jueves, 17 de febrero de 2022

¿Qué es la Imagen Personal?

Se ha preguntado sobre la “imagen”: ¿Qué elementos la definen? ¿Por qué ciertas personas irradian una sensación de repulsa? ¿Por qué es imprescindible en nuestra relación humana? ¿Qué motivaciones llevan a incluirla en los procesos de colocación laboral? Estas son unas de las interrogantes que inspiran este escrito y cuyas implicancias, probablemente, tengan mayor dimensión de la prevista.

La definiré como el conjunto de variables que configuran la opinión buena o mala que los demás se forman. Es la primera percepción producida al momento de establecer un encuentro, por más breve que sea, con nuestros semejantes. A mi parecer, influyen las emociones, prejuicios, miedos, capacidad de aceptación, empatía, valores, etc.

Una afamada expresión advierte: “No existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”. Coincido con su vigencia y certera aplicación en el ámbito laboral. Citaré una situación: usted acude a una entrevista de trabajo o a una reunión con un cliente y, por diversas razones, esa mañana padeció una aguda alteración en su estado anímico: su trato puede ser distante, ausente de su acostumbrada gentileza e incluso cortante y poco accesible. Los seres humanos con quienes interactúa desconocen lo acontecido y, en consecuencia, se harán una desfavorable “imagen”. Tal vez eso repercuta en su encuentro.

En el quehacer personal su suerte puede ser diferente. Comparto un ejemplo: al concurrir a una actividad social, su desenvolvimiento, plática e innumerables detalles de su personalidad crean una errada “imagen”. Pero, meses más tarde, vuelve a coincidir con esos prójimos en otro suceso y la impresión que se hicieron puede evolucionar a partir de una nueva casualidad.

Retornemos a la esfera empresarial. En este contexto la “imagen” no solamente está sustentada en su óptimo conocimiento, grados académicos y destrezas inherentes a su especialidad. Se complementa y enriquece con su educación, cultura, ética, sentido común, elegancia y, además, por las buenas formas y cortesías que agilizarán su plena prosperidad. También, existen factores como el lenguaje corporal, gustos, modo de hablar, reír, tono de voz, gestos y proceder cotidiano.

Es imperioso interesarse en nuestra apariencia, salud y proyectar una actitud positiva. Decline imitar a otros, sea auténtico, honesto y original. Decida su propia marca, será una muestra de su evolución y superación; soslaye descuidar su trascendencia. "El estilo es una forma de decir quién eres sin tener que hablar", aseveró Christian Dior. Preocúpese que guarde correspondencia con su estatus e idoneidad y que, por lo tanto, refleje su individualidad.    

Todos tenemos una “imagen” privada y pública. La primera se manifiesta en nuestro hogar y con quienes compartimos nuestra íntima coexistencia. En ésta, como es de suponer, nos relajamos y se visibilizan aspectos perjudiciales que conviene superar. La segunda es transmitida en el centro de trabajo y en los escenarios en que interactuamos. Debiera concurrir entre ambas un mínimo de coincidencias: no serían recomendables inconcebibles diferencias, contrastes y contradicciones.

Sobre el particular, deseo reflexionar acerca de su subjetividad y amplitud. Conozco hombres y mujeres, cuyo comportamiento antagónico motiva apreciaciones abismales en sus contornos amicales, familiares y corporativos. Proyectan una altamente amable, cálida y de fluida convivencia con sus amigos. Sin embargo, es opuesta la que tienen de él sus compañeros de oficina. En este caso se visibiliza una ausencia de concordancia en su actuación.

Recuerde: en la “imagen” siempre se suscita un proceso de estudio bilateral. Es decir, de una forma disimulada, usted escudriña a quien le acaban de presentar y ésta hace lo mismo: ambos están en un mutuo análisis, mientras deducen conclusiones. Incluso ciertas manifestaciones de su cuerpo o mirada pueden proferir aceptación o rechazo y sus comentarios afables -dichos en el afán de quedar bien con su interlocutor- podrían ser desmentidos por su lenguaje corporal y visual.

Un asunto de indudable vigencia es la autoestima. La denominada autovaloración de uno mismo, del proceder y las destrezas que constituyen la base de su identidad. Se erige desde la infancia y depende de la reciprocidad existente con las personas más significativas en nuestras vidas. La baja autoestima impulsa a esforzarse demasiado para superar la inferioridad percibida. Impide la búsqueda del sentido de la supervivencia y origina confusos problemas de identificación.

La decadente autoestima causa trastornos psicológicos, depresión, trabas psicosomáticas y fallas de carácter, timidez, ausencia de iniciativa y anticipación del fracaso. Induce a compararse con modelos sociales y entorpece comprender que cada individuo es diferente y que lo único comparable es nuestra fortaleza con respecto a nuestro rendimiento. Delimita nuestra forma de ver la vida, afrontar sus adversidades y la mostramos en la seguridad en el hablar, en las decisiones adoptadas, en los afectos entregados y recibidos, entre otros indicadores.

Es imposible emitir una “imagen” de aceptación, credibilidad, confianza si, previamente, se evaden incrementar las cualidades blandas. Todo proceso de transformación demanda un tiempo. Es ilusorio lograrlo de un día al otro, ni renovando componentes externos. Cualquier innovación implica definir lo positivo y negativo -de cada uno de nosotros- y, especialmente, analizar nuestro mundo interno y sus efectos en el vínculo interpersonal. Empiece por resaltar lo favorable e implemente reformas en función de la que anhela concebir.

