jueves, 17 de febrero de 2022

Disculpa la pregunta…

Hace un tiempo coincidí en un centro médico con una tía, quien de inmediato -apenas terminamos de saludarnos- inquirió: ¿Qué tienes? ¿Estás mal de salud? ¿Te estás haciendo chequeos? Apelando a mi ironía, no siempre bienvenida, le respondí: “Estoy realizando los exámenes prescritos por mi pediatra”. En otra circunstancia, al concluir un almuerzo familiar saqué con disimulo mis vitaminas y seguidamente fui asaltado por las interrogantes de los comensales. Se me ocurrió decir: “Son las cápsulas del día siguiente”.

Estos incómodos e inelegantes comentarios me llevan a redactar estas líneas que están inspiradas en las palabras del afamado Miguel de Cervantes: “No puede haber gracia donde no hay discreción”. Sin duda, el sentido común está alejado del proceder de quienes se irrogan el derecho de asumir un comportamiento invasivo en nuestras vidas; omitiendo sus consecuencias en desmedro de la relación humana.

Ratifico lo manifestado con énfasis en incontables escritos: es esencial forjar una vinculación basada en la tolerancia y en un marco de valores encaminados a dignificar la convivencia colectiva. Debemos rehuir platicas provocadas para satisfacer sórdidas y morbosas curiosidades. Existen hombres y mujeres deseosos de indagar más de la cuenta. ¿Por qué no te has casado? o ¿Por qué terminaste tu relación sentimental? son sólo unos dispersos ejemplos de ese extenso listado de exabruptos.

Aprendamos a respetar al prójimo y considere el dicho: "El que pregunta lo que no debe, oye lo que no quiere". Evitemos requerir la edad; es incorrecto hacerlo a señoras y personas mayores; tampoco exploremos sobre asuntos financieros, profesionales, sentimentales, religiosos, sexuales, etc. Ante estas situaciones respondamos con evasivas o seamos firmes al precisar que no las revelaremos; estamos facultados a cambiar la trama de la conversación. Es importante caracterizarnos por la ponderación. La carencia de pertinencia pueda arruinar su reputación laboral y social: soslaye subestimar su trascendencia.

En cuantas ocasiones usted ha sido víctima de diálogos lesivos a su privacidad. Más allá de la cercanía o afinidad existente, se debe guardar miramiento hacia el semejante. La actitud recatada no es un atributo en una sociedad colmada de inaceptables expresiones de descortesía y exigua prudencia. Sin embargo, rechacemos resignarnos a este proceder ordinario. Recuerde los vocablos del pintor británico Francis Bacon: “La discreción es una virtud sin la cual las otras dejan de serlo”.

En el reciente funeral de mi madre, como era de esperarse, afronté cuantiosas e incómodas preguntas sobre el motivo de su deceso, los pormenores de su salud y un sinfín de merodeos provenientes de quienes exhiben pobre empatía y tino en un momento tan doloroso. Una amiga, luego de darme el pésame, tomó asiento y me pidió hacerlo a su costado. En un acto de ingenuidad pensé que deseaba brindarme su afecto y compañía. Todo lo contrario, velozmente me acribilló con sus desfachateces: “¿Qué pasó? ¿Tenía alguna dolencia Amelia? Pero, si se le veía tan bien cuando estuve en tu casa…” Todo ello, adornado de fingidos y teatrales gestos corporales y, además, tonos de voz de aparente congoja. En un instante como ese, atiné a excusarme y apartarme de su lado. Confieso haber sentido un inmenso alivio cuando se retiró del velatorio.

Quiero revelar mi agobiante temor cuando me dicen “estamos en confianza”, para empezar a escrutar sobre mi sueldo, mi soltería, el precio de una prenda, las razones del divorcio de mi hermano, entre un sinfín de “criollos” fisgoneos. Tenga presente: lo adecuado en una sociedad educada y culta, concluye siendo lo incorrecto en nuestro medio y al revés. Dolorosa realidad que estamos obligados a contribuir a revertir con nuestro firme proceder.

Alguien le ha interrogado, sin antes pedirle “disculpas”, acerca de temas laborales, sentimientos y familiares. En “Perulandia” es habitual la intromisión. Al respecto, comparto lo sostenido en mi artículo “En el día de la patria: El reino de Perulandia”: “…En este reino, saludar, decir ´por favor´ y ´gracias´, llegar puntual, ser discreto y reservado, asumir un sentimiento de identificación y solidaridad con el entorno, respetar los derechos de los semejantes, portarse con corrección y buena educación, es visto como propio de extraterrestres. Aunque se resista a creerlo es un inimaginable edén colmado de singularidades”.

“Hablar de la existencia del vecino, mirar los defectos del prójimo, evadir elogiar los triunfos ajenos, buscar siempre el ´pero´ para justificar la inacción, quejarse de los políticos y hasta de las variaciones de temperatura, constituyen el mosaico del reino. Hacerse el ciego, sordo y mudo es un requisito para coincidir con el identikit de ´Perulandia´. Por cierto, el clima de su capital refleja el cambiante, caprichoso, inestable, pusilánime y tambaleante estado anímico de sus súbditos”.

Observo con sorpresa que la víctima del interrogatorio responde el indebido cuestionario. Esto supondría carencia de autoestima y visible voluntad de atender los requerimientos ajenos, dejando de lado su tranquilidad y mesura consigo mismo. Así lo evidencia el miedo a una contestación en la que prevalezcan sus emociones y prioridades. En estos casos la comunicación sumisa desenmascara una actuación abyecta, frágil y temerosa.

Una cuestión entre paréntesis: ¿Qué sabemos de la autoestima? Es la autovaloración que se tiene de sí mismo. La autoestima alta se denota en personas con seguridad, convencimiento, pensamientos positivos y que sortean requerir de aceptación. Es conveniente fortalecerla a pesar que nuestro entorno prescinde incentivar el crecimiento de tan imperiosa habilidad blanda. En “Perulandia” evadimos alentar este componente central en nuestro trato interpersonal.

El genial François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, aseveró: “El que revela el secreto de otros, pasa por traidor; el que revela el propio secreto pasa por imbécil”. Sugiero incorporar el recato como una cultura de vida aplicable en todo tiempo, momento y lugar. Marcará la diferencia, inspirará confianza y credibilidad y, por lo tanto, proyectará una imagen enaltecedora.

¿El protocolo de las invitaciones?

Se ha detenido a averiguar los alcances que deben considerarse al momento de elaborar una invitación. Seguidamente, presento unas puntuales experiencias, aportes y reflexiones encaminadas a lograr una intachable aplicación del protocolo.

A la mayoría nos halaga ser convocados a una variedad de actividades; es una expresión de afecto, retribución, amistad y una interesante oportunidad para fortalecer el trato interpersonal. Recuerde: será recibida con buena disposición si ponemos en práctica determinados tips que harán sentir importante a nuestro invitado.

