lunes, 7 de abril de 2025

La mesa, revelador espejo personal

En anteriores artículos me he referido con prolijidad a la interesante, compleja, vigente y, para algunos, temida cuestión del comportamiento al consumir alimentos en la mesa. Como es obvio son incontables las sugerencias y pautas de urbanidad, de fácil repaso, en estas circunstancias. 

Tradicionalmente es un espacio de encuentro, afinidad, negociación y celebración de sucesos de enorme trascendencia en la historia de la humanidad. Tan solo evoquemos la afamada obra “La última cena” del genial Leonardo da Vinci -realizada entre 1495 y 1498- que permanece en la pared sobre la que se pintó en el Convento de Santa María delle Grazie (Milán, Italia) o la “Mesa Redonda” del rey Arturo, conocido como “Arturo de Bretaña”, un renombrado personaje de la literatura europea que se reunía con caballeros para discutir contenidos concluyentes del reino. 

Es un lugar vinculado a nuestra biografía del que atesoramos un sinfín de vivencias. Desde una conmemoración de cumpleaños, aniversario de bodas, cenas navideñas, enriquecedoras conversaciones, anécdotas, risas, declaraciones amorosas, momentos amicales y de intimidad familiar. 

Antes de empezar, reitero un comentario: declinemos concebir la etiqueta social desde una óptica elitista, frívola y efímera. En tal sentido, ésta propone orientaciones encaminadas a hacer agradable e impecable una velada. Está conexa con las destrezas sociales y blandas, la sapiencia, la formación y los valores; aspectos eludidos de recalcar por abundantes instructoras con una empecinada visión limitada de esta temática.

Es indudable que nuestro proceder es importante e incluso determinante en la percepción de nuestra imagen. No obstante, evadiré circunscribirme únicamente a la etiqueta en la mesa. En esta ocasión mi intención es más ambiciosa y vasta: intento subrayar lo que inconscientemente mostramos en estos acaecimientos. 

Desde mi perspectiva, exteriorizamos conspicuos detalles de la personalidad. Es decir, permite prestar atención y percatarnos de rasgos que, en otros intervalos, son factibles de ocultar o disimular. Cuando más reducida es la congregación de comensales, más se advertirá nuestra actuación. Ahora entiendo, con mayor profundidad, el pánico de ciertas personas -de múltiples edades, quehaceres y procedencias- en estas situaciones. Seguidamente, mis reflexiones. 

Primero, las “habilidades sociales” son puestas en evidencia con notable énfasis. Es una genial oportunidad para conocer prójimos, compartir instantes de deleite, afianzar lazos particulares o profesionales, departir de asuntos ajenos a los propios, extender nuestra red de contactos, interactuar con quienes provienen de distintas actividades, regiones, etc. Sin embargo, observo en hombres y mujeres un palmario y asiduo miedo a desconectarse de su “zona de confort” para desenvolverse con solvencia. Con angustia necesitan apelar a una suerte de “paraguas” de protección para socializar y disimular su exigua idoneidad interpersonal. 

Ilimitadas damas suelen “guardar sitio” al apostar sus carteras en las sillas colindantes. Recuerde: no se sientan juntas una pareja, dos damas, dos varones, dos sujetos enemistados o que no hablan el mismo idioma. Esa pegajosa y reprochable rutina de crear infalibles grupos restringe el acercamiento entre los participantes y visibiliza inseguridad. Si están colocados letreros con los nombres de los concurrentes, esquive la impertinencia de cambiarlos para coincidir con el individuo de su preferencia. El anfitrión es el único autorizado a disponer las ubicaciones de sus invitados. 

Segundo, las “habilidades blandas” también se expresan cuando experimentados instantes de incomodidad, tensión o discrepancia con los asistentes o encargados del servicio. Presto especial atención a quienes soslayan apartar la mirada de su plato de comida y divisar a los presentes, así como manifestaciones de disminuida autoestima, recelo, incomodidad, rigidez, intolerancia o escasa inteligencia emocional: representa un descriptivo “termómetro” o “test psicológico”. 

