domingo, 12 de junio de 2011

La tolerancia en la etiqueta

Recientemente, concluyó el proceso electoral mediante el cual hemos elegido –en libertad y democracia- al nuevo jefe de estado que conducirá los destinos nacionales. Una ocasión apropiada para explicar y reflexionar acerca de la “tolerancia” como un valor que expresa nuestro respeto mutuo entre los integrantes de la sociedad.

No obstante, la conducta de la clase política, de los medios de comunicación social y, en términos generales, de la colectividad peruana no se caracteriza por la coexistencia cívica. Los agravios, ánimos exacerbados, calificativos afiebrados y numerosas posturas ausentes de una cultura democrática fueron notorios a lo largo de la campaña presidencial.

Siempre he considerado, a la luz de mi experiencia vivencial, que las circunstancias tensas, discrepantes y de confrontación nos facilitan conocer -en su real dimensión- la capacidad de autocontrol, paciencia y formación de las personas más allá de apariencias. El ejercicio de la etiqueta social, tal como lo hemos indicado en anteriores artículos, está acompañado de la empatía, la autoestima y, por cierto, de mecanismos internos de consideración que fluyan de manera inequívoca y natural en todo tiempo, circunstancia y lugar.

Aun cuando nos cueste trabajo admitirlo debiéramos reconocer que formamos parte de una comunidad donde la comprensión y benevolencia no están insertadas en nuestra conducta diaria. Lo podemos verificar al acudir a una reunión social y observar el comportamiento de damas y caballeros durante la conversación de asuntos que apasionan o enfrentan como política y deportes, etc. También, lo vemos en los medios de prensa que, supuestamente, poseen lucidez, objetividad y serenidad para encausar la opinión ciudadana.

Amigo lector, usted se preguntará cómo podemos definir la tolerancia de manera sencilla. Desde mi parecer consiste en respetar al resto en su modo de pensar, de ver las cosas, de sentir y discernir de manera cordial en lo que uno no está de acuerdo. Ser tolerante es considerar al prójimo sin distinción alguna. Implica aceptarse unos a otros.

La tolerancia social es la capacidad de aprobación de una persona a otra que no es capaz de soportar a alguien por la diferencia de valores o normas establecidas. Es el respeto a las ideas, creencias o prácticas ajenas cuando son contrarias a las propias. Asimismo, es escuchar y aceptar a los demás, comprendiendo el valor de las distintas formas de entender la existencia humana. Así de simple, pero compleja su aplicación en un medio que ha propagado la prepotencia y el maltrato a las minorías. Lástima que estamos “acostumbrados” a convivir sin esta regla básica de educación que es la tolerancia.

Dentro de este contexto, es conveniente añadir que la cultura humaniza, sensibiliza y nos hace más empáticos y tolerantes. De allí que sus variadas manifestaciones (música, danza, teatro, pintura, etc.) colaboran en el adiestramiento interior del individuo y lo hacen sensible, con alto grado de progreso emocional y capaz de entender a su entorno. La sapiencia es un noble e insustituible “vehículo” para abrir superiores horizontes de crecimiento en un hábitat ausente de estos elementos.

Por esta razón, es indispensable que padres de familia, líderes de opinión, jefe, políticos y aquellos con notable influencia en la formación de la sociedad hagan de la tolerancia un estilo de vida que facilite propiciar un mejor entendimiento entre quienes piensan y actúan diferente. Debemos comenzar a aceptarnos como una comunidad con diversas procedencias, expectativas, aspiraciones y necesidades.

Ello implica reconocer nuestra diversidad y pluralidad y, además, ver en las diferencias una posibilidad de análisis, desarrollo del pensamiento crítico y enriquecimiento de nuestros puntos de vista. Hay que impulsar una mayor expansión intelectual y sensitiva a fin de forjar una colectividad en donde la tolerancia nos permita vivir. De allí, reitero, la indispensable participación de los que influyen en moldear la personalidad de hombres y mujeres.

El filósofo griego Quilón decía: “El hombre valeroso debe ser siempre cortés y debe hacerse respetar antes que temer”. Salgamos del “hoyo” de la intolerancia y la confrontación -embrutecedora e inútil- que obstruye la coexistencia que anhelamos construir para asegurarnos una mejor calidad de vida distinguida por la deferencia, urbanidad y afables formas.

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