En el quehacer social puede hacerlo por teléfono o correo electrónico en acaecimientos desprovistos de formalidad. En nuestros días cada vez es más usual recurrir a las redes sociales para este propósito. A mi parecer, una invitación impresa genera mayor receptividad, marca una diferencia, constituye un gesto singular y evita transcribir la información a su agenda. Todo dependerá, claro está, del tipo de acontecimiento.

A nivel corporativo existen detalles inherentes al “protocolo empresarial”. Es imprescindible que las novedosas, pintorescas y neófitas productoras de eventos dominen con amplitud estas pinceladas, a fin de ofrecer correcta orientación y asesoría a sus clientes. En compañías de dilatada trayectoria en el mercado observo ilimitadas mediocridades y orfandades que corroboran la significación de esta temática. Igual pasa en empresas estatales y particulares cuyas áreas de imagen corporativa, marketing, relaciones públicas o afines relegan estos factores que definen el éxito o fracaso de una velada.

Para empezar, la tarjeta llevará el holograma gremial en sello seco blanco en alto relieve (en el día) y en sello seco dorado (en la noche) en el centro de la parte superior. Es primordial la sobriedad de la escritura, colocar la fecha, hora y lugar (en ese orden), aparte de garantizar que su calidad, diseño, color y letra guarden coherencia con la naturaleza del acto. Al invitar una persona, corresponde decir “tiene el agrado”; si invitan varias, dirá “se complacen”.

En caso de un certamen internacional puede escribirse en dos idiomas. La vestimenta del varón es la única consignada y sitúe, al lado derecho, el vocablo correcto de acuerdo a lo ofrecido al concluir el suceso: brindis, coctail, etc. Soslaye las expresiones “brindis de honor”, “recepción” o el calificativo de moda. La palabra “recepción” solo se utiliza en la esfera oficial.

Del mismo modo, las disculpas van en el extremo inferior a la izquierda. No todos conocen la tradicional abreviatura francesa “RSVP” (responder por favor). Por ello, exhorto situar “excusas” o “confirmar asistencia” y un número telefónico o email. Así será sencillo de entender para el que está ajeno a estas usanzas. Si desea restringir el acceso de quienes no han sido invitados, vale anotar “invitación personal, presentar al ingreso”. 

Rehúya copiar textos similares. Tenga la seguridad que contendrán abundantes errores de forma y fondo. Invitaciones matrimoniales, graduaciones universitarias, bautizos, misas de difuntos, inauguraciones, entre otros, esconden un sinfín de omisiones y torpezas. Recurra a la originalidad, la creatividad y garantice una impecable redacción. Esquive convertirla en una papeleta de bingo o ticket de rifa, repleto de colores, adornos, altos relieves e inagotables extravagancias. Encuádrela en un marco mínimo de elegancia.

Innumerables veces pasa inadvertido lo siguiente: las etiquetas son inelegantes. Éstas solo se emplean para publicaciones comerciales, folletos, revistas, etc. Es inapropiado poner un rótulo similar al usado en los encartes con las ofertas mensuales de los supermercados. Escriba el nombre a mano o imprima en la cubierta del sobre.

Cuando la información complementaria es extensa (mapa de ubicación, pase para estacionamiento vehicular, etc.) coloque una hoja adicional; jamás a la inversa. Sugiero poseer una base de datos actualizada para sortear nombres, cargos y direcciones erradas. Son frecuentes las que dicen “y señora” y, por coincidencia, el destinatario es soltero. Asumir estos copiosos pormenores hará la diferencia y exhibirá profesionalismo.

El medio y tiempo utilizado para su entrega es un primer “termómetro” de la deferencia del anfitrión. Esto es perceptible en el ámbito amical y familiar en donde es habitual apelar a la intimidad existente para justificar determinadas indelicadezas. La manera cómo es remitida refleja, sin ambigüedades, el interés por la asistencia del participante. Un anuncio tardío demuestra indiferencia, deficiente planificación y cabe suponer que el invitado no integró el listado principal de concurrentes. Una informal se hace con una semana de antelación, un cónclave empresarial con diez días, una actividad formal con veinte días y una boda con un mes.

Se aconseja llamar para reconfirmar la presencia de altos funcionarios cuando tienen reservadas sus ubicaciones en el estrado principal o en una zona preferencial. Recordemos lo expuesto en el artículo 6 del Ceremonial del Estado y Ceremonial Regional (D.S. 096-2005-RE): “…La única autoridad nacional que pueda hacerse representar en una ceremonia o acto oficial, es el Presidente de la República. Su representación podrá recaer en la persona de un Vicepresidente de la República quien asume su precedencia”. Este asunto no conviene descuidarlo. Al respecto, quiero advertir que en “perulandia” es común que las autoridades públicas se hagan representar e injustificadamente sus serviles emisarios demandan instalarse en el puesto reservado al titular de la invitación.

También, es ilustrativo evocar el artículo 14 del citado dispositivo: “En todo acto o ceremonia oficial al que asista el Jefe de Estado o el Vicepresidente en su representación, el anfitrión ocupará el segundo lugar de precedencia. En caso que también esté presente alguna personalidad de mayor precedencia al del anfitrión, aquel se ubicará en el tercer lugar de precedencia”. Un óptimo anfitrión estará al corriente de las precedencias con la finalidad de eludir situaciones deslucidas. Cuando confluyan entidades públicas y privadas, dependiendo la circunstancia, es aplicable el “protocolo peinado”. Es decir, concurren elementos del protocolo oficial y empresarial.

Un conveniente comentario entre paréntesis. Obvie abusar del flamante término “protocolo”. Escucho con insistencia a aprendices anfitriones, amateurs de eventos y despistados maestros de ceremonia decir: “invitación protocolar”, “foto protocolar”, “programa protocolar”, “discurso protocolar”, “personal protocolar”, “brindis protocolar”, entre otras absurdas genialidades. Por favor, actúe, en su condición de anfitrión, con altura, sobriedad, afabilidad y cabal sentido de pertinencia. Renuncie a cualquier criollo, reincidente, empalagoso y caricaturesco apelativo.

La experiencia acredita, aunque parezca una inmodesta aseveración, que el protocolo y el ceremonial deben estar a cargo de expertos y entendidos. Es un asunto de vital magnitud para asumirlo entusiastas principiantes. De allí la insistente y urgente necesidad de impedir su distorsión en un medio saturado de excentricidades, desatinos e inopias. No permitamos esta agresiva desnaturalización que genera anarquía y desconcierto. 

Recomendación final: prescinda de aquellos acostumbrados a conductas impropias que perjudiquen el desenvolvimiento de su celebración. El anfitrión es, reitero, responsable de lo allí acontecido, aun cuando no fuese protagonista directo. Si un asistente tiene comportamientos deplorables, el titular del evento debe interceder. De no hacerlo, su inacción lo comprometerá.

