martes, 29 de julio de 2025

¿Cómo superar la timidez social?

Existen hombres y mujeres retraídos, renuentes para relacionarse y con desmedidos temores cuando deben asistir a encuentros amicales, familiares o empresariales ajenos a su zona de confort. Es decir, les resulta difícil vincularse debido, entre otras consideraciones, a su escasa destreza social y carente autoestima. ¿Qué hacer en estas situaciones? 

Ante todo, reitero el extraordinario alcance de las afamadas habilidades sociales y blandas. Éstas favorecen y afianzan la interacción positiva, posibilitan el acercamiento y refuerzan la conexión humana. Su consolidación garantiza la autovaloración, la comprensión, la tolerancia, la empatía, la persuasión, la comunicación y hace realidad propósitos vitales: escuchar, conversar, preguntar, agradecer, congratular, presentarse y emprender una tertulia o cumplido. 

En tal sentido, presento sugerencias tendientes a superar estos acontecimientos que, al aceptarse como habituales, representan un ineludible obstáculo en el desenvolvimiento y en la creación de conexiones individuales y profesionales. De allí la enorme envergadura de asimilar unos pasos para vencer tan apremiante condición y, por lo tanto, proceder con solvencia y distinción. 

Ahora sí, expongo mis deliberaciones y reflexiones. Primero, llegue puntual a fin de evitar la aparente incomodidad de ser observado por los asistentes y, además, logrará que, conforme arriban, se aproximen para saludarlo. Así soslaya tener la presión de ofrecer el paso inicial. Al saludar es primordial mirar a los ojos, sonreír, dar la mano con seguridad, emitir unas agradables palabras y expresar apertura. 

Segundo, acuérdese del refrán “donde fueres, haz lo que vieres”. Contemple esta aseveración, especialmente, cuando el anfitrión exhibe diferentes tradiciones, costumbres, creencias ancestrales y religiosas. Éstas deben examinarse con detenimiento en un orbe tendiente a interactuar con ciudadanos poseedores de una composición heterogénea. Preste atención e imite lo que se ve a su alrededor, prescindiendo actuar de manera peculiar. 

Tercero, explore acerca de las características de los concurrentes con el afán de estar familiarizado e identificado. Este detalle puede ayudarlo bastante para hacerlo sentir bien y demostrar su integración colectiva. Recuerde: no siempre alternará con seres de similares aspiraciones e inquietudes. Tener solvente potencial de adaptación es una necesidad en los tiempos modernos. 

Cuarto, documéntese sobre variados y palpitantes contenidos políticos, culturales e internacionales para albergar un abanico de asuntos a tratar, en función de rasgos, expectativas y estatus de los participantes. Nunca sabrá si tendrá la inusual sorpresa de encontrar un invitado ilustrado -que rehúya triviales pláticas- capaz de abordar asuntos de profundidad intelectual. La conversación es un indicador de sapiencia y una excelente carta de presentación, escasamente valorada en una sociedad lastimada por la inopia. 

Quinto, acuda con una actitud mental positiva. Imagine las oportunidades a su alcance, los prójimos con los que intimará, los divertidos y enriquecedores instantes que compartirá, la amena charla que tal vez logre sostener y los enlaces de negocios, sentimentales o amicales que le esperan. Vislumbre como un acierto el acto que, en principio, le genera visibles recelos. Propóngase frecuentar una esfera distinta del mundo. 

Sexto, acérquese a departir con los que despierten aptitud abierta, acogedora y de preferencia que le hayan, previamente, presentado. Siempre existen invitados deseosos de alternar. Esquive el temor de propiciar una aproximación: una forma sencilla es referirse a la cercanía con el anfitrión. Es un infalible y simpático punto de partida. 

Séptimo, sea consciente de la transcendencia del lenguaje corporal y los buenos modales. Proyecta un semblante agradable, apropiada vestimenta, cortesía, espontaneidad, renuncie gestos de desconfianza hacia seres de disímiles edades, procedencias y actividades. Muestre interés alejado de prejudicios, complejos o limitaciones. Tenga presente: la etiqueta social irradia elegancia, afirma el temple, genera simpatía y singulariza. 

Octavo, olvídese de su celular por unos momentos. Obvie usarlo para intentar disimular su disminuida disposición de correspondencia interpersonal. En estas épocas es común advertir damas y caballeros -huérfanos para involucrarse con las personas- que apelan a su teléfono móvil como un antídoto. Ese gesto acentúa su ridiculez, impertinencia, precaria educación y, al mismo tiempo, describe su aislamiento y estrechez. Hace inocultable y vergonzosa su exclusión. 

