisarlo y enviar correos mientras sus estudiantes hacen trabajos. Olvidan su misión de supervisar las labores de sus discípulos.

Lo comentado líneas arriba ratifica, una vez más, lo dicho en mi nota “La mediocridad: ¿Desgracia peruana?” cuando afirmé: “…Es una suerte (la mediocridad) de ADN del nacido en el Perú. Se siente -más que la humedad capitalina- en los educadores que emplean la supuesta baja remuneración (si son tan probos y brillantes porque no cambian de centro de labores) para respaldar su evidente pequeñez en la enseñanza, en sus evaluaciones, ayudas audiovisuales, materiales, etc. En el reciente ‘Día del Maestro’ (6 de julio), mi cálido homenaje al profesor que lucha contra un entorno colmado de paraplejias morales y pensantes. Aflige percibir un sistema educativo infiltrado por cuantiosos desempleados, limitados y banales seres que distorsionan la pedagogía”.

La moda del teléfono celular se ha extendido como una “metástasis” en la gente al extremo de carecer del mínimo miramiento hacia el prójimo. En sinnúmero de circunstancias compruebo como se justifican diciendo que todo el mundo recurre a el. Lo percibo en cercanos amigos a los que invito a departir los fines de semana y, sin temor de por medio, lo exponen en la mesa a fin de efectuar sus intercambios sentimentales mandando mensajes, respondiendo llamadas y hasta sostienen prolongados diálogos asumiendo una conducta infantil, discordante e inadecuada, a pesar de haber dejado la adolescencia hace décadas. Tenga presente estas palabras: “Donde terminan sus derechos, empiezan los ajenos”.

De otra parte, el celular también es puesto a la vista como signo de ostentación. Sujetos que disfrutan luciendo el de última generación y, de esta manera, exhiben su grado de confort económico. Un nivel que no está aparejado, necesariamente, de su deslucida esfera cultural e intelectual. Lo compruebo con alumnos y profesionales que compiten por mostrarlo y evaden maximizan su beneficio con la finalidad de estar actualizados. Una pena!

Sugiero, amigo lector, analizar los gratos instantes perdidos, en variados acontecimientos de nuestras existencias, por los fastidios derivados de este novedoso y colosal medio de comunicación. Asumamos un proceder en donde la deferencia sea un elemento central en nuestro vínculo con el resto y sometámonos a una “quimioterapia” que prolongue nuestra calidad de vida.