Siempre una invitación es una extraordinaria oportunidad para ampliar las relaciones humanas, impulsar las habilidades blandas y conocer prójimos ajenos a nuestra zona de confort, a la que exuberantes individuos viven encadenados. Agasajar con corrección muestra finesa y prestancia, desenvolvimiento para interactuar y, además, exhibirá enaltecedora cortesía. Tenga presente la frase del escritor, abogado y político francés del siglo XVIII, Anthelme Brillat-Savarín: “Convidar es asumir la responsabilidad del bienestar del convidado durante el tiempo que está bajo nuestro techo”.

¿La Banda Presidencial?

Como colofón de la crisis política en el Perú, que culminó con la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski Godard, hace unos días tomó la jefatura de Estado el primer vicepresidente Martín Alberto Vizcarra Cornejo. Una pertinente ocasión para referirme al máximo emblema de su investidura: la Banda Presidencial.

Es utilizada desde comienzos de nuestra vida republicana y su colocación es el episodio más simbólico en la asunción de tan elevada magistratura. Según lo estable el Ceremonial del Estado y Ceremonial Regional (D.S. 096-2005-RE), cuya finalidad es determinar los pasos que enmarcan estos acontecimientos, “constituye la insignia del mando supremo, que se impone al Presidente de la República por ser quien constitucionalmente personifica a la Nación”.

Su uso está reservado para las solemnidades señaladas en este dispositivo legal: renovación del juramento de fidelidad a la bandera; aniversario de la independencia (misa y Te Deum, sesión del Congreso de la República, saludo al jefe de Estado y desfile militar); festividad de la Patrona de las Armas del Perú y Día de las Fuerzas Armadas; transmisión del mando; los sucesos considerados como ceremonias nacionales en los manuales de las Fuerzas Armadas; juramentación del gabinete ministerial.

Su empleo es un distintivo común en los mandatarios constitucionales; sin embargo, la han ostentado dictadores latinoamericanos. Su diseño guarda similares características: tienen los colores patrios y en algún lugar está ubicado el escudo. En el Perú lleva los tonos rojo y blanco; en la cintura, bordado en hilo dorado, el Escudo de Armas. A partir de 2006, este último se trasladó a la altura del pecho para darle mayor notoriedad.

Desde el 28 de julio de 2011, no es devuelta por el gobernante saliente al presidente del Congreso de la República -quien por pocos momentos ostenta la jefatura del poder- para su posterior imposición al nuevo dignatario; ésta ha sido enviada desde Palacio de Gobierno. El justificado temor a ser agraviado, tal como aconteció en 1990, desencadenó la interrupción de esta tradición. Esta censurable reacción, suscitada ante los invitados de la comunidad internacional, fue una manifestación de carente cultura cívica e intolerancia democrática de nuestra deteriorada y sórdida clase dirigente.

Es oportuno evocar su errada usanza: Alan García Pérez es el caso más memorable. En su primer régimen (1985) tenía el juvenil improperio de exhibirla desmedidamente. Un trance de los innumerables que podría compartir es el referido a su visita a México. Allí entonó la popular ranchera “El Rey” -cuya letra tiene directa implicancia con sus perturbadas alucinaciones emocionales- con la Banda Presidencial. Mención aparte merece sus mítines -desde el balcón de la Casa de Pizarro- y giras por el interior del país luciéndola. Durante este lapso se confeccionaron doce debido a su intenso desgaste.

El escaso proceder protocolar está reflejado en las recientes imágenes del titular del Congreso de la República, Luis Galarreta Velarde, al llevar consigo simultáneamente su medalla de parlamentario y la Banda Presidencial mientras esperaba la llegada del nuevo mandatario a la Plaza Bolívar. Evadió resistir la tentación de tomarse una colección de fotografías con sus colegas de bancada con las dos insignias, en un gesto ausente del tino recomendable en estos acaecimientos.

Existen variopintas ocurrencias que integran un interminable anecdotario. Al tomar posesión Alan García Pérez, en sus dos períodos de gobierno, se la puso a sí mismo obviando la habitual imposición efectuada por el presidente del Poder Legislativo. Luego del autogolpe de 1992, el presidente del disuelto Senado de la República, Máximo San Román Cáceres, accedió figurativamente a la jefatura de Estado en una asamblea legislativa realizada en el Colegio de Abogados de Lima en la que usó una prestada por el dos veces exdignatario Fernando Belaunde Terry. El 2000 la cabecilla del primer poder del Estado, Martha Hildebrant Pérez Treviño se la colocó al revés a Alberto Fujimori Fujimori. Años más tarde (2006), Alejando Toledo Manrique -luego de culminar su discurso- olvidó devolverla a su presidenta, Mercedes Cabanillas Bustamante, antes de retirarse del recinto congresal.

Asimismo, es palpable el desconocimiento de las autoridades regionales, provinciales, y municipales de la legislación sobre el particular. Por ejemplo, he visto a un estrafalario gobernador de la Región Junín investido con la Banda Presidencial y acompañado de una guardia de honor montada similar a los “Gloriosos Húsares de Junín”, el regimiento de caballería que, únicamente, ostenta el presidente de la república.

En concordancia con el D.S. 096-2005-RE los presidentes regionales “portarán en las ceremonias oficiales de Estado y regionales descritas en los artículos anteriores, como símbolo distintiva de su alta investidura, una banda de sede de color granate, de 150 centímetros de largo por 10 centímetros de ancho, de la cual penderá una medalla de bronce dorada de 50 milímetros de diámetro, en cuyo anverso se ubicará al centro, el escudo de la región, en la parte superior de la medalla se inscribirán las palabras ‘Gobierno Regional’. Y en la parte inferior de la misma el nombre de la región correspondiente”.

Quiero compartir un hecho insólito producido en la juramentación del gobernador del distrito de San Borja (Lima, Perú) el 2009. Éste se mandó confeccionar una rústica Banda Presidencial y a sus tenientes gobernadores un Fajín Ministerial; este último solo puede usarlo el encargado de una cartera ministerial. En el colmo de la ignorancia y la irreverencia, así aparecieron engalanados en el acto de instalación en el Palacio Municipal de San Borja. Si esos deslices transcurren en la capital, no imagino las torpezas que acontecen en sitios alejados del territorio patrio.

Es reiteradas coyunturas observamos al jefe de Estado rodeado de un sinfín de funcionarios engalanados con medallas, bandas, escudos en la solapa y estridentes adornos que proyectan la sensación de una nación indiferente a la mínima sobriedad que debiera enaltecer a sus dignatarios. Somos un pueblo saturado de antigüedades, folklorismos y pegajosos estilos barrocos. Este desorden alcanza a jueces, fiscales, asambleístas, alcaldes y regidores que lucen orgullosos ataviados como “ekekos”.