Tercero, la “cultura” se pondrá al descubierto en la calidad de la tertulia. Una seductora e ilustrativa proviene de los que ostentan elevado perfil intelectual y, además, pericia y holgura para adaptarse al entorno. Es un elemento explícito de los atributos de cada ser humano. Ello es infrecuente cuando predominan, como sucede en estos tiempos, recurrentes y exiguas charlas domésticas, mundanas, huérfanas de sapiencia, desagradables, indiscretas y desacertadas. Viene a mi mente el atinado título del discurso del ilustre dramaturgo español Federico García Lorca “Dime qué lees y te diré quién eres” (1931), pronunciado en la inauguración de una biblioteca pública en su natal Fuente Vaqueros (Granada, España). 

Cuarto, la “educación” será otro componente a traslucir y, especialmente, los excelsos modales deben exhibirse con naturalidad, espontaneidad y afabilidad como un estilo de vida, con la intención de lograr una sana y apacible convivencia. La finesa se manifiesta, cuando es auténtica, con serenidad, sencillez y sin alardes o exageraciones, sin prescindencia de la confianza, afinidad o informalidad imperante. Es imposible un desenvolvimiento correcto a partir de estados anímicos, intereses o coyunturas. 

Quinto, valores como la “generosidad” y la “gratitud”. La capacidad para superar un incidente, la afabilidad en el agradecimiento, el lenguaje corporal y el tono de voz denotan estos sólidos principios. Al mismo tiempo, la puntualidad retrata su organización y disciplina; la pulcritud y vestimenta proyecta su esmero y elegancia; la cantidad de comida que se sirve de la fuente comunica su empatía o egoísmo; el plato y licor apetecido describe sus gustos; el modo de comer dirá de su crianza; la propina grafica su bondad; el halago al anfitrión indica su reconocimiento. No lo olvide: nuestros actos son una “carta de presentación”. 

En síntesis, es una esfera de la que nadie está ajeno y que coadyuva a descubrirnos. Sería aconsejable trabajar lo comentado, con exhaustividad y espíritu introspectivo, a fin de valorar sus posibles impactos y, por lo tanto, aprovechar cada acontecimiento para revelar nuestra identidad con firmeza, autenticidad y convicción. Tenga presente la pertinente aseveración de la memorable actriz mexicana Dolores del Río: “Cuida tu belleza espiritual interna. Eso se reflejará en tu cara”.

domingo, 23 de febrero de 2025

¿Qué es la elegancia?

La Real Academia Española (RAE) puntualiza la “elegancia” así: “Es la cualidad de ser elegante, es decir, de tener distinción, refinamiento, gracia, estilo, garbo, finura, gentileza, gusto, delicadeza”. Esta palabra proviene del latín elegantia y expresa "buen gusto" o "refinamiento"; deriva del verbo eligere, que significa "escoger" o "seleccionar". 

Al respecto, la primera impresión general está referida a la óptima vestimenta y apariencia. De allí que, al abordar este tema, es frecuente vincularlo con el buen gusto para seleccionar la ropa adecuada en concordancia con la hora, edad, clima, lugar, características físicas y acontecimiento. Este término se ha circunscrito solo con el atuendo: esto es un error. Sin embargo, esta percepción equivocada merece la especial atención de innumerables hombres y mujeres. 

En esta distorsión tienen directa responsabilidad aquellos cuyo discurso se encamina hacia ese propósito. En tal sentido, ratifico lo afirmado en anteriores ocasiones: se ha contribuido a restar importancia a un asunto de imponente dimensión e implicancia. Se omite entender y valorar, desde una perspectiva más amplia, su real connotación. 