Un comentario entre paréntesis: lleve un tarjetero con sus tarjetas. Será un gesto distinguido proporcionar la suya cuando surge la voluntad de continuar el trato con quienes alternó. Aconsejo un diseño y letra coincidente con su estilo; esquive adornos, esbozos y textos recargadas. En el ámbito social la señora dará la suya al señor, para que éste la pueda entregar. Acuérdese: “tarjeta que se recibe, tarjeta que se retorna”. Jamás fomente su intercambio en una mesa durante el consumo de alimentos. Hágalo al concluir la velada. Al día siguiente escriba un mensaje. 

El desarrollo de nuestros quehaceres exige una activa interacción. Es una forma de alternar amistades, ampliar nuestro entorno, enlazarnos con probables clientes, proveedores, aumentar expectativas laborales, enaltecer nuestra red de contactos, entre un sinfín de beneficios. Si somos incapaces de superar aquellos frecuentes miedos, consecuencia de la ausente solvencia en la personalidad, tendremos una barrera invencible.

Culmino citando las convenientes palabras del periodista y antropólogo peruano Jaime de Althaus, expuestas en el fascinante libro “Todo lo que las RELACIONES PÚBLICAS pueden hacer de ti…y no lo sabías” (Lima, 2020) de Úrsula Vega Benavides: “…Tener que acercarse a alguien que no conoces bien o, incluso, que no te cae bien es, para mí, por lo menos, difícil. Un verdadero esfuerzo. Pero que, finalmente, produce resultados constructivos: enriquece tu visión de las cosas y tu capacidad de comunicación con otros seres. Contra lo que mucha gente opina, el mercado al final te hace más humano. Consolida la sociedad. La hace”.

viernes, 4 de julio de 2025

¿Cinco pilares del desarrollo personal?

Durante los últimos tiempos he reflexionado acerca de aquellos componentes que, de forma concluyente, concurren en el progreso integral personal. Coincidiendo con mi reciente disertación titulada “Tu historia no te define, tus decisiones sí”, en un evento virtual de la Cámara Mundial de Conferencistas, Expositores y Oradores (CMCEO), quiero resaltar su indudable valor y cabal aplicación.

Seguramente coincidiremos en que todos anhelamos un crecimiento sustantivo y cualitativo, por encima de títulos y grados, ubicaciones jerárquicas y solvente remuneración. Sin embargo, estimo conveniente explicar cinco elementos que, desde mi perspectiva, enriquecen el mundo interior, afirman la creación humana y optimizar la convivencia social.

Las habilidades blandas.- A diferencia de los conocimientos técnicos o “habilidades duras” son rasgos de la personalidad, para actuar de manera eficaz, que combinan atributos encaminados a escuchar, dialogar, estimular, delegar, analizar, juzgar y fomentar acuerdos. Engloban facultades transversales e incluyen el pensamiento censor. Con frecuencia se confunde, desconoce o minimiza su alcance y magnitud. Asuntos como: autoestima, empatía, inteligencia emocional, temperamento, asertividad, tolerancia, son los más visibles.

Estas destrezas tienen un impacto determinante en las responsabilidades laborales y en cualquier actividad o rol emprendido. Su aplicación, sin ambigüedades, se verá plasmada en: lazos interpersonales, procesos de negociación, trabajo en equipo, resolución de conflictos, comportamiento con la pareja e hijos, etc. Está presente en cada una de nuestras acciones.

Las habilidades sociales.- Son las capacidades para actuar de modo efectivo y adecuado. Favorecen la interacción positiva, hacen posible el acercamiento, la comprensión y el afianzamiento de las vinculaciones entre los individuos. Su consolidación refuerza la autovaloración, la comunicación y facilita hacer realidad objetivos vitales.

Existen las “habilidades sociales básicas”: escuchar, iniciar una conversación, formular una pregunta, agradecer, saludar y presentarse, hacer un comentario o cumplido. También, las “habilidades sociales secundarias”: asertividad, persuasión, escucha, aptitud para transmitir sentimientos, pericia para definir problemas y soluciones. Estimo importante acotar acerca de la probabilidad de visualizar su utilidad en diversos contextos y, por lo tanto, su importancia se aprecia en cada escenario en el que interactuamos. Advierto con asiduidad una situación referida a profesionales, con altos escalones académicos, incompetentes para establecer una mínima plática debido a sus escasas “habilidades sociales”, inseguridad e incultura.

Percibo una acentuada resignación sobre la habitual carestía, altamente limitante, de estas condiciones. Personas de variadas ocupaciones laborales que, por sus quehaceres requieren un horizonte pródigo de estas cualidades, son renuentes a saludar, mostrar afables gestos, estimular una charla -por estar arropadas en su reducido y marginal círculo- e incapaces de integrarse socialmente al situarse sobreprotegidas en su zona de confort.

