martes, 3 de octubre de 2017

El “educado” beso del ministro de Educación

Dos recientes sucesos me brindan elementos para analizar la vigencia de comportamientos impropios. El nuevo titular de Educación, Idel Vexler, al concluir la ceremonia de transferencia se dirigió a Marilú Martens y le dijo: “Muchas gracias Marilú por tu trabajo. Y esta es tu casa, ven cuando quieras. Quiero que me visites lo más que puedas; es más, con una ministra tan hermosa” y procedió a besarla en la cara.

Probablemente fue una manifestación de afabilidad. Tratándose de una actividad que amerita estrictas formalidades, resultó indudable la contrariedad de Martens. Al respecto, la saliente funcionaria aseveró: “…Justo lo conversaba con mis hijos. Esos son atributos machistas de generaciones como las del ministro Vexler, que ya los chicos de ahora los rechazan y que no deben darse en estos espacios de trabajo. Fue incómodo, estábamos en un espacio de trabajo. No creo que la intención del ministro haya sido mala, pero creo que nunca me referiría así a un ministro al que le hago la transferencia. Creo que uno se puede referir a atributos más importantes".

En sus primeras declaraciones, en lugar de exponer asuntos del sector, el ministro ha debido rectificarse diciendo: “Quiero expresar que guardo el más profundo respeto por las mujeres y que rechazo el acoso en cualquiera de sus formas”. Ha inaugurado su gestión aclarando un incidente ausente de miramiento, más aún con su amplia experiencia en la esfera estatal.

En el Congreso de la República se produjo un cuestionamiento acerca de un episodio similar. Durante la sesión de la Comisión Lava Jato se registró un impase debido a una interrogante del legislador Víctor García Belaunde a la ex autoridad de la municipalidad de Lima, Giselle Zegarra. “El señor Léo Pinheiro -ex presidente de OAS- trataba con familiaridad a la señora Giselle, la trataba de besos (…) ¿Usted suele besarse con todos sus clientes señora Zegarra?”, preguntó el asambleísta.

La ex servidora indicó sentirse ofendida por las palabras del parlamentario y, luego de responder entre lágrimas, decidió abandonar el recinto alegando problemas de salud. A mi entender, cabe discutir: ¿Qué clase de vínculo tiene entre una trabajadora edil y el presidente de una empresa privada que le envía besos en sus comunicaciones? A todas luces no es pertinente y, además, esta relación puede prestarse a erradas y capciosas deducciones.

No es la primera vez que estos gestos se dan en el controvertido ambiente político. Hace unas semanas la lideresa de la oposición acudió a entrevistarse en Palacio de Gobierno. Al saludar a Pedro Pablo Kuczynski, Keiko Fujimori extendió la mano con firmeza; no obstante, el primer mandatario se aproximó para besarla en su mejilla lo que tal vez en otras épocas -cuando ambos eran aliados electorales- sería usual. Al parecer, el actuar de la ex candidata fue ignorado.

Han existido jefes de Estado propensos a besar a las damas. El más llamativo estuvo protagonizado por el presidente Alejandro Toledo Manrique en su visita a los reyes de España, Juan Carlos y Sofía (2004). Nuestro efusivo gobernante saludó con dos besos, uno en cada mejilla, a la reina dejando desconcertados a los asistentes. Al intentar justificarlo, el canciller peruano Manuel Rodríguez Cuadros comentó que los mandatarios pueden tener licencias afectivas en función de su nivel de amistad. ¡Nada más inexacto!

Besar es un vicio frecuente en la región latinoamericana. Recordemos el encuentro celebrado en nuestra capital con los jefes de gobierno de México, Felipe Calderón Hinojosa; Colombia, Juan Manuel Santos Calderón; y Chile, Sebastián Piñera Echenique con motivo de la Cumbre de Lima (2011). En aquella cita, en un aparte, los tres invitados extranjeros recibieron en la Casa de Pizarro a los candidatos presidenciales Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Calderón y Piñera jalaron a la postulante de Fuerza 2011 y a Nadine Heredia, esposa del aspirante de Gana Perú, para darles un beso.

El dignatario de Colombia atravesó un trance bochornoso al sufrir el desplante de la hermana del subintendente de la Policía Jorge Eliécer Álzate, fallecido en enfrentamientos con las FARC, en el homenaje a las víctimas del conflicto armado en ese país (2015). Santos pretendía, al entregarle una medalla a la dama, darle un beso; ella lo rechazó. El listado de esta clase de ligerezas es inmenso.

El besuqueo se ha convertido de una cotidiana impertinencia. También, hay señoras deseosas de ser besadas en momentos inoportunos. A decir verdad, en la mayoría de veces son los varones los ansiosos por atraer la mano de la mujer para besarla. Es imprescindible obrar con prestancia en acontecimientos observados por la opinión pública. Nuestros gobernantes debieran evitar actitudes machistas e inelegantes y, especialmente, considerar que los piropos deben desencadenarse en el contexto idóneo.

