En esta variedad periodística el autor manifiesta su posición sobre puntos de disímil actualidad. El encargado de su redacción no obligatoriamente es periodista; con frecuencia es un experto con relevancia en el ámbito académico, social, económico y cultural. Conviene indicar que debe enfrentarse las limitaciones impuestas en relación a su extensión: cada medio establece sus pautas.
Tiene insoslayable importancia contar con explicaciones cualitativas orientadas a reforzar las apreciaciones reveladas. Observo con preocupación “artículo de opinión” con abundante información, pero ausentes del criterio de quien lo firma. También, compruebo lo contrario: textos con un sentir huérfano de componentes argumentativos, etc.
En tal sentido, reitero: no consiste en incorporar amplias, desordenadas y prodigiosas indagaciones. Debe exhibir una secuencia convincente acorde a la estructura previamente definida. Evadamos improvisar, colocar ideas alejadas de la coherencia temática, invocar a oraciones comunes e insertar términos altamente individuales y emocionales en perjuicio de la credibilidad.
El “artículo de opinión” posee una introducción, que detalle lo más sobresaliente de manera concisa, para situar al lector en el campo a tratar; un cuerpo, que desarrolla el análisis con fundamentos y ejemplos y, por último, una conclusión o resumen: puede contener una síntesis o una frase invitando a la reflexión. Sugiero recurrir, en el afán de otorgar calidad expositiva, a casuísticas, datos, expresiones y sátiras. Esta última hay que aprovecharla con prudencia, no todos tienen la solvencia e ilustración para entender su significado.
Esta
clase de contenidos, insisto, esquiva plantear imperiosamente asuntos de inmediata
vigencia. Pero, deberá abordar innegables cuestiones de interés general de las
más diversas áreas. Su creador tiene la libertad, dependiendo la pluralidad de
la empresa, de exhibir una visión alineada o discrepante con el medio; es
necesario elegir un título original, breve y que suscité atención; está
dirigido a una audiencia, no precisamente fascinada en una materia; presenta
una mirada enfilada a despertar un juicio analítico.
El “artículo de opinión” es publicado habitualmente en la página editorial o de opinión. Aunque puede colocarse en el espacio definido por el editor o jefe de redacción; con asiduidad se cuenta con una amplitud de colaboradores, cuyos escritos salen a la luz en de acuerdo a la coyuntura. Se diferencia de un columnista por carecer de fecha exacta y lugar de aparición.
A partir de mi experiencia quiero relatar cómo empieza todo. Apunto en mi pequeña libreta algo de aparente utilidad que escucho, veo, converso o experimento. Esa acotación puede soslayar poseer trascendencia o tal vez marque el punto de partida. Seguidamente, me pregunto acerca de su atracción y oportunidad y, con especial énfasis, de mi conocimiento. En ese aspecto declino involucrarme en tópicos ajenos a mi dominio. Cuando decido embarcarme en su escritura, confecciono un mapa conceptual, investigo e incluso platico con personas cuyos alcances serán bienvenidos.
En infinidad de situaciones me acompañan miedos e incertidumbres. Rehúyo asumir con facilidad el empeño de estar frente a la vibrante posibilidad de influir, con mis aportes, subjetividades y afirmaciones, en el público al que presento cada contribución con espíritu punzante y pedagógico. Éste responde siempre a mi intención de lograr superar al anterior, pero nunca mejor al que todavía tengo pendiente anotar. Esta aventura me sumerge en un océano de gozo, producción, atrevimiento y satisfacción.
Mención aparte merece el disciplinado proceso de corrección. Este paso está encaminado no solo a enmendar omisiones, matices gramaticales e incluye una revisión, desde una perspectiva serena, de su construcción, enfoque y contenido. En ocasiones someto el borrador final a la observación de quien podría brindarme una mirada más acuciosa. Si es alguien desvinculado de lo abordado, se hace más enriquecedor el contraste de pareceres.
Es insoslayable dedicar un tiempo para su elaboración y evaluación. No puedo, ni debo -bajo ninguna circunstancia- incurrir en el apresuramiento. Este cometido exige conexión con las ideas y, además, lucidez para renunciar a cualquier intranquilidad e impaciencia. La creación tiene sus etapas y estimo que, quienes estamos inmersos en este quehacer, debemos disfrutar de cada una sin apremios.
Dependiendo el mensaje desarrollado es indispensable que el “artículo de opinión” refleje, sin disimulo ni ambivalencias, mis valores, ideales, posturas e ilusiones. Me esfuerzo en traslucir mi identidad, con todo lo que conlleva. Considero un imperativo ético y, por lo tanto, un gesto de autenticidad por encima de su aceptación en términos personales e intelectuales.
Concluyo compartiendo una revelación -en relación a los motivaciones que me infunden escribir- expuesta en mi nota “Tres décadas esparciendo semillas” (2015): “…Es una manifestación de disconformidad y sublevación frente a una comunidad lacerada por la indiferencia, la apatía, la mediocridad, el egoísmo transformado en un estilo de subsistencia, la falta de identidad corporativa, la escasa o nula habilidad crítica y, en consecuencia, una acentuada incapacidad para cuestionar un conjunto de comportamientos que bloquean nuestra cohesión social”.
Este hermoso proceso de reaprendizaje me alienta a redescubrir la enorme valía de emplear la palabra como elemento de educación, persuasión, cavilación y aliciente en la transmisión de un mensaje con el anhelo de agitar conciencias, estimular cambios, incitar ilusiones, sembrar reacciones colectivas y reorientar conductas. Me complace evocar los vocablos de Miguel de Cervantes y Saavedra, una de las máximas figuras de la literatura española: “La pluma es la lengua del alma”.
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