En ocasiones hemos entrado en pánico cuando tenemos que disertar. El pavor a los errores que podamos cometer, a la observación crítica de los concurrentes y a rehuir cubrir las expectativas puestas en nuestra intervención, son algunas de las comprensibles reacciones al encarar a nuestros oyentes. Seguidamente comparto mis reflexiones, aportes y sugerencias.
Utilice la mente, el corazón y el cuerpo. De esta forma transmitirá entusiasmo, compromiso e identificación con su mensaje. Es importante sentir el tema que exponemos y estar convencidos a fin de lograr persuadir a los demás. Si hablamos desprovistos de convicción, estaremos sólo transmitiendo información. Ello disminuirá la calidad de nuestra predica y su ascendencia.
Dentro de este contexto, educar la memoria tiene un valor inestimable. Sin el ánimo de asumir un papel pedante y autosuficiente, es aconsejable evocar citas, vivencias, anécdotas y precisiones conducentes a enriquecer nuestra presentación. La amplitud de vocabulario y la elevada cultura general posibilitarán graficar mejor nuestros argumentos. Sin duda, el grado de sapiencia sirve de soporte.
Es fundamental poseer una buena estructura: saludo, introducción, desarrollo y conclusión o despedida. Dependiendo la extensión, complejidad y profundidad podremos manejar un esquema mental o escrito. En este sentido, comparto lo aseverado por el ex jefe de estado peruano Alan García Pérez en su libro “Pida la palabra” (Lima, 2012): “…Con el saludo me presento para decir quien soy, en la introducción preciso qué vengo a proponer, durante el desarrollo formulo y sustento las propuestas, las cuales sintetizaré en la conclusión y adornaré con la emoción final, que el público siempre aprecia”.
Introduzca un verso, una parábola o una frase célebre que adorne sus ideas. El ex mandatario comenta: “…Se refieren a la retórica como el maquillaje de la verdad exacta con el uso de las mejores y más atractivas palabras u oraciones. Se confunde así la retórica con el engaño. Esta es, en realidad, una visión equivoca, propalada muchas veces por quienes no saben expresarse bien”.
Ordene su disertación, documéntese, estudie, investigue, mida el tiempo (a fin de demostrar organización), mantenga la mirada en sus interlocutores, sonría con naturalidad para forjar un contacto empático, eluda usar innumerables cifras y datos que confundan. Indague las
particularidades e intereses del auditorio y vaya más allá de lo expuesto en las imágenes audiovisuales. Prepararse para un nivel superior al de su público le brindará amplia seguridad.
Es imprescindible ensayar. En ocasiones acostumbro practicar mientras tomo un café y converso con un amigo. También elijo las nociones más representativas de mi venidera exposición para presentarlas en una jornada académica. Este ejercicio facilitará evaluar nuestra capacidad de ordenamiento y convencimiento, entre otros elementos de enorme ayuda.
Evada subestimar las interrogantes. Aconsejo hacer un cuestionario con las más incómodas y enmarañadas incertidumbres y preparar las respuestas. Esté dispuesto para probables confrontaciones y administre con asertividad su autocontrol emocional. Nunca asuma una actitud agresiva, de superioridad intelectual y, especialmente, apele a la sencillez y espontaneidad.
De otro lado, Larry King en su obra “Como hablar con cualquier persona” (2006) precisa: “…Quien aprende a hablar bien ante una persona, puede hablar a mil personas y viceversa. La mayoría de los individuos con éxito son oradores exitosos. Todo aquel que destaca lo logra en el 90 por ciento de los casos porque habla bien. Así pues, no nos sorprende lo contrario, que el que habla bien se convierta en una persona con éxito”. Coincido con este comentario. Las personas entrenadas para exponer muestran locuacidad, buena dicción, estructura conceptual y habilidad de concentración en sus pláticas individuales. Es cuestión únicamente de disciplina y perseverancia.
Insinúo soslayar leer. Generará una primera impresión de desconocimiento, precariedad y carencia de destreza para sustentar el asunto asignado. Incontables individuos no saben leer y, por lo tanto, deslucen su actuación. Leer es un atributo con frecuencia minimizado. Aunque elaborar un discurso escrito ofrece la ventaja de no dejarse llevar por la euforia y el estado anímico. Es decir, usted planifica con antelación cada vocablo de su ponencia.
El expositor será con minuciosidad percibido por el público. Recuerde disponer de un atuendo elegante, pulcro y apropiado que otorgue prestancia a su imagen. No exhiba prendas brillosas, corbatas llamativas, estridentes y de baja calidad (ésta confiere esplendor a la vestimenta integral del varón), ni excesivos complementos. Luzca una camisa de color entero. Convierta la sobriedad en una característica que lo enaltezca: los distintivos en la solapa del saco distraen y proyectan una imagen anticuada y de empleado estatal. Obvie recargar la parte superior de su traje con adornos vetustos e inapropiados.
Por otra parte, debemos manejar la comunicación no verbal. Es imperioso conjugar el mensaje oral con la expresión del cuerpo, el movimiento de las manos y el porte. Se requiere adoptar un óptimo tono de voz, una excelente dicción y acentuar determinados conceptos centrales. Proyecte solidez.
Es común advertir expositores que usan el podio como escudo emocional debido al miedo de ser auscultados y despliegan posturas inadecuadas. Si tiene un elevado temor puede memorizar los primeros minutos con la finalidad de empezar con serenidad y solvencia. Deje que las manos acompañen, animen y complementen su discurso. Jamás las ponga en los bolsillos, tampoco juegue con el puntero y el micrófono.
El miedo siempre existirá, no creo evitarse. Sin embargo, considero probable encaminar la desconfianza en función del dominio de si mismo. El desosiego “es imprescindible y positivo, debe ser superado disipando la adrenalina, puede ser superado mediante la autosugestión y vencido si uno tiene, por lo menos, el primer párrafo preparado y un pequeño esquema sucesivo que desarrollar. Nunca de la razón al auditorio por temor. Y para hablar en el mayor número de ocasiones”, afirma el autor de “Pida la palabra”.
Recomiendo grabar su presentación con el afán de analizarse. Con periodicidad registro ciertas sesiones de clase sobre los temas más saltantes y enrevesados para contrastar la impresión generada y la sensación que experimenté al platicar. Es un ejercicio útil para superar defectos, muletillas y contar con juiciosos elementos acerca de mi desenvolvimiento. Haga de cada exposición un medio para evaluar con prolijidad su desempeño.
Es interesante percatarnos de la actuación de connotados oradores. Ello facilitará analizar coincidencias, omisiones, poses, ademanes y un sinfín de detalles encaminados a decidir nuestro estilo. Decline imitar a otros conferencistas, solo incorpore los atributos favorables en tanto sean coincidentes con su personalidad. Defina un proceder que le brinde valor agregado. Sea usted mismo y le conferirá autenticidad a su presentación.
Entrénese aprovechando las oportunidades existentes en su ámbito social, familiar y laboral. Aplique la autosugestión positiva para empezar con optimismo. Hablar en público es una experiencia singular, colmada de entretelones que posibilitan descubrir nuestra identidad, fuerza interna, habilidad blanda, autoestima y la gratificante satisfacción de transmitir nuestro saber con dominio y aplomo. Tenga en cuenta el sabio dicho del político, científico e inventor estadounidense Benjamín Franklin: “Hablar sin pensar, es disparar sin apuntar”.
martes, 1 de noviembre de 2016
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