domingo, 20 de enero de 2013

¿Qué sabemos del temperamento?

Conocer el temperamento y su influencia en la conducta de cada uno de nosotros, es un tema interesante de tratar a fin de comprender nuestro comportamiento. No siempre se está al tanto, en su real dimensión, de su ascendencia en la evolución del desenvolvimiento personal. Este es un asunto mucho más significativo de lo imaginado.

Todavía se cree en la existencia de temperamentos positivos y negativos y, además, se establecen clasificaciones erróneas. Los expertos lo describen como el “termómetro” emotivo del individuo que determina su forma espontánea de reaccionar ante un estímulo exterior. Es la “respuesta aprendida” desde la infancia y parte de la denominada “herencia genética” de la personalidad.

Es conveniente ser capaces de identificar nuestros temperamentos con la finalidad de percatarnos de virtudes y defectos y, por consiguiente, alertar los aspectos centrales que debemos aprender a regular, controlar y perfeccionar. Tengamos en cuenta que ciertas formas del proceder humano pueden generar conflictos en la convivencia social y laboral.

El célebre galeno de la Antigua Grecia, Hipócrates -considerado una de las figuras destacadas en la ciencia médica y padre de la medicina- clasifica los temperamentos en cuatro tipos: Flemático, Bilioso, Melancólico y Sanguíneo. Hipócrates precisaba: “La salud del hombre es un estado dado por la naturaleza, la cual no emplea elementos extraños sino una cierta armonía entre el espíritu, la fuerza vital y la elaboración de los humores”.

Según afirma la grafóloga española Sandra Cerro Jiménez, en su documentado informe “Los temperamentos de Hipócrates”, éste (Hipócrates) amplió su teoría asegurando que la salud del hombre dependía del equilibrio entre los cuatro líquidos o humores que lo conformaban: sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema. Sostenía que cada semejante tenía una disposición diferente de estos humores en su cuerpo, siendo dominante uno de ellos.

A continuación quiero comentar las características saltantes de cada temperamento. Flemático, es pasivo, reacciona con lentitud, todo lo premedita y es esquemático. Tiende a postergar la acción y dejarse llevar por la apatía. Su cualidad es la lucidez. Emplea su tranquilidad para evitar desenvolverse impulsivamente, analiza el problema y procede según la exigencia del momento. Por su equilibrio, es el más agradable de los temperamentos y trata de no involucrarse demasiado en las actividades de los demás. Puede asumir modales distantes.

Bilioso, suele responder violentamente. Es impulsivo, impaciente, piensa después de haber actuado y se irrita con facilidad. Su virtud es la rapidez y la disposición para enfrentar las circunstancias directamente. Responde con iniciativa en situaciones emergentes. Se distingue por su sobriedad, no se emociona ni entusiasma con facilidad sin dar tiempo a la reflexión; cuando toma su decisión, es difícil que la varíe.

Melancólico, es callado, se retrae y aísla. Es susceptible, poco comunicativo, tímido y evita las confrontaciones. Su atributo es la precisión. Su tristeza suele llevarlo a la reflexión y ha no tomar acuerdos apresurados. Desarrolla el diálogo interior, es abnegado, perfeccionista, analítico y sensible. Su carácter le ayuda a terminar lo que comienza. Es difícil convencerlo de iniciar algún proyecto, debido a que imagina los pros y contras en cualquier acontecimiento.

Sanguíneo, alegre, bromista, cordial, amable, locuaz y manipulador. Ante la dificultad buscará eludir la realidad y delegará a otro asumir el problema. Tiene como virtud el buen talante. Es optimista y posee facilidad para platicar. Su habilidad social, unida a su natural sensibilidad, lo hacen empático y buen oyente, aunque podría conducir a actitudes dictatoriales por su interés avasallador.

De otro lado, es preciso anotar que los más exitosos proyectos -a nivel profesional, sentimental, académico, etc.- son el resultado de la participación de temperamentos diferentes. El defecto de uno, puede ser la fortaleza del otro. Su confluencia enriquece opciones que arriben a mejores logros. Conviene reunir los aportes positivos de cada uno en el diseño de cualquier propuesta y aprender a coexistir con quienes poseen un temperamento que no es de nuestro agrado.

No asuma la expresión “mi temperamento es así, así soy yo”. Es un comentario poco ingenioso y, por desgracia, frecuente. Se sugiere trabajar la inteligencia emocional y ser consciente de las consecuencias censurables que genera, en la convivencia diaria, reacciones inadecuadas, confrontacionales y que enturbian nuestro hábitat más íntimo.

