sábado, 16 de abril de 2011

La discreción: Una cultura de vida


Es un complejo tema considerando las raíces históricas y culturales que hicieron de Lima, durante la época de la Colonia, una ciudad llena de habladurías, intrigas y conspiraciones políticas. De allí, desde mi parecer, el origen del chisme y la indiscreción como elementos característicos en el limano o limense (como se decía en aquel tiempo) y, probablemente, en el peruano en general.

Al respecto son interesantes los comentarios del escritor Ricardo Palma (1833-1919) en sus afamadas “Tradiciones peruanas”. Un género intermedio entre el relato y la crónica, que renovó la prosa sudamericana consistente en un conjunto de relatos construidos a partir de hechos históricos o anécdotas populares -de carácter ligero y burlesco- que constituyen una categoría literaria particular.

Más allá de una aparente cuestión de buenas formas, la discreción es un valor que enaltece a quien lo ejerce. Muchas veces -por nuestras actividades y relaciones laborales, familiares y amicales- concluimos enterándonos de contenidos que debemos guardan en absoluta reserva por sus implicancias para sus involucrados. Sin embargo, hay personas que consideran cierta información como un “botín” para asumir efímero protagonismo.

Por su parte, el profesor e investigador Roberto Bárcenas González en su texto “La indiscreción: Valor al rescate, la discreción” señala: “…La indiscreción puede generar situaciones de peligro para quien vive la actuación, ya que dentro de su accionar el indiscreto puede aumentar o pronunciar algo que no es real, y casi siempre las personas indiscretas están en problemas con los vecinos, familiares o conocidos, por que su deseo incontrolado de mover la lengua, le llega a crear fantasías con relación a las demás personas que hacen parte de su indiscreción, que se torna odioso, desagradable y es mirado con desprecio y no es aceptado en el grupo social”.

“…La indiscreción es dar a conocer al público, al aire situaciones reales o secretas de alguna persona o personas, familia o membrecía, que no deben ser de conocimiento público por que las personas interesadas, no quieren que se sepa o conozca lo que ellos hacen o piensan. La indiscreción a veces cae en el campo del chismorreo, del mal hablar y se vuelve una cadena interminable de dimes y diretes, opiniones, comentarios, conceptos y conclusiones sin importancia alguna a la comunidad”.

La discreción es una forma de atención pasiva, en la cual la persona puede tener conocimiento de algún aspecto o problema, pero sabe que es mejor estar en una situación normal, en la cual no opine nada, incluso, ni sugiere para no verse comprometido. Puede compararse al secreto profesional o de confesión.

El individuo que interioriza la discreción será percibido como leal. En todo ámbito en donde nos desarrollemos la discreción es una virtud que inspira respeto y credibilidad. En este sentido, recordemos las expresiones del renombrado ciclista francés Paul Masson (1874-1945): “Con la palabra, el hombre supera a los animales, pero con el silencio se supera a sí mismo”. Asumir un comportamiento discreto lo hará distinguido y sobrio y, por lo tanto, debe cultivarse desde el entorno familiar para aplicarse con plena naturalidad.

Por esta razón, es importante el ejemplo de los padres y el círculo social. La influencia del hogar es un factor que no debemos omitir. Los hijos toman como válida la conducta cotidiana de su casa y absorben los valores que, directa o indirectamente, transmiten los padres o tutores en su proceso de formación.

Es “común” encontrar personas que formulan preguntas indiscretas a un enfermo; hacen comentario de una pareja que se está divorciando; interrogan a alguien para conocer el monto de su sueldo; indagan asuntos que no le atañen; averiguan el motivo de discusiones en la compañía o entre esposos, etc. son algunas de las tantas ocurrencias vistas a diario. No imite esas indecorosas actitudes.

Está en usted hacer de la discreción un atributo que refleje su respeto, profesionalismo, cualidades humanas y proceder. Una persona educada será discreta o no dará a conocer pormenores que pongan en peligro el prestigio de un individuo o institución. Haga del silencio su compañero y verá cuanta gente confiará en usted.

domingo, 10 de abril de 2011

¿Son los jóvenes educados?