Es importante encauzar la “imagen” desde una mirada diferente a las cotidianas recomendaciones circunscritas al uso de cosméticos, colores, diseños, texturas, peinados y un sinfín de elementos accesorios. Quienes aluden que el cambio se logra modificando exterioridades muestran precariedad y carencia de profundidad sobre un asunto con múltiples aristas. Es lamentable ver el mercado profesional impregnado de quienes pretenden convertir este concepto en una feria de frivolidades, vestuarios y maquillajes. Nada más alejado de la verdad y, al mismo tiempo, es un indicativo de las pretensiones mercantiles de quienes se valen de la expectativa generada por esta temática.

Aconsejo cuestionarse: ¿Qué aspecto tengo? ¿Mi ropa es la apropiada para mis actividades? ¿Mi cabello está arreglado? ¿Mi aseo es adecuado? ¿Cuál es la manera de comunicarme? ¿Mis reacciones emocionales son asertivas? ¿Proyecto una sensación optimista, confiable y convincente? ¿Cómo imagino que me ven los demás? Son componentes obligados de incluir en su autoevaluación.

Es primordial considerar la inequívoca conexión de la “imagen ideal” y la “imagen real”. La primera es aquella que no es usted, pero quiere ser. Si no está en armonía con su interior ésta se puede construir en base a creencias o esperanzas erradas. Generalmente es copiada, ficticia o inventada de referentes. La segunda lo personifica con virtudes y defectos. Es su realidad y ha sido moldeada por su formación, expectativas o información del entorno. Reconocer su presencia posibilita obtener una más cercana y alcanzable.

Con frecuencia tendemos a creer, a partir de nuestra particular lectura, que irradiamos una “imagen” coherente con nuestras expectativas. Empero, puede producirse una brecha entre la que hemos configurado en nuestro imaginario y la que concebimos. Nuestra autocrítica e inteligencia intrapersonal facilitarán un sereno estudio y aplicar correcciones.

Valoremos la formidable repercusión de una “imagen” genuina, íntegra y explícita de su idiosincrasia. Si tiene un saludable perfil sugiero alimentarlo y afianzarlo; por el contrario, si es consciente de la errada lectura que tienen de usted, está a tiempo de implementar un plan para revertir esta interpretación. Tenga en cuenta las certeras palabras de Ana Raquel Chanis: "Es un hecho comprobado que una buena imagen determina el éxito o el fracaso de las personas, y también de las empresas e instituciones".

Palabras mágicas: “Por favor” y “gracias”

Desde pequeños hemos sido instruidos para recurrir a estos dos vocablos. Quizá nos disgustó la insistencia de nuestros progenitores cuando pedíamos algo y aseveraban: ¿Qué se dice?; y debíamos responder “por favor”. Al haberlo obtenido insistían: ¿Qué se dice?; muchas veces incómodos por la presión concluíamos “gracias”.

Desde mi punto de vista estos términos brindan afabilidad y consideración al diálogo. Su aplicación podría contribuir a mejorar la deteriorada, tensa y agobiante convivencia social que enfrentamos. Nuevamente subrayo la necesidad de aportar, con positivas acciones, a acrecentar nuestra vinculación con el entorno.

Acompañar el mensaje transmitido con un “por favor” otorga una atrayente sensación de exhortación al oído del interlocutor. Se percibe espíritu persuasivo y favorable disposición; hace sentir bien al receptor y distingue al emisor. No implica dejar de dar una orden en caso sea inevitable en razón de la jerarquía o función. Con frecuencia evoco esta propicia frase que, al parecer, cuantiosos prójimos omiten: “Trata a tu inferior, como quisieras ser tratado por tu superior”.

Su práctica exhibe aprecio hacia las personas con las que alternamos y, por lo tanto, alimenta una agradable interacción. Prescinda desmayar en su afán de invocar esta palabra. Es importante lo que nombramos y cómo lo proferimos. Tenga presente: la música tiene tanta trascendencia como la letra.

“Gracias” proviene del latín gratia que deriva de gratus (agradable, agradecido) y significa decoro y alabanza que se tributa a otro. Gratus y gratia tienen igual origen indoeuropeo. Su usanza refleja un explícito reconocimiento o retribución: sea espontáneo, sonría y proyecte una actitud encantadora.

Las buenas enseñanzas deben interiorizarse a fin de lograr que los menores sean individuos idóneos para relacionarse con éxito, crear un clima de cordialidad a su alrededor y forjar efusivos lazos con sus semejantes. Recomiendo a los padres rehuir creer que ser agradecido solo es una manifestación de óptimos modales. Ésta debe extenderse como un valor en los disímiles ámbitos de nuestras vidas.

Evite convertirse en un sujeto -como vemos en quienes laboran en atención al cliente- que saluda fríamente, muestra los dientes, recita un libreto y concluye diciendo: “en algo más lo puedo atender”. Sea cálido y emplee expresiones como: “ha sido usted muy amable, gracias”; “le estoy agradecido por su gentil deferencia”; “agradezco su tiempo concedido y le deseo un buen día”, entre otros enunciados enriquecedores. Muestre autenticidad, naturalidad y servicial disposición al dar las “gracias”.

Al recibir un regalo por un acontecimiento familiar -como natalicio, bautizo o enlace matrimonial- una convocatoria a comer o almorzar, homenaje, condolencia, un agasajo durante su viaje fuera de la ciudad o cualquier cortesía -en el quehacer personal o profesional- proceda a agradecer. Hágalo en el lapso oportuno con el propósito de transmitir delicadeza y reconocimiento; obvie obrar a destiempo.

Hay diversos modos de canalizar este sublime sentimiento imprescindible en la reciprocidad entre hombres y mujeres. En ocasiones informales a través de una llamada telefónica o emial; en acontecimientos formales escriba una esquela o carta. También, puede formular una invitación, enviar un obsequio o ramo de flores. Es un rasgo elegante y pertinente; no permitamos su extinción y, además, desestimemos apelar a múltiples ocupaciones para soslayar hacerlo. Tomémonos siempre un instante para decir con urbanidad “gracias”.

