jueves, 17 de febrero de 2022

El “código” del invitado

En innumerables ocasiones recibimos invitaciones amicales, familiares, empresariales o institucionales. He observado que los concurrentes evaden cumplir elementales pautas de cortesía y sentido común. Una vez más, estamos ante una situación que pone al descubierto la frágil urbanidad de nuestro entorno, sin diferencias de sexo, estatus, procedencia o edad.

A continuación, sugiero unos breves preceptos enfocados a una mejor relación con quienes tienen la gentileza de convocarnos. Dentro de este contexto, reitero lo tantas veces aseverado: es imprescindible asumir la buena educación como una cultura de vida vigente en todo tiempo, acontecimiento y recinto.

Puntualidad. Incorporemos este valor como una cualidad y evitemos culpar a la congestión vehicular de nuestra demora. Si prevé el retraso, llame para comunicar la hora de su llegada. Es conveniente organizarnos con antelación y traslucir disciplina y excelente aptitud para elaborar nuestra agenda. Si arriba tarde, busque el instante para expresar sus justificaciones al anfitrión, no tiene que ingresar anunciando en voz alta las razones de su tardanza. Ese es un pésimo rito en nuestro medio.

Disculparse. Si no asiste, comunique sus excusas a través de una llamada telefónica o una esquela; puede acompañar un arreglo floral y/o efectuar una invitación a los anfitriones; según la naturaleza del acto. Alterno con hombres y mujeres habituados a justificarse al coincidir de casualidad en un sitio público y semanas más tarde de la celebración.  Es usual en el sumiso, controvertido y ramplón reino de “perulandia”, resignarnos a este inelegante obrar.

Obsequio. Su vida está llena de amables detalles. Cuando acuda a un almuerzo o comida formal lleve un regalo para la anfitriona (flores, chocolates, libros, galletas). En un suceso informal o semiformal, es ideal un licor o postre para compartir. Siempre será un gesto agradable y una expresión de finesa.

Comportamiento. Su actuación será lo más auténtica y pertinente. Decline pasar al comedor hasta que entren las personas de mayor jerarquía; el anfitrión es el primero en ingresar. Al entrar busque su puesto por los rótulos con su nombre colocados en cada ubicación o por la indicación verbal del anfitrión. No insinúe que desea sentarse al lado de cierto invitado o de su pareja. Eso me trae a la memoria la conducta de familiares, amigos y colegas incapaces de prescindir de sus allegados para sentirse cómodos. Sea elegante y renuncie a esas prácticas inherentes al síntoma de “chuncholandia”.

No empiece a comer hasta que lo haga el anfitrión, apague su celular y evite levantarse para acudir a los servicios. Tampoco cometa la ofensa de servirse porciones enormes, poner sus codos en la mesa, contestar el teléfono, estirar el brazo, proponer brindis sino es inducido por el anfitrión a hacerlo y recuerde: “Coma como si no tuviera hambre, beba como si no tuviera sed”.

Es importante anotar nuestro aspecto y proceder al ingresar, durante la jornada y al retirarnos. Rehúya permanecer hasta el final, consumir excesivo licor y comida, sostener charlas acaloradas y desatinadas. Esquive actitudes altisonantes como resultado de la cuantiosa ingesta de alcohol. Su favorable imagen puede verse afectada debido a su desenvolvimiento carente de tacto.

Acompañante. Una costumbre limeña es llevar pareja a un agasajo exclusivamente personal. No acuda con hijos, enamorada, etc. Nunca pregunte si puede hacerse acompañar; más aún si el anfitrión no lo ha expresado. Es normal advertir la osadía de presentarse “escoltado” con el pretexto de existir un alto grado de confianza con el organizador: sea comedido en sus acciones. Si la invitación es con pareja, irá con una dama; pero, si la convocatoria no incluye acompañante, asistirá solo.

De esta manera, la ocasión le facilitaré mostrar su habilidad para relacionarse con fluidez y espontaneidad. Es un magnífico momento para conocer otras personas. En “perulandia” es frecuente la formación de sectas, argollas y califatos encaminadas a bloquear la integración general. Es una pegajosa práctica que restringe nuestro mutuo acercamiento.

Cuando salimos del “área de confort” y entablamos trato con sujetos de variados orígenes, ampliamos nuestra percepción de la diversidad humana y fortalecemos nuestra empatía al valorar, entender e interactuar con el prójimo. Sin embargo, las limitadas y retraídas conductas de nuestros semejantes desnudan falta de mundo, pobre inteligencia interpersonal y una gama de precariedades. Una pena apreciar el tan extendido síndrome de “chuncholandia” frente al que, al parecer, existe masiva resignación.

Vestimenta. Cuando la invitación eluda indicar el vestuario, éste será definido por la hora, el lugar, el tipo de acontecimiento y el rol que usted cumple en el certamen. De modo que, su atuendo será coherente con las características del suceso. El arreglo personal muestra su estilo, personalidad y respeto. ¡No es nada complicado!

Agradecer. “La gratitud es un producto de la cultura; no es fácil hallarla entre gente basta”, aseveró el escritor, poeta y periodista británico Samuel Johnson. En caso de un acto en su homenaje o una formalidad, quedará muy bien si envía una nota de agradecimiento. Puede dar las gracias mediante una llamada telefónica o por correo electrónico en situaciones ausentes de solemnidad. Es un gesto delicado, distinguido y, por desgracia, escaso en “perulandia”.

Retribuir. Es importante corresponder en la medida en las circunstancias lo permitan. A fin de enriquecer nuestra relación humana, éstas deben ser de ida y vuelta. Es decir, si usted desea ser siempre incluido en las efemérides de sus amigos y familiares, también tome la iniciativa de agasajar como manifestación de su deseo de mantener la vinculación forjada.