Es importante reconocer nuestro temperamento y superar los inconvenientes que obstaculicen el progreso individual. Vivimos en una colectividad llena de tensiones, adversidades y mutuos malestares que dañan la estructura interna y, por lo tanto, estamos obligados a forjar un puente de tolerancia y armonía destinado a enaltecer la relación interpersonal. De allí la necesidad de afianzar los componentes sensitivos. Como decía el dramaturgo, productor de cine y Premio Nobel de Literatura (1922), el español Jacinto Benavente: “La vida es como un viaje por mar: hay días en calma y días de borrasca. Lo importante es ser un buen capitán de nuestro barco”.

domingo, 6 de enero de 2013

Reflexiones acerca del clima laboral

El denominado “clima laboral” es uno de los asuntos que, con primordial énfasis, se aconseja analizar al momento de ver los indicadores de producción, integración, socialización y otros componentes de enorme significado en el quehacer de una corporación. Omitir su trascendencia es un error que refleja una visión limitada de sus alcances en la prosperidad empresarial.

Un elemento que no debe pasar inadvertido, al estudiar la rentabilidad del negocio, es la generación de un óptimo ambiente en donde sus trabajadores se sientan cómodos, respetados y se desenvuelvan altamente motivados. La aplicación de las buenas prácticas de recursos humanos crea favorables condiciones para un mejor rendimiento.

De allí la necesidad de destinar a los colaboradores las mayores atenciones. Se sugiere diseñar un plan para el personal que haga sentir conforme a cada integrante de la compañía. En tal sentido, se forjará un vínculo de lealtad tendiente a reducir la frecuencia de rotación y se incrementarán los estándares de satisfacción en los clientes.

En nuestro medio existen numerosas empresas con un deficiente clima interno y que, además, no se ha detenido a observar su relación con la baja productividad e incluso con la ausencia de fidelidad. La actitud de un empleado –sin distinción de jerarquías y funciones- refleja la “temperatura” del bienestar o malestar organizacional. Las relaciones frías, cortantes y autoritarias –entre otros factores- influyen en la conducta de sus integrantes.

La atmósfera interna está constituida por un conjunto de características que facilitan o impiden el desenvolvimiento y la competitividad. Este se percibe en gestos tan comunes como el vínculo de los jefes con sus subordinados; las celebraciones internas; los estímulos, reconocimientos y premiaciones; las políticas de comunicación corporativa; la forma de recoger y canalizar inquietudes; los procedimientos en momentos de crisis y reducción de personal; etc.

El trato ofrecido influye para afianzar la entrega, identificación y formación personal. Conozco firmas comerciales –incluso de reconocido prestigio- con la equivocada creencia que cumplir con el pago puntual de los honorarios, respetar el ordenamiento legal vigente y dar gratificaciones, es suficiente: Inexacto.

La actuación de quienes conducen la organización es central para forjar positivas condiciones de trabajo. Ellos son los referentes que, por su espacio de influencia, tienen un alto nivel de ascendencia. Sin embargo, todavía se piensa que esta tarea es inherente al área de recursos humanos, olvidando que todos brindan su cooperación para hacer fluida la convivencia y armonía colectiva. Cada uno puede contribuir a fin de concebir más agradable la interacción social.

Muchos individuos pasan ocho, diez o doce horas al día laborando y, por lo tanto, la empresa se convierte en una esfera esencial para ellos. El ser humano requiere saber que existe la oportunidad de trascender. Por esta razón, es conveniente maximizar sus aportes y, en consecuencia, la compensación que espera recibir no solo es económica. Se sugiere fomentar un escenario en donde cada uno “quiera lo que hace”.

Existen entidades en las que el sueldo constituye una asignación que hace sentir conforme y seguro. Es conveniente que la remuneración se determine en concordancia con la jerarquía, responsabilidad, calificación, etc. y evitar establecerla de modo antojadizo y subjetivo.

Debo anotar también las implicancias de las retribuciones emocionales y espirituales. Éstas tienen una connotación que, desde mi parecer, no debiera subestimarse. El empleado necesita percibirse considerado, imaginar que ocupa un lugar en la vida y percibir que su función importa. Las personas demandan tener orgullo, saber que contribuyen en la existencia del negocio. Incentivar un sentimiento genuino de pertenencia facilitará la mutua integración.