La vida está compuesta por hermosos, generosos y singulares detalles: agradecer es uno de ellos. Con seguridad su conducta será un modelo a imitar; abrirá un espacio de reflexión y persuadirá sobre este acertado comportamiento. Dejemos de cuestionar las carencias e indelicadezas, propias de nuestra lacerante realidad, para participar del reto de ofrecer nuestra conducta y decencia como ejemplo e inspiración. Seamos protagonistas del cambio que tanto demandamos.

En tal sentido, evadamos sentir el incómodo imperativo de pronunciar “por favor” y “gracias”. Su utilización debe responder a nuestra genuina identidad, estilo y empatía. Comencemos a admitirla como una característica inherente en la comunicación interpersonal en todo momento y lugar, sin diferenciar estatus o subjetividades. Insisto: la etiqueta social no se ejerce en función de estados anímicos, rangos, apegos o antojos.

La educación honra a quien la ejerce, realza la personalidad, infunde simpatía, abre nuestros espacios de acercamiento y genera un clima de armoniosa, tolerante y saludable conexión entre los seres humanos. Eludamos renunciar al desafío de enseñar con la coherencia de nuestro desenvolvimiento y la satisfacción de esparcir semillas de esperanza. Vienen a mi memoria las vigentes aseveraciones del monseñor francés Félix Dupanloup: “La educación es el arte de preparar al hombre para la vida eterna mediante la elevación de la presente”.


Los selfies ministeriales de Fiestas Patrias

En esta colorida efeméride nacional un hecho reprochable no pasó desapercibido en el siempre impredecible, pintoresco y sorprendente reino de “Perulandia”: el flamante “selfie” de varios ministros en el patio de honor de Palacio de Gobierno cuando el presidente de la república Ollanta Humala Tasso daba un segundo e inusual discurso el 28 de julio.

Entre los aludidos figuran Manuel Pulgar Vidal, del Ambiente; Juan Manuel Benites, de Agricultura; Diana Álvarez, de Cultura; Marcela Huaita, de la Mujer; José Gallardo Ku, de Transportes; Aníbal Velásquez, de Salud; Gustavo Adrianzén, de Justicia; Paola Bustamante, de Desarrollo e Inclusión Social; y Magali Silva, de Comercio Exterior. Su actuación ha sido duramente objetada por tratarse de una señal de irrespeto.

Por su parte, el congresista Alejandro Aguinaga tuiteó: “¡Que bestia! Nueve ministros desconectados prefieren selfie a seguir escuchando más promesas y seudo logros del presidente Ollanta Humala. De ‘ripley’”.  Similar reacción tuvo el ex titular de Trabajo Juan Sheput: “Impresionante foto que muestra a ministros enloquecidos por un selfie mientras habla el presidente. Desorden total”.

Han surgido interpretaciones dirigidas a minimizar la anécdota e intentar pasar por alto ésta ausencia de sobriedad. Estas manifestaciones en un momento de aparente alegría, más allá que sean en un acto público, constituyen un desdén a quien pronunciaba una alocución vista por millones de peruanos a través de los medios televisivos.

En política el fondo y la forma tienen un infalible significado y, además, cada gesto público comunica. La sensación ofrecida es de un gabinete irreverente ante su superior jerárquico e incompetente para valorar su propia investidura. Una muestra irrefutable de falta de criterio y pertinencia.

Este suceso convendría ser observado por la Dirección General de Protocolo y Ceremonial del Estado de la cartera de Relaciones Exteriores a fin de ofrecer unas cuantas, precisas y necesarias orientaciones a los que, desde la más alta esfera del Poder Ejecutivo, perjudican la supremacía presidencial. No debiéramos acostumbrarnos, como sucede en un paraje de zarzuela como el nuestro, a los inoportunos desatinos protagonizados por nuestros dignatarios.

Creo apropiado incidir que el protocolo está lejos de constituir un conjunto de disposiciones inflexiones que hacen elitista al gobernante. Es una disciplina destinada a estipular las formas bajo las que se realiza una actividad humana importante. Son patrones para desarrollar un evento específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa el incumplimiento de un deber formal y sancionable.

Este novedoso autorretrato es empleado por diversas personalidades a nivel mundial. El Papa Francisco se ha tomado en sus visitas oficiales, audiencias públicas e incluso en la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII. En la lista de los "selfies” -elaborada por la prestigiosa revista Time- hay uno del Santo Padre con un grupo de adolescentes en la ciudad del Vaticano y otro del presidente de Estados Unidos, Barack Obama y el primer ministro británico, David Cameron, con la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning Schmidt, en los homenajes al memorable Nelson Mandela en Sudáfrica.

El punto discrepante surge cuando son perpetrados omitiendo la solemnidad del acontecimiento. Estoy muy lejos de pretender asumir posturas surrealistas que puedan considerarse exageradas en estas épocas en que es empleado en eventos de toda índole. Sin embargo, evitemos sustraer el sentido común que orienta nuestras acciones.

Aprovecho este asunto para incidir que tampoco son atinados en exequias, velorios, accidentes de tránsito, situaciones denigrantes o con personas a la que no se pide permiso. A mis alumnos les comento con insistencia lo inelegante de los “selfies” a sus exuberantes platos de comida para exhibirlos en el facebook. Eluden percatarse que proyectan la imagen de un “chuncholandia” que nunca ha visto un agradable y bien decorado platillo, ni ha estado en un restaurante de cuatro o cinco tenedores.

Deseo recordar, en un medio colmado de informalidades, absurdos, huachaferías, criolladas y desproporciones, qué durante la reciente estadía en México de los monarcas de España, los organizadores prohibieron a los asistentes a sus eventos -incluidos los funcionarios estatales- los “selfies” con los reyes Felipe VI y Letizia.