Actuemos con estilo y desterremos estas usanzas. A nivel empresarial y gubernamental demos la mano con cortesía y soslayemos pegajosas expresiones de familiaridad. Estamos obligados a respetar el espacio vital de una mujer y obviemos forzar un contacto que no nos ha sido autorizado. Acuérdese: la sobriedad es sinónimo de distinción.

En consecuencia, reitero lo explicado en mi artículo “Los ‘horrores’ de la etiqueta social”: “…Quinto ‘horror.com’: el empleo del beso. Eso me trae a la memoria la frase de mi dilecta colega Carolina Mujica: ‘El Perú es un besodromo’. Al peruano le cautiva jalar a las damas para besarla; la señora determina cómo desea ser saludada. Veo a menudo caballeros ansiosos por besar a compañeras de trabajo, anfitrionas, camareras y hasta al personal de limpieza de sus empresas y hogares. Si la mujer estira el brazo para dar la mano, allí concluye el saludo. Por favor, emplee un ápice de criterio, urbanidad y sentido común”.

En actos formales saludemos con mesura. Los profesores de etiqueta social aconsejamos, muchas veces sin éxito, saludar de mano y al extenderla, el trato será agradable, seguro y prescinda apretar demasiado, ni por bastante tiempo. Éste describe nuestra personalidad y se convierte en nuestra tarjeta de presentación. Insisto en hacerlo con espontaneidad y fluidez. Es el primer puente para lograr una impecable reciprocidad.

Un comentario a manera de colofón: debido a la embarazosa coyuntura producida en el portafolio de Educación, pasó inadvertido el asertivo, lúcido y proverbial mensaje de la “ministra tan hermosa”: “…Vamos a seguir trabajando para que este país sea un país correcto. Y que nuestro congreso se llene el día de mañana de los chicos que nosotros educamos, que tengamos en ese congreso chicos educados, con una visión de país. Que cuando vayamos a un congreso a una interpelación, una comisión, la gente que nos escuche tenga eso en la cabeza, que la educación sea lo primero".

 La docencia y la etiqueta social: ¿Desencuentros?

Desde hace mucho tiempo pretendía escribir, a partir de mi vivencia y observación cotidiana, acerca del comportamiento -por momentos singular, deslucido y variopinto- en el ámbito educativo. Anhelo ilustrar con esta contribución explícita de mi honestidad intelectual.

  El profesor -cualquiera sea el nivel de educación al que esté abocado- debe constituir un prototipo estimulante en sus discípulos. Este objetivo demanda bastante más que, únicamente, conocimientos y actualizadas especialidades. Requiere un determinado perfil moral, cultural y emocional en ocasiones ausente. En sinnúmero de veces prevalece, en el proceso de selección y asignación de la carga horaria, el amiguismo, la recomendación y la subjetividad. En 15 años de ejercicio pedagógico lo asevero sin ambigüedades.  

Es importante que los educandos reciban enseñanzas orientadas a garantizar un cabal adiestramiento y, además, debemos darles lecciones de modales, cortesía, valores, autocontrol emocional y pericias blandas. Moldear un profesional exige, primero, concebir una persona íntegra. De allí la trascendencia de la etiqueta social como una praxis destinada a mejorar la convivencia social y la preparación del ser humano. El aula de clase es un excelente escenario para ese noble objetivo.  

Sin embargo, la realidad es adversa: empezando por las carencias del docente. Convivo con quienes ni saludan o despiden al entrar y salir de las salas de profesores. En ciertas oportunidades he coincidido en esta preocupación con respetables colegas y nos hemos preguntado: ¿Cómo harán al ingresar a sus aulas? ¿Cómo tratarán a sus alumnos? Una expresión inocultable pobreza e inopia. El saludo es el primer impacto que causamos: por lo tanto, corresponde hacerlo con deferencia y corrección.        

Deseo compartir una anécdota: miro a personajes que, presionados por el entorno, cumplen con la formalidad de saludar diciendo “buenas” y proyectan una actitud hostil y apática. Por cierto, la amabilidad siempre está excluida de sus existencias. No obstante, hace un tiempo llegó la esposa del dueño de la institución (una especie de Nadine Heredia) y para sorpresa mía florecieron impensados y efímeros aires de prodigiosa gentileza. Solamente les faltó limpiarle la silla, cederle el asiento -que rehúyen otorgar a otras damas-, ofrecerle café y galletitas.   

Nuestro desempeño es observado con agudeza y discreción. En tal sentido, los gestos que ejecutamos, positivos o negativos, son vistos aun cuando el auditorio simule no percatarse. El alumno nos echa un vistazo de los pies a la cabeza desde el primer minuto que pasamos al recinto de clase. El lenguaje gestual, la mirada y la forma de comunicarnos, definen nuestra personalidad y estado anímico.  

Es imprescindible lucir impecables, desenvueltos, seguros, sencillos, con capacidad empática y renunciar a manifestaciones de autoritarismo y prepotencia. Existen catedráticos brabucones y altaneros con sus pupilos y serviles con las autoridades académicas. Un curioso y bipolar obrar propio del controvertido “reino de perulandia”.   