Las compañías modernas tienen en su recurso humano una de las ventajas más firmes a fin de enfrentar al mercado y a la competencia. No solo ofrecen un salario justo, sino que, además, brindan incentivos, estímulos y promueven mecanismos para consolidar la identificación con su centro de labores. Esto involucra poner en marcha programas de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) en donde el colaborador y su entorno familiar son una de las prioridades.

El ser humano reclama que el negocio le ofrezca la oportunidad de crecer. Involucrarlo en las proyecciones futuras, brindar capacitación, transparentar la información, crear canales democráticos de discusión, fomentar la confraternidad, afianzar los valores institucionales y demostrar -en el día a día- que el público interno hace posible la prosperidad de la compañía, son iniciativas destinadas a posibilitar la consolidación de un esperanzador y saludable ámbito organizacional.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El “lapsus” del villano Villena

Hace varios días hizo noticia el ministro de Trabajo, José Villena, no precisamente por anunciar un nuevo e importante logro en su portafolio, sino por su protagonismo en un episodio incalificable y deshonroso para un funcionario estatal que, en su condición de tal, está expuesto al escrutinio ciudadano.

Como se recuerda, Villena llegó al aeropuerto de Arequipa -el 27 de noviembre- para tomar un vuelo a Lima, pero pretendió abordar el avión de LAN que estaba a punto de despegar. A raíz de ello el personal de la empresa y la policía intentaron detenerlo. Los informes de la seguridad del terminal aéreo señalan que los insultó y amenazó con despedirlos. Según el parte médico, el titular de Trabajo habría empujado a la empleada de la aerolínea ocasionándole moretones en el antebrazo derecho.

Este es el segundo personaje del régimen con actitudes violentistas. El primero, como recordamos, es el congresista Daniel Abugattás. Durante su gestión en la presidencia del Congreso de la República estuvimos acostumbrados a sus frecuentes declaraciones altisonantes, desmedidas, agresivas y confrontacionales, propias de su escasa inteligencia emocional. Pero, nunca estuvo denunciado por agresión física a una mujer.

Los líderes políticos deben recordar que, para su buena o mala suerte, constituyen referentes para la sociedad y deben esmerarse en exhibir una actuación impecable con la finalidad de moldear el obrar de la colectividad. Quienes ejercen influencia social tienen que meditar las implicancias de sus acciones. De allí que, a comunicadores, empresarios, servidores públicos, etc. les corresponde proyectar un perfil concordante con su nivel de ascendencia.

Sin embargo, cada vez son más frecuente este tipo de inconductas que, probablemente, expresan su absurda creencia –propia de repúblicas del cuarto mundo- que ellos son “ciudadanos de primera clase” y, por lo tanto, están exceptuados de acatar las normas y los procedimientos de los “electores de a pie”. Unas son las disposiciones ha cumplir por nosotros y otros los cuantiosos privilegios de los burócratas frívolos, pusilánimes e insensibles que exigen pleitesías virreinales.

Esto me recuerda los padecimientos afrontados en mi gestión en la presidencia del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006 – 2007), al ser visitado por autoridades gubernamentales, congresistas oficialistas y asesores que pretendían –sin reparos ni vergüenza alguna- un trato y prerrogativas inadmisibles, como ingresar en sus autos en un sitio atestado de miles de concurrentes. Hacían llamadas telefónicas, se molestaban e incluso amenazaban con retirarse de la actividad a la que habían sido convocados. El colmo!

Usanzas como las que motivan esta nota contribuyen a alejarlos del sentimiento ciudadano. Estos trances acentúan la falta de credibilidad, prestigio y representatividad de nuestra clase dirigente. Sus continuos lapsus, sumados a su falta de productividad, cuestionable moral, carencia de destrezas neuronales y una secuencia interminable de escándalos, solo sirven para distanciarlos del pueblo y, además, crean un espacio para los grupos radicales que se nutren de sus deficiencias. Lástima que todos nos demos cuenta, pero –al parecer- los líderes políticos no lo perciben debido a su ceguera para analizar las demandas populares.

A la luz de mi experiencia vivencial creo que las circunstancias discrepantes y de confrontación facilitan conocer –por encima de apariencias- la capacidad de autocontrol, paciencia y formación personal. De allí que la reacción del ministro “villano” permite saber hasta donde llega –en instantes de tensión- su termómetro de convivencia. Al parecer es precario para alguien que, por sus tareas de gobierno, debe tener un mejor grado de tolerancia.