Un comentario aparte: en sinnúmero de oportunidades escucho a improvisados y neófitos “maestros de ceremonias”, llamar al primer mandatario diciendo “excelentísimo señor presidente”. Al respecto, el Ceremonial del Estado y Ceremonial Regional precisa: “Las autoridades nacionales no utilizarán tratamiento honorífico alguno que anteceda al título oficial del cargo que desempeñan los altos dignatarios del Estado, cuando se dirijan a ellos”.  Estas cortesías solo son válidas a altas magistraturas extranjeras o, en su defecto, de foráneos hacia representantes nacionales.

Tampoco es acertado afirmar “a continuación, entonaremos las sagradas notas del himno nacional”, “saludamos con un fuerte aplauso” o “buenas noches con todos”. Estos reincidentes, ramplones e imperdonables despropósitos ponen al descubierto la ausente preparación de los encargados de conducir actividades que ameritan cabal administración del protocolo. Una perla más de las tantas que desafinan el quehacer empresarial, universitario, gubernamental e institucional en el “reino de perulandia”.

Es urgente fomentar el amplio estudio, análisis, aplicación y difusión del protocolo y el ceremonial -y de sus importantes disposiciones jurídicas complementarias- en los variados niveles del gobierno central, regional y municipal. De esta manera, se evitará el cúmulo de negligencias cotidianas en el país de “todas las sangres”, en el que la bandera, el himno, etc. son víctimas de prácticas agraviantes. Ese será tema para un nuevo escrito.

El protocolo oficial ofrece los elementos, la normatividad y la orientación para exaltar las acciones que demandan ejecutarse cumpliendo estrictas pautas y que, además, tienen una connotación que debemos soslayar pasar inadvertida. Su acatamiento y conveniente interpretación es un imperativo. Al mismo tiempo, es sinónimo inequívoco de respeto, educación y deferencia. ¡Recuerde!

Hablemos de la ética empresarial

Desde hace tiempo se considera con mayor vigencia la “ética”. Entre otras consideraciones, por sus favorables implicancias en el clima organizacional, en la identificación del colaborador, en la ascendencia de la marca, en la obtención de acreditaciones, en el acceso a mercados, en la fidelidad del cliente, en la reducción de la deserción laboral, en la disminución de litigios judiciales, en la toma de decisiones, en el proceso de reclutamiento de personal, en la atracción de profesionales exitosos, en la reputación, entre otros beneficios. 

Su ejecución evidencia la correspondencia de los valores a los que hacen alusión atractivas memorias de gestión, videos y publicaciones gremiales. Es un componente central en toda empresa ansiosa de generar un ambiente acogedor y proyectar una imagen positiva en sus diversas audiencias. En el sector privado existen políticas concordantes con la visión, misión y valores; podríamos afirmar que es bienvenida. La Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es una manifestación de su autenticidad.

Integrarla posibilita enfrentar y anticiparse a situaciones de corrupción, discriminación, extorsión, maltrato al personal, promoción y venta de productos dañinos o vencidos, publicidad engañosa, afectación al entorno ambiental, evasión tributaria, uso inadecuado de información, manejos desleales con la competencia, rehuir invertir en medidas de seguridad, etc. El listado es significativo.

En la esfera estatal subsiste un complejo, incomprendido y enmarañado dilema sobre la “ética” que infunde ostensibles silencios, fastidios y se asume cómo una intromisión. En síntesis, es un asunto espinoso, controvertido, atiborrado de desencuentros y visto como una “camisa de fuerza” que impone la dación de medidas observadas con renuencia que, además, están expuestas a la vigilancia de la sociedad civil. Es un vocablo usado con reiteración y demagogia; pero, contemplado con repulsa.

Es imperativo transparentar presupuestos, licitaciones, convenios, proyectos, resoluciones, estados financieros, etc. y, a su vez, es innegable la ausencia de voluntad para su inclusión. Todavía prevalecen reticencias para incorporar el acceso a la información, la neutralidad, la presentación de declaraciones juradas patrimoniales, la igualdad de trato, el empleo adecuado de los bienes y el nepotismo, entre otros componentes.

Es difícil concebirla en un medio en donde el servicio público es un botín para compensar oportunismos. El Estado alberga una burócrata frívola, pusilánime e insensible. Ese es uno de los males republicanos: usar el poder para retribuir favores, gratificar lealtades, compensar padrinazgos, satisfacer apremios de operadores y atender demandas de allegados. Es indigno constatar cómo el carnet partidario abre más puertas que la competitividad y estanca la gestión. El sistema estatal se encarga de obstaculizar cualquier esfuerzo o decisión.

Al respecto, el expresidente Alan García Pérez en su libro “Metamemorias” (2019) aseveró: “…Inclusive cuando se establece e insiste en que solo habrá dos instancias, la burocracia siempre creciente en número y escritorios crea comisiones supervisoras, direcciones que previamente deben opinar sobre lo dicho por la primera instancia, etcétera. Es un bosque que se reproduce incesantemente, un virus de retardo que crea canales y oficinas que deben ´visar´ o sellar interminablemente”.

Un ejemplo plausible e insólito es la suscripción del Pacto por la Integridad, promovido por la actual administración metropolitana, con el afán de combatir la corrupción y asumir medidas como: mantener actualizados los portales virtuales y atender las solicitudes de información, de modo oportuno, tal como determina la normatividad. Se obligan a divulgar la documentación sobre sus directivos de confianza y servidores, para impedir conflictos de intereses. El acuerdo implica plasmar lo formulado en el Plan Nacional de Integridad y Lucha contra la Corrupción 2018-2021. Una muestra singular de accesibilidad frente a una trama contemplada con resistencia.

También, así lo acredita mi experiencia en la presidencia del Consejo Directivo del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. El trabajo que presidí se impuso una cultura coherente con la integridad que debe enaltecer al servidor público. Para este fin, implementamos tareas -a pesar de las incansables trabas e intrigas de los “funcionarios”- para incorporar este concepto y desplegar programas de entrenamiento sobre transparencia, neutralidad y buenas practicas gubernamentales.

Obedecimos la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública y colocamos mayor información de la requerida por este decreto, se entregó los contratos de trabajo y se elaboró un manual y una declaración de “ética”. En la puerta del parque pusimos un letrero expresivo de nuestro proceder: “Esta es una institución al servicio de la comunidad, allí se vive la ética y se practica la meritocracia, y no aceptamos tarjetazos”. Por cierto, fue retirado al día siguiente de culminar mi mandato.