Desde hace algún tiempo he pensado en la pregunta que titula esta nota. Mi quehacer diario me posibilita alternar con una generación de la que me separan varias décadas y cuyos estilos de vida, intereses y expectativas colectivas no siempre son coincidentes. No obstante, la consideración al prójimo, el acatamiento de las pautas de urbanidad y las adecuadas formas no se circunscriben a determinadas edades.

En diversas circunstancias he escuchado comentarios -provenientes de personas mayores- juzgando la conducta de la juventud, diciendo incluso con resignación: “Así son los jóvenes de hoy”. Por mi parte, he comprobado que muchas veces se cree que las nuevas generaciones carecen de óptimos modales y que sus conductas reflejan los males de nuestros días. Insisto en que debemos ser más exhaustivos en la reflexión de este asunto más allá de juicios anticipados.

Las personas se van formando a lo largo de diversas etapas y reciben la influencia, en su niñez y adolescencia, de su entorno social, familiar, cultural y ambiental. En este período los hijos “absorben” cariños, enseñanzas y patrones de conducta que interiorizan e influyen en la definición de su personalidad, autoestima y empatía, entre otros factores que labran al individuo.

Desde mi parecer, es importante que el ámbito íntimo de los hijos brinde una educación en donde esté presente el componente afectivo, ético e intelectual para otorgar una formación integral. Los niños son como “esponjas” que absorben el referente de sus progenitores. Por esta razón, mayor debiera ser el esmero para dar una orientación que moldee su desarrollo.

A través de la conducta de un semejante conocemos sus valores, habilidades sociales, capacidades empáticas, etc. y deducimos quienes influyeron en su vida. Mediante los hijos se puede saber las características de los padres por encima de apariencias y superficialidades. La profundidad espiritual, moral y emocional de un semejante tiene como modelo la conducta y discurso de sus padres. De tal suerte que, desde mi perspectiva, la juventud de hoy refleja –con aciertos y errores- la enseñanza impartida en su casa.

Considero de transcendencia, para comprender a la juventud, hablar de la empatía. Esta es la capacidad de entender los pensamientos y emociones ajenas, de ponerse en el lugar de las demás y compartir sus sentimientos. No es necesario pasar por iguales vivencias para interpretar mejor a los que nos rodean, sino ser capaces de captar los mensajes verbales y no verbales que la otra persona quiere transmitir y hacer que se sienta comprendida.

Debemos contribuir todos a formar una sociedad de seres empáticos, hábiles para respetar y aceptar al prójimo. Esta empieza a ampliarse en la infancia. Los padres son los que resguardan las expectativas afectivas de los hijos y les enseñan no solo a expresar los propios sentimientos, sino a descubrir y vislumbrar a los demás.

Si los jefes de familia no muestran ternura y desentienden lo que sienten y necesitan sus hijos, estos no aprenderán a expresar emociones propias y, por consiguiente, no sabrán interpretar las ajenas. De ahí la conveniencia de una oportuna comunicación emocional en el hogar. Esta facultad se desarrollará en quienes han vivido en un medio en el que fueron aceptadas y comprendidas, recibieron consuelo y vieron como se atendía la preocupación por los otros. En definitiva, cuando los requerimientos emocionales son cubiertos desde los primeros años de existencia. De allí la pertinencia de conocer este tópico.

Conozco jóvenes que, sin haber seguido un curso de etiqueta, tienen un acertado actuar, sentido común y buen trato personal. Incluso percibo en ellos deferencias y gentilezas que se creen “fuera de moda”. Hace unos días pude apreciar, nuevamente, que la educación no está limitada a determinadas generaciones o procedencias sociales. Jóvenes puntuales, respetuosos, tolerantes, amables y cuyas acertadas actitudes -que fluyen con naturalidad- hacen renacer la esperanza e ilusión en el mañana.

Por otro lado, también trato –en mi actividad laboral- con personas “tituladas”, con grados académicos, estatus económico y hasta cierto éxito profesional -más no intelectual y cultural- que tienen un habitual proceder censurable, impertinente, discriminatorio y ausente de elementales normas de cortesía. No saben agradecer una invitación, acusar recibo de un mensaje por email, dar las gracias por las atenciones ofrecidas en casa, disculparse si llegan tarde, vestirse para cada ocasión de manera adecuada, comportarse en la iglesia, escribir una nota de felicitación o pésame y ni que decir de su desenvolvimiento en la mesa. Esa es la “cereza” en el pastel.