Para concluir, tengo unas cuantas orientaciones adicionales. Prescinda formular preguntas u observaciones indiscretas; no proponga que le traigan una bebida de su preferencia; sea prudente en el período de permanencia (en una cena o almuerzo el tiempo máximo es cuatro horas); si sucede un incidente no realice explicaciones y esquive hacer de ese hecho una tertulia; si le sirven un bocado desconocido o que no es de su agrado, tome una pequeña cantidad. No está obligado a consumir lo que no desea.

Lleve consigo sus tarjetas personales; no llegue quejándote de lo difícil que fue dar con la dirección. Cada uno vive donde puede y abrir su hogar es extender su corazón. Por lo tanto, desarrolle un diálogo al acceso de los asistentes; no pida nada especial o diferente de lo ofrecido, eluda interrogar a los dueños de casa acerca de la lista de participantes y de las razones por las que ha omitido invitar a tal o cual persona.

En “perulandia”, un medio saturado de indelicadezas y despropósitos, son cotidianas las convocatorias a último momento. En sinnúmero de ocasiones hemos sido llamados con unos pocos días u horas de antelación para asistir a un encuentro social. Recomiendo demostrar su autoestima y declinar una invitación escasa de consideración. Pues, ello demuestra que usted jamás estuvo en la lista de titulares del evento; sino como reemplazo. Nada tan lejano de miramiento. Contribuyamos a desterrar esa imprudente y criolla tradición.

Muestre adaptabilidad con los semejantes que deberá alternar. La cultura, el manejo de información de temas de actualidad y el talante empático, harán viable una placentera velada. Cada invitación es un estupendo acaecimiento para ampliar su red de contactos y tener una mirada más acrecentada. Éstas ofrecen posibilidades para enriquecer nuestra disposición de convivencia, tolerancia y asertividad. Vienen a mi mente lo dicho por Eurípides, pensador y poeta de la antigua Grecia e integrante de la tercera generación de la triada que logró encumbrar la tragedia griega: “Es la naturaleza la que da la nobleza en la conducta; pero la educación, con todo, enseña las reglas”.


Vestimenta y estilo: Dos caras de una moneda

Desde hace algún tiempo me había propuesto abordar este complejo e interesante tema, a partir de prestar atención a los variopintos atuendos en los escenarios en los que alterno y, especialmente, inspirado en la intención de compartir propuestas y reflexiones. El vestido revela nuestros gustos, preferencias y estados anímicos. Es esencial entender su significación.

Para empezar, creo útil resaltar la pertinencia de reconocer nuestros rasgos y “estilo”. Este último está formado por sus accesorios, modales, perfume, detalles, etc. Defina el suyo en correspondencia con su personalidad y sortee imitaciones como acontece con una inmensa mayoría de hombres y mujeres huérfanos de identidad. Recuerde: “Hay quienes cambian de estilo cada mes, pero en realidad, esa es la prueba de que no hay un estilo”.

Este asunto implica dedicar unos momentos a la autoestima que, por cierto, se halla reflejada en la manera como saludamos, conversamos, interactuamos, respondemos a situaciones de tensión y en nuestra valoración. De allí la conveniencia de analizar su estrecha analogía. Amarnos, respetarnos y admitirnos conlleva preocuparnos de nuestro arreglo integral.

Quiero hacer referencia a la efímera y cambiante “moda”, que siempre se establece por factores económicos y sociales, mientras el “estilo” prevalece en el tiempo. Renuncie a la habitual y afiebrada obsesión de hacer alarde de la novedad del momento; es costosa y no implica lucir acertadamente. Los colores y modelos perfectos para el alto, no quedan bien al pequeño y así sucesivamente. Rehúya ropas incoherentes con sus particularidades: solo logrará despersonalizarse, caer en el ridículo y demostrar inexistente buen gusto.

Si es menuda prescinda botas, pantalones a la cadera, vestidos largos, estampados exagerados, bolsos voluminosos -que parecerán su maleta de viaje- y elementos orientados a acentuar su reducida estatura. Es preciso conocer los tonos coincidentes con su porte y mantener ocultas las prendas íntimas. En las redes sociales percibo múltiples fotografías en las que se divisa la ropa interior. Obvie una montura de anteojos desproporcionada para su rostro y, además, no ponga los lentes encima de la cabeza: es espantoso y rústico. Solo falta el lápiz arriba de la oreja para simular a la despachadora de una pulpería.

Dentro de este contexto, aconsejo a una señora de avanzada madurez declinar recurrir al guardarropa de su hija, nieta o bisnieta. Por elemental tino debe reconocer las partes de su cuerpo que se recomienda ocultar. Me sorprende observar con frecuencia polos apretados, colores risibles, blusas de manga cero, escotes atrevidos, mini faldas, shorts y jean rasgados que las hacen verse estrafalarias e infantiles. Al parecer, buscan suscitar la atracción negada en su lejana juventud o un exiguo amor propio.

Igualmente, innumerables señores mayores ostentar corbatas con dibujos estridentes, camisetas coloridas y un sinfín de ropas -que desentonan con su edad- seguramente prestadas de un descendiente suyo. Combinan prendas casuales con formales, calcetines estampados con terno, camisas de manga corta con saco y, por último, exponen sus mudas íntimas. Incluso se ve descolorido su cabello pintado.

La prudencia recomienda omitir colocarse excesivos complementos como sortijas, símbolos religiosos, medallas, prendedor en la corbata, escarapela en el saco y esclava: presentan a los caballeros como un simpático monigote de feria. También, las damas incurren en esta llamativa costumbre de exhibir joyas aparatosas, ruidosas y exageradas: podrían parecer una colorida muñeca andina. Si tiene bajo porte prescinda de aretes largos o circulares y collares enormes; más grave aún si padece sobrepeso. La sobriedad es sinónimo de finura.

Sentirse “joven”, como tantas veces oímos, no denota ser “joven” en términos cronológicos. Propongo enorgullecernos de los años que llevamos a cuestas y usar trajes inherentes a su generación. Aprendamos a afrontar con satisfacción nuestro ciclo de vida y hagamos gala de un comportamiento libre de improperios. Vivamos con regocijo, entusiasmo y discernimiento nuestra edad.