Hace un tiempo fui llamado, a través de una compañía consultora, para dictar conferencias de “ética” en un ministerio. Grande fue mi sorpresa cuando a ninguna de ellas acudieron burócratas de la “alta dirección”, ni tampoco jefes o directores. Durante las disertaciones me enteré que los concurrentes habían sido citados esa mañana e incluso en innumerables veces eran requeridos, a través de sus teléfonos celulares, por sus superiores. Un ejemplo inequívoco del escaso o nulo valor otorgado a esta temática. Tan solo les preocupa cumplir el cronograma proyectado para capacitación y justificar la utilización de su presupuesto.

Al parecer, mis disertaciones causaron buena impresión. A las pocas semanas, recibí un email de la Oficina General de Administración de Recursos Humanos solicitando mi participación de forma personal. No desaproveché la oportunidad para darle una lección al responder: “…Gracias por su amable ofrecimiento el que, gustosamente, aceptaría siempre que sea canalizado a través de la empresa que, como usted recordará, tuvo la deferencia de convocarme para participar como expositor del programa de capacitación en ética pública”.

Es importante instrumentalizar la “ética” a través de herramientas que garanticen su permanente desarrollo, seguimiento y evaluación. De allí la exigencia de desplegar un conjunto de diligencias tendientes a este objetivo. Soslayemos circunscribirla a meros enunciados y normativas internas; debe desempeñar un rol activo, visible y palpable. Recordemos que es advertida cuando se hace un reclamo, en los mensajes publicitarios, en la calidad de la atención a la clientela, en la veracidad de las bondades del producto o servicio, en el trato interpersonal entre los trabajadores, en la obediencia de sus obligaciones tributarias y laborales, en el vínculo con la comunidad, en su reacción en momentos de crisis, entre un sinfín de escenarios.

Una iniciativa que encausa el desempeño de sus miembros es el manual o código.  Por lo tanto, guía los comportamientos de la entidad y de aquellos con los cuales actúa: compradores, proveedores, comunidad, medio ambiente, etc. Recomiendo recoger las necesidades, el momento y el lugar; ser realista, breve, conciso y claro; englobar los valores de la empresa; explicar el por qué y para qué de cada principio; debe prevalecer el bien común sobre los intereses personales.

Sugiero que esté alentada de un proceso de inducción, acompañamiento e incentivos. En diferentes entidades se solicita al colaborador firmar un “compromiso o carta ética”. Son elementos sustanciales en la medida que su validez sea transversal y aplicable sin distinción de jerarquías. Debe estar presente, con especial énfasis, en sus líderes con el afán de servir de prototipo de la conducta que esperan de sus empleados. Ésta pone a prueba la auténtica probidad y consistencia de la organización.

Su utilidad constituye uno de los pilares más trascendentes para lograr una relación de convivencia y credibilidad y, por lo tanto, obtener el respeto y la confianza de los distintos actores sociales con los que interactúan. Conviene evocar lo afirmado por la prestigiosa filósofa española Victoria Camps Cervera: “La ética o la moral deben de entenderse no solo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible”.

El protocolo de la Bandera Nacional

En vísperas del 198 aniversario de la Independencia del Perú -llevada a cabo el 28 de julio de 1821- juzgo pertinente evocar la importancia del ceremonial en relación a este emblema. Más aun al verificar el lamentable y frecuente desacato existente en esta significativa efeméride. Seguidamente, algunos antecedentes.

El 21 de octubre de 1820, José de San Martín creó nuestra primera bandera. El cruce de dos líneas diagonales la dividía en cuatro campos. Los espacios superior e inferior eran de color blanco, mientras que los extremos eran de matiz rojo. Al centro figuraba una corona ovalada de laurel y dentro un sol surgiendo por detrás de elevadas montañas sobre un mar tranquilo.

Son diversas las versiones acerca de la inspiración del libertador argentino al momento de erigir este símbolo. Existen quienes señalan que tomó los colores de Argentina (blanco) y de Chile (rojo), países originarios del Ejército Libertador. Otros la atribuyen a la tonalidad de las abundantes parihuanas, de la bahía de Paracas, que volaban sobre su escuadra al instante de su desembarco. Adjudican el rojo porque alude a la sangre de nuestros héroes y mártires; mientras el blanco representa la libertad, la justicia y la paz.

A lo largo del siglo XIX hemos tenido sucesivas banderas. La vigente fue instaurada por Simón Bolívar el 25 de febrero de 1825. Durante el gobierno de Manuel A. Odría se estableció el D.L. 11323, del 31 de marzo de 1950, titulado “Disposiciones que deberán observarse respecto a los símbolos de la Nación: Escudo Nacional, Gran Sello del Estado, Bandera Nacional, Pabellón Nacional, Estandarte y Escarapela Nacional” que, ampliamente, especifica las características y pormenores de estas insignias. Sin embargo, se tejen innumerables y asiduas confusiones, en todos los ámbitos de la sociedad, debido a un contundente desconocimiento. Ahora me referiré, únicamente, a la Bandera Nacional.

Según la Ley 8916, del 6 de julio de 1939, corresponde izarla en los días de la celebración patria en todas las casas, edificios, fábricas, etc. de propiedad particular. Si hubiera que enarbolar la peruana y extranjera, la nuestra tendrá igual dimensiones a la foránea y ocupará el lugar preferencial. Siempre será ondeada en asta al tope. Un aspecto que pasa inadvertido está referido al orden de izamiento en caso de hacerse con otras extranjeras: la peruana es la primera y al ser arriada, será la última.

Cuando esté colocada en asta, ventana, puerta o balcón quedará al centro, si está aislada; a la derecha, si hubiera otra de nación distinta. Se entiende a la derecha de frente para la calle. En un desfile tiene el lugar de honor a la derecha y, al mismo tiempo, si concurren de distintos estados, la peruana irá dos metros delante de la línea formada por el resto de banderas. En un estrado se hallará a la derecha (visto desde el escenario) y quedará a la derecha del orador. Si está desplegada en una pared con otra bandera y con las astas cruzadas, la peruana estará a la derecha y su asta sobre el del otro emblema.

Es oportuno comentar sus medidas y proporciones. Según el D.S. 007-92-CCFA, del 13 de octubre de 1982, sus dimensiones guardarán correspondencia con la envergadura de la construcción. Es decir, un inmueble de cinco metros de altura, no exhibirá una de igual tamaño que uno de diez, quince o más metros. La base y talla de asta tendrán analogía con su extensión y, por otra parte, la tela de la bandera será de seda llana.

Los mástiles en los edificios quedarán puestos en el plano vertical a la fachada, a plomo al colocarse en el techo frontal e inclinado hacia afuera, con relación a la vertical, máximo hasta 30 grados, al ser situada en la pared encima de la puerta o ventana. Cuando sea instalada extendida y sin asta en calles, plazas, edificios y puertas, deberá hacerse de modo que esté en sentido horizontal el lado mayor del rectángulo.