La vocación.-  Es la huella de nuestro paso por este mundo; es aquel propósito que nos inspira volcar nuestros talentos, competencias, aspiraciones e ideales. Optar cada individuo la suya debiera constituir una prioridad en concordancia con sus empeños y expectativas. Se va forjando desde la infancia de manera inconsciente y gradual. Soslayemos creer, como suele deducirse, que aparece en una coyuntura específica. Probablemente la revelamos en la juventud y adultez.

Esquivemos confundirla con la obtención de planes de mediano y largo plazo. Por ejemplo, erigir su propio negocio, acceder a cierto escalafón en la organización, extender los servicios o productos de su empresa, viajar por diversos sitios del mundo, entre otros. Un factor perturbador está enlazado a la injerencia de los padres deseosos de imponer la que ostentan o hubieran codiciado ejercer. A través de sus descendientes procuran cristalizar pretensiones frustradas o continuar las emprendidas. Definirla será el punto de partida para lograr nuestra felicidad.

Los valores.- Asientan un punto obligado de aprendizaje e interiorización para salir de tan punzante crisis moral. Son adquiridos durante nuestra vida por influencia del sistema educativo y el entorno. Según como fueron recibidos pueden ser estables y permanentes en el tiempo. A determinada edad definimos los que regirán nuestros actos. Representan una especie de “hoja de ruta” por donde debemos orientar nuestra conducta.

Al aplicarlos se transforman en un hábito y, consecuentemente, en una virtud. Evitemos compararlos con una “camisa de fuerza” que impide el pleno y libre desenvolvimiento. Todo lo contrario: guían nuestro cometido dentro de un conjunto de parámetros de trato con la comunidad en la que interactuamos. Del mismo modo, son principios rectores en la toma de decisiones.

La cultura.- Ofrece la condición de convertirnos en seres racionales, críticos y solventes en términos éticos. Viabiliza discernir, efectuar juicios críticos, induce la argumentación, alienta tomar conciencia de la realidad, estimula las emociones y la sensibilidad. Brinda la oportunidad de “bucear” en la intuición interior; es un medio de superación incuestionable. Sugiero insertar esta noble tarea, con particular énfasis, en las nuevas generaciones tan requeridas de emigrar de la lacerante ignorancia en la que están inmersos.

La solvencia cultural es un indicador de sapiencia, crecimiento y evolución. Es conveniente acercarnos a la lectura, la historia, el arte, la música y a entretenidos géneros literarios para desplegar ilustradas tertulias, estimular la imaginación, aumentar el vocabulario, explayar la sensibilidad y acentuar la identidad. Somos una comunidad que percibe la erudición como lejana y elitista y, por lo tanto, evitamos entender su verídica connotación. Es un conjunto excelso de portentosas experiencias significativas de añadir en nuestro cometido cotidiano.

He querido presentar mis apreciaciones sobre factores que, de tomarse en cuenta, podrían propiciar enfrentar con eficaces herramientas las innumerables vicisitudes que nos depara el destino. Si analizamos las implicancias de las variables descritas coincidamos en su inmensa repercusión e interacción en el bienestar humano y su ascendencia contra la agobiante infelicidad que, aceptémoslo, es inherente a nuestra existencia.

Nuestro paso por la vida debe dejarse llevar por la ilusión de lograr que nuestra dimensión interior esté expresada, sin ambigüedades, a través de los múltiples quehaceres emprendidos. En tal sentido, requerimos una solvente formación reservada a alimentar cada obra en la esfera externa. El “desarrollo personal” involucra (también) un sentimiento, un compromiso, una misión y una genuina entrega con el entorno social.

La vida, su vida, mi vida encarnan una magna posibilidad para esparcir sin desvelo semillas, sueños y lecciones que, especialmente, ofrezca un renacer de expectativas para los hombres y mujeres venideros. Cada uno de nosotros posee un potencial para echar las bases de un mañana esperanzador en su espacio familiar, gremial, comunitario, institucional, etc. Tenemos la exigencia ética de convertirnos en artífices de las transformaciones que demanda una sociedad sucumbida por la desidia, la actitud oblicua, la inconsecuencia y la ausencia de principios.

Culmino evocando las pertinentes palabras del egregio y recordado escritor portugués José de Sousa Saramago (1922-2010) y Premio Nobel de Literatura (1998), cuya fastuosa creación estuvo enfocada a la aguda visión del hombre y el mundo contemporáneo: “Estamos destruyendo el planeta y el egoísmo de cada generación no se molesta en preguntar cómo van a vivir los que vienen después. Lo único que importa es el tiempo de hoy. Esto es lo que yo llamo la razón de la ceguera”.