Preocúpese de la óptima calidad de su ropaje, en reemplazo de la cantidad. La palabra “elegante” -viene del latín “elígere”- significa elegir y, por lo tanto, seleccione en función de la edad, hora, clima, ocasión y particularidades corporales. La exquisitez no se circunscribe al acicalado, al maquillaje y a las costosas alhajas; se aprecia en la acertada postura, la atinada actitud y el honroso proceder. Tenga en cuenta que “la elegancia no consiste en ponerse un vestido nuevo”.

Desde mi punto de vista, incluye la discreción, el sentido común, el recato y un conjunto vasto de peculiaridades que define nuestra cotidiana conexión humana. Abundan mortales de envidiable atractivo, costoso e inigualable vestir y deplorable obrar. Entendámosla como la fusión de rasgos convergentes con las habilidades blandas, la cultura y los valores. No todo lo proyectado está circunscrito a lo exterior; los componentes espirituales, éticos e intelectuales tienen inequívoca repercusión.

Es vital cuidar nuestra conducta. Sobre todo, ahora que está en boga asumir ciertos liberalismos extremos e inconvenientes en nombre de la igualdad de género. Por ejemplo, la fastidiosa insistencia de la mujer -en su terca intención de atraer la atención del hombre- que, para tal propósito, es portadora de un vestuario ausente de mesura. He conocido en los últimos tiempos sesentonas -disfrazadas de lozanas y presumidas quinceañeras- con usanzas empalagosas, irritantes y huérfanas de mínima circunspección, educación e intuición. Una muestra del “iceberg” de la indelicadeza vigente en el siglo XXI. Con esta afirmación niego asumir una absurda y deplorable posición machista: únicamente esbozo mi honesto testimonio.

En el ámbito laboral sugiero exceptuar las llamativas, brillosas, ceñidas, transparentes y encaminadas a distorsionar su apariencia ejecutiva. Su vestimenta es un soporte revelador de su semblante profesional; ostente uno pulcro y acorde a su actividad, jerarquía y esfera empresarial. Evite ser confundido por hacer alarde de una figura y actuación incompatibles con su puesto. Cuanto más encumbrada y visible es su posición en la organización, más escudriñado será por sus colaboradores. Recuerde: usted acarrea el emblema corporativo de su centro de trabajo.

Su atavío es una perceptible “tarjeta de presentación”. Soslaye decir “nadie lo va a notar” o “mi ropa no es importante”, obvie trajes antiguos, deslucidos, ramplones, fallados o de tallas incompatibles: lo harán mostrarse desaliñado. A pesar de parecer discriminatoria la expresión “como te ven, te tratan”, asumamos su transformo.

Ratifico sin ambigüedades lo dicho en mi artículo “Los ´horrores´ de la etiqueta social”: “…Existen individuos segados por la moda y carentes de criterio que portan prendas de verano con las de invierno, sacos desencajados, maltrechos, de ordinaria calidad -comprados en los ´cierra puertas´- y deficientes corbatas chinas adquiridas en populosos centros comerciales; concluyen vestidos como genuinos ´ekekos´. Sugiero lucir de acuerdo a su desempeño y vístase ´para el cargo que aspira ocupar´. Mantenga un estilo coherente con su personalidad, edad, actividad, hora y características físicas”.

Al mismo tiempo, describe sus capacidades o limitaciones para forjar una convivencia interpersonal asertiva, afable e inteligente. El vestuario “habla” y será un componente -más allá de prejuicios- a su favor o en contra y, además, puede contradecir la imagen que ansía propalar. No subestime su extendida influencia en el concepto que se harán de nosotros. ¡Piénselo!

Al concluir este escrito encuentro entre mis apuntes esta sugestiva cita de la afamada diseñadora francesa Coco Chanel: “La elegancia no es un privilegio de los que han superado la adolescencia, sino de los que han tomado posesión de su futuro”. Su contenido evoca la trascendencia de aceptarnos y albergar sin desmayos una mirada colmada de nuevas ilusiones en nuestro existir.

¿Qué es la Imagen Personal?

Se ha preguntado sobre la “imagen”: ¿Qué elementos la definen? ¿Por qué ciertas personas irradian una sensación de repulsa? ¿Por qué es imprescindible en nuestra relación humana? ¿Qué motivaciones llevan a incluirla en los procesos de colocación laboral? Estas son unas de las interrogantes que inspiran este escrito y cuyas implicancias, probablemente, tengan mayor dimensión de la prevista.

La definiré como el conjunto de variables que configuran la opinión buena o mala que los demás se forman. Es la primera percepción producida al momento de establecer un encuentro, por más breve que sea, con nuestros semejantes. A mi parecer, influyen las emociones, prejuicios, miedos, capacidad de aceptación, empatía, valores, etc.

Una afamada expresión advierte: “No existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”. Coincido con su vigencia y certera aplicación en el ámbito laboral. Citaré una situación: usted acude a una entrevista de trabajo o a una reunión con un cliente y, por diversas razones, esa mañana padeció una aguda alteración en su estado anímico: su trato puede ser distante, ausente de su acostumbrada gentileza e incluso cortante y poco accesible. Los seres humanos con quienes interactúa desconocen lo acontecido y, en consecuencia, se harán una desfavorable “imagen”. Tal vez eso repercuta en su encuentro.

En el quehacer personal su suerte puede ser diferente. Comparto un ejemplo: al concurrir a una actividad social, su desenvolvimiento, plática e innumerables detalles de su personalidad crean una errada “imagen”. Pero, meses más tarde, vuelve a coincidir con esos prójimos en otro suceso y la impresión que se hicieron puede evolucionar a partir de una nueva casualidad.

Retornemos a la esfera empresarial. En este contexto la “imagen” no solamente está sustentada en su óptimo conocimiento, grados académicos y destrezas inherentes a su especialidad. Se complementa y enriquece con su educación, cultura, ética, sentido común, elegancia y, además, por las buenas formas y cortesías que agilizarán su plena prosperidad. También, existen factores como el lenguaje corporal, gustos, modo de hablar, reír, tono de voz, gestos y proceder cotidiano.