Esta última celebración patria del régimen de Gana Perú será recordada, entre otras razones, por mostrar a los ministros con un autorretrato alejado del que la población percibe de una administración gubernamental incapaz de guardar las mínimas cortesías que contribuyan a ganarse el respeto y la credibilidad de un país cada vez más divorciado de la clase política. Un nuevo gesto de frivolidad que empaña a nuestro mandatario.

Probablemente, la mayoritaria percepción ciudadana es opuesta a la impropia jovialidad que inspiró a los autores de los ahora famosos “selfies” palaciegos. Sugiero incorporar la coherencia, el miramiento y, reitero, la pertinencia en nuestras autoridades. Señoras y señores ministros: un poco de elemental sobriedad, cordura y buenos modales.


viernes, 11 de febrero de 2022

Las “guaripoleras” del protocolo

El término “guaripolera” es asignado al elenco de jóvenes que vitorean y aplauden en acontecimientos deportivos al equipo de su predilección. Lucen vistosos bastones, llamativas minifaldas, coloridos uniformes y constituyen un elemento atractivo. A mi parecer, en tiempos recientes, el protocolo está invadido de individuos bulliciosos, chistosos, extravagantes y exhibicionistas similares a las mencionadas damas. A continuación, comparto diversas situaciones que evidencian su actuación.

Durante la toma de posesión del alcalde capitalino, Luis Castañeda Lossio, irrumpió un hecho imperdonable (enero, 1 de 2015). Se entonó la “Marcha de Banderas” para recibir al líder de Solidaridad Nacional en el Teatro Municipal de Lima. Por disposición oficial ésta sólo se emplea para rendir honores al jefe de Estado y dignatarios extranjeros y, al mismo tiempo, para izar y arriar el pabellón nacional. Es una creación musical del maestro José Sabas Libornio Ibarra -quien se desempeñó como director de la banda de músicos del Ejército Peruano- en el gobierno de Nicolás de Piérola (1895).

Al concluir un acto de graduación en la Universidad Nacional de Ingeniería, presidida por el primer mandatario Martín Vizcarra Cornejo, el maestro de ceremonia tuvo la “magnífica” iniciativa de arengar “viva el referéndum”, en alusión a la consulta ciudadana sobre la reforma constitucional realizada el domingo 9 de diciembre de 2018.

En la juramentación del gabinete ministerial encabezado por Salvador del Solar Labarthe (marzo, 11 de 2019) fue errada la ubicación de los titulares de los portafolios en la foto con el presidente de la república en el Gran Comedor y en la Sala Bolognesi de Palacio de Gobierno. Se aprecia a las señoras ministras en la primera fila, vulnerando el Cuadro General de Precedencias del Estado que establece su posición de acuerdo a la antigüedad de la cartera que representan. Si fuese una fotografía familiar o amical se entendería ese deferente lugar asignado.

En el edificio “Carlos Zavala Loayza” del Poder Judicial de la “Ciudad de los Reyes” fue izado el pabellón nacional al revés (julio, 18 de 2019) y así permaneció durante varias horas. Mediante un flamante mensaje en twitter la autoridad concerniente aseveró: “Ante la imagen del pabellón nacional izado de manera impropia en la sede judicial de nuestra ciudad, la Corte Superior de Justicia de Lima aclara que no fue responsable de este lamentable error”. Una típica expresión del esquivo proceder de una burocracia incapaz de adjudicarse las consecuencias de sus irrespetuosos actos a nuestros símbolos. También, en la provincia de Chota (Cajamarca), en las celebraciones por la fiesta patria, se exhibió un gigantesco pabellón nacional, en un recorrido por las calles de la localidad, en el que estaban colocados la vicuña y el árbol de la quina en el lado opuesto.

Los casos descritos hacen imperativo que el protocolo esté a cargo de entendidos. Es un asunto de vital magnitud para asumirlo principiantes, aficionados y advenedizos, con buenos modales, impecable vestimenta -al más puro estilo “pipiris nais”- y excelentes contactos. Constatamos innumerables neófitos que ostentan estas responsabilidades en el sector gubernamental gracias a favoritismos partidarios o conexiones amicales. Eso genera las incontables incongruencias vistas con frecuencia en el Poder Ejecutivo y en las administraciones regionales y municipales.

En tal sentido, se adolece de criterios para definir su perfil integral. El encargado de su ejecución debe gozar de solvente formación académica y experiencia, a fin de impedir su distorsión en un ambiente saturado de excentricidades, desatinos e inopias. Esta función demanda proactividad, seguridad, disciplina, autocontrol emocional, absoluto dominio del ordenamiento legal y habilidad para resolver realidades inesperadas.

El protocolo estipula las formas bajo las que se realiza una acción humana importante. Son patrones para desarrollar un certamen específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa incumplir un deber formal y sancionable. Se define como la “regla ceremonial diplomática o palatina establecida por decreto o por costumbre: protocolo y ceremonial”.

Asimismo, reitero lo expuesto en mi artículo “¿El protocolo de las invitaciones?” (2019): “…Es imprescindible que las novedosas, pintorescas y neófitas productoras de eventos dominen con amplitud estas pinceladas, a fin de ofrecer correcta orientación y asesoría a sus clientes. En compañías de dilatada trayectoria en el mercado observo ilimitadas mediocridades y orfandades que corroboran la significación de esta temática. Igual pasa en empresas estatales y particulares cuyas áreas de imagen corporativa, marketing, relaciones públicas o afines relegan estos factores que definen el éxito o fracaso de una velada”.