Aprovecharse de su aparente jerarquía para humillar, maltratar y ofender es una falta que corresponde desterrar y ante la cual los alumnos no deben permanecer callados, como sucede en ciertas coyunturas. Tienen la obligación de darse su lugar como clientes a los que se proporciona un servicio enmarcado en la consideración. En el salón de clase todos estamos obligados a acatar las normas conducentes a garantizar una adecuada relación interpersonal. ¡Todos!  

Dentro de este contexto, la discriminación está presente de una forma asolapada en algunas situaciones. Por ejemplo: docentes que tratan con distancia y aspereza al estudiante de la universidad pública a diferencia de su relación con el proveniente de una entidad educativa privada de elevado status. Incluso tienen una súbita afabilidad y urbanidad hacia la alumna guapa en contraposición con la relación establecida con el joven mestizo. Esto no es coincidencia; es parte de una injusta y reprochable realidad que estamos obligados a revertir.  

Sugiero soslayar acudir con el atuendo de un domingo a las ocho de la mañana para hacer compras en un supermercado. Miro profesores en el aula con sus galletas, porciones de tortas, chicles y caramelos. Solamente falta su vaso de maca y unos panes con torreja y queso paria para convertir su escritorio en una mesa de comedor. He visto pintarse las uñas o hacer y recibir llamadas telefónicas, con la más inmutable naturalidad, mientras sus alumnos resuelven una práctica calificada.  

Es pertinente exhibir renovada información, amplia cultura general y suscitar confianza y credibilidad. Igualmente, la puntualidad es muestra de respecto y organización. Conozco quienes marcan tarjeta a la hora exacta, desayunan en la cafetería y pasan al aula quince minutos tarde sin la más exigua vergüenza y ante la mirada absorta del alumnado. La típica e irrenunciable “viveza criolla” de quienes, por coincidencia, son los más afanosos en insinuar mayores horas de clase y aumento de sueldo.  

Reitero: nuestra misión va más allá de una jornada de clase. El que concibe este quehacer como un medio para cubrir su presupuesto, debiera buscar otra ocupación en la que esté cómodo. Un consejo: puede competir con libertad con los hermanos venezolanos vendiendo arepas en una céntrica calle limeña. Así despejamos esta inestimable realización laboral de tan lacerante mediocridad.  

Está en nuestras manos ayudar al alumnado con apropiados gestos como sonreír, agradecer, felicitar, alentar, persuadir, responder sus consultas, correos electrónicos y, principalmente, con el testimonio de un proceder decente, honorable e intachable. Es una de las más hermosas satisfacciones de esta tarea.  

Nuestra conducta debe guardar coherencia y dignidad. Rechacemos portarnos como los padres de familia que le indican al hijo “no digas mentiras” y cuando suena el teléfono exclaman “di que no estoy”. Estos sucesos hogareños reflejan la inconsistencia ética de nuestra sociedad ante la que debiéramos sublevarnos sin temores, ni abdicaciones. Exterioricemos nuestras opiniones con sinceridad e hidalguía en las sesiones de trabajo. Es habitual guardar mutismos sumisos y encubridores y, únicamente, al salir de la reunión efectúan ácidos comentarios en los pasillos. El típico y asustadizo “pacto infame de hablar a media voz”, tan común en “perulandia”.    

Este fantástico quehacer ofrece la extraordinaria posibilidad de influir en nuestro público receptor y facilita transmitir aportes encaminados a optimizar su formación como seres humanos y, por lo tanto, nos incumbe esparcir semillas de renovadas inquietudes, empeños y perspectivas. Asumir una actuación caracterizada por la urbanidad y la afabilidad serán altamente enriquecedores para los estudiantes.  

Por último, reitero lo explicado en mi artículo “En el Día del Maestro: Decálogo del ‘buen’ profesor” (2012): “…El desenvolvimiento de la pedagogía demanda, esencialmente, estándares morales que sean observados por el alumno como un referente que inspire fe, ilusión y credibilidad para su porvenir. Nuestra tarea no consiste en transmitir conocimientos, cifras y datos: nuestra misión es constituirnos en un ejemplo personal y demostrarles, con la consecuencia de nuestra conducta, que la vida es mucho más que un título académico y un número acumulado de horas de prácticas. Esa es la razón que debe inspirar a dedicarnos a esta noble misión. ¿Algún día será entendido así?”.  

“…La formación de los alumnos debe incluir, igualmente, el ejercicio del pensamiento, la actitud crítica y el cuestionamiento reflexivo. Todo ello, facilitará formar una sociedad de profesionales libres y capaces de defender sus derechos y de levantar su voz valiente de protesta ante la injusticia y el abuso. Ese es un objetivo central de la enseñanza en una sociedad sumisa, invertebrada e insolidaria como la nuestra. No solamente hay que darles información sino elementos indispensables para abrir sus ojos ante el engaño, la arbitrariedad y las vicisitudes del mañana”. Bienaventurados quienes luchan -sin desmayos, ni treguas- por hacer de cada encuentro académico una jornada en la que entregan talentos, entusiasmos y destrezas en su preclaro afán de forjar un mañana esperanzador.