domingo, 13 de marzo de 2011

¿Sabe usted comportarse en la iglesia?

Este es uno de los temas que, por mi formación como integrante de la Iglesia Católica, he deseado desarrollar desde hace algún tiempo. Simultáneamente, creo oportuno tratarlo en vísperas de la celebración de uno de los acontecimientos más importantes en la historia del cristianismo: la Semana Santa, que nos recuerda el sacrificio de Jesús por la salvación de todos nosotros.

Por definición el pueblo católico debería comprender que el templo es un lugar de oración, recogimiento y acercamiento a nuestra devoción cristiana. Es un espacio para relacionarnos con Dios y en el que, las formas expresan nuestra obediencia hacia la Casa del Señor. No obstante, compruebo -cuando concurro a una celebración religiosa- la conducta incorrecta de la inmensa mayoría de fieles que acuden por “vocación” u “ocasión”.

En este sentido, deseo compartir las palabras del R.P. argentino Eduardo Volpacchio (ordenado por Juan Pablo II en 1987), cuando afirma: "…’Las formas forman’ si se les pone contenido -es amor, no mera formalidad- y si se entiende la razón de ser de cada una. Todo pretende ser expresión de respeto y amor a Dios. Jesús resume toda la ley de Dios en un solo mandamiento: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con toda tu alma’. Amar a Dios con todo nuestro ser y nuestra vida. Obviamente incluye nuestros gestos. El amor se nota. En la iglesia hay unas normas litúrgicas que garantizan el cuidado del culto a Dios. Una especie de ‘protocolo’ para lo sagrado: modos cómo debemos tratar a Dios y las cosas de Dios…”

No dejo de quedar sorprendido e indignado ante el ordinario proceder de los que van al templo y asumen una conducta que podría ser válida en un teatro o auditorio público. La falta de solemnidad es evidente en nuestros días. Sin mencionar la vestimenta cada vez más inoportuna que, especialmente, lucen en verano damas y caballeros. El respeto se muestra también en la apariencia e higiene que empleamos. Hace unos días asistí a la misa de año por el deceso de un tío muy querido y sus hijos estaban vestidos como para ir al estadio nacional y, por cierto, no pudieron decir correctamente las lecturas y peticiones. Al cruzar el altar lo hacían, en sucesivas ocasiones, como quien pasa por la platea de un cine. No tuvieron el más mínimo de los miramientos al lugar en donde estábamos.

Para empezar a la Casa del Señor se ingresa y permanece en silencio antes y durante la liturgia. No es correcto saludar a creyentes conocidos, hablar por teléfono, ver sus mensajes de texto, voltear a mirar el coro, conversar mientras llegan los concurrentes, cruzar las piernas, masticar chicle, asumir una actitud con poca observancia, entre otros “habituales” e indecorosos gestos.

Si se incorpora mientras se está en las lecturas espere en la entrada. Puede buscar asiento durante el salmo responsorial cantado o la aclamación del evangelio. Los pasillos laterales serán utilizados en estos momentos para no distraer. Los menores siempre se sentarán con sus padres o adultos a fin de aprender cómo participar. Los coches de niños deben permanecer afuera para no obstaculizar los caminos. Si no tiene con quien dejar a sus hijos en casa, no acuda al templo. Su presencia será un estorbo a los que desean orar, usted no podrá concentrarse y su familiar generará distracción y ruidos impertinentes. Tenga sentido común y no vaya acompañado de quienes causen malestar en una ceremonia religiosa.

Cuando entra a la iglesia evite tener las manos en los bolsillos. Hágalo con una actitud considerada y realice una reverencia al altar antes de sentarse en la banca. Si, por alguna razón, atraviesa el sagrario efectúe una genuflexión. Mantenga los reclinatarios arriba, a menos que necesite arrodillarse. Así evitará que se ensucien y dañen. Para recitar la Oración del Padre Nuestro, numerosos tienen la tradición de agarrarse las manos. Esta “costumbre” no ha sido recomendada en las Instrucciones Generales del Misal Romano y se ha convertido en una práctica para mucha gente. Usted no está obligado a hacerlo.

Amigo lector, el Signo de Paz es, únicamente, un saludo simbólico. Lo correcto es ofrecerlo al semejante que está a su derecha e izquierda, nada más. No haga de este instante un desorden y, por lo tanto, una distribución de besos y abrazos a amigos y allegados. Reitero, es un saludo de nuestro deseo por la paz de Cristo en nuestras vidas y en el mundo. Si está acompañado de menores, enséñeles a actuar con corrección en cada acto de la homilía.

Cuando se realice la comunión permanezca callado si no comulga. Con frecuencia observo prójimos -de todas las edades y estatus- que creen que al no recibir la eucaristía, pueden “aprovechar” para charlar, mirar el celular, el reloj y establecer un breve diálogo con sus compañeros de banca. Si va a la iglesia hágalo para orar, no para “cumplir”. Muestre su nivel de cultura y educación en una esfera sagrada para los católicos.