Es imperioso interesarse en nuestra apariencia, salud y proyectar una actitud positiva. Decline imitar a otros, sea auténtico, honesto y original. Decida su propia marca, será una muestra de su evolución y superación; soslaye descuidar su trascendencia. "El estilo es una forma de decir quién eres sin tener que hablar", aseveró Christian Dior. Preocúpese que guarde correspondencia con su estatus e idoneidad y que, por lo tanto, refleje su individualidad.    

Todos tenemos una “imagen” privada y pública. La primera se manifiesta en nuestro hogar y con quienes compartimos nuestra íntima coexistencia. En ésta, como es de suponer, nos relajamos y se visibilizan aspectos perjudiciales que conviene superar. La segunda es transmitida en el centro de trabajo y en los escenarios en que interactuamos. Debiera concurrir entre ambas un mínimo de coincidencias: no serían recomendables inconcebibles diferencias, contrastes y contradicciones.

Sobre el particular, deseo reflexionar acerca de su subjetividad y amplitud. Conozco hombres y mujeres, cuyo comportamiento antagónico motiva apreciaciones abismales en sus contornos amicales, familiares y corporativos. Proyectan una altamente amable, cálida y de fluida convivencia con sus amigos. Sin embargo, es opuesta la que tienen de él sus compañeros de oficina. En este caso se visibiliza una ausencia de concordancia en su actuación.

Recuerde: en la “imagen” siempre se suscita un proceso de estudio bilateral. Es decir, de una forma disimulada, usted escudriña a quien le acaban de presentar y ésta hace lo mismo: ambos están en un mutuo análisis, mientras deducen conclusiones. Incluso ciertas manifestaciones de su cuerpo o mirada pueden proferir aceptación o rechazo y sus comentarios afables -dichos en el afán de quedar bien con su interlocutor- podrían ser desmentidos por su lenguaje corporal y visual.

Un asunto de indudable vigencia es la autoestima. La denominada autovaloración de uno mismo, del proceder y las destrezas que constituyen la base de su identidad. Se erige desde la infancia y depende de la reciprocidad existente con las personas más significativas en nuestras vidas. La baja autoestima impulsa a esforzarse demasiado para superar la inferioridad percibida. Impide la búsqueda del sentido de la supervivencia y origina confusos problemas de identificación.

La decadente autoestima causa trastornos psicológicos, depresión, trabas psicosomáticas y fallas de carácter, timidez, ausencia de iniciativa y anticipación del fracaso. Induce a compararse con modelos sociales y entorpece comprender que cada individuo es diferente y que lo único comparable es nuestra fortaleza con respecto a nuestro rendimiento. Delimita nuestra forma de ver la vida, afrontar sus adversidades y la mostramos en la seguridad en el hablar, en las decisiones adoptadas, en los afectos entregados y recibidos, entre otros indicadores.

Es imposible emitir una “imagen” de aceptación, credibilidad, confianza si, previamente, se evaden incrementar las cualidades blandas. Todo proceso de transformación demanda un tiempo. Es ilusorio lograrlo de un día al otro, ni renovando componentes externos. Cualquier innovación implica definir lo positivo y negativo -de cada uno de nosotros- y, especialmente, analizar nuestro mundo interno y sus efectos en el vínculo interpersonal. Empiece por resaltar lo favorable e implemente reformas en función de la que anhela concebir.

Es importante encauzar la “imagen” desde una mirada diferente a las cotidianas recomendaciones circunscritas al uso de cosméticos, colores, diseños, texturas, peinados y un sinfín de elementos accesorios. Quienes aluden que el cambio se logra modificando exterioridades muestran precariedad y carencia de profundidad sobre un asunto con múltiples aristas. Es lamentable ver el mercado profesional impregnado de quienes pretenden convertir este concepto en una feria de frivolidades, vestuarios y maquillajes. Nada más alejado de la verdad y, al mismo tiempo, es un indicativo de las pretensiones mercantiles de quienes se valen de la expectativa generada por esta temática.

Aconsejo cuestionarse: ¿Qué aspecto tengo? ¿Mi ropa es la apropiada para mis actividades? ¿Mi cabello está arreglado? ¿Mi aseo es adecuado? ¿Cuál es la manera de comunicarme? ¿Mis reacciones emocionales son asertivas? ¿Proyecto una sensación optimista, confiable y convincente? ¿Cómo imagino que me ven los demás? Son componentes obligados de incluir en su autoevaluación.

Es primordial considerar la inequívoca conexión de la “imagen ideal” y la “imagen real”. La primera es aquella que no es usted, pero quiere ser. Si no está en armonía con su interior ésta se puede construir en base a creencias o esperanzas erradas. Generalmente es copiada, ficticia o inventada de referentes. La segunda lo personifica con virtudes y defectos. Es su realidad y ha sido moldeada por su formación, expectativas o información del entorno. Reconocer su presencia posibilita obtener una más cercana y alcanzable.

Con frecuencia tendemos a creer, a partir de nuestra particular lectura, que irradiamos una “imagen” coherente con nuestras expectativas. Empero, puede producirse una brecha entre la que hemos configurado en nuestro imaginario y la que concebimos. Nuestra autocrítica e inteligencia intrapersonal facilitarán un sereno estudio y aplicar correcciones.

Valoremos la formidable repercusión de una “imagen” genuina, íntegra y explícita de su idiosincrasia. Si tiene un saludable perfil sugiero alimentarlo y afianzarlo; por el contrario, si es consciente de la errada lectura que tienen de usted, está a tiempo de implementar un plan para revertir esta interpretación. Tenga en cuenta las certeras palabras de Ana Raquel Chanis: "Es un hecho comprobado que una buena imagen determina el éxito o el fracaso de las personas, y también de las empresas e instituciones".