Convendría propalar la utilidad de la “elegancia”, como parte de múltiples nociones, en el proceso formativo desde los niveles más básicos. Por lo tanto, en el sistema pedagógico y en el entorno familiar debiera estimularse su aprendizaje. Una observación: para aleccionar se requiere albergar normas, creencias, virtudes y maneras de convivir con nuestros semejantes predestinados a potenciar este concepto. 

A la luz de un sencillo análisis concluiremos que cuantiosos individuos soslayan, en un sinfín de escenarios, exhibir un perfil capaz de garantizar una óptima educación a las nuevas generaciones. Es un asunto incómodo e inconveniente considerando la ausencia de agudeza intelectual para analizar la conducta humana y su compatibilidad con las habilidades blandas. 

La “elegancia” esquiva tratarse de una cuestión frívola, superficial y elitista y, además, enlazada en función de jerarquías, procedencias o peculiaridades socioeconómicas. La advierto como una manera de proceder en el campo íntimo, social y empresarial. A continuación, comparto mis impresiones concernientes al rol de un vocablo que aconsejo merecer introspectiva atención en todos nosotros, sin distinción de sexo, edad, origen y actividad que llevemos acabo. Describo situaciones que puede serle conocidas. 

La manera de comunicarnos, aunque pase inadvertida para algunos, denota la “elegancia” personal. No solo es esencial lo expuesto; la forma de transmitir nuestro mensaje oral refleja la formación, la cultura, la composición emocional, entre otros alcances. El tono de voz, la dicción, la seguridad, la mirada y la sonrisa permiten visualizar detalles circunscritos con la personalidad. 

El apego a la cultura en sus variadas manifestaciones como la pintura, la literatura, la música, la lectura, etc. representa un termómetro de la “elegancia” de un ser humano comprometido con su desarrollo y superación. Ésta engrandece la conciencia crítica, fortalece el temperamento, expande las destrezas blandas, impulsa las capacidades reflexivas y facilita una visión más compleja del mundo. 

La reacción ante situaciones de tensión, conflicto o discrepancia revela la genuina “elegancia”. En estas eventualidades se aprecia la inteligencia emocional, el temple, la urbanidad y amplitud de convivencia. Un prójimo puede albergar títulos académicos, crecimiento profesional y excelente apariencia. Pero, en estas peripecias su actuación definirá su fidedigna identidad. 

Practicar gestos, inusuales en nuestros días, como retribuir una invitación, enviar una esquela de felicitación y/o saludo en ciertas efemérides, entregar un obsequio en momentos especiales, remitir un texto de agradecimiento acompañado de unas flores, llevar un postre y/o botella de licor para compartir cuando somos invitados en una ocasión familiar o amical, son magníficos detalles que denotan “elegancia”. 

Honrar la palabra y poseer elevados principios, sentido del honor, la dignidad y cumplimiento del deber, simbolizan su “elegancia”. Es común sortear darte significación como afirmación de la lacerante crisis moral que aturde al mundo contemporáneo. Los sólidos valores y el elevado sentido de la ética son cualidades que realzan y distinguen. Al mismo tiempo, de constituir un referente inspirador. 

La “elegancia” posibilita presumir, con autenticidad y sencillez, nuestra imagen, estilo y actitud. Obviemos intentar adquirirla a través de un manual o en cursos de capacitación; recomiendo forjarse desde el espacio espiritual y trasladarse, con coherencia, transparencia y fluidez, en los actos externos. Se alimenta de nuestros positivos sentimientos hacia el prójimo y el entorno en el que habitamos. 

Es una “carta de presentación” que conviene integrar en nuestras prioridades, afanes e ilusiones con la intención de enriquecer nuestra forma y calidad de vida. Es categórica en nuestro bienestar personal y colectivo. Amigo lector, lo invito a meditar acerca de las aseveraciones del recordado conferencista mexicano Miguel Ángel Cornejo: “La realización es la expresión plena de nuestras potencialidades, y el único camino para lograr la excelencia, es tener el valor y el coraje de extraer lo mejor de nosotros mismos”.