La buena educación en los hombres y mujeres que están en la “vitrina” de la opinión del público se sugiere que sea la adecuada por la trascendencia de su desenvolvimiento. El ejercicio de la etiqueta social, tal como lo hemos indicado en anteriores artículos, está acompañado de la empatía, la autoestima y de mecanismos internos de autocontrol que deben fluir con naturalidad en todo tiempo, circunstancia y lugar. En el caso que estamos comentando, esto no sucedió.

Más allá de las valiosas consideraciones de la etiqueta social, quiero anotar que la prepotencia, la discriminación y el irrespeto a la dignidad humana contribuyen a acentuar las diferencias en un país contaminado por el racismo y la marginación. Me pregunto: ¿José Villena hubiera reaccionado así ante mortales de su igual o mayor “estándar” social? ¿Hasta cuando debemos soportar hechos errados y déspotas de los jerarcas del estado?

Estas líneas las escribo indignado por el maltrato padecido a una dama y, por lo tanto, comparto estas reflexiones con usted, amigo lector, acerca de la grandeza de poseer un comportamiento coherente y consecuente con la “inclusión social” que, por lo visto, fue echada al tacho por un “villano” huérfano de la mínima condición para defender los derechos laborales de los trabajadores. Le recuerdo al inquilino de la avenida Salaverry las sabías palabras del director y actor de cine Edward James Olmos: “La educación es la vacuna contra la violencia”.

sábado, 13 de octubre de 2012

Diez mandamientos de la caballerosidad

Diversos lectores, amigos y alumnos me han insinuado ampliar los aspectos tratados, en términos generales, en mi artículo “¿Se ha extinguido la caballerosidad?”. Me parece una buena idea a fin de compartir recomendaciones tendientes a afianzar la “caballerosidad” como un estilo de vida.

Desenvolverse con amabilidad y corrección es la suma de virtuosos pormenores que hacen la diferencia con el resto de individuos. No es algo excéntrico, anticuado o pasado de moda, como todavía se piensa. Ésta aflora con autenticidad a partir de comprender la trascendencia de su práctica con las damas y las personas requeridas de mayor deferencia.

La “caballerosidad” comunica –de manera enfática- la solidez de la personalidad, la firmeza de la autoestima, el rango de educación y es una forma acogedora de relacionarse. Se distingue por su atención y refinamiento hacia los otros y, por lo tanto, es una demostración del deseo de convivir en armonía, tolerancia y paz con el entorno. A continuación detallo diez “mandamientos” que, desde mi punto de vista, caracterizan a un caballero.

Primero, la puntualidad. Es una regla de oro y una primera favorable carta de presentación. Ser puntual, en toda actividad personal y profesional, es un signo de finura, respeto y organización. Más aún, si consideramos que esta virtud ha desaparecido en desmedro del miramiento a los demás. Jamás haga esperar a nadie, sea solícito.

Segundo, la discreción. Que difícil es lograr que los varones atesoren informaciones, vivencias y comentarios sobre personas e instituciones. Son lamentables las habladurías acerca de ex novias, centros de trabajo o asuntos familiares. Guardar silencio es inherente en un sujeto reservado y una hazaña en una colectividad inoportuna e impertinente. Un individuo discreto inspira confianza.

Tercero, el autocontrol. La presión diaria y los conflictos, cada vez más frecuentes, hacen indispensable comprometernos a analizar nuestras reacciones ante diferencias, desencuentros y confrontaciones laborales o amicales. Un proceder inadecuado puede perjudicar bastante su exitosa imagen. Es imperativo ocuparnos de los mecanismos internos a fin de controlar las emociones (positivas o negativas). El autocontrol es sinónimo de madurez, ponderación y equilibrio.

Cuarto, la cortesía. Gestos comunes como dejar pasar a las señoras primero, ceder el asiento en el autobús, ponerse de pie para saludarlas, alcanzar algo que se cayó al suelo, jalarle la silla, ayudarlas a cruzar la calle, etc. son cumplidos que lo harán sobresalir. Siempre retorne –por más “importante” que usted sea- llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos y evite recurrir a conocidas excusas para evadir cumplir con esta primaria prueba de finesa. No tenga temor de actuar con pleno señorío.

Quinto, los pequeños detalles. Es una expresión sobresaliente mantener presente fechas, conmemoraciones, cumpleaños o aniversario de bodas. Si ésta acción puede acompañarla de un regalo, mucho mejor. Envíe esquelas, flores o chocolates en distintas ocasiones. Cuando realice una visita acuda con un obsequio para la dueña de casa.