Sin duda, existe una juventud identificada con su progreso en todo orden y no solo en los aspectos que puedan generarles, en el corto plazo, un puesto de trabajo. Un objetivo “termómetro” para formular esta afirmación es la acogida de los cursos de imagen profesional y etiqueta laboral y, además, sus constantes preguntas, ejemplos, casos y visible valorización de sus implicancias en su capacitación. Bien decía el filósofo y enciclopedista griego Demócrates (conocido como el “filósofo alegre”): “Los jóvenes son como las plantas: por los primeros frutos se ve lo que podemos esperar para el porvenir”.

domingo, 3 de abril de 2011

Su educación: ¿En la calle?


Cada vez es más frecuente percibir cómo nos hemos “acostumbrado” a convivir con formas de conducta que confirman la ausencia del buen comportamiento en los espacios públicos. Lo observo cada fin de semana al salir con mi madre a pasear, hacer compras, acudir a un establecimiento comercial o simplemente cruzar una céntrica avenida.

En este aspecto deseo reiterar, con especial énfasis, que la educación debe asumirse como una cultura de vida que se ejerza de manera sostenida, continua y sin distinción de circunstancias o acontecimientos como habitualmente sucede. Incluso existen personas –de variadas edades y procedencias- que creen válido aplicar las pautas de cortesía en función del estatus, jerarquía o alguna otra “característica” social o subjetiva. Nada más equivocado.

Quiero compartir con usted una anécdota que no puedo olvidar. Recuerdo, hace unos meses, haber sido tratado con meritoria amabilidad por el funcionario del área de Imagen Institucional de una entidad. Un par de horas después de la afable atención ofrecida en su oficina, lo encontré saliendo de almorzar de un restaurante y grande fue mi sorpresa al observarlo escupir en la calle, no ceder el paso a personas mayores y limpiarse la boca con un montadientes.

A continuación deseo describir elementales patrones que deben aplicarse en la calzada. Evidencia nuestra cortesía cuando al caminar brindamos el lado de la pared a señoras, señoritas, ancianos y caballeros acompañados por niños. También a individuos que por su estado físico lo requieran. Veo, casi a diario, hombres que se “atrincheras” en el sitio que no les corresponde para cubrirse del sol. Que original!

Cuando viaja en transporte masivo ceda el asiento a los mayores, embarazadas y discapacitados. No debiera haber una norma legal que establece “lugares reservados” para ejercer la más elemental deferencia en estas ocasiones. Esta disposición muestra nuestro deterioro educativo. De no existir la obligatoriedad de la ley, probablemente, las visibles expresiones de desconsideración se incrementarían.

En la calle ayude a pasar la pista a ancianos y ciegos; respete las señales de tránsito y atraviese solo por el crucero peatonal; no estacione su auto en el lugar reservado para personas con discapacidad; se recomienda saludar con deferencia a cualquier semejante; no llame gritando de una vereda a otra, es una falta de delicadeza; si se encuentra con una dama que no autoriza el saludo con su mirada, usted no la incomode saludándola. Ella deberá facultar (reitero) el saludo del caballero.

Un detalle que podría considerarse innecesario. Antes de dar la mano, percatase de su limpieza y si será bien recibida. Cuando nos encontramos con personas de mayor rango, espere que nos la ofrezcan antes de tenderla nosotros. Recuerde que la mujer determina como desea ser saludada. Tampoco tienda la mano a quienes se encuentren transportando paquetes o no estén en condiciones de recibirla. Sea pertinente en esta situación. Es incorrecto ver habitantes que la extienden sin tener en cuenta la incomodidad generada por su actitud.

La actuación de la ciudadanía facilita conocer el escaso sentido de pertenencia e identidad que tenemos en estos lugares que no los consideramos como nuestros. Sino fuese así, no habría sujetos que arrojan basura, escupen, maltratan instalaciones públicas e incluso orinan o defecan. Sin contar a quienes se echan en las bancas de los parques y hacen inscripciones. Todo ello exhibe una escasa identificación con el entorno.