La visible euforia colectiva en la fiesta nacional posibilita percatarnos de una secuencia de anomalías y manifestaciones irrespetuosas. Del mismo modo, hay ciudadanos que la ubican en las ventanillas de sus viviendas como si fuese un letrero propagandístico; automóviles adornados en épocas de campeonatos deportivos; conocidas modelos posan con ésta en sesiones fotográficas; políticos en actos públicos se exhiben envueltos como parte de su atuendo. En tal sentido, acordémonos que “constituye símbolo de muy alta significación que solo deben ser empleado con respeto y unción cívica, no debiendo ser usado para propósitos desviados, ni actos reñidos con la noble finalidad para la que fue creado” y, por lo tanto, aprendamos a situarla en el pedestal que amerita en su condición de ícono de la peruanidad.

Es conveniente tener a la vista lo estipulado en el artículo 15 del Ceremonial del Estado y Ceremonial Regional (D.S. 096-2005-RE): “La Bandera Nacional es principal símbolo de la patria. En sus diversas representaciones, Estandarte o Pabellón, debe ser saludada por las autoridades civiles con una reverente inclinación de cabeza y por las autoridades castrense de acuerdo con sus reglamentos”.

También, existen preceptos en los funerales. Ésta se apostará extendida en el féretro y en el entierro se le ubicará de tal manera que los amarres queden a la cabeza del difunto; será retirada al momento de la sepultura, no descenderá a la fosa, ni tocará el suelo. En situaciones de duelo nacional es izada a media asta y en caso de ser conducida en marcha, el luto será indicado por un lazo de crespón, atado junto a la lanza.

No obstante, las extravagancias en “perulandia” son asiduas, hilarantes y desmedidas. Recuerdo el peculiar sepelio de un personaje elocuente de la música criolla: Augusto Polo Campos (2018), cuyo féretro fue paseado por la Alameda de los Descalzos del distrito del Rímac portando el Pabellón Nacional (la bandera con el escudo) y, paralelamente, se sucedían bailes y cánticos mientras el ataúd era zarandeado por los cargadores al compás de la música. Una muestra incuestionable y reprochable del grado de rusticidad, carencia de sobriedad e incorrección imperante. Idéntico desacato aconteció en las honras fúnebres del cantante Arturo Cavero Velásquez (2009), a su ingreso y salida del Congreso de la República.

Existen dos conmemoraciones en homenaje a este excelso distintivo. El “Día de la Bandera” (7 de junio) instituido en reminiscencia a la Batalla de Arica (1880), en la que se inmoló el héroe del Ejército Peruano, Francisco Bolognesi. Asimismo, el 28 de agosto se realiza la “Procesión de la Bandera”, en la localidad de Tacna, en ofrenda a la anhelada reincorporación de esta jurisdicción al Perú -de acuerdo a lo dispuesto en el Tratado de Lima de 1929- luego de 45 años de ocupación chilena como consecuencia de la Guerra del Pacífico (1879 - 1884).

Un comentario adicional: discrepo con la afamada expresión “un saludo a la bandera” -como se dice con reincidencia en “perulandia”- en alusión a un gesto o determinación carente de valor. Reclinarse ante la bandera es una afirmación de genuflexión. Esta infortunada frase sintetiza las ilimitadas penurias cívicas, democráticas y morales sobresalientes en el país de “todas las sangres”.

Dentro de ese contexto, ratifico lo aseverado en mi escrito “En el día de la patria: El reino de Perulandia”: “…Es la tierra del ceviche, el pisco sour, el tacu tacu, los anticuchos, el arroz con leche, la jarana criolla y otros íconos consumistas. En las solemnidades patrias sus colectividades lucen escarapelas en sus pechos, banderines en sus autos y banderas desteñidas en los techos de sus casas, puestas por obligación para sortear la multa municipal, y están atosigados de avisos publicitarios incitando efímeros afectos nacionalistas. Ni siquiera saben las estrofas completas de su himno. El eslogan ´un saludo a la bandera´, define el escaso significado de esta insignia”.

Exhibamos reverencia hacia la Bandera Nacional. Nos acompaña en intensas y magnánimas jornadas de la república. Es testigo en el acontecer de un pueblo que debe perpetuar lo anotado por el eminente investigador, naturalista y sabio italiano Antonio Raimondi (Milán, 1824 - San Pedro de Lloc, 1890), coincidentemente, arribado al puerto de El Callao el 28 de julio de 1850: “En el libro del destino del Perú, está escrito un porvenir grandioso”.

El “código” del invitado

En innumerables ocasiones recibimos invitaciones amicales, familiares, empresariales o institucionales. He observado que los concurrentes evaden cumplir elementales pautas de cortesía y sentido común. Una vez más, estamos ante una situación que pone al descubierto la frágil urbanidad de nuestro entorno, sin diferencias de sexo, estatus, procedencia o edad.

A continuación, sugiero unos breves preceptos enfocados a una mejor relación con quienes tienen la gentileza de convocarnos. Dentro de este contexto, reitero lo tantas veces aseverado: es imprescindible asumir la buena educación como una cultura de vida vigente en todo tiempo, acontecimiento y recinto.

Puntualidad. Incorporemos este valor como una cualidad y evitemos culpar a la congestión vehicular de nuestra demora. Si prevé el retraso, llame para comunicar la hora de su llegada. Es conveniente organizarnos con antelación y traslucir disciplina y excelente aptitud para elaborar nuestra agenda. Si arriba tarde, busque el instante para expresar sus justificaciones al anfitrión, no tiene que ingresar anunciando en voz alta las razones de su tardanza. Ese es un pésimo rito en nuestro medio.

Disculparse. Si no asiste, comunique sus excusas a través de una llamada telefónica o una esquela; puede acompañar un arreglo floral y/o efectuar una invitación a los anfitriones; según la naturaleza del acto. Alterno con hombres y mujeres habituados a justificarse al coincidir de casualidad en un sitio público y semanas más tarde de la celebración.  Es usual en el sumiso, controvertido y ramplón reino de “perulandia”, resignarnos a este inelegante obrar.

Obsequio. Su vida está llena de amables detalles. Cuando acuda a un almuerzo o comida formal lleve un regalo para la anfitriona (flores, chocolates, libros, galletas). En un suceso informal o semiformal, es ideal un licor o postre para compartir. Siempre será un gesto agradable y una expresión de finesa.

Comportamiento. Su actuación será lo más auténtica y pertinente. Decline pasar al comedor hasta que entren las personas de mayor jerarquía; el anfitrión es el primero en ingresar. Al entrar busque su puesto por los rótulos con su nombre colocados en cada ubicación o por la indicación verbal del anfitrión. No insinúe que desea sentarse al lado de cierto invitado o de su pareja. Eso me trae a la memoria la conducta de familiares, amigos y colegas incapaces de prescindir de sus allegados para sentirse cómodos. Sea elegante y renuncie a esas prácticas inherentes al síntoma de “chuncholandia”.