Un par de comentarios finales. No se retire antes que el sacerdote, al salir de su banca haga una inclinación con la pierna derecha. Evada saludar (solo hará una venía) y conversar durante su salida de la iglesia. Tenga presente que está en Casa de Dios, no en un evento social o recreacional. Sea sobrio, cortés y demuestre genuina circunspección en este recinto. Como decía el filósofo francés Blaise Pascal: “Esforcémonos en obrar bien: he aquí el principio de la moral”.

sábado, 5 de marzo de 2011

A propósito de “educación” en la oficina

La óptima formación integral de un profesional amerita exhibirse en todo ámbito, lugar y circunstancia. Como lo he comentado -en anteriores artículos y de manera reiterada- hay individuos que creen que los buenos modales están “reservados” solo para determinadas ocasiones de la actividad personal y laboral. Es decir, en función de intereses y conveniencias y, además, de manera prejuiciosa.

Existen sujetos que consideran que en la oficina pueden asumir informalidades amparándose en el “inmejorable” clima amical entre quienes comparten responsabilidades y ocupaciones. Nada más equivocado y recuerde: La sede de su trabajo no es un club social. Nadie espera que actúe robotizado y aislados unos de otros. Siempre hay oportunidades en los descansos -al principio de la jornada, en el almuerzo y al final del día- para conversar e indagar por la familia, los planes de fin de semana, etc. Es natural que sienta más amistad por ciertos colegas que por otros, pero procure evitar que alguien se perciba aislado. No forme círculos excluyentes y sectarios.

En la empresa no deben darse conductas o tratos excesivos de familiaridad y acercamientos que desvirtúen la armónica vinculación entre similares, jefes o subordinados. No importa la escala de jerarquías de la entidad. Se recomienda sobriedad, mesura y discreción. Una persona educada no recoge ni transmite rumores. Eso perjudica su imagen y de la institución y, por lo tanto, contribuye a gestar un ambiente interno no conveniente.

No hable -como sucede en entidades, incluso educativas, donde laboro- de problemas de pareja, crisis económica, divorcios, etc. de sus compañeros. No está autorizado a transmitir los males que aquejan la vida privada de otros miembros de la corporación que le hayan confiado sus intimidades. Reitero, sea discreto y no se convierta en el locutor principal de la conocida “radio bemba”.

Se sugiere desarrollar un trato cordial, afable y demostrar deseos de integración y participación en equipo a fin de hacer prospera sus funciones y el mutuo respeto que debe caracterizar a los integrantes de una organización. Según la experta Vanesa Palomino de Tasa Wordwide SAC Perú, se recomienda tener presente, entre muchas otras, estas pautas: “…Controle el volumen de sus conversaciones; cuídese de no exponer públicamente las conversaciones telefónicas personales y los emails también se deben manejar con reserva; su mejor apuesta para ser tratado como un profesional en el trabajo, es mantener sus conversaciones en el plano profesional; evite tener en su oficina o escritorio artículos que no contribuyan de una manera positiva a la imagen de la oficina; mantenga su área de trabajo personal siempre limpia y ordenada”.

Lo dijo al iniciar esta nota y, nuevamente, insisto: La buena educación no conoce diferencias. Trate con corrección y deferencia al cliente (joven o adulto), no tutee inconsultamente (puede incomodar y no es profesional hacerlo), evite refunfuñar de su quehacer (parecerá carecer de capacidades adecuadas para su puesto), sea puntual (eso significa llegar antes de la hora para arreglar su escritorio, prender la computadora, ir al baño, servirse un café, etc.), preste atención a su apariencia y vestido.

El lenguaje de la vestimenta es un esencial código de comunicación no verbal que describe su personalidad, gusto, estilo, autoestima y temperamento. En conclusión, no subestime la trascendencia de velar por su excelente presentación, incluso si en su empleo no está en contacto con el público. Vístase con sobriedad, sin escotes atrevidos, mangas cero, mini faldas, blusas transparentes, prendas apretadas, maquillaje excesivo, etc. No se encuentra en una discoteca, ni en una actividad social un sábado en la noche. Si usa uniforme obvie hacer modificaciones -con la finalidad de parecer más “atractiva”- como subir la altura de la falda. Demuestre su real profesionalismo.

Un asunto final. Trate con cortesía al más humilde de los servidores y no establezca interesadas e inelegantes discriminaciones como sucede en nuestro medio. Sea abierto y agradable en su relación con los demás. A la hora del almuerzo no ponga su celular como cubierto (incomodará a sus semejantes), hable de temas positivos, deje de quejarse -delante de extraños- de asuntos internos de la oficina y distíngase por su permanente espíritu de cooperación.

Si es jefe, predique con su ejemplo, mantenga la compostura y eso lo hará ganarse respeto y credibilidad; prescinda exigir normas de conducta a otros cuando usted las incumplirá; felicite, aliente y estimule a sus colaboradores; evite tener “preferidos”; no se haga de la fama de gustarle estar rodeado de guapas jóvenes en lugar de personas capaces, eso lo desacredita; sea honesto en sus realizaciones y asumirá un liderazgo esperanzador. En una empresa es habitual -por razones culturales- que todos se hagan los “ciegos, sordos y mudos” al comentar su gestión. Pero, eso no significa que no se den cuenta –con plena seguridad- de su actuación. Por último, tenga presente las expresiones del político norteamericano del siglo XVIII, Benjamín Franklin: “El camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro”.