Palabras mágicas: “Por favor” y “gracias”

Desde pequeños hemos sido instruidos para recurrir a estos dos vocablos. Quizá nos disgustó la insistencia de nuestros progenitores cuando pedíamos algo y aseveraban: ¿Qué se dice?; y debíamos responder “por favor”. Al haberlo obtenido insistían: ¿Qué se dice?; muchas veces incómodos por la presión concluíamos “gracias”.

Desde mi punto de vista estos términos brindan afabilidad y consideración al diálogo. Su aplicación podría contribuir a mejorar la deteriorada, tensa y agobiante convivencia social que enfrentamos. Nuevamente subrayo la necesidad de aportar, con positivas acciones, a acrecentar nuestra vinculación con el entorno.

Acompañar el mensaje transmitido con un “por favor” otorga una atrayente sensación de exhortación al oído del interlocutor. Se percibe espíritu persuasivo y favorable disposición; hace sentir bien al receptor y distingue al emisor. No implica dejar de dar una orden en caso sea inevitable en razón de la jerarquía o función. Con frecuencia evoco esta propicia frase que, al parecer, cuantiosos prójimos omiten: “Trata a tu inferior, como quisieras ser tratado por tu superior”.

Su práctica exhibe aprecio hacia las personas con las que alternamos y, por lo tanto, alimenta una agradable interacción. Prescinda desmayar en su afán de invocar esta palabra. Es importante lo que nombramos y cómo lo proferimos. Tenga presente: la música tiene tanta trascendencia como la letra.

“Gracias” proviene del latín gratia que deriva de gratus (agradable, agradecido) y significa decoro y alabanza que se tributa a otro. Gratus y gratia tienen igual origen indoeuropeo. Su usanza refleja un explícito reconocimiento o retribución: sea espontáneo, sonría y proyecte una actitud encantadora.

Las buenas enseñanzas deben interiorizarse a fin de lograr que los menores sean individuos idóneos para relacionarse con éxito, crear un clima de cordialidad a su alrededor y forjar efusivos lazos con sus semejantes. Recomiendo a los padres rehuir creer que ser agradecido solo es una manifestación de óptimos modales. Ésta debe extenderse como un valor en los disímiles ámbitos de nuestras vidas.

Evite convertirse en un sujeto -como vemos en quienes laboran en atención al cliente- que saluda fríamente, muestra los dientes, recita un libreto y concluye diciendo: “en algo más lo puedo atender”. Sea cálido y emplee expresiones como: “ha sido usted muy amable, gracias”; “le estoy agradecido por su gentil deferencia”; “agradezco su tiempo concedido y le deseo un buen día”, entre otros enunciados enriquecedores. Muestre autenticidad, naturalidad y servicial disposición al dar las “gracias”.

Al recibir un regalo por un acontecimiento familiar -como natalicio, bautizo o enlace matrimonial- una convocatoria a comer o almorzar, homenaje, condolencia, un agasajo durante su viaje fuera de la ciudad o cualquier cortesía -en el quehacer personal o profesional- proceda a agradecer. Hágalo en el lapso oportuno con el propósito de transmitir delicadeza y reconocimiento; obvie obrar a destiempo.

Hay diversos modos de canalizar este sublime sentimiento imprescindible en la reciprocidad entre hombres y mujeres. En ocasiones informales a través de una llamada telefónica o emial; en acontecimientos formales escriba una esquela o carta. También, puede formular una invitación, enviar un obsequio o ramo de flores. Es un rasgo elegante y pertinente; no permitamos su extinción y, además, desestimemos apelar a múltiples ocupaciones para soslayar hacerlo. Tomémonos siempre un instante para decir con urbanidad “gracias”.

La vida está compuesta por hermosos, generosos y singulares detalles: agradecer es uno de ellos. Con seguridad su conducta será un modelo a imitar; abrirá un espacio de reflexión y persuadirá sobre este acertado comportamiento. Dejemos de cuestionar las carencias e indelicadezas, propias de nuestra lacerante realidad, para participar del reto de ofrecer nuestra conducta y decencia como ejemplo e inspiración. Seamos protagonistas del cambio que tanto demandamos.

En tal sentido, evadamos sentir el incómodo imperativo de pronunciar “por favor” y “gracias”. Su utilización debe responder a nuestra genuina identidad, estilo y empatía. Comencemos a admitirla como una característica inherente en la comunicación interpersonal en todo momento y lugar, sin diferenciar estatus o subjetividades. Insisto: la etiqueta social no se ejerce en función de estados anímicos, rangos, apegos o antojos.

La educación honra a quien la ejerce, realza la personalidad, infunde simpatía, abre nuestros espacios de acercamiento y genera un clima de armoniosa, tolerante y saludable conexión entre los seres humanos. Eludamos renunciar al desafío de enseñar con la coherencia de nuestro desenvolvimiento y la satisfacción de esparcir semillas de esperanza. Vienen a mi memoria las vigentes aseveraciones del monseñor francés Félix Dupanloup: “La educación es el arte de preparar al hombre para la vida eterna mediante la elevación de la presente”.


Los selfies ministeriales de Fiestas Patrias

En esta colorida efeméride nacional un hecho reprochable no pasó desapercibido en el siempre impredecible, pintoresco y sorprendente reino de “Perulandia”: el flamante “selfie” de varios ministros en el patio de honor de Palacio de Gobierno cuando el presidente de la república Ollanta Humala Tasso daba un segundo e inusual discurso el 28 de julio.

Entre los aludidos figuran Manuel Pulgar Vidal, del Ambiente; Juan Manuel Benites, de Agricultura; Diana Álvarez, de Cultura; Marcela Huaita, de la Mujer; José Gallardo Ku, de Transportes; Aníbal Velásquez, de Salud; Gustavo Adrianzén, de Justicia; Paola Bustamante, de Desarrollo e Inclusión Social; y Magali Silva, de Comercio Exterior. Su actuación ha sido duramente objetada por tratarse de una señal de irrespeto.