Organizadores de bodas, graduaciones y acontecimientos corporativos, excluyen y subestiman la connotación del protocolo. Asumen el rol de proveedores de servicios logísticos y operativos, renunciando a advertir acerca de su aporte en la planificación, implementación, desenvolvimiento y prestancia de una actividad. Se considera una cuestión inherente a sucesos oficiales y solemnidades y que, además, puede implicar un nivel de rigidez incómoda y superflua. Por lo tanto, coexiste una innegable ignorancia sobre su alcance. Ésta es una de las motivaciones por las que deben dominar dicho componente los involucrados en el mundo de los eventos. De esta forma, la confusión podría despejarse al demostrar lo contrario.

Muestra de esta orfandad es el uso redundante y empalagoso del vocablo “protocolo”, proveniente de aprendices anfitriones y despistados maestros de ceremonia acostumbrados a decir: “invitación protocolar”, “foto protocolar”, “programa protocolar”, “discurso protocolar”, “personal protocolar”, “brindis protocolar”, entre otras absurdas genialidades. Incluso la lideresa de Fuerza Popular y excandidata presidencial, Keiko Fujimori Higuchi, en su célebre chat “La Botica”, instruyó a su representación parlamentaria permanecer “de pie y con aplausos protocolares” al ingresar el titular de la Casa de Pizarro al hemiciclo del Congreso de la República (2018).

Finalizado el desfile cívico militar por nuestro aniversario patrio, el primer mandatario decidió descender de su automóvil y caminar varias cuadras para recibir el saludo de la ciudadanía. De inmediato los reporteros de la televisión peruana, muchos de ellos caracterizados por su “idoneidad”, dijeron: “El presidente Vizcarra se salió del protocolo”.  Podríamos comentar un sinfín de contextos en los que el falaz discernimiento fomenta erradas aseveraciones que contribuyen a subrayar el desconcierto en la opinión pública sobre el papel del protocolo. Sin duda, nos encontramos frente a un círculo vicioso que debemos revertir.

Una última perla: observamos asidua y pobre sapiencia en moderadores que exigen al público “un voto de aplauso”, “saludamos con un fuerte aplauso”, “agradecemos con un aplauso”, etc. Las palmas jamás se solicitan, deben surgir con espontaneidad de los concurrentes. De la misma manera, escucho con reincidencia aseverar: “A continuación las sagradas notas del himno nacional del Perú. De pie por favor”. Bastaría señalar: “Himno nacional del Perú”, es obvio que se canta de pie, aunque innumerables personas desconocen cómo se entona. Tampoco se demandan vivas al concluir su entonación. Al respecto, constato un reiterativo libreto barroco y confuso que, coincidentemente, es aceptado con beneplácito por anfitriones y concurrentes huérfanos en asuntos de protocolo y ceremonial y que, además, por sus rasgos culturales, educativos y sociales están próximos a la chabacanería. 

La impericia conlleva a acentuar el embrollo que percibimos como “fuego nutrido”. Amigo lector: una prueba está a su alcance en las redes sociales que propalan videos explícitos de la irrefutable improvisación, mediocridad y folklorismo, en sus más afiebrados estándares, proveniente de un extenso, adulador y sumiso séquito de “guaripoleras”, disfrazados de “asesores”, “consultores”, “docentes” y “expertos” que, con plena seguridad y alejado de cualquier exageración, podrían encabezar el tradicional corzo por la efeméride patria que lleva acabo la cadena de supermercados Wong en el distrito de Miraflores. Recomiendo reflexionar acerca de lo dicho por el prestigioso jurista colombiano Diego Luis Córdoba: “Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”.


En la Fiesta Patria: Los modales de los congresistas

En estas semanas el Congreso de la República está en el centro de atención. Acaban de juramentar sus 130 integrantes elegidos para el período 2016-2021 y en pocos días nombrarán a la mesa directiva de la primera legislatura. Por último, el 28 de julio dejará la jefatura de estado Ollanta Humala Tasso a su sucesor Pedro Pablo Kuczynski. 

A través de los medios de comunicación podemos percatarnos de las declaraciones, gestos, reacciones y variopintas demostraciones de educación, deferencia y tolerancia de nuestra clase política. Estamos comenzando a darnos cuenta, una vez más, que sus credenciales académicas y profesionales no están acompañadas de su caballerosidad y ponderación. Menos de su cultura, discernimiento y real conocimiento de la realidad peruana. Así es “perulandia”, un bello y pintoresco escenario atiborrado de advenedizos, desempleados y aventureros en buscan de una forma segura de subsistencia.

Su indisimulable inopia muestra el deterioro de esta actividad que debe liderar gente con vocación de servicio e impecables credenciales de vida. Sería deseable que los miembros del Poder Ejecutivo hagan docencia ciudadana en lugar de convertirse en el cogollo de los cuestionamientos del electorado. Su confinada visión del contexto político y social los incapacita para percibir cómo su proceder afecta su credibilidad y prestigio y, por lo tanto, genera una mayor desconexión entre representante y representado.

Los parlamentarios están siempre vigilados por la opinión pública. Por lo tanto, debieran calcular los efectos y consecuencias de sus escasos márgenes de consideración. No ha concluido la instalación congresal y notamos desatinados comentarios que, por desgracia, hacen presagiar que lo nuevo declina garantizar una mejor calidad en el quehacer legislativo. Al parecer seguirá la exhibición de mediocridades y orfandades.

Hemos escuchado a un congresista reelecto llamar “pulpin” al designado primer ministro y, además, una “lluvia” -más intensa de la que viene padeciendo Lima- de agravios entre la bancada fujimorista y el Frente Amplio y Peruanos por el Kambio. Otro legislador le dice “terrorista” a una ex candidata a la presidencia. Mutuamente solicitan pedidos de disculpas mientras siguen con sus insolencias. Lamentablemente, se avecinan tiempos en los que el adjetivo, la injuria y la ofensa prevalecerán sobre la cordura, la lucidez y la sapiencia. Aguardo equivocarme!

