De allí la pertinencia de un “decálogo” que sugiero prestar atención e intentar aplicar pensando en nosotros y en el bienestar de quienes alternamos. Aprender a preocuparnos por el medio, como componente sustancial de nuestra subsistencia, engrandece el espíritu y alimenta el lazo interpersonal; experimentar la afabilidad, la ponderación y la cortesía, nos hará superiores individuos. Seguidamente mis diez recomendaciones.
Primero, tolerancia: actitud de consideración a las opiniones, ideas o actitudes ajenas, a pesar de la discrepancia. Es un elemento central para alcanzar una virtuosa sociabilidad. El ilustre Mahatma Gandhi decía: “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia”.
Segundo, empatía:
facultad de entender los pensamientos y emociones ajenas; es decir, ponerse en
el sitio del otro y compartir sus
sentimientos. No es necesario pasar por iguales vivencias, ni estar de
acuerdo para interpretar a quienes nos rodean; es un proceso de comprensión,
aceptación y prudencia.
Tercero, inteligencia emocional: disposición de percibir, expresar y gestionar las exaltaciones. Su interiorización marca la diferencia entre comportarse de modo aceptable y estar fuera de lugar en contextos concretos. Conlleva reconocer las propias impresiones y allana la resolución de problemas. Tiene una utilidad irrebatible cuando atravesamos elevados índices de intranquilidad.
Cuarto, valores: normas que orientan la conducta; una suerte de “faro” inspirador del camino acertado que debemos emprender. En tal sentido, constituyen el marco determinante de nuestras acciones positivas; su aplicación exige categórica entereza, constancia y coherencia. Aseguran nuestro certero proceder en todos los campos de la actividad humana.
Quinto, sentido común: conocimientos lógicos acumulados a lo largo de la experiencia de vida y cuya validez es aceptada por nosotros. Es una especie de “séptimo sentido” capaz de advertirnos de lo bueno o malo y, en consecuencia, cómo obrar y juzgar razonablemente situaciones cotidianas.
Sexto, pertenencia: identifica e integra a los grupos o colectividades con el propósito de asumir un conjunto de inquietudes, ideales y aspiraciones. Permite crecer y comprometernos con asuntos de nuestro hábitat. Fomentará nuestra adhesión y participación con la comunidad y, asimismo, al desarrollo de acciones tendientes al bien público. Demuestra nuestras convicciones ciudadanas.
Séptimo, solidaridad: uno de los principios más trascendentes que suscita nuestra sensibilidad y reacción ante el padecimiento ajeno. Alienta la empatía, incrementa la autoestima y los estándares de realización; posibilita forjar un vínculo de cohesión en una sociedad afectada severamente por la indolencia, la apatía y el individualismo.
Octavo, cultura: componente importante en nuestra evolución como seres lúcidos y aptos para concebir el mundo. Aviva el análisis crítico, promueve notable sapiencia, acrecienta aptitudes sociales y sobresaliente comprensión de la diversidad humana. Es una fuente inagotable y aleccionadora de enriquecimiento.
Noveno, educación: proceso en el que hemos sido formados -en nuestras diversas etapas- y las características de la manera de comportarnos y relacionarnos. Expresa la dimensión de nuestra destreza para coexistir y abre nuevas puertas en la vinculación laboral, personal, etc.
Décimo, comunicación asertiva: revelar nuestros pensamientos, sentimientos y creencias con criterio empático, firmeza y persuasión. Implica renunciar a cualquier manifestación de sumisión y agresividad. Es una cualidad que evidencia excelsas habilidades blandas, sólida educación, razonable seguridad y coadyuva excelentes enlaces interpersonales.
Anhelo un amanecer de ilusiones, introspecciones,
proyectos e intenciones que permanezcan latentes más allá de habituales y
efímeros regocijos. Tengo la esperanza que, más temprano que tarde, prevalezcan
las benévolas conciencias. Tomemos la decisión de echar, con entrega y sin
desmayos, los cimientos de una comunidad en la que predomine la concordancia,
la deferencia y el amor.
Al respecto, reitero lo planteado en mi artículo “Mis reflexiones de fin de año” (2020): “Hagamos un esfuerzo honesto para aceptarnos y concebir una armoniosa reciprocidad enmarcada en la convivencia, el respeto y el entendimiento; alejada de discriminaciones, marginaciones, prejuicios, agrestes enfrentamientos y ausencias de buenos modales. Convendría proponernos ser mejores hombres y mujeres y, especialmente, protagonizar el cambio que exigimos. Hagamos de cada acto, por más pequeño que sea, un referente de inspiración”.
Saludo con renovados entusiasmos a los prójimos de buena voluntad que brindan su genuina contribución a la ansiada construcción de una colectividad capaz de interiorizar la coexistencia armónica, el apego al semejante y la paz como sublimes e imperiosos empeños. Actuemos con racionalidad, benigna corrección y sensatez: estaremos haciendo viable el ansiado sueño de un mundo mejor. ¡Felicidades, augurios y alegrías!
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