Por su parte, el congresista Alejandro Aguinaga tuiteó: “¡Que bestia! Nueve ministros desconectados prefieren selfie a seguir escuchando más promesas y seudo logros del presidente Ollanta Humala. De ‘ripley’”.  Similar reacción tuvo el ex titular de Trabajo Juan Sheput: “Impresionante foto que muestra a ministros enloquecidos por un selfie mientras habla el presidente. Desorden total”.

Han surgido interpretaciones dirigidas a minimizar la anécdota e intentar pasar por alto ésta ausencia de sobriedad. Estas manifestaciones en un momento de aparente alegría, más allá que sean en un acto público, constituyen un desdén a quien pronunciaba una alocución vista por millones de peruanos a través de los medios televisivos.

En política el fondo y la forma tienen un infalible significado y, además, cada gesto público comunica. La sensación ofrecida es de un gabinete irreverente ante su superior jerárquico e incompetente para valorar su propia investidura. Una muestra irrefutable de falta de criterio y pertinencia.

Este suceso convendría ser observado por la Dirección General de Protocolo y Ceremonial del Estado de la cartera de Relaciones Exteriores a fin de ofrecer unas cuantas, precisas y necesarias orientaciones a los que, desde la más alta esfera del Poder Ejecutivo, perjudican la supremacía presidencial. No debiéramos acostumbrarnos, como sucede en un paraje de zarzuela como el nuestro, a los inoportunos desatinos protagonizados por nuestros dignatarios.

Creo apropiado incidir que el protocolo está lejos de constituir un conjunto de disposiciones inflexiones que hacen elitista al gobernante. Es una disciplina destinada a estipular las formas bajo las que se realiza una actividad humana importante. Son patrones para desarrollar un evento específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa el incumplimiento de un deber formal y sancionable.

Este novedoso autorretrato es empleado por diversas personalidades a nivel mundial. El Papa Francisco se ha tomado en sus visitas oficiales, audiencias públicas e incluso en la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII. En la lista de los "selfies” -elaborada por la prestigiosa revista Time- hay uno del Santo Padre con un grupo de adolescentes en la ciudad del Vaticano y otro del presidente de Estados Unidos, Barack Obama y el primer ministro británico, David Cameron, con la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning Schmidt, en los homenajes al memorable Nelson Mandela en Sudáfrica.

El punto discrepante surge cuando son perpetrados omitiendo la solemnidad del acontecimiento. Estoy muy lejos de pretender asumir posturas surrealistas que puedan considerarse exageradas en estas épocas en que es empleado en eventos de toda índole. Sin embargo, evitemos sustraer el sentido común que orienta nuestras acciones.

Aprovecho este asunto para incidir que tampoco son atinados en exequias, velorios, accidentes de tránsito, situaciones denigrantes o con personas a la que no se pide permiso. A mis alumnos les comento con insistencia lo inelegante de los “selfies” a sus exuberantes platos de comida para exhibirlos en el facebook. Eluden percatarse que proyectan la imagen de un “chuncholandia” que nunca ha visto un agradable y bien decorado platillo, ni ha estado en un restaurante de cuatro o cinco tenedores.

Deseo recordar, en un medio colmado de informalidades, absurdos, huachaferías, criolladas y desproporciones, qué durante la reciente estadía en México de los monarcas de España, los organizadores prohibieron a los asistentes a sus eventos -incluidos los funcionarios estatales- los “selfies” con los reyes Felipe VI y Letizia.

Esta última celebración patria del régimen de Gana Perú será recordada, entre otras razones, por mostrar a los ministros con un autorretrato alejado del que la población percibe de una administración gubernamental incapaz de guardar las mínimas cortesías que contribuyan a ganarse el respeto y la credibilidad de un país cada vez más divorciado de la clase política. Un nuevo gesto de frivolidad que empaña a nuestro mandatario.

Probablemente, la mayoritaria percepción ciudadana es opuesta a la impropia jovialidad que inspiró a los autores de los ahora famosos “selfies” palaciegos. Sugiero incorporar la coherencia, el miramiento y, reitero, la pertinencia en nuestras autoridades. Señoras y señores ministros: un poco de elemental sobriedad, cordura y buenos modales.


viernes, 11 de febrero de 2022

Las “guaripoleras” del protocolo

El término “guaripolera” es asignado al elenco de jóvenes que vitorean y aplauden en acontecimientos deportivos al equipo de su predilección. Lucen vistosos bastones, llamativas minifaldas, coloridos uniformes y constituyen un elemento atractivo. A mi parecer, en tiempos recientes, el protocolo está invadido de individuos bulliciosos, chistosos, extravagantes y exhibicionistas similares a las mencionadas damas. A continuación, comparto diversas situaciones que evidencian su actuación.

Durante la toma de posesión del alcalde capitalino, Luis Castañeda Lossio, irrumpió un hecho imperdonable (enero, 1 de 2015). Se entonó la “Marcha de Banderas” para recibir al líder de Solidaridad Nacional en el Teatro Municipal de Lima. Por disposición oficial ésta sólo se emplea para rendir honores al jefe de Estado y dignatarios extranjeros y, al mismo tiempo, para izar y arriar el pabellón nacional. Es una creación musical del maestro José Sabas Libornio Ibarra -quien se desempeñó como director de la banda de músicos del Ejército Peruano- en el gobierno de Nicolás de Piérola (1895).

Al concluir un acto de graduación en la Universidad Nacional de Ingeniería, presidida por el primer mandatario Martín Vizcarra Cornejo, el maestro de ceremonia tuvo la “magnífica” iniciativa de arengar “viva el referéndum”, en alusión a la consulta ciudadana sobre la reforma constitucional realizada el domingo 9 de diciembre de 2018.

En la juramentación del gabinete ministerial encabezado por Salvador del Solar Labarthe (marzo, 11 de 2019) fue errada la ubicación de los titulares de los portafolios en la foto con el presidente de la república en el Gran Comedor y en la Sala Bolognesi de Palacio de Gobierno. Se aprecia a las señoras ministras en la primera fila, vulnerando el Cuadro General de Precedencias del Estado que establece su posición de acuerdo a la antigüedad de la cartera que representan. Si fuese una fotografía familiar o amical se entendería ese deferente lugar asignado.

