lunes, 8 de noviembre de 2010

El valor de la puntualidad

La puntualidad es probablemente un tema reiterativo. Para algunos incluso superfluo y hasta ocioso de analizar. A mi parecer existe una visible resignación colectiva, en todos los ámbitos y niveles, en admitir “la hora peruana” como una “característica” cultural y social a la que debemos amoldarnos. No es así.

Amigo lector, la “resignación” es una tara inherente en sociedades mediocres y de baja autoestima. Expresa conformismo, sumisión, apatía y falta de entusiasmo para revertir lo negativo y pernicioso en nuestra subsistencia. No se “resigne” a aceptar y convalidar comportamientos irreverentes como el que motiva esta nota. Es preciso sublevar el alma de los peruanos y despojarnos de esa sombra de miedos, fragilidades y encubrimientos que nos persigue y, por lo tanto, acentúa nuestra pobreza moral y cultural.

Debemos coincidir en la importancia de convertir la puntualidad en una forma de vida que comunique deferencia hacia el prójimo. De modo que, incluyamos en el concepto de “respeto” la consideración al tiempo ajeno. Una persona puntual inspira credibilidad y demuestra habilidad en su organización individual. Sin duda, es una buena “carta de presentación” en su imagen profesional.

La puntualidad contribuye a dotar una personalidad de carácter y eficacia. Nos hace ser mejores en las actividades que desempeñamos y así ganaremos la confianza del entorno. Exhibe su disciplina, perseverancia y orden para establecer las prioridades de sus acciones. Tiene que ver con su fuerza de voluntad y sentido de responsabilidad.

Frieda Holler, en su obra “Ese dedo meñique”, dice: “…Es considerada (la puntualidad) como hábito firme y seguro, no es producto de la casualidad, sino de una buena administración del tiempo disponible en las 24 horas de día. Significa saber distribuir estas maravillosas 24 horas de tal modo que alcancen holgadamente para desarrollar el trabajo y todas las demás ocupaciones cotidianas. Más que virtud de un solo individuo o de todo un pueblo, la puntualidad constituye un fiel reflejo del grado de civilización y cultura que puede alcanzar el género humano.”

Recuerdo una cena en la embajada de un país europeo. Estábamos todos en la mesa y el anfitrión (el embajador) ni siquiera se puso de pie para recibir a un conocido parlamentario con su esposa que llegaron -una hora y media tarde- cuando disfrutábamos el segundo plato. Únicamente, dispuso indicarles sus ubicaciones y serviles la comida que compartíamos. Usted hace algo similar con sus invitados y será calificado de “mal educado” e incluso se resentirán. Es “habitual” que al aparecer un concurrente a última hora le sirva el aperitivo, la entrada, el segundo, etc. hasta “nivelarlo” con los demás comensales. Nada, desde mi parecer, más inadecuado e inelegante.

Hace un tiempo estuve en una ceremonia en la presidencia del Congreso de la República. Se nos convocó a la instalación de una comisión parlamentaria con la participación de más de una docena de embajadores. El titular del Parlamento Nacional estaba atendiendo a unos dirigentes sindicales y demoró casi media hora en empezar la sesión. Pasados 20 minutos se retiraron los embajadores presentes. Cuando apareció el presidente -para su sorpresa- no había ningún representante diplomático en la sala. Que gesto tan honroso el de la delegación extranjera.

El escritor, médico y profesor escocés, prolífico autor de publicaciones de autoayuda y artículos Samuel Smiles (1812-1904) afirmó en su célebre libro “Ayúdate” (1859): “La puntualidad es cortesía de reyes, deber de caballeros y necesidad de hombres de negocios”. Estas palabras las reitero a mi alumnado en el afán -incontables veces en vano- de hacerles comprender su trascendencia como valor. No obstante, en más de una institución educativa existe “tolerancia” en el ingreso a la hora de clase, lo que se convierte en un sutil amparo a la impuntualidad del estudiante.

Cuando asista a un evento -familiar o empresarial- recuerde darse su lugar y no permita que lo hagan esperar como es costumbre limeña. En los matrimonios la hora indicada en la invitación no coincide con la celebración de la boda. También, es “normal” en actividades oficiales que la autoridad principal llegue tarde y nadie exprese su malestar o se retire. Típica actitud de sometimiento peruano. Eso me trae a la memoria a una entidad (en la que laboro) que convoca reuniones de confraternidad y el anfitrión tiene la “tradición” de acudir tarde y, consecuentemente, no recibe a sus invitados a pesar que el “dueño de casa” debe dar la bienvenida. En su oficina, encuentros de negocios, citas, etc. distíngase por su puntualidad y tendrá potestad para exigir igual retribución. Demuestre su autovaloración, si es que la tiene.

La exactitud en la hora debe recuperarse como manifestación de convivencia respetuosa y armónica y, además, orientará positivamente la conducta humana. No perdamos la esperanza en esta tarea que estamos obligados a emprender educando con el ejemplo a quienes están a nuestro alcance. Tenga presente el aforismo inglés: “La puntualidad es el alma de la cortesía”.

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