En el ámbito educativo (escuela, familia, etc.) se tiene que trabajar para formar una colectividad comprometida con su contexto social y cultural y, consecuentemente, preocupada por respetar a sus semejantes. Nos corresponde afianzar una comunidad en donde cada integrante sienta suyo el ambiente del que es parte y, de esta manera, aprendamos a vivir en condiciones armoniosas, pacíficas y tolerantes. Tarea nada fácil si analizamos las enormes apatías e indiferencias que constituyen el “pan nuestro de cada día”.

El Perú, amigo lector, es un país de permanentes, nuevos y grandes retos. Desde mi punto de vista, este es uno de ellos. Abocarnos a educar y sensibilizar -con el ejemplo de vida- a hijos, alumnos y prójimos. Este proceso de formación demanda una secuencia de acciones en la que todos debemos asumir roles y responsabilidades y, además, es una noble labor de largo aliento que requerimos empezar ahora. Recapacite estas sabias palabras del escritor y jesuita español Baltasar Gracián: “Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo”.

domingo, 13 de marzo de 2011

¿Sabe usted comportarse en la iglesia?

Este es uno de los temas que, por mi formación como integrante de la Iglesia Católica, he deseado desarrollar desde hace algún tiempo. Simultáneamente, creo oportuno tratarlo en vísperas de la celebración de uno de los acontecimientos más importantes en la historia del cristianismo: la Semana Santa, que nos recuerda el sacrificio de Jesús por la salvación de todos nosotros.

Por definición el pueblo católico debería comprender que el templo es un lugar de oración, recogimiento y acercamiento a nuestra devoción cristiana. Es un espacio para relacionarnos con Dios y en el que, las formas expresan nuestra obediencia hacia la Casa del Señor. No obstante, compruebo -cuando concurro a una celebración religiosa- la conducta incorrecta de la inmensa mayoría de fieles que acuden por “vocación” u “ocasión”.

En este sentido, deseo compartir las palabras del R.P. argentino Eduardo Volpacchio (ordenado por Juan Pablo II en 1987), cuando afirma: "…’Las formas forman’ si se les pone contenido -es amor, no mera formalidad- y si se entiende la razón de ser de cada una. Todo pretende ser expresión de respeto y amor a Dios. Jesús resume toda la ley de Dios en un solo mandamiento: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con toda tu alma’. Amar a Dios con todo nuestro ser y nuestra vida. Obviamente incluye nuestros gestos. El amor se nota. En la iglesia hay unas normas litúrgicas que garantizan el cuidado del culto a Dios. Una especie de ‘protocolo’ para lo sagrado: modos cómo debemos tratar a Dios y las cosas de Dios…”

No dejo de quedar sorprendido e indignado ante el ordinario proceder de los que van al templo y asumen una conducta que podría ser válida en un teatro o auditorio público. La falta de solemnidad es evidente en nuestros días. Sin mencionar la vestimenta cada vez más inoportuna que, especialmente, lucen en verano damas y caballeros. El respeto se muestra también en la apariencia e higiene que empleamos. Hace unos días asistí a la misa de año por el deceso de un tío muy querido y sus hijos estaban vestidos como para ir al estadio nacional y, por cierto, no pudieron decir correctamente las lecturas y peticiones. Al cruzar el altar lo hacían, en sucesivas ocasiones, como quien pasa por la platea de un cine. No tuvieron el más mínimo de los miramientos al lugar en donde estábamos.

Para empezar a la Casa del Señor se ingresa y permanece en silencio antes y durante la liturgia. No es correcto saludar a creyentes conocidos, hablar por teléfono, ver sus mensajes de texto, voltear a mirar el coro, conversar mientras llegan los concurrentes, cruzar las piernas, masticar chicle, asumir una actitud con poca observancia, entre otros “habituales” e indecorosos gestos.

Si se incorpora mientras se está en las lecturas espere en la entrada. Puede buscar asiento durante el salmo responsorial cantado o la aclamación del evangelio. Los pasillos laterales serán utilizados en estos momentos para no distraer. Los menores siempre se sentarán con sus padres o adultos a fin de aprender cómo participar. Los coches de niños deben permanecer afuera para no obstaculizar los caminos. Si no tiene con quien dejar a sus hijos en casa, no acuda al templo. Su presencia será un estorbo a los que desean orar, usted no podrá concentrarse y su familiar generará distracción y ruidos impertinentes. Tenga sentido común y no vaya acompañado de quienes causen malestar en una ceremonia religiosa.