Sexto, la conversación. La calidad de la plática refleja sus alcances culturales y su dimensión intelectual. Maneje el arte del diálogo, sepa escuchar (tanto como charlar), rehúya actitudes acaloradas y disputas inoportunas. Sostenga tertulias profundas, afables, llevaderas y desarrolle su capacidad empática. Por cierto, excluya frases inadecuadas, groseras u ofensivas; use vocablos convenientes y necesarios. Acuérdese: Todos somos dueños de nuestros pensamientos y esclavos de nuestras palabras.

Sétimo, la buena imagen. Cuide su vestimenta y arreglo personal. Es imprescindible un perfume de calidad, exhiba los zapatos limpios, las uñas impecables, la camisa y corbata en perfecta presentación. Lleve sus tarjetas en un tarjetero, una billetera en buen estado y un portafolio adecuado para su actividad profesional. Su apariencia describe su estado anímico y su autovaloración.

Octavo, la etiqueta en la mesa. “Coma como si no tuviera hambre y beba como sino tuviera sed”. Esta frase sintetiza la delicadeza de su desenvolvimiento. Su comportamiento, al ingerir sus alimentos, es una radiografía de su formación. Puede usted espantar a más de un mortal con sus inadecuados modales. Recuerde tratar solo temas atractivos y positivos. Evite contestar el celular mientras comparte estos momentos con otros sujetos y no lo exhiba como si fuera un cubierto.

Noveno, las palabras “Gracias” y “Por favor”. Agradecer es una actividad de elevada performance. En nuestros días es poco usual ubicar varones que respondan y retribuyan obsequios, invitaciones, detalles, etc. Este espontáneo y sincero hábito lo diferenciará en tan fecundo océano de agrestes usanzas. Decir “Gracias” y “Por favor” son términos seductores y, además, hacen placentera la alternancia con el prójimo.

Décimo, los principios y valores. Este es un punto central en el análisis de la conducta de los peruanos. Ninguna actuación inmoral puede ser elegante o atinada. Por esta razón, los principios determinan nuestros actos. Poseer una sólida estructura moral y un conjunto admirables de valores (solidaridad, honradez, lealtad, fidelidad, etc.) son elementos enaltecedores en un hombre. Sugiero interiorizarlos con firmeza, consecuencia, coherencia y dignidad y, especialmente, hacer de ellos una sólida columna que sostengan su paso por este mundo. No claudique!

Esforcémonos por alentar y forjar una sociedad de seres probos y respetables. La “caballerosidad” no se impone, ni improvisa; recomiendo ejercerla con naturalidad como conclusión de un proceso educativo. Se aconseja aplicarla sin discriminaciones, intereses o conveniencias. Por último, medite esta afirmación: “Detrás de la caballerosidad de un hombre, hay una reina que lo educa y una princesa que lo ama”.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Se ha extinguido la caballerosidad?

Con frecuencia escucho a amigas y conocidas cuestionar la visible ausencia de señorío en sus parejas, hijos, colegas y afines. Especialmente reclaman un conjunto de gestos deferenciales que, como podemos observar, se están perdiendo en la sociedad ante la mirada indiferente de numerosos varones.

Ante todo empecemos esclareciendo que se entiende en la actualidad por “caballerosidad”. La interpretación y destino de algunos conceptos cambia en función de la dinámica social y sufren transformaciones -positivas o negativas- en su usanza. Este es uno de esos casos.

En la antigüedad un caballero era una prójimo de origen noble que montaba a caballo -poseía un sirviente o paje- y se dedicaba a la guerra. Al mismo tiempo, eran recompensados con el mando de una pequeña extensión de tierra en cuyo caso adquirían el nombramiento de conde si era un condado, duque para un ducado, etc. Pero preservaban el grado de caballeros. Durante la Edad Media la caballería sería un arma fundamental de los reyes feudales y, además, por siglos era imparable el ejército que poseía una gran caballería.

Esta acepción no se mantiene en nuestros días. Esta concepción se emplea para el hombre definido por su respeto, amabilidad, desprendimiento y distinción. Por su parte, la galantería es una acción obsequiosa para con una dama. Es una conducta de masculinidad caballeresca ejercida por los varones; mientras que las mujeres cultivan el arte de la femineidad y la coquetería.

Es importante asumir la “caballerosidad” como una cultura de vida. Es una manifestación inequívoca de respetabilidad. A la mayoría de las mujeres les gusta sentirse atendidas. Un señor caballeroso es mucho más cautivador, interesante, varonil y acogedor. Su práctica no se improvisa de un momento a otro, se va gestando –de manera gradual y sostenida- en su proceso de educación, se nutre de su contorno y de sus referentes de comportamiento y, finalmente, fluirá con naturalidad. Sin exageraciones, ni exhibicionismos.