En el edificio “Carlos Zavala Loayza” del Poder Judicial de la “Ciudad de los Reyes” fue izado el pabellón nacional al revés (julio, 18 de 2019) y así permaneció durante varias horas. Mediante un flamante mensaje en twitter la autoridad concerniente aseveró: “Ante la imagen del pabellón nacional izado de manera impropia en la sede judicial de nuestra ciudad, la Corte Superior de Justicia de Lima aclara que no fue responsable de este lamentable error”. Una típica expresión del esquivo proceder de una burocracia incapaz de adjudicarse las consecuencias de sus irrespetuosos actos a nuestros símbolos. También, en la provincia de Chota (Cajamarca), en las celebraciones por la fiesta patria, se exhibió un gigantesco pabellón nacional, en un recorrido por las calles de la localidad, en el que estaban colocados la vicuña y el árbol de la quina en el lado opuesto.

Los casos descritos hacen imperativo que el protocolo esté a cargo de entendidos. Es un asunto de vital magnitud para asumirlo principiantes, aficionados y advenedizos, con buenos modales, impecable vestimenta -al más puro estilo “pipiris nais”- y excelentes contactos. Constatamos innumerables neófitos que ostentan estas responsabilidades en el sector gubernamental gracias a favoritismos partidarios o conexiones amicales. Eso genera las incontables incongruencias vistas con frecuencia en el Poder Ejecutivo y en las administraciones regionales y municipales.

En tal sentido, se adolece de criterios para definir su perfil integral. El encargado de su ejecución debe gozar de solvente formación académica y experiencia, a fin de impedir su distorsión en un ambiente saturado de excentricidades, desatinos e inopias. Esta función demanda proactividad, seguridad, disciplina, autocontrol emocional, absoluto dominio del ordenamiento legal y habilidad para resolver realidades inesperadas.

El protocolo estipula las formas bajo las que se realiza una acción humana importante. Son patrones para desarrollar un certamen específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa incumplir un deber formal y sancionable. Se define como la “regla ceremonial diplomática o palatina establecida por decreto o por costumbre: protocolo y ceremonial”.

Asimismo, reitero lo expuesto en mi artículo “¿El protocolo de las invitaciones?” (2019): “…Es imprescindible que las novedosas, pintorescas y neófitas productoras de eventos dominen con amplitud estas pinceladas, a fin de ofrecer correcta orientación y asesoría a sus clientes. En compañías de dilatada trayectoria en el mercado observo ilimitadas mediocridades y orfandades que corroboran la significación de esta temática. Igual pasa en empresas estatales y particulares cuyas áreas de imagen corporativa, marketing, relaciones públicas o afines relegan estos factores que definen el éxito o fracaso de una velada”.

Organizadores de bodas, graduaciones y acontecimientos corporativos, excluyen y subestiman la connotación del protocolo. Asumen el rol de proveedores de servicios logísticos y operativos, renunciando a advertir acerca de su aporte en la planificación, implementación, desenvolvimiento y prestancia de una actividad. Se considera una cuestión inherente a sucesos oficiales y solemnidades y que, además, puede implicar un nivel de rigidez incómoda y superflua. Por lo tanto, coexiste una innegable ignorancia sobre su alcance. Ésta es una de las motivaciones por las que deben dominar dicho componente los involucrados en el mundo de los eventos. De esta forma, la confusión podría despejarse al demostrar lo contrario.

Muestra de esta orfandad es el uso redundante y empalagoso del vocablo “protocolo”, proveniente de aprendices anfitriones y despistados maestros de ceremonia acostumbrados a decir: “invitación protocolar”, “foto protocolar”, “programa protocolar”, “discurso protocolar”, “personal protocolar”, “brindis protocolar”, entre otras absurdas genialidades. Incluso la lideresa de Fuerza Popular y excandidata presidencial, Keiko Fujimori Higuchi, en su célebre chat “La Botica”, instruyó a su representación parlamentaria permanecer “de pie y con aplausos protocolares” al ingresar el titular de la Casa de Pizarro al hemiciclo del Congreso de la República (2018).

Finalizado el desfile cívico militar por nuestro aniversario patrio, el primer mandatario decidió descender de su automóvil y caminar varias cuadras para recibir el saludo de la ciudadanía. De inmediato los reporteros de la televisión peruana, muchos de ellos caracterizados por su “idoneidad”, dijeron: “El presidente Vizcarra se salió del protocolo”.  Podríamos comentar un sinfín de contextos en los que el falaz discernimiento fomenta erradas aseveraciones que contribuyen a subrayar el desconcierto en la opinión pública sobre el papel del protocolo. Sin duda, nos encontramos frente a un círculo vicioso que debemos revertir.

Una última perla: observamos asidua y pobre sapiencia en moderadores que exigen al público “un voto de aplauso”, “saludamos con un fuerte aplauso”, “agradecemos con un aplauso”, etc. Las palmas jamás se solicitan, deben surgir con espontaneidad de los concurrentes. De la misma manera, escucho con reincidencia aseverar: “A continuación las sagradas notas del himno nacional del Perú. De pie por favor”. Bastaría señalar: “Himno nacional del Perú”, es obvio que se canta de pie, aunque innumerables personas desconocen cómo se entona. Tampoco se demandan vivas al concluir su entonación. Al respecto, constato un reiterativo libreto barroco y confuso que, coincidentemente, es aceptado con beneplácito por anfitriones y concurrentes huérfanos en asuntos de protocolo y ceremonial y que, además, por sus rasgos culturales, educativos y sociales están próximos a la chabacanería. 

La impericia conlleva a acentuar el embrollo que percibimos como “fuego nutrido”. Amigo lector: una prueba está a su alcance en las redes sociales que propalan videos explícitos de la irrefutable improvisación, mediocridad y folklorismo, en sus más afiebrados estándares, proveniente de un extenso, adulador y sumiso séquito de “guaripoleras”, disfrazados de “asesores”, “consultores”, “docentes” y “expertos” que, con plena seguridad y alejado de cualquier exageración, podrían encabezar el tradicional corzo por la efeméride patria que lleva acabo la cadena de supermercados Wong en el distrito de Miraflores. Recomiendo reflexionar acerca de lo dicho por el prestigioso jurista colombiano Diego Luis Córdoba: “Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”.


