Un término que he identificado para describir aquellas conductas -bastante más habituales de lo imaginado- expresivas de una enorme carestía de autoestima, precaria habilidad social e ineptitud para interactuar y, por lo tanto, se caracterizan por las limitaciones que obstruyen el fluido desenvolvimiento en sociedad.
Desde mi punto de vista, “chuncholandia” es un fenómeno trasversal que abarca diversos niveles, edades y estatus económicos. Con indisimulable nitidez está presente en todos los ámbitos en los que alternamos. Se concibe tan evidente que, incluso, es percibido como una peculiaridad en el invertebrado, insolidario, convulsionado y complejo comportamiento peruano.
Sus numerosas demostraciones son observables en oficinas, encuentros amicales y rehúye diferenciar orígenes o rasgos de algún tipo. Lo veo en mis sesiones de clase cuando el alumnado -de las más variadas generaciones, profesiones o procedencias- sólo encuentra seguridad, para hacer un trabajo grupal, cuando está inmerso con su “secta”.
También, es común advertir esta limitación en las aburridas y tormentosas reuniones familiares -a las que evito asistir- que se distinguen por la constitución de “tribus” en función de sexos y edades. Por desgracia, si alguien demuestra elevada seguridad y pretende integrarse con la “camarilla” ajena, es expulsado. “Anda con tus primos y tíos, aquí estamos hablado asuntos de mujeres” he escuchando un sinfín de veces.
Con frecuencia notamos en una actividad social a una pareja de cónyuges que se exhiben distantes, acartonados, solemnes y despojados de condiciones para interactuar con seres desconocidos. No obstante, se transforma su actuación cuando llega su “pandilla” amical o familiar. Surge una súbita actitud extrovertida, locuaz y desenvuelta que, hasta hace unos minutos, estaban imposibilitados de presumir.
Acaso no oímos con cotidianidad deprimentes aseveraciones tales como: “No voy a la comida, porque no conozco a nadie”, “Ven a recogerme, tengo roche llegar solo”, “Dime si va tu esposa al almuerzo, pues la mía no tiene con quien hablar”. Estas son vivas muestras de la sórdida “chuncholandia” que lacera, ante la apatía general, nuestro crecimiento como seres aptos para habitar en colectividad.
Observo con una dosis atrevida de ironía a múltiples colegas que sino coinciden en la sala de profesores con su “califato”, con quienes comparten limitadas charlas domésticas, están más perdidas que “cuy en tómbola”. Sus visibles privaciones las obliga a permanecer enmudecidas. Incluso en celebraciones o capacitaciones me percato como “guardan sitio” al colocar -sin la mayor vergüenza- sus carteras en las sillas colindantes para su “cofradía” con la que, únicamente, pueden desenvolverse.
Esa pegajosa práctica de forjar, de manera excluyente, conexiones interpersonales en función de ciertas “logias” restringe nuestro proceso de evolución. Precisamente cuando salimos del “área de confort” y, por lo tanto, empezamos a entablar saludables relaciones con sujetos de otras extracciones y actividades, ampliamos nuestra percepción de la diversidad humana. En consecuencia, fortalecemos nuestra autoestima y empatía al valorar, entender e interactuar con el prójimo.
Sin embargo, las posturas puestas en escena por nuestros semejantes ratifican esta falta que, a mi parecer, pone a la vista el conformismo, la ausencia de mundo y una gama de precariedades sobre las que cada uno de nosotros debiera tener la honestidad de realizar su propio diagnóstico. El profundo conocimiento de nuestras insuficiencias facilitará trabajar su superación con el propósito de valorar sus implicancias en nuestra calidad de vida.
Es recomendable forjar una personalidad convincente, firme, con alto grado de cultura y apta para afiliarnos a las disímiles esferas con las que alternamos. En tal sentido, reitero lo reseñado en mi escrito “¿Tiene usted habilidades sociales?”: “Las ‘habilidades sociales’ complejas están ligadas con el despliegue de la asertividad en la comunicación y la inteligencia interpersonal. Los individuos que la poseen saben expresar quejas, rebatir peticiones irracionales, revelar sentimientos, defender sus derechos, pedir favores, resolver situaciones agudas, acoplarse con el sexo opuesto, tratar con niños y adultos. Estas destrezas tienen un impacto directo en contextos de tirantez y demandan de una sólida configuración personal”.
“Existe una carencia de ‘habilidades sociales’ esenciales que nos deja atónitos en múltiples acontecimientos y, especialmente, cuando provienen de prójimos con determinada formación e instrucción que supondría un mínimo despliegue de estas pericias. Personas de variadas ocupaciones laborales que, por la naturaleza de sus quehaceres requieren de un prodigioso nivel de estas cualidades, son renuentes a saludar y mostrar afables gestos, huérfanas de las mínimas nociones para fomentar una conversación, arropadas en su reducido y marginal círculo amical, incapaces de integrarse socialmente, inseguras en su toma de decisiones y sobreprotegidas en su estrecha zona de confort”.
Por último, es imprescindible incorporar este tema en los programas de adiestramiento laboral. Lo explico con insistencia en mis asignaturas para demostrar que los hombres y mujeres deben abocarse a su desarrollo integral y construir relevantes puentes de entendimiento y sociabilidad.
La solvencia cultural tiene siempre un papel significativo que otorgará consistencia para desplegarnos. Es conveniente acercarnos a la historia, el arte y la literatura para contar con enriquecedores elementos que inspiren las tertulias. La lectura compromete nuevas capacidades y tiene un efecto esperanzador. Recuerde: es un magnífico, genuino e inexplorado océano de sapiencias.
Asimismo, la cultura cumple un papel importante que se debe evitar subestimar: ofrece la lucidez para reflexionar y convertirnos en individuos racionales, críticos, desenvueltos y solventes en términos éticos. Posibilita profundizar en la intuición y es un medio de superación. Esquivemos mirar con desdén su invalorable rol en nuestra consolidación como seres pensantes. De allí que, es preciso articular el ascenso intelectual y emocional y, además, la voluntad de renunciar a la entorpecedora, criolla y parapléjica “chuncholandia”.
lunes, 6 de julio de 2015
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