Pasemos revista a algunos entretelones de la sesión de la junta preparatoria. Se observaron reacciones propias de una “barra brava” por parte de los invitados en las galerías del hemiciclo. Kenji Fujimori Higuchi, quien presidió la junta -compuesta por el legislador más votado, el más longevo y el más joven- sorprendió que, alterando el protocolo y la agenda establecida, leyera un discurso reiterando su decisión de declinar postular a la presidencia del Poder Legislativo. Un absoluto desatino obviar diferenciar una actividad oficial con una partidaria. Sin duda, una inequívoca comprobación, de las innumerables a las que nos tiene acostumbrados, de su exigüidad de mundo y de percepción de la política.

Fueron infaltables quienes juraron con lampa en mano, con boina militar, con atuendos típicos de sus regiones y “por la reconciliación nacional”, “por el indulto humanitario”, “por quienes lucharon por un país con justicia y con libertad, “porque nunca más una mujer sea esterilizada contra su voluntad, agredida y violentada”, “porque nunca más exista ningún tipo de terrorismo”, “por la lucha frontal contra la corrupción”, “por la memoria de Pedro Huilca, los estudiantes asesinados en La Cantuta y por todas las víctimas de la dictadura fujimorista que aún buscan justicia, por el pueblo”, “por mi tierra Apurímac, por la memoria de mi padre, por la lucha social contra proyectos, como el proyecto minero de Las Bambas”, etc. También, lo hicieron por la memoria de Fernando Belaunde Terry y Víctor Raúl Haya de la Torre y, especialmente, fueron incontables los vocablos extravagantes, disparatados y orientados a sembrar confrontaciones.

Renuncio imaginar cómo será la ceremonia de asunción del presidente electo. Han confirmado su asistencia el rey Juan Carlos I de España y seis presidentes de la región y, por lo tanto, anhelamos que nuestros asambleístas estén a la altura de un momento tan importante en la consecución de la vida democrática del país. Confío que eviten repetir los deshonrosos incidentes protagonizados el 28 de julio de 1990, cuando Alan García Pérez acudió a traspasar el mando. Estos hechos motivaron que al culminar su segundo período el 2011, se abstuviera de concurrir a la Plaza Bolívar.

Los legisladores prescinden entender que sus variadas formas de comunicación y expresión reflejan la indigencia de sus personalidades y la dimensión de sus alicaídas inteligencias emocionales. Detrás de sus supuestas convicciones republicanas existen irrefutables personajes egresados del paleolítico. Sumado a su rusticidad acerca de las básicas pautas de compostura, urbanidad y convivencia social.

La coyuntura les reclama consideración entre adversarios, condescendencia frente a la discrepancia, disposición de diálogo con la intención de arribar a mínimos consensos, perspicacia para anticiparse a los acontecimientos, pedagogía cívica a fin de ser referente en la población y, por sobre todo, habilidad para esquivar dejarse llevar por apasionamientos y afanes de notoriedad. Del mismo modo, demanda tolerancia, ecuanimidad y compromiso.

Los “padres de la patria” deben exteriorizar respeto al pueblo peruano. En tal sentido, se me ocurre evocar las pertinentes palabras del célebre filósofo, economista, jurista, historiador y sociólogo alemán Max Weber: “El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones”.

Aportes y tips para un anfitrión

Cuando invitamos a compartir en nuestros hogares debemos desempeñar este importante rol -que demanda indudables orientaciones- con satisfacción, espontaneidad y pericia. Este cometido va más allá de formular la invitación y trasladar a otros sus pormenores y obligaciones. Aplicar la empatía, la proactividad y la urbanidad serán los requisitos más saltantes para cumplir este propósito con prestancia. En síntesis, acoger al asistente con naturalidad y afabilidad.

Para empezar, sugiero poseer amplio criterio para seleccionar a la concurrencia, optar el menú, definir la hora, delimitar la naturaleza del encuentro, emplear la vestimenta apropiada, tomar en cuenta el arreglo y la decoración, etc. Con profundidad analizaremos estos detalles que demandan coherente planificación.

Tiene especial trascendencia la forma y el lapso para invitar. En lo personal me desagrada la ausencia de esmero. Una informal se producirá con una semana de anticipación. Sin embargo, existen quienes gustan ejecutarlo con uno, dos o tres días previos a la festividad que, por sus peculiaridades, amerita mayor tiempo. Es una falta de cortesía al tratamiento del invitado.

Tengo por costumbre rechazar aquellas que me hacen sospechar que estoy en el “registro de suplentes”. Sobre el particular, reitero lo expuesto en mi artículo “El ´código´ del invitado”: “…En ´perulandia´, un medio saturado de indelicadezas y despropósitos, son cotidianas las convocatorias a último momento. En sinnúmero de ocasiones hemos sido llamados con unos pocos días u horas de antelación para asistir a un encuentro social. Recomiendo demostrar su autoestima y declinar una invitación escasa de consideración. Pues, ello demuestra que usted jamás estuvo en la lista de titulares del evento; sino como reemplazo. Nada tan lejano de miramiento. Contribuyamos a desterrar esa imprudente y criolla tradición”.

Es conveniente ser explícito sobre la inclusión de niños, parejas o acompañantes. Asimismo, sea enfático en indicar la hora; si sus comensales se caracterizan por su reiterada impuntualidad, precise el instante en que se servirá el banquete. Por ejemplo: “Te invito a una comida a las nueve de la noche y deseo informarle que pasaremos a la mesa a las diez”. Si llega cuando están cenando, disponga servirle, únicamente, lo que en ese instante se está consumiendo.