Cuando entra a la iglesia evite tener las manos en los bolsillos. Hágalo con una actitud considerada y realice una reverencia al altar antes de sentarse en la banca. Si, por alguna razón, atraviesa el sagrario efectúe una genuflexión. Mantenga los reclinatarios arriba, a menos que necesite arrodillarse. Así evitará que se ensucien y dañen. Para recitar la Oración del Padre Nuestro, numerosos tienen la tradición de agarrarse las manos. Esta “costumbre” no ha sido recomendada en las Instrucciones Generales del Misal Romano y se ha convertido en una práctica para mucha gente. Usted no está obligado a hacerlo.

Amigo lector, el Signo de Paz es, únicamente, un saludo simbólico. Lo correcto es ofrecerlo al semejante que está a su derecha e izquierda, nada más. No haga de este instante un desorden y, por lo tanto, una distribución de besos y abrazos a amigos y allegados. Reitero, es un saludo de nuestro deseo por la paz de Cristo en nuestras vidas y en el mundo. Si está acompañado de menores, enséñeles a actuar con corrección en cada acto de la homilía.

Cuando se realice la comunión permanezca callado si no comulga. Con frecuencia observo prójimos -de todas las edades y estatus- que creen que al no recibir la eucaristía, pueden “aprovechar” para charlar, mirar el celular, el reloj y establecer un breve diálogo con sus compañeros de banca. Si va a la iglesia hágalo para orar, no para “cumplir”. Muestre su nivel de cultura y educación en una esfera sagrada para los católicos.

Un par de comentarios finales. No se retire antes que el sacerdote, al salir de su banca haga una inclinación con la pierna derecha. Evada saludar (solo hará una venía) y conversar durante su salida de la iglesia. Tenga presente que está en Casa de Dios, no en un evento social o recreacional. Sea sobrio, cortés y demuestre genuina circunspección en este recinto. Como decía el filósofo francés Blaise Pascal: “Esforcémonos en obrar bien: he aquí el principio de la moral”.

sábado, 5 de marzo de 2011

A propósito de “educación” en la oficina

La óptima formación integral de un profesional amerita exhibirse en todo ámbito, lugar y circunstancia. Como lo he comentado -en anteriores artículos y de manera reiterada- hay individuos que creen que los buenos modales están “reservados” solo para determinadas ocasiones de la actividad personal y laboral. Es decir, en función de intereses y conveniencias y, además, de manera prejuiciosa.

Existen sujetos que consideran que en la oficina pueden asumir informalidades amparándose en el “inmejorable” clima amical entre quienes comparten responsabilidades y ocupaciones. Nada más equivocado y recuerde: La sede de su trabajo no es un club social. Nadie espera que actúe robotizado y aislados unos de otros. Siempre hay oportunidades en los descansos -al principio de la jornada, en el almuerzo y al final del día- para conversar e indagar por la familia, los planes de fin de semana, etc. Es natural que sienta más amistad por ciertos colegas que por otros, pero procure evitar que alguien se perciba aislado. No forme círculos excluyentes y sectarios.

En la empresa no deben darse conductas o tratos excesivos de familiaridad y acercamientos que desvirtúen la armónica vinculación entre similares, jefes o subordinados. No importa la escala de jerarquías de la entidad. Se recomienda sobriedad, mesura y discreción. Una persona educada no recoge ni transmite rumores. Eso perjudica su imagen y de la institución y, por lo tanto, contribuye a gestar un ambiente interno no conveniente.

No hable -como sucede en entidades, incluso educativas, donde laboro- de problemas de pareja, crisis económica, divorcios, etc. de sus compañeros. No está autorizado a transmitir los males que aquejan la vida privada de otros miembros de la corporación que le hayan confiado sus intimidades. Reitero, sea discreto y no se convierta en el locutor principal de la conocida “radio bemba”.

