martes, 5 de octubre de 2010

El buen comportamiento en el trabajo

A lo largo de la vida pasamos por etapas laborales que nos exigen convivir con personas de diversas jerarquías (compañeros, subordinados, jefes, etc.).Si tenemos en cuenta que la mayor parte del día lo transcurrimos laborando es normal contribuir, con nuestros buenos actos, a gestar un ambiente de armonía entre quienes compartimos el trabajo. Recomendamos establecer vínculos respetuosos, cordiales y fluidos con los miembros de la organización, sin diferencia de estatus.

El respeto y consideración con los demás es clave. Si nos ausentamos de la oficina por cierta razón (reuniones, enfermedad, asuntos personales u otros motivos) avisemos oportunamente para no cargar a terceros un trabajo extra que nos correspondería realizar. Seamos considerados y usemos nuestra empatía que consiste en ponernos en el lugar del otro y comprender lo que siente en cada momento. Es decir, implica entrar en su mundo interior y ver las cosas desde su parecer.

Es importante estar abiertos a la responsabilidad en equipo. En toda oficina cada miembro tiene determinadas tareas que efectuar que no impide ayudar -cuando esté a nuestro alcance- a otros compañeros. Si el trabajo es en equipo, no tratemos de ejecutar el menor esfuerzo posible en detrimento del grupo. Es imprescindible esforzarnos, demostrar nuestras capacidades y contribuir igual que el resto, así tendremos la satisfacción de haber brindado nuestra real colaboración.

La base fundamental de la convivencia en cualquier aspecto de nuestra vida es la buena educación. Esta no consiste solamente en saludar, agradecer, sonreír, saber comportarnos en la mesa, pedir “por favor”, etc. Ser educado es parte de nuestra cultura de vida y coexiste con nosotros todas las horas del día. Trate a su prójimo con igual consideración y no en función de su cargo, sexo o apariencia externa. Respete la forma de ser, vestir, hablar y opinar de la gente.

La honestidad, en todo orden, es esencial. Nadie debe atribuirse méritos de los que no ha sido autor o aún habiendo sido parte, no son suyos en su totalidad. Ser honrado es una virtud que lo hará merecedor de confianza y credibilidad. Aprenda a felicitar, alentar, estimular y compartir, no sea mezquino. Es gratificante recibir comentarios de reconocimiento, pero es más significativo dar cumplidos como expresión de un estilo personal que lo singularice. Recuerde el proverbio persa: “La cortesía es una moneda que enriquece no al que la otorga, sino al que la da”.

Evite llamar la atención a un colaborador en público o delante de sus compañeros. Puede dañar severamente su autoestima y, además, marcará un mal precedente en la conducción del grupo humano a su cargo. Si tiene algún desencuentro trátelo en privado y luego que los ánimos se hayan calmado, a fin de evitar agudizar las diferencias. Si hace una crítica, que sea constructiva y con espíritu reflexivo. No “aproveche” los errores ajenos para humillar o demostrar cuando sabe. Haga pedagogía con su actitud alturada al enfrentar estas situaciones.

Desarrolle el diálogo que es una de las capacidades menos puestas de manifiesto –en toda eventualidad- en estos tiempos de “apuros” y “modernidades”. La plática es un fresco intercambio entre quienes alternativamente manifiestan sus conceptos. Más allá de la coincidencia o no existente entre quienes participan en la conversación, los medios comunes son la voz, los gestos, las posturas y los ademanes. Por lo tanto, tenga un encuentro positivo, sereno, agradable, digno de un profesional y construirá “puentes de entendimiento” que le facilita hablar de sus emociones, preocupaciones, pedir ayuda u ofrecer soluciones. Su objetivo central es el acercamiento de una manera favorable, no la desaproveche.

En tal sentido, tenemos que ser abiertos y receptivos a las opiniones, puntos de vista y sugerencias de los demás. Todos tienen algo positivo y beneficioso que plasmar. No deje de hacerlo y aliente las propuestas de sus colegas. No se crea dueño de la verdad, ni cuestione severamente a quien tiene planteamientos opuestos al suyo. La discrepancia no desune, es un medio de aprendizaje y de saludable confrontación de conocimientos entre individuos inteligentes. Bien decía el escritor, dramaturgo y filósofo francés Voltaire: “No comparto tus ideas, pero daría mi cabeza para que tengas el derecho a expresarlas”.

Debemos obviar discusiones y riñas. Hay días en que reuniones, llamadas, informes y otras tareas nos traen “dolores de cabeza”, con lo que los nervios están “a flor de piel” y surgen enfados por cualquier nimiedad. Esto crea un “clima” tenso y desagradable. La urbanidad consiste en perfeccionar y practicar ciertas cualidades humanas que controlan nuestro carácter y reacciones. En consecuencia, es básico manejar nuestro temperamento, ampliar el autocontrol y ser cortés. Las relaciones laborales -al igual que las sociales y familiares- deben estar presididas por un trato afable en toda oportunidad, incluso en las más difíciles y adversas.

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