No empiece a comer hasta que lo haga el anfitrión, apague su celular y evite levantarse para acudir a los servicios. Tampoco cometa la ofensa de servirse porciones enormes, poner sus codos en la mesa, contestar el teléfono, estirar el brazo, proponer brindis sino es inducido por el anfitrión a hacerlo y recuerde: “Coma como si no tuviera hambre, beba como si no tuviera sed”.

Es importante anotar nuestro aspecto y proceder al ingresar, durante la jornada y al retirarnos. Rehúya permanecer hasta el final, consumir excesivo licor y comida, sostener charlas acaloradas y desatinadas. Esquive actitudes altisonantes como resultado de la cuantiosa ingesta de alcohol. Su favorable imagen puede verse afectada debido a su desenvolvimiento carente de tacto.

Acompañante. Una costumbre limeña es llevar pareja a un agasajo exclusivamente personal. No acuda con hijos, enamorada, etc. Nunca pregunte si puede hacerse acompañar; más aún si el anfitrión no lo ha expresado. Es normal advertir la osadía de presentarse “escoltado” con el pretexto de existir un alto grado de confianza con el organizador: sea comedido en sus acciones. Si la invitación es con pareja, irá con una dama; pero, si la convocatoria no incluye acompañante, asistirá solo.

De esta manera, la ocasión le facilitaré mostrar su habilidad para relacionarse con fluidez y espontaneidad. Es un magnífico momento para conocer otras personas. En “perulandia” es frecuente la formación de sectas, argollas y califatos encaminadas a bloquear la integración general. Es una pegajosa práctica que restringe nuestro mutuo acercamiento.

Cuando salimos del “área de confort” y entablamos trato con sujetos de variados orígenes, ampliamos nuestra percepción de la diversidad humana y fortalecemos nuestra empatía al valorar, entender e interactuar con el prójimo. Sin embargo, las limitadas y retraídas conductas de nuestros semejantes desnudan falta de mundo, pobre inteligencia interpersonal y una gama de precariedades. Una pena apreciar el tan extendido síndrome de “chuncholandia” frente al que, al parecer, existe masiva resignación.

Vestimenta. Cuando la invitación eluda indicar el vestuario, éste será definido por la hora, el lugar, el tipo de acontecimiento y el rol que usted cumple en el certamen. De modo que, su atuendo será coherente con las características del suceso. El arreglo personal muestra su estilo, personalidad y respeto. ¡No es nada complicado!

Agradecer. “La gratitud es un producto de la cultura; no es fácil hallarla entre gente basta”, aseveró el escritor, poeta y periodista británico Samuel Johnson. En caso de un acto en su homenaje o una formalidad, quedará muy bien si envía una nota de agradecimiento. Puede dar las gracias mediante una llamada telefónica o por correo electrónico en situaciones ausentes de solemnidad. Es un gesto delicado, distinguido y, por desgracia, escaso en “perulandia”.

Retribuir. Es importante corresponder en la medida en las circunstancias lo permitan. A fin de enriquecer nuestra relación humana, éstas deben ser de ida y vuelta. Es decir, si usted desea ser siempre incluido en las efemérides de sus amigos y familiares, también tome la iniciativa de agasajar como manifestación de su deseo de mantener la vinculación forjada.

Para concluir, tengo unas cuantas orientaciones adicionales. Prescinda formular preguntas u observaciones indiscretas; no proponga que le traigan una bebida de su preferencia; sea prudente en el período de permanencia (en una cena o almuerzo el tiempo máximo es cuatro horas); si sucede un incidente no realice explicaciones y esquive hacer de ese hecho una tertulia; si le sirven un bocado desconocido o que no es de su agrado, tome una pequeña cantidad. No está obligado a consumir lo que no desea.

Lleve consigo sus tarjetas personales; no llegue quejándote de lo difícil que fue dar con la dirección. Cada uno vive donde puede y abrir su hogar es extender su corazón. Por lo tanto, desarrolle un diálogo al acceso de los asistentes; no pida nada especial o diferente de lo ofrecido, eluda interrogar a los dueños de casa acerca de la lista de participantes y de las razones por las que ha omitido invitar a tal o cual persona.

En “perulandia”, un medio saturado de indelicadezas y despropósitos, son cotidianas las convocatorias a último momento. En sinnúmero de ocasiones hemos sido llamados con unos pocos días u horas de antelación para asistir a un encuentro social. Recomiendo demostrar su autoestima y declinar una invitación escasa de consideración. Pues, ello demuestra que usted jamás estuvo en la lista de titulares del evento; sino como reemplazo. Nada tan lejano de miramiento. Contribuyamos a desterrar esa imprudente y criolla tradición.

Muestre adaptabilidad con los semejantes que deberá alternar. La cultura, el manejo de información de temas de actualidad y el talante empático, harán viable una placentera velada. Cada invitación es un estupendo acaecimiento para ampliar su red de contactos y tener una mirada más acrecentada. Éstas ofrecen posibilidades para enriquecer nuestra disposición de convivencia, tolerancia y asertividad. Vienen a mi mente lo dicho por Eurípides, pensador y poeta de la antigua Grecia e integrante de la tercera generación de la triada que logró encumbrar la tragedia griega: “Es la naturaleza la que da la nobleza en la conducta; pero la educación, con todo, enseña las reglas”.


Vestimenta y estilo: Dos caras de una moneda

Desde hace algún tiempo me había propuesto abordar este complejo e interesante tema, a partir de prestar atención a los variopintos atuendos en los escenarios en los que alterno y, especialmente, inspirado en la intención de compartir propuestas y reflexiones. El vestido revela nuestros gustos, preferencias y estados anímicos. Es esencial entender su significación.

Para empezar, creo útil resaltar la pertinencia de reconocer nuestros rasgos y “estilo”. Este último está formado por sus accesorios, modales, perfume, detalles, etc. Defina el suyo en correspondencia con su personalidad y sortee imitaciones como acontece con una inmensa mayoría de hombres y mujeres huérfanos de identidad. Recuerde: “Hay quienes cambian de estilo cada mes, pero en realidad, esa es la prueba de que no hay un estilo”.

Este asunto implica dedicar unos momentos a la autoestima que, por cierto, se halla reflejada en la manera como saludamos, conversamos, interactuamos, respondemos a situaciones de tensión y en nuestra valoración. De allí la conveniencia de analizar su estrecha analogía. Amarnos, respetarnos y admitirnos conlleva preocuparnos de nuestro arreglo integral.