Se sugiere desarrollar un trato cordial, afable y demostrar deseos de integración y participación en equipo a fin de hacer prospera sus funciones y el mutuo respeto que debe caracterizar a los integrantes de una organización. Según la experta Vanesa Palomino de Tasa Wordwide SAC Perú, se recomienda tener presente, entre muchas otras, estas pautas: “…Controle el volumen de sus conversaciones; cuídese de no exponer públicamente las conversaciones telefónicas personales y los emails también se deben manejar con reserva; su mejor apuesta para ser tratado como un profesional en el trabajo, es mantener sus conversaciones en el plano profesional; evite tener en su oficina o escritorio artículos que no contribuyan de una manera positiva a la imagen de la oficina; mantenga su área de trabajo personal siempre limpia y ordenada”.

Lo dijo al iniciar esta nota y, nuevamente, insisto: La buena educación no conoce diferencias. Trate con corrección y deferencia al cliente (joven o adulto), no tutee inconsultamente (puede incomodar y no es profesional hacerlo), evite refunfuñar de su quehacer (parecerá carecer de capacidades adecuadas para su puesto), sea puntual (eso significa llegar antes de la hora para arreglar su escritorio, prender la computadora, ir al baño, servirse un café, etc.), preste atención a su apariencia y vestido.

El lenguaje de la vestimenta es un esencial código de comunicación no verbal que describe su personalidad, gusto, estilo, autoestima y temperamento. En conclusión, no subestime la trascendencia de velar por su excelente presentación, incluso si en su empleo no está en contacto con el público. Vístase con sobriedad, sin escotes atrevidos, mangas cero, mini faldas, blusas transparentes, prendas apretadas, maquillaje excesivo, etc. No se encuentra en una discoteca, ni en una actividad social un sábado en la noche. Si usa uniforme obvie hacer modificaciones -con la finalidad de parecer más “atractiva”- como subir la altura de la falda. Demuestre su real profesionalismo.

Un asunto final. Trate con cortesía al más humilde de los servidores y no establezca interesadas e inelegantes discriminaciones como sucede en nuestro medio. Sea abierto y agradable en su relación con los demás. A la hora del almuerzo no ponga su celular como cubierto (incomodará a sus semejantes), hable de temas positivos, deje de quejarse -delante de extraños- de asuntos internos de la oficina y distíngase por su permanente espíritu de cooperación.

Si es jefe, predique con su ejemplo, mantenga la compostura y eso lo hará ganarse respeto y credibilidad; prescinda exigir normas de conducta a otros cuando usted las incumplirá; felicite, aliente y estimule a sus colaboradores; evite tener “preferidos”; no se haga de la fama de gustarle estar rodeado de guapas jóvenes en lugar de personas capaces, eso lo desacredita; sea honesto en sus realizaciones y asumirá un liderazgo esperanzador. En una empresa es habitual -por razones culturales- que todos se hagan los “ciegos, sordos y mudos” al comentar su gestión. Pero, eso no significa que no se den cuenta –con plena seguridad- de su actuación. Por último, tenga presente las expresiones del político norteamericano del siglo XVIII, Benjamín Franklin: “El camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro”.

lunes, 28 de febrero de 2011

“Test” de buenos modales e imagen

Bien dice una conocida expresión: “Las apariencias engañan”. Muchas veces el modo de actuar de las personas, en determinadas e intencionadas ocasiones, no refleja su auténtico pensamiento y proceder. Es común que cuando usted recién conoce a un caballero este se comporte, aparentemente, como tal. Es “normal” que en una primera cita entre una dama y un varón, este haga sus mejores esfuerzos para causar un favorable concepto a su invitada.

También, consideramos que en iniciales encuentros –especialmente una entrevista de empleo o una situación con intenciones sentimentales- busquemos presentar nuestras mejores “credenciales” para merecer aceptación y generar “una primera buena impresión”. Hasta aquí es lógico suponer que todos deseamos conseguir simpatía y reconocimiento en los ámbitos donde nos desenvolvemos (el centro de labores, los amigos, la familia, etc.).

Por cierto, que en este tema involucra (disculpe usted, amigo lector) el reiterado asunto de la autoestima. Si la tiene elevada poseerá, por lo tanto, una sólida autovaloración, seguridad, consistencia y convicción en su desempeño diario y ante un sinfín de eventualidades. La duda, el temor y la fragilidad emocional no estarán presentes en sus acciones. Por esta razón, es necesario trabajar el fortalecimiento de la autoestima para enfrentar la vida con una disposición esperanzadora, positiva y convincente. No subestime la influencia de la autoestima en su interacción colectiva y en la proyección de su imagen.