Discrepo de quienes afirman que la “caballerosidad” desagrada e incomoda a las señoras. Incluso he oído decir que es algo superado y fuera de moda. No lo considero así. Su aplicación se debe fomentar desde temprana edad a fin de interiorizar en el adolescente esos seductores detalles que lo harán diferente y, por lo tanto, destacará en su trato con el resto de personas. En este aspecto los padres de familia cumplen una labor directriz. Si el papá abre la puerta del auto a su esposa, le cede el paso, la asiste a subir o bajar las escaleras, la lleva del brazo en la calle, la ayuda con las bolsas de las compras, le jala al silla al sentarse y tiene variados actos de afabilidad, con el resto de damas de su ámbito familiar y amical, estos actos serán una influencia práctica en el adiestramiento de sus hijos. Así serán formados para desenvolverse con “caballerosidad”.

Conozco individuos con aislados rasgos de “caballerosidad” solo en puntuales circunstancias y con quienes motivan su particular interés o atracción. Una lástima que lo que debiera caracterizar un estilo personal, sea usado comúnmente en función de conveniencias y solo en ciertos instantes para embelesar a alguien del sexo opuesto. Del mismo modo, existen mujeres que se dejan impresionar por efímeros galanes, cuyos aparentes y artificiales modales son empleados para disimular sus enormes carencias espirituales, emocionales e intelectuales.

En la “caballerosidad” influyen otros componentes como la autoestima. Ésta es entendida como la autovaloración que cada uno de nosotros tiene de si mismo y es un factor concluyente para sentirnos convencidos de realizar demostraciones de consideración y gentileza. Tenga presente que la alta autoestima brinda seguridad, aplomo, confianza y solvencia para conducirnos en función de nuestras determinaciones sin preocuparnos de la respuesta del medio.

Empero, quiero anotar ciertos obstáculos en el ejercicio de la “caballerosidad”. Todavía existen damas que se burlan de los finos detalles del varón y se resisten a aceptar expresiones amables –como ser ayudadas al ponerse un abrigo- por inseguridad y temor a la reacción de sus parejas. En reiteradas ocasiones he visto a mujeres, de variadas edades y procedencias, mirar asombradas episodios usuales de cortesía que revelan su falta de costumbre de frecuentar caballeros y, lo que es peor, no conocen en que consiste, sin ambigüedades, la “caballerosidad”. Si estuvieran al tanto de las sugerencias de la etiqueta social, su respuesta sería de agrado y complacencia. Recomiendo a las señoritas -a fin de evitar situaciones incómodas- disimular su precaria educación y débil autoestima cuando son sorprendidas con oportunas y galantes actitudes caballerosas. No se ponga en evidencia!

Entendamos la “caballerosidad” como una elevada manifestación de las cualidades humanas del hombre en su relación con sus semejantes. Alentemos, con entusiasmo e ilusión, toda iniciativa que realce al varón en su actuar. Ofrezcamos nuestras mejores acciones, atraídos por el anhelo de forjar una mejor convivencia colectiva. De esta manera, estaremos entregando nuestra contribución a una comunidad necesitada de nuevos referentes que constituyan el marco correcto de inspiración para la juventud.

viernes, 13 de julio de 2012

¿El recto camino de la lealtad?

Los valores constituyen el marco referencial que inspira la actuación humana. Su conocimiento y adaptación enriquece a la comunidad. Todas las civilizaciones han definido los valores que contribuyeron a guiar el comportamiento de sus integrantes. En síntesis, la solidaridad, la honestidad, la lealtad, la puntualidad, la veracidad, -entre muchos otros- son pilares fundamentales para engrandecer la conducta social.

Son punto obligado de aprendizaje, reflexión e interiorización, en cada uno de nosotros, si deseamos contribuir a superar el profundo trance que acentúa el empobrecimiento cívico, ético y espiritual. No podemos eludir analizar este ámbito cuando, por coincidencia, adolecemos de liderazgos capaces de inspirar corrección, honorabilidad y decencia.

Dentro de este contexto, la lealtad es un sentimiento de respeto a los propios principios o a otro sujeto y, además, consiste en nunca dar la espalda a determinada persona o grupo al que se está unido por alguna relación. Está referida también a la firmeza en los afectos y en las ideas. El filósofo y escritor catalán Ramón Llull afirmaba: “Los caminos de la lealtad son siempre rectos”.

