En la sociedad peruana estamos casi aclimatados a la incoherencia y ausencia de transparencia –entre lo que se piensa, siente, afirma y hace- en el modo de conducirse del prójimo. En todos los campos de la actividad humana se observa esta anomalía explícita de nuestra insignificante honestidad.
Tampoco es una excepción el amplio escenario de la “etiqueta social”. La contradicción se percibe en los diversos actores que intervienen en este importante quehacer y cuyas acciones debieran guardar un mínimo de consistencia. A continuación comparto con usted mi agudo parecer.
En primer lugar, existe un obvio desatino en el alumno interesado en estudiar los virtuosos modales a fin de perfeccionar su esfera interpersonal, fortalecer su personalidad y construir una mejor relación de coexistencia. Sin embargo, ni siquiera saluda con corrección, mastica chicles y caramelos mentolados en el aula, llega tarde y obvia disculparse, mira su teléfono celular a cada instante, arregla su cartera -sin el más imperceptible miramiento- antes de culminar la clase, se retira despidiéndose con un “hasta luego” apático, rústico e insuficiente y, por último, omite una sonrisa afable.
En segundo lugar, el docente de esta materia debiera hacer ostensible su habilidad convincente, motivadora y, además, evitar ofrecer un discurso rígido, acartonado, plagado de procedimientos y distante de la expectativa del auditorio. El talante pensante y disconforme siempre enriquece el desenvolvimiento perspicaz de un profesor de perfil cualitativo.
No sólo hay que conocer asuntos puntuales como el espacio entre los cubiertos en una mesa, la perfecta combinación de colores en las prendas de vestir y el tono de maquillaje según la ocasión. Estas pautas están consignadas en cualquier manual y su explicación puede obviarse. La tarea educativa es más exhaustiva que estas trivialidades. Se recomienda contar con elementos intelectuales y no sólo operativos, como percibo en renombradas entidades dedicadas a la enseñanza de la etiqueta social.
Sugiero formar al alumno en asuntos de cultura general -que abren nuevos horizontes de reflexión y razonamiento en el hombre-, realidad nacional y valores. El maestro tiene la obligación de mostrar estas sapiencias y acreditar autoridad para asumir un rol persuasivo y casuístico orientado a generar debate e intercambio de ideas.
En tal sentido, requerimos educadores actualizados e ilustrados. En múltiples instituciones observo pedagogos improvisados, carentes de trayectoria académica, con dominios básicos de cosméticos, modelaje y nada más. Tienen un libreto limitado y omiten explicar los entretelones emocionales, sociales y de diversa índole relacionados a las buenas costumbres. El mercado laboral está colmado de seres que desdibujan, con su inexistente visión y destreza, las implicancias del comportamiento en comunidad.
A mi criterio la enseñanza es un espacio para echar semillas de esperanzas a una generación resignada, indiferente y renuente que ha bloqueado el desarrollo de sus pericias de introspección. El especialista de esta materia temática requiere poseer potencial para compartir sus saberes, aceptar sugerencias, recibir críticas, acoger aportes y establecer una vinculación de entendimiento con el público.
Todo ello alejado de posturas de superioridad, recelo, soberbia o desconfianza como me sucedió con mis afamadas instructoras: Una secta autosuficiente de “pipiris nais”, incapaz de extenderse más allá de sus guiones y con variopintas tácticas cuando el discípulo formulaba observaciones y demostraba su conocimiento en determinados ámbitos.
El educador forma, moldea e influye en el desenvolvimiento del ser humano; por el contrario, la instructora solo transmite aspectos operacionales. Instructora puede ser cualquier desempleada con ciertas condiciones (habitualmente no exhibe un alto grado de cultura: me consta). El educador alberga un perfil individual que incluye el dominio de argumentos, método de enseñanza, formulación de vivencias, sistemas de evaluación y habilidad empática, entre otros tantos componentes. No es lo mismo!
Reitero, una vez más, lo expresado en mi artículo “Urgente: Se busca persona amable”: “…Varias de mis ex profesoras -brillantes, actualizadas y memorísticas instructoras ‘pipiris nais’- consideran que la etiqueta social sólo consiste en maquillaje, apariencia, vestimenta y manejo de los cubiertos en la mesa. “…No se pueden asumir posturas reglamentarias, rígidas y acartonadas, sin explorar el interior de cada ser, como hacen las docentes ‘pipiris nais’.
En tercer lugar, la analogía en los centros de enseñanza -que ofrecen programas de capacitación en imagen, etiqueta y afines- debiera ser una probidad. La urbanidad se promociona como un cliché de moda para captar clientes ansiosos de aprender a vestirse, mejorar su arreglo personal y estar al tanto de los utensilios de mesa.
El decoro en el devenir cotidiano es el mejor testimonio de consistencia. Rehúyo desmayar en cuestionar los gestos deslucidos y huérfanos de sentido común en los profesionales de este negocio que desdeñan su misión referencial y de predica. Al parecer sólo existen intenciones lucrativas desprovistas de solvencia. Se debe ejercer lo enseñado y soslayar esta conocida expresión: “En casa del herrero, cuchillo de palo”.
Tengo la personal satisfacción, más allá de halagos o cuestionamientos, de ofrecer mi cooperación decidida con el estudiante al que convengo en acoger sus anhelos, aspiraciones y deseos de ser cada día mejor. Así brindo una manifestación de entrega y decencia en el controvertido mundo de las cofradías de la etiqueta social. Como decía el filósofo y naturalistas británico Herbert Spencer: “Educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”.
viernes, 14 de febrero de 2014
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