Es conveniente –desde mi percepción- ampliar su perspicacia en su proceso de observación de una persona y, además, identificar elementos que facilitan conocer la adecuada formación, comportamiento y apariencia de su semejante (dama o caballero) con quien compartirá determinados escenarios cotidianos y, más aún, si se trata de un pretendiente. Lea mis sugerencias y, probablemente, se evitará desilusiones, desencuentros y malestares.

Cuando conozca una persona observe la firmeza con que ofrece su mano; mire la pulcritud de sus uñas y zapatos; preste atención al cuello de la camisa o blusa para ver que tan limpio está; fíjese con detenimiento en su expresión corporal (como se sienta, camina, entre otros detalles). En un sin número de ocasiones el “idioma” del cuerpo contradice el lenguaje oral. Deténgase a percibir sus gestos (rudos o delicados); su volumen de voz y dicción; la estabilidad o timidez de su habla; la rigidez o naturalidad de su postura y el uso de sus manos como complemento de su comunicación. Eche un vistazo para saber ante quien está usted. Aprenda a analizar el proceder humano y no caerá, tan fácilmente, en el error de hacer razonamientos carentes de sustento.

Cuando sea invitado a un almuerzo o cena tiene una ocasión muy particular para percibir detalles que ayudarán a descubrir a su prójimo. Observe el manejo de los cubiertos, las atenciones que le ofrece (si usted es la dama invitada), la finesa de sus gestos, la amplitud de temas de conversación son inherentes a su verdadero nivel cultural. Al pagar la cuenta, vea si tiene la delicadeza de ser discreto. Fíjese la forma como trata al mozo, al vigilante y al más humilde de los mortales de su alrededor.

Siempre percátese de la puntualidad y de los pormenores que no son comunes en nuestro tiempo. Por ejemplo, alguien con óptima urbanidad agradece una invitación y tiene una afable actitud que lo distingue del resto. Vestirse a la moda, con ropa de marca y trajes finos no lo convierten en elegante. La persona debe lucir las prendas, darles realce y ello no se consigue comprando vestimentas costosas. Debe poseer estilo y eso es aún más complicado.

Deténgase a percibir la profundidad espiritual de su interlocutor planteándole temas controvertidos que lo obliguen a definir su posición. Si sucede un percance o discrepancia en un lugar público -con el trabajador que los atiende- mire su reacción. Allí tiene una oportunidad para notar el grado de autocontrol de su acompañante. Es fácil ser “educado” en circunstancias cordiales. Los instantes de tensión y conflicto permiten discernir su personalidad y temperamento.

No se deje impresionar por los aspectos materiales del ser que conoce. Haga lo posible por ver más allá y reconocer su dimensión interior. Esté atento a sus capacidades intelectuales y morales. Recuerde las palabras del escritor español Víctor Pisabarro: “Una buena educación no la podemos tener todos, pero sí podemos tener buenos modales”. Por último, no pierda de vista su contexto social y su carácter en diversos momentos. Desarrolle su agudeza y tal vez no padezca frecuentes desengaños.

sábado, 19 de febrero de 2011

Tips para una entrevista laboral

Habitualmente, una entrevista de empleo abarca aspectos más amplios que los conocimientos técnicos y la trayectoria del interrogado. Muchos descuidan este importante asunto y no aprueban los exigentes sistemas de evaluación destinados a conocer al postulante de manera integral. El proceso de selección es más extenso, interesante y pormenorizado de lo que, a simple vista, algunos imaginan.

A continuación compartiré ciertas pautas ha considerar en una cita laboral. Infórmese de los antecedentes y desempeño de la empresa a la que solicita la audiencia, a fin de demostrar -en el diálogo que sostendrá- sus conocimientos de la entidad; usar vestimenta adecuada (colores sobrios, modelos clásicos, prendas discretas, pocas joyas, perfumes nada intensos, etc.). Un detalle: El entrevistado al concluir el encuentro entregará su tarjeta, agradecerá la atención ofrecida y al día siguiente escribirá un email dando las gracias. Para ello, usted intercambiará tarjetas con quien lo entrevistó.