Quiero hacer referencia a la efímera y cambiante “moda”, que siempre se establece por factores económicos y sociales, mientras el “estilo” prevalece en el tiempo. Renuncie a la habitual y afiebrada obsesión de hacer alarde de la novedad del momento; es costosa y no implica lucir acertadamente. Los colores y modelos perfectos para el alto, no quedan bien al pequeño y así sucesivamente. Rehúya ropas incoherentes con sus particularidades: solo logrará despersonalizarse, caer en el ridículo y demostrar inexistente buen gusto.

Si es menuda prescinda botas, pantalones a la cadera, vestidos largos, estampados exagerados, bolsos voluminosos -que parecerán su maleta de viaje- y elementos orientados a acentuar su reducida estatura. Es preciso conocer los tonos coincidentes con su porte y mantener ocultas las prendas íntimas. En las redes sociales percibo múltiples fotografías en las que se divisa la ropa interior. Obvie una montura de anteojos desproporcionada para su rostro y, además, no ponga los lentes encima de la cabeza: es espantoso y rústico. Solo falta el lápiz arriba de la oreja para simular a la despachadora de una pulpería.

Dentro de este contexto, aconsejo a una señora de avanzada madurez declinar recurrir al guardarropa de su hija, nieta o bisnieta. Por elemental tino debe reconocer las partes de su cuerpo que se recomienda ocultar. Me sorprende observar con frecuencia polos apretados, colores risibles, blusas de manga cero, escotes atrevidos, mini faldas, shorts y jean rasgados que las hacen verse estrafalarias e infantiles. Al parecer, buscan suscitar la atracción negada en su lejana juventud o un exiguo amor propio.

Igualmente, innumerables señores mayores ostentar corbatas con dibujos estridentes, camisetas coloridas y un sinfín de ropas -que desentonan con su edad- seguramente prestadas de un descendiente suyo. Combinan prendas casuales con formales, calcetines estampados con terno, camisas de manga corta con saco y, por último, exponen sus mudas íntimas. Incluso se ve descolorido su cabello pintado.

La prudencia recomienda omitir colocarse excesivos complementos como sortijas, símbolos religiosos, medallas, prendedor en la corbata, escarapela en el saco y esclava: presentan a los caballeros como un simpático monigote de feria. También, las damas incurren en esta llamativa costumbre de exhibir joyas aparatosas, ruidosas y exageradas: podrían parecer una colorida muñeca andina. Si tiene bajo porte prescinda de aretes largos o circulares y collares enormes; más grave aún si padece sobrepeso. La sobriedad es sinónimo de finura.

Sentirse “joven”, como tantas veces oímos, no denota ser “joven” en términos cronológicos. Propongo enorgullecernos de los años que llevamos a cuestas y usar trajes inherentes a su generación. Aprendamos a afrontar con satisfacción nuestro ciclo de vida y hagamos gala de un comportamiento libre de improperios. Vivamos con regocijo, entusiasmo y discernimiento nuestra edad.

Preocúpese de la óptima calidad de su ropaje, en reemplazo de la cantidad. La palabra “elegante” -viene del latín “elígere”- significa elegir y, por lo tanto, seleccione en función de la edad, hora, clima, ocasión y particularidades corporales. La exquisitez no se circunscribe al acicalado, al maquillaje y a las costosas alhajas; se aprecia en la acertada postura, la atinada actitud y el honroso proceder. Tenga en cuenta que “la elegancia no consiste en ponerse un vestido nuevo”.

Desde mi punto de vista, incluye la discreción, el sentido común, el recato y un conjunto vasto de peculiaridades que define nuestra cotidiana conexión humana. Abundan mortales de envidiable atractivo, costoso e inigualable vestir y deplorable obrar. Entendámosla como la fusión de rasgos convergentes con las habilidades blandas, la cultura y los valores. No todo lo proyectado está circunscrito a lo exterior; los componentes espirituales, éticos e intelectuales tienen inequívoca repercusión.

Es vital cuidar nuestra conducta. Sobre todo, ahora que está en boga asumir ciertos liberalismos extremos e inconvenientes en nombre de la igualdad de género. Por ejemplo, la fastidiosa insistencia de la mujer -en su terca intención de atraer la atención del hombre- que, para tal propósito, es portadora de un vestuario ausente de mesura. He conocido en los últimos tiempos sesentonas -disfrazadas de lozanas y presumidas quinceañeras- con usanzas empalagosas, irritantes y huérfanas de mínima circunspección, educación e intuición. Una muestra del “iceberg” de la indelicadeza vigente en el siglo XXI. Con esta afirmación niego asumir una absurda y deplorable posición machista: únicamente esbozo mi honesto testimonio.

En el ámbito laboral sugiero exceptuar las llamativas, brillosas, ceñidas, transparentes y encaminadas a distorsionar su apariencia ejecutiva. Su vestimenta es un soporte revelador de su semblante profesional; ostente uno pulcro y acorde a su actividad, jerarquía y esfera empresarial. Evite ser confundido por hacer alarde de una figura y actuación incompatibles con su puesto. Cuanto más encumbrada y visible es su posición en la organización, más escudriñado será por sus colaboradores. Recuerde: usted acarrea el emblema corporativo de su centro de trabajo.

Su atavío es una perceptible “tarjeta de presentación”. Soslaye decir “nadie lo va a notar” o “mi ropa no es importante”, obvie trajes antiguos, deslucidos, ramplones, fallados o de tallas incompatibles: lo harán mostrarse desaliñado. A pesar de parecer discriminatoria la expresión “como te ven, te tratan”, asumamos su transformo.

Ratifico sin ambigüedades lo dicho en mi artículo “Los ´horrores´ de la etiqueta social”: “…Existen individuos segados por la moda y carentes de criterio que portan prendas de verano con las de invierno, sacos desencajados, maltrechos, de ordinaria calidad -comprados en los ´cierra puertas´- y deficientes corbatas chinas adquiridas en populosos centros comerciales; concluyen vestidos como genuinos ´ekekos´. Sugiero lucir de acuerdo a su desempeño y vístase ´para el cargo que aspira ocupar´. Mantenga un estilo coherente con su personalidad, edad, actividad, hora y características físicas”.

Al mismo tiempo, describe sus capacidades o limitaciones para forjar una convivencia interpersonal asertiva, afable e inteligente. El vestuario “habla” y será un componente -más allá de prejuicios- a su favor o en contra y, además, puede contradecir la imagen que ansía propalar. No subestime su extendida influencia en el concepto que se harán de nosotros. ¡Piénselo!

Al concluir este escrito encuentro entre mis apuntes esta sugestiva cita de la afamada diseñadora francesa Coco Chanel: “La elegancia no es un privilegio de los que han superado la adolescencia, sino de los que han tomado posesión de su futuro”. Su contenido evoca la trascendencia de aceptarnos y albergar sin desmayos una mirada colmada de nuevas ilusiones en nuestro existir.