Aconsejo situarse próximo a la entrada para recibir a los asistentes. Coordine la disposición de todo con bastante antelación. Es lamentable y, además, una carencia de deferencia, que el participante encuentre las luces apagadas e instalando mesas, equipos de sonido y los anfitriones todavía estén alistándose. Propongo programar cada suceso con el afán de inhibirse de estas situaciones.

Ofrezca un aperitivo, con unos pequeños bocaditos, antes de pasar al comedor. Es conveniente que el mayordomo sirva variedad de licores y líquidos sin alcohol y, al mismo tiempo, servilletas de bar. En un acontecimiento de gala deberá contar con personal de servicio, del que puede prescindir en un entorno casual. Un mozo bien dirigido y capacitado brindará su óptima atención. Continuamente me alivia innumerables percances.

Cuando lo crea adecuado hará el brindis por el motivo del encuentro. Observo con sorpresa a invitados deseosos de hacerlo cada vez que se llevan la copa a la boca. Nada más fuera de lugar. Tenga presente: solo el anfitrión será el encargado de éste y lo realizará cuando lo decida. En caso sea en honor de un agasajado, deberá agradecerlo. Pero, no cometerá el rutinario descuido de efectuar otro brindis.

Preocúpese por la comodidad y desenvolvimiento de sus asistentes: hará grata la velada. No es difícil, solo exige conocer pinceladas que se olvidan. Advierto anfitriones que exclusivamente conversan y atienden a determinados allegados. Dejan de lado su función de integrar a los partícipes, fomentar temas de tertulia y desarrollar sus aptitudes sociales. Éste será el último en disfrutar y permanecer estático durante la reunión.

Un aspecto primordial: fijará las precedencias en las mesas alternando una dama con un caballero; no se sientan contiguos una pareja de esposos, de igual sexo, enemistadas o que no hablen el mismo idioma. Puede colocar una tarjeta con el nombre del comensal en cada sitio y así prescindirá de esa impertinente costumbre de ubicarse dos mujeres y dos hombres juntos. El dueño de casa estará en la cabecera -mirando hacia la sala- y la anfitriona, al otro extremo de la mesa, de cara a la cocina. Recomiendo que los concurrentes sean un grupo homogéneo, en términos de educación, para evitar actitudes discordantes.

Jamás indague acerca de las razones por las que su invitado no concluye un alimento o bebida. Noto anfitriones con la manía de insistir en saber más de lo debido, lo que, por cierto, nadie está obligado a responder. Las personas comen y beben lo que desean y, reitero, no deben explicación sobre las motivaciones que lo animan a rehuir terminar lo ofrecido. Una reflexión al respecto: la prudencia y la discreción son dos cualidades enaltecedoras. ¡Recuerde!

Si acaece un accidente sea el primero en restarle valor y, además, promueva un diálogo encaminado a soslayar generar atención sobre lo acontecido. Incidentes suceden con frecuencia: haga lo posible por resolver el inconveniente e impida que estas situaciones banales perjudiquen su encuentro. Esté preparado para esas eventualidades y prescinda de adornos u objetos que puedan propiciar un contratiempo.

Obvie discusiones acaloradas, temas indiscretos, inelegantes, habladurías y comentarios negativos acerca de un prójimo ausente o que puedan originar molestia. Usted será responsable de lo acontecido y tome en cuenta, al adoptar una decisión, las palabras del político y filósofo Marco Tulio Cicerón: “Haz aquello que sea lo mejor que haya que hacer”. Promueva platicas agradables y orientadas a suscitar consensos. Si alguien insiste, hágale saber con firmeza que ese asunto o revelación es inadmisible. Es una atribución suya a la que deberá recurrir.

Recomiendo omitir invitar personas con una conducta deslucida e impropia: generarán un clima de malestar y contrariedad colectiva que podría hacer peligrar el éxito de su evento. Sería mejor evitar la presencia de quienes actúan de modo impropio en sociedad. En ocasiones debemos excluir de acoger a señoras y señores, desprovistos de pericia para desenvolverse con tino y educación, por más proximidad familiar o amical existente. Es necesario asumir esta coyuntura con serenidad y, por lo tanto, pensar en el bienestar de sus visitantes.

Algunas exhortaciones adicionales: tenga cubiertos de recambio y copas, azafates y menaje de calidad; vea si alguien requiere algo en particular; demuestre su voluntad de hacerlos sentir cómodos; posea analgésicos por si un huésped se siente mal y acondicione una habitación para una emergencia; en su baño exhiba con absoluta pulcritud colonia, peines, papel higiénico, toallas y pañuelos.

Todo acontecimiento es una magnífica oportunidad para acrecentar nuestras reciprocidades humanas, afianzar vínculos sociales, convocar a nuevos integrantes a nuestro entorno, compartir vivencias, evidenciar las habilidades blandas y fortalecer la interacción colectiva. Hagamos de cada suceso un escenario de amena y espléndida recordación. Por último, acompañe a sus visitantes hasta la puerta y manifieste su satisfacción por su presencia. El anfitrión representará su rol, con un talante intachable y asertivo, hasta el minuto final de la actividad.

Actúe con afabilidad, desenvolvimiento, calidez y sentido común. Este rol requiere pertinencia, corrección e inexistencia de protagonismos exagerados; es un arte enfocado a lograr un plácido festejo. Muestre su alegría y apele a esta convincente expresión anónima: “La amabilidad enriquece tanto la vida, que no sé por qué hay tanta gente pobre de espíritu por el mundo”.