Es habitual conocer a expertos que, desde el punto de vista de sus discernimientos, son talentosos. No obstante, existen factores negativos en su actuación que pueden constituirse en una severa traba para acceder al mercado profesional. Es conveniente desarrollar el autocontrol, elevar la autoestima, demostrar seguridad, poseer un perfil positivo, emplear afables modales, desenvolverse con facilidad y empatía, evidenciar nivel cultural, adecuada dicción en su comunicación y cordialidad durante la conversación. No olvide esta expresión: “No existe una segunda oportunidad, para causar una primera buena impresión”.

Hay errores cotidianos que recomiendo evitar. Por ejemplo, presentarse con un mal aspecto, tanto de higiene como de vestuario; no mirar a la persona cuando habla con usted (puede mostrar una débil autoestima o que oculta algo); tener una actitud de indiferencia o pasividad; llegar tarde a la cita; no expresarse de forma clara y cometer errores lingüísticos; asumir un pronunciado interés por el dinero; saludar de una forma fría, distante, con un apretón de manos frágil y temeroso; no responder de forma clara, sino con divagaciones y respuestas ambiguas; no agradecer al final de la reunión el tiempo dedicado; efectuar preguntas ajenas al trabajo; exhibir un estilo soberbio y/o agresivo; hablar mal de otras entidades y/o personas; carencia de tacto, cortesía y modales. Estas son faltas que pueden perjudicarlo.

Un punto esencial: A usted se le creerá la mitad de sus méritos y virtudes, y la totalidad de sus defectos y limitaciones. Cuidado con el uso de adjetivos calificativos, puede parecer inmodesto y pedante. No menos substancial es suponer que las empresas buscan incluir en su equipo a individuos que muestren interés de superación, curiosidades intelectuales, habilidades sociales, capacidades de integración, espíritu solidario, prestancia, adecuada imagen y, además, sólidos valores. Si postula a una compañía seria, organizada y de prestigio tenga la seguridad que estos elementos serán calificados rigurosamente. No le sorprenda que los mecanismos para escrutarlo sean los más variados.

Una amiga postuló a una conocida organización y fue invitada, en la última entrevista, a almorzar con quien sería su futuro jefe. En el almuerzo no se trataron cuestiones de negocios. Era la evaluación relacionada, únicamente, con su grado de desenvolvimiento, cultura y socialización. Salió airosa y terminó contratada gracias a su excelente corrección, grado de desenvolvimiento, capacidad de interacción y comunicación.

Otra herramienta imprescindible es el currículum u hoja de vida. Tenga en cuenta que este no le consigue el puesto, solo la entrevista y es en este instante en donde usted debe evidenciar sus capacidades y recursos. El currículum es el mejor instrumento de marketing con que contamos al buscar una ocupación. Es nuestra tarjeta de presentación y, por lo tanto, nuestra manera de darnos a conocer. Por esta razón, debe elaborarse pulcramente, con minuciosidad y todo lo expuesto estará debidamente acreditado.

Incontables veces dedicamos tiempo en completar nuestra formación, situarnos profesionalmente, cambiar de oficio, sacar el máximo provecho de nuestras carreras. Pero, apenas dedicamos una hora a promocionarnos mediante un par de páginas escritas, creando un buen currículum. Existen detalles que no deben omitirse en su elaboración. No sea muy extenso, no es el recuento de su biografía personal, coloque la información relevante al puesto al que postula; evite palabras rebuscadas que no formen parte de tu léxico habitual, tampoco expresiones demasiado familiares; es invalorable indicar las funciones desempeñadas en orden decreciente; incluya una fotografía formal y a color; escriba en primera persona; solo presentarlo documentado en caso sea requerido en el aviso.

Durante la reunión recuerde que su entrevistador puede ejercer cierto comportamiento distante y frío, no se sienta incómodo. Solo es una estrategia y usted debe recordar que, probablemente, con quien dialoga también ha pasado por igual situación en determinados momentos de su vida. Trate, en los primero minutos, de establecer una relación de humano a humano y no sobredimensione a su interlocutor. Por último, apele a las palabras del escritor norteamericano Mark Twain: “Si respetas la importancia de tu trabajo, éste, probablemente, te devolverá el favor”.