Su alcance es uno de los más trascendentes. Es un compromiso y, por lo tanto, solo pueden ser veraces quienes están lo suficientemente maduros para asumirlos. Aunque con bastante frecuencia existe una tendenciosa interpretación de su real connotación. Ésta se confunde con la complicidad y el encubrimiento cultivado en colectividades como la nuestra. No se sorprenda.

He llegado a concluir que la lealtad es inusual y escasa en el ambiguo, criollo y “gelatinoso” desenvolvimiento del peruano. Tengo presente las palabras de mi querido amigo, el afamado conservacionista Felipe Benavides (1917 – 1991), con quien en frecuentes diálogos analizábamos estos temas. Él no dudaba en señalar: “El peruano lleva la traición en la sangre”. Recordaremos como la deslealtad está insertada en múltiples momentos de la historia nacional.

Guardo varias vivencias para compartir que se remontan cuando recibí el encargo del jefe de estado para presidir el Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006-2007). Se presentaron ofrecimientos que me valieron ser sindicado como poco “leal”, con los militantes del partido gobernante, por no “corresponder” a ciertos “pedidos” o por mi falta de “leal” silencio –habitual en la deformada política peruana- sobre hechos sórdidos que, desde mi perspectiva, se debían denunciar y desenmascarar con severidad.

La torcida “lealtad” –aparte de las reiteradas trabas e intrigas- de los frívolos, pusilánimes e insensibles funcionarios públicos de carrera (que, incluso, convoqué) fue la más intensa y efectiva cátedra recibida, durante mi breve paso por el sector estatal, acerca de la ausencia de esta virtud. Carecían de integridad para actuar con consecuencia, coherencia y dignidad. Eran comunes sus prácticas soterradas.

Qué difícil es –para sujetos llenos de miedo y titubeantes- decir lo que piensan, con aplomo y convicción, y hacer lo que dicen. Estilo que, a pesar de críticas e incomprensiones, no compartí y enfrenté. Esa experiencia me facilitó conocer los enormes vacíos en seres que, teniendo destrezas profesionales, poseían una estructura moral deshonrosa.

Asimismo, dispuse colocar un letrero en la puerta del parque que decía: “Esta es una institución al servicio de la comunidad, aquí se vive la ética y se practica la meritocracia y no aceptamos tarjetazos”, que me hizo merecer el calificativo de “desleal” e “infraterno”. Sin duda, una denominación enorgullecedora. El servidor público debe lealtad a la ciudadanía y está obligado a eludir emplear su posición para conceder favores partidarios, como sucede en nuestro país.

De igual manera, existe una carencia de lealtad en los escenarios empresariales, sentimentales, políticos y familiares. Es “normal” sustraer información de una compañía para ofrecerla a la competencia y traicionar –por unas cuantas monedas- a la entidad en donde se laboró. A nivel amical sucede algo similar, la frágil fidelidad del amigo es negociada por prebendas o beneficios. Por su parte, los astutos políticos construyen alianzas de intereses y cuestionables sinceridades. El pragmatismo de la sociedad ha sustituido a las directrices que debieran caracterizar la actividad del hombre en todos los campos.

En el ameno libro “El espejo del líder”, el profesor David Fischman precisa: “…Uno de los motivos de la falta de lealtad se debe a que estamos muy concentrados en nosotros mismos. El entorno competitivo y los cambios crean un ambiente amenazante que nos orienta a pensar egoístamente. La lealtad implica, en cambio, orientarnos pensar por encima de nos otros y valorar la contribución realizada por las personas o instituciones hacia nosotros”.

Reforcemos nuestra lealtad a partir de regir nuestra vida de acuerdo con nobles preceptos que estamos comprometidos a cumplir. Portarse en concordancia con las normas que hagan sobresalir al prójimo -en un mundo contaminado por tan lacerante crisis moral- es un desafío. Procedamos con probidad a fin de constituirnos en referentes para las actuales y futuras generaciones.

viernes, 6 de julio de 2012

La “crítica” constructiva

Integramos una comunidad en la que no hemos sido preparados para dialogar, negociar, forjar entendimientos y hacer apreciaciones inspirados en la genuina intención de recapacitar acerca de realidades que deben corregirse o analizarse. Me refiero a la tolerancia frente a la “crítica”.

Empecemos aclarando el significado de este vocablo. La Real Academia de la Lengua Española lo define como lo que “se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc.” como “examen y juicio”. Este término deriva de la palabra “criterio”.

