En algunas ocasiones he intentado entender las variadas, visibles y reincidentes muestras de ausencia de “sentido común” en las acciones de nuestros semejantes que, además, de constituirse en faltas de buena educación, lesionan nuestra convivencia.
Empecemos esclareciendo este flamante término tan usado y, probablemente, poco comprendido en nuestro medio. Todos coincidimos en que está erigido por los conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad que se estiman prudentes, lógicos o válidos. Es el potencial natural de juzgar los acontecimientos y eventos con racionalidad.
Este discernimiento es vital para conducirse de manera correcta y congruente. Se aprende a lo largo de nuestra vida y se nutre de las acciones experimentadas en nuestro crecimiento y, en consecuencia, nos ayuda a dirimir como actuar del mejor modo posible ante determinadas situaciones. Aunque parezca una ironía está considerado -según expertos y estudios- el menos usual de los sentidos.
El “sentido común” es un rápido análisis que necesita una respuesta. Tiene en cuenta los parámetros o variables del entorno. Una vez recopilados, mezclados y evaluados se obtienen conclusiones que podemos usar. Está unido al ingenio, la creatividad y la lucidez para afrontar circunstancias desconocidas que pueden ayudarnos a salir airosos de las casualidades que enfrentamos.
Sin embargo, si observamos la conducta de los individuos con los que estamos vinculados en el quehacer laboral, familiar, amical, etc. coincidiremos en que evaden emplearlo. Tal vez será que en “perulandia” nuestros conciudadanos están revestidos de una ausencia de este primordial concepto que pretendo comentar desde la perspectiva de la etiqueta social.
Permítame dilucidarlo con unas cuantas y desordenadas exhortaciones aplicables a nuestra controvertida realidad: Al ingresar a un lugar saludemos (lo que sinnúmero de colegas no hacen a su llegada a una sala de profesores); digamos “gracias” y “por favor” al recibir una atención, obsequio o deferencia; si desea llegar puntual a una cita prevea el tiempo oportuno para su traslado y soslayar quejarse de la insoportable congestión vehicular; seamos solícitos en los espacios públicos con damas y caballeros mayores, discapacitadas y embarazadas sin necesidad de imperar una norma de carácter obligatorio; evitemos hacer preguntas desacertadas e inconvenientes, destinadas a satisfacer curiosidades personales; rehuyamos realizar visitas familiares y/o amicales sin habernos anunciado con antelación; renunciemos a orientar la conversación hacia temas incómodos delante de posible aludidos, etc. El listado podría continuar.
Desde mi parecer, las negativas influencias del entorno, las limitaciones de criterio personal y una inocultable conducta conformista revelan la masiva orfandad de “sentido común”. Existen sujetos que estarían dispuestos a mostrar un proceder diferente al mayoritario. Pero, el temor a exhibir una actitud discrepante y singular –resultado de sus inseguridades, miedos, prejuicios y baja autoestima- interviene en su incapacidad para adoptar decisiones de forma autónoma.
Este sentido es un elemento esencial de reflexión para obrar teniendo en cuenta la exigencia de construir óptimos niveles de coexistencia con nuestros compañeros de trabajo, familiares, vecinos y amigos, dejando de lado reacciones egoístas, individualistas y carentes de sensación de pertenencia. Sugiero anotar: nuestros derechos terminan en donde empiezan los ajenos. Aprender a aceptarnos, tolerarnos y forjar un mutuo sentimiento de miramiento debe ser una tarea prioritaria en cada uno de nosotros.
Habitamos una colectividad colmada de múltiples y complejas desavenencias, tensiones y respuestas defensivas que impiden forjar saludables lazos en nuestra relación interpersonal. Por lo tanto, el “sentido común” cobra enorme actualidad y se convierte en un ingrediente que coadyuve a afrontar las asperezas de nuestro día a día. Difícil cometido para una población lacerada por una acentuada apatía, indiferencia e insolidaridad.
Obviemos acostumbrarnos, ni mucho menos resignarnos a subsistir en una aparente “jungla” en donde cada uno solo piensa en sí mismo. Esquivemos desplegar actitudes hirientes como conclusión de ciertos complejos, ofuscaciones, vicios y equivocados estilos de comportamiento que deterioran nuestra calidad de vida y el clima de entendimiento con el prójimo. Tenga presente: ejercitar los más obvios consejos de la etiqueta social nos engrandece como persona y sociedad.
Saludar, sonreír, ceder el paso, agradecer, pedir por favor, asumir un trato amable, cálido y cortés, responder una llamada telefónica, presentar excusas, ejercer la puntualidad y actuar con pertinencia, entre otras recomendaciones, fortalece nuestra dimensión humana. Será grata nuestra existencia y de quienes nos circundan. Ante cada situación imprevista apelemos al “sentido común” para encausarnos con asertividad. Recuerde!
viernes, 3 de abril de 2015
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