La etiqueta social Vs. cotidianas inelegancias

En esta oportunidad mis reflexiones describen el pegajoso, destinado y escaso proceder de hombres y mujeres de variada época, origen y actividad. En tal sentido, reitero lo manifestado con anterioridad: “Nuestros derechos terminan donde empiezan los ajenos”. Por ejemplo, evitar invadir al prójimo con interrogatorios fastidiosos, renunciar a actos impertinentes e impulsar la empatía y la tolerancia ayudará -en una dimensión más inestimable de lo imaginado- a construir una colectividad caracterizada por el respeto, los buenos modales y el entendimiento. 

Todos los días constato sucesos que confirman las carencias intrapersonales en los habitantes del “Reino de Perulandia”. Así lo relato en mi anterior artículo “Disculpa la pregunta…” al afimar: “…En cuantas ocasiones usted ha sido víctima de diálogos lesivos a su privacidad. Más allá de la cercanía o afinidad existente, se debe guardar miramiento hacia el semejante. La actitud recatada no es un atributo en una sociedad colmada de inaceptables expresiones de descortesía y exigua prudencia”.

“…En el reciente funeral de mi madre, como era de esperarse, afronté cuantiosas e incómodas preguntas sobre el motivo de su deceso, los pormenores de su salud y un sinfín de merodeos provenientes de quienes exhiben pobre empatía y tino en un momento tan doloroso. Una amiga, luego de darme el pésame, tomó asiento y me pidió hacerlo a su costado. En un acto de ingenuidad pensé que deseaba brindarme su afecto y compañía. Todo lo contrario, velozmente me acribilló con sus desfachateces: ´¿Qué pasó? ¿Tenía alguna dolencia Amelia? Pero, si se le veía tan bien cuando estuve en tu casa…´ Todo ello, adornado de fingidos y teatrales gestos corporales y, además, tonos de voz de aparente congoja. En un instante como ese, atiné a excusarme y apartarme de su lado. Confieso haber sentido un inmenso alivio cuando se retiró del velatorio”.

Por cierto, deseo compartir las amables palabras de mi alumna Liseth Arias Bernal en relación a esta nota: “…Apenas tuve tiempo de leer su artículo y debo decir que me gustó mucho. Imagino que quienes se sintieron tan aludidos por sus líneas, fueron precisamente las personas a quienes se refiere o aquellas que tienen la desagradable costumbre de hacer estas preguntas incómodas. Me uno a su manifestación de incomodidad, muchos por saciar el morbo caen en esta terrible manía de preguntar lo que no se debe”.

Otro caso es el uso crónico del celular; mostrado como sinónimo de estatus. Tengo una prima hermana adicta a su empleo incluso cuando llegábamos a visitarla con mi mamá. Incalculables damas y caballeros, con quienes alterno a diario, están hipnotizados con esta novedosa tecnología. Mientras manipulan su teléfono le dicen a su contertulio: “Sigue hablando, te escucho”. Desde hace bastante tiempo he dejado de compartir en mi casa con amigos y familiares fascinación por escribir mensajes a sus parejas -como adolescentes en su primer amor- mientras departen con el resto de concurrentes. Este moderno instrumento de comunicación se ha convertido en un elemento de consuelo emocional, confidente silencioso y compañero de soledades.

Aprovecho para referirme al obsesionado alarde de selfies con platos de comida, en mesas con el lonche dominical, cogiendo copas con licores exóticos y las infaltables fotografías en el espejo de baños y salas, entre otras extravagancias. Recomiendo declinar proyectar una imagen coincidente con el popular virus de “Chuncholandia”, que infecta a quienes nunca han contemplado un delicioso y decorado platillo, ni frecuentado restaurantes de cuatro o cinco tenedores y, al mismo tiempo, están ávidos de motivar la atención. A través de sus imágenes proclaman su frivolidad, penuria y ausencia de mundo y, por supuesto, promocionan sus intensos quehaceres sociales, desilusiones sentimentales y estado civil. No tienen más opciones ante su inocultable inopia intelectual y cultural.

También, están quienes han encontrado en las redes un refugio para desplegar sus superficiales y confinadas destrezas interpersonales. Estos medios llenan el ocio, el vacío existencial y una suma de precariedades. Una amiga me escribe cada cierto tiempo para enrostrar su malestia por ofenderla al omitir colocar “me gusta” en sus originales publicaciones en su facebook. ¡El colmo!

Es gracioso y ridículo el atuendo de incontables señoras y señores. Parecen inquietos por generar, con su colosal huachafería, las miradas que su pálida y deslucida personalidad elude despertar. La elegancia está asociada a la congruencia del vestuario en función de su edad, características físicas, ocasión, hora y clima e incluye la discreción, el recato y un conjunto vasto de cualidades. Acudir en buzo a una misa o velorio, como le agrada hacerlo a una tía que, además, forma parte del club de la “tercera edad”, es una insensatez. Ni qué decir de quienes compiten con el juvenil guardaropa de sus hijas y nietas.

Advierto conductas infantiles, razonamientos absurdos, reacciones histéricas y un mar de impericias orientadas a obviar evaluar su actuar. Las respuestas acaloradas, altisonantes y ofendidas develan un lacerante estado anímico. En eventualidades la apariencia extrovertida, risueña y jovial oculta complejos que bloquean una saludable relación y engendran tóxicos mecanismos defensivos. Allí se originan, entre otros factores, los comportamientos difícilmente comedidos en un medio indolente y desprovisto de sentido de pertenencia.

La educación, la discreción y la cortesía, son medulares en nuestra formación integral. Es importante fomentar su práctica en todo tiempo, lugar y circunstancia sin diferenciar sexo, edad y procedencia. La experiencia diaria destapa las carestías en mortales abarrotados de susceptibilidades, nulas aptitudes críticas y grandilocuentes rusticidades. Recuerde incorporar la etiqueta social con coherencia, perseverancia y dignidad. Logrará mejorar su calidad de vida y otorgará un invalorable aporte al bien común.