También, es la función dirigida del intelecto crítico, emitida como opinión formal, fundada y razonada -imperiosamente analítica- con connotación de sentencia cuando se establece una verdad ante un tema u objeto concreto. En el lenguaje cotidiano es la reprobación o censura realizada de algo o alguien.

Entendida como una práctica destinada a examinar y explorar, la “crítica” debe ser común en las personas para poner en controversia sus determinaciones. Esta cualidad fomenta un contenido reflexivo y estimulante al desarrollo integral de los individuos. La mirada “crítica” exhibe una disconformidad que posibilita orientar mejores acciones y la continúa evaluación de los actos. Por lo tanto, es prioritario de llevar acabo en un medio carente de esta facultad.

No temamos, ni rechacemos la “crítica” cuando se diferencia por su magnitud introspectiva y sensatez. Su sano ejercicio hará capaces a los sujetos, en lo personal y grupal, de meditar sobre asuntos que, a simple vista, se asumen como válidos, ciertos y categóricos. No siempre es así. Pues, para enfrentar con éxito las complejidades se requiere tener un alto índice de habilidad juiciosa y reflexión constante.

Se recomienda alimentar la “crítica constructiva” a partir, entre otros elementos, de un proceso formativo que incluya el cuestionamiento positivo en el entorno familiar, social y educativo, y esté orientada ha profundizar los conocimientos y emociones. Aceptar órdenes, instrucciones y mandatos -sin usar el juicio de valor- obstruye el desenvolvimiento de esa extraordinaria posibilidad del ser humano, tan poco aprovechada, de someter a escrutinio las afirmaciones recibidas.

En tal sentido, sugiero aproximarse a la lectura. Una herramienta que subleva y hace al prójimo discrepante, agudo y analítico. Además, compromete la ampliación de nuevas virtudes; ayuda a perfeccionar el lenguaje, mejora la expresión, el vocabulario y la ortografía; incrementa las relaciones humanas y favorece la empatía; facilita la exposición del pensamiento y la capacidad deductiva; activa las funciones mentales agilizando la inteligencia; abre la imaginación y creatividad. Recuerde, la carencia de cultura e ilustración da lugar a conductas mediocres, súbditas y sometidas a mensajes embrutecedores.

Todos los mecanismos que involucren un entrenamiento crítico serán bienvenidos en una colectividad –como la nuestra- indiferente, intelectualmente “parapléjica”, conformista y, además, manipulada por medios de comunicación, políticos, líderes de opinión, contenidos publicitarios, estereotipos y otros componentes que contribuyen a su creciente estancamiento.

Fomentar la “crítica” es una tarea que se nutre, principalmente, del ejemplo de los padres, quienes tienen una influencia explícita para moldear a sus hijos y, por lo tanto, pueden potenciar esta destreza a fin de ayudarlos a “pensar”. La forma como se zanjan los conflictos en el hogar, la empresa y la sociedad, –sin lugar a dudas- muestra la ausencia de la “crítica constructiva”. Por el contrario, las diferencias se resuelven a través de la confrontación, alzando la voz, con imposiciones autoritarias, prepotencias y amenazas, lo que lo evidencia escasa “inteligencia emocional” (la lucidez para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la pericia para manejarlos con sapiencia). El término fue popularizado por Daniel Goleman, en su célebre publicación “Inteligencia emocional” (1995).

De otra parte, es imprescindible establecer ciertos criterios que posibiliten la “crítica constructiva” a fin de afrontar las adversidades cotidianas de manera propicia. Se propone evitar estar molesto o cargado emocionalmente; adoptar un gesto flexible y de servicio; describir el dilema sin emitir juicio de valor; indicar cómo se siente ante el incidente, expresar sus impresiones; y, por último, preguntar cómo puede ayudar.

De modo que, como señala David Fischman en su libro “El espejo del líder”: “Es necesario tomar conciencia de que nosotros mismos tenemos mucho que mejorar. De lo contrario, estaremos escondiendo nuestras propias carencias, destacando y exagerando los defectos de nuestro personal”. Asimismo, es conveniente poseer una aptitud abierta y humilde.

En todo ámbito encontramos situaciones que demandan madurez e inteligencia (entendida como la capacidad para resolver problemas). La dinámica social actual, caracterizada por su alto índice de estrés, exige conocer las implicancias de la “crítica constructiva” para encarar infortunios y entredichos en el largo caminar de la vida. Para concluir, considere las oportunas palabras del escritor español Fernando Sánchez Dragó: “La mejor crítica es la que no responde a la voluntad de ofensa, sino a la libertad de juicio”.