En la Fiesta Patria: Los modales de los congresistas

En estas semanas el Congreso de la República está en el centro de atención. Acaban de juramentar sus 130 integrantes elegidos para el período 2016-2021 y en pocos días nombrarán a la mesa directiva de la primera legislatura. Por último, el 28 de julio dejará la jefatura de estado Ollanta Humala Tasso a su sucesor Pedro Pablo Kuczynski. 

A través de los medios de comunicación podemos percatarnos de las declaraciones, gestos, reacciones y variopintas demostraciones de educación, deferencia y tolerancia de nuestra clase política. Estamos comenzando a darnos cuenta, una vez más, que sus credenciales académicas y profesionales no están acompañadas de su caballerosidad y ponderación. Menos de su cultura, discernimiento y real conocimiento de la realidad peruana. Así es “perulandia”, un bello y pintoresco escenario atiborrado de advenedizos, desempleados y aventureros en buscan de una forma segura de subsistencia.

Su indisimulable inopia muestra el deterioro de esta actividad que debe liderar gente con vocación de servicio e impecables credenciales de vida. Sería deseable que los miembros del Poder Ejecutivo hagan docencia ciudadana en lugar de convertirse en el cogollo de los cuestionamientos del electorado. Su confinada visión del contexto político y social los incapacita para percibir cómo su proceder afecta su credibilidad y prestigio y, por lo tanto, genera una mayor desconexión entre representante y representado.

Los parlamentarios están siempre vigilados por la opinión pública. Por lo tanto, debieran calcular los efectos y consecuencias de sus escasos márgenes de consideración. No ha concluido la instalación congresal y notamos desatinados comentarios que, por desgracia, hacen presagiar que lo nuevo declina garantizar una mejor calidad en el quehacer legislativo. Al parecer seguirá la exhibición de mediocridades y orfandades.

Hemos escuchado a un congresista reelecto llamar “pulpin” al designado primer ministro y, además, una “lluvia” -más intensa de la que viene padeciendo Lima- de agravios entre la bancada fujimorista y el Frente Amplio y Peruanos por el Kambio. Otro legislador le dice “terrorista” a una ex candidata a la presidencia. Mutuamente solicitan pedidos de disculpas mientras siguen con sus insolencias. Lamentablemente, se avecinan tiempos en los que el adjetivo, la injuria y la ofensa prevalecerán sobre la cordura, la lucidez y la sapiencia. Aguardo equivocarme!

Pasemos revista a algunos entretelones de la sesión de la junta preparatoria. Se observaron reacciones propias de una “barra brava” por parte de los invitados en las galerías del hemiciclo. Kenji Fujimori Higuchi, quien presidió la junta -compuesta por el legislador más votado, el más longevo y el más joven- sorprendió que, alterando el protocolo y la agenda establecida, leyera un discurso reiterando su decisión de declinar postular a la presidencia del Poder Legislativo. Un absoluto desatino obviar diferenciar una actividad oficial con una partidaria. Sin duda, una inequívoca comprobación, de las innumerables a las que nos tiene acostumbrados, de su exigüidad de mundo y de percepción de la política.

Fueron infaltables quienes juraron con lampa en mano, con boina militar, con atuendos típicos de sus regiones y “por la reconciliación nacional”, “por el indulto humanitario”, “por quienes lucharon por un país con justicia y con libertad, “porque nunca más una mujer sea esterilizada contra su voluntad, agredida y violentada”, “porque nunca más exista ningún tipo de terrorismo”, “por la lucha frontal contra la corrupción”, “por la memoria de Pedro Huilca, los estudiantes asesinados en La Cantuta y por todas las víctimas de la dictadura fujimorista que aún buscan justicia, por el pueblo”, “por mi tierra Apurímac, por la memoria de mi padre, por la lucha social contra proyectos, como el proyecto minero de Las Bambas”, etc. También, lo hicieron por la memoria de Fernando Belaunde Terry y Víctor Raúl Haya de la Torre y, especialmente, fueron incontables los vocablos extravagantes, disparatados y orientados a sembrar confrontaciones.

Renuncio imaginar cómo será la ceremonia de asunción del presidente electo. Han confirmado su asistencia el rey Juan Carlos I de España y seis presidentes de la región y, por lo tanto, anhelamos que nuestros asambleístas estén a la altura de un momento tan importante en la consecución de la vida democrática del país. Confío que eviten repetir los deshonrosos incidentes protagonizados el 28 de julio de 1990, cuando Alan García Pérez acudió a traspasar el mando. Estos hechos motivaron que al culminar su segundo período el 2011, se abstuviera de concurrir a la Plaza Bolívar.

Los legisladores prescinden entender que sus variadas formas de comunicación y expresión reflejan la indigencia de sus personalidades y la dimensión de sus alicaídas inteligencias emocionales. Detrás de sus supuestas convicciones republicanas existen irrefutables personajes egresados del paleolítico. Sumado a su rusticidad acerca de las básicas pautas de compostura, urbanidad y convivencia social.

La coyuntura les reclama consideración entre adversarios, condescendencia frente a la discrepancia, disposición de diálogo con la intención de arribar a mínimos consensos, perspicacia para anticiparse a los acontecimientos, pedagogía cívica a fin de ser referente en la población y, por sobre todo, habilidad para esquivar dejarse llevar por apasionamientos y afanes de notoriedad. Del mismo modo, demanda tolerancia, ecuanimidad y compromiso.

Los “padres de la patria” deben exteriorizar respeto al pueblo peruano. En tal sentido, se me ocurre evocar las pertinentes palabras del célebre filósofo, economista, jurista, historiador y sociólogo alemán Max Weber: “El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones”.