viernes, 4 de julio de 2025

¿Cinco pilares del desarrollo personal?

Durante los últimos tiempos he reflexionado acerca de aquellos componentes que, de forma concluyente, concurren en el progreso integral personal. Coincidiendo con mi reciente disertación titulada “Tu historia no te define, tus decisiones sí”, en un evento virtual de la Cámara Mundial de Conferencistas, Expositores y Oradores (CMCEO), quiero resaltar su indudable valor y cabal aplicación.

Seguramente coincidiremos en que todos anhelamos un crecimiento sustantivo y cualitativo, por encima de títulos y grados, ubicaciones jerárquicas y solvente remuneración. Sin embargo, estimo conveniente explicar cinco elementos que, desde mi perspectiva, enriquecen el mundo interior, afirman la creación humana y optimizar la convivencia social.

Las habilidades blandas.- A diferencia de los conocimientos técnicos o “habilidades duras” son rasgos de la personalidad, para actuar de manera eficaz, que combinan atributos encaminados a escuchar, dialogar, estimular, delegar, analizar, juzgar y fomentar acuerdos. Engloban facultades transversales e incluyen el pensamiento censor. Con frecuencia se confunde, desconoce o minimiza su alcance y magnitud. Asuntos como: autoestima, empatía, inteligencia emocional, temperamento, asertividad, tolerancia, son los más visibles.

Estas destrezas tienen un impacto determinante en las responsabilidades laborales y en cualquier actividad o rol emprendido. Su aplicación, sin ambigüedades, se verá plasmada en: lazos interpersonales, procesos de negociación, trabajo en equipo, resolución de conflictos, comportamiento con la pareja e hijos, etc. Está presente en cada una de nuestras acciones.

Las habilidades sociales.- Son las capacidades para actuar de modo efectivo y adecuado. Favorecen la interacción positiva, hacen posible el acercamiento, la comprensión y el afianzamiento de las vinculaciones entre los individuos. Su consolidación refuerza la autovaloración, la comunicación y facilita hacer realidad objetivos vitales.

Existen las “habilidades sociales básicas”: escuchar, iniciar una conversación, formular una pregunta, agradecer, saludar y presentarse, hacer un comentario o cumplido. También, las “habilidades sociales secundarias”: asertividad, persuasión, escucha, aptitud para transmitir sentimientos, pericia para definir problemas y soluciones. Estimo importante acotar acerca de la probabilidad de visualizar su utilidad en diversos contextos y, por lo tanto, su importancia se aprecia en cada escenario en el que interactuamos. Advierto con asiduidad una situación referida a profesionales, con altos escalones académicos, incompetentes para establecer una mínima plática debido a sus escasas “habilidades sociales”, inseguridad e incultura.

Percibo una acentuada resignación sobre la habitual carestía, altamente limitante, de estas condiciones. Personas de variadas ocupaciones laborales que, por sus quehaceres requieren un horizonte pródigo de estas cualidades, son renuentes a saludar, mostrar afables gestos, estimular una charla -por estar arropadas en su reducido y marginal círculo- e incapaces de integrarse socialmente al situarse sobreprotegidas en su zona de confort.

La vocación.-  Es la huella de nuestro paso por este mundo; es aquel propósito que nos inspira volcar nuestros talentos, competencias, aspiraciones e ideales. Optar cada individuo la suya debiera constituir una prioridad en concordancia con sus empeños y expectativas. Se va forjando desde la infancia de manera inconsciente y gradual. Soslayemos creer, como suele deducirse, que aparece en una coyuntura específica. Probablemente la revelamos en la juventud y adultez.

Esquivemos confundirla con la obtención de planes de mediano y largo plazo. Por ejemplo, erigir su propio negocio, acceder a cierto escalafón en la organización, extender los servicios o productos de su empresa, viajar por diversos sitios del mundo, entre otros. Un factor perturbador está enlazado a la injerencia de los padres deseosos de imponer la que ostentan o hubieran codiciado ejercer. A través de sus descendientes procuran cristalizar pretensiones frustradas o continuar las emprendidas. Definirla será el punto de partida para lograr nuestra felicidad.

Los valores.- Asientan un punto obligado de aprendizaje e interiorización para salir de tan punzante crisis moral. Son adquiridos durante nuestra vida por influencia del sistema educativo y el entorno. Según como fueron recibidos pueden ser estables y permanentes en el tiempo. A determinada edad definimos los que regirán nuestros actos. Representan una especie de “hoja de ruta” por donde debemos orientar nuestra conducta.

Al aplicarlos se transforman en un hábito y, consecuentemente, en una virtud. Evitemos compararlos con una “camisa de fuerza” que impide el pleno y libre desenvolvimiento. Todo lo contrario: guían nuestro cometido dentro de un conjunto de parámetros de trato con la comunidad en la que interactuamos. Del mismo modo, son principios rectores en la toma de decisiones.

La cultura.- Ofrece la condición de convertirnos en seres racionales, críticos y solventes en términos éticos. Viabiliza discernir, efectuar juicios críticos, induce la argumentación, alienta tomar conciencia de la realidad, estimula las emociones y la sensibilidad. Brinda la oportunidad de “bucear” en la intuición interior; es un medio de superación incuestionable. Sugiero insertar esta noble tarea, con particular énfasis, en las nuevas generaciones tan requeridas de emigrar de la lacerante ignorancia en la que están inmersos.

La solvencia cultural es un indicador de sapiencia, crecimiento y evolución. Es conveniente acercarnos a la lectura, la historia, el arte, la música y a entretenidos géneros literarios para desplegar ilustradas tertulias, estimular la imaginación, aumentar el vocabulario, explayar la sensibilidad y acentuar la identidad. Somos una comunidad que percibe la erudición como lejana y elitista y, por lo tanto, evitamos entender su verídica connotación. Es un conjunto excelso de portentosas experiencias significativas de añadir en nuestro cometido cotidiano.

He querido presentar mis apreciaciones sobre factores que, de tomarse en cuenta, podrían propiciar enfrentar con eficaces herramientas las innumerables vicisitudes que nos depara el destino. Si analizamos las implicancias de las variables descritas coincidamos en su inmensa repercusión e interacción en el bienestar humano y su ascendencia contra la agobiante infelicidad que, aceptémoslo, es inherente a nuestra existencia.

Nuestro paso por la vida debe dejarse llevar por la ilusión de lograr que nuestra dimensión interior esté expresada, sin ambigüedades, a través de los múltiples quehaceres emprendidos. En tal sentido, requerimos una solvente formación reservada a alimentar cada obra en la esfera externa. El “desarrollo personal” involucra (también) un sentimiento, un compromiso, una misión y una genuina entrega con el entorno social.

La vida, su vida, mi vida encarnan una magna posibilidad para esparcir sin desvelo semillas, sueños y lecciones que, especialmente, ofrezca un renacer de expectativas para los hombres y mujeres venideros. Cada uno de nosotros posee un potencial para echar las bases de un mañana esperanzador en su espacio familiar, gremial, comunitario, institucional, etc. Tenemos la exigencia ética de convertirnos en artífices de las transformaciones que demanda una sociedad sucumbida por la desidia, la actitud oblicua, la inconsecuencia y la ausencia de principios.

Culmino evocando las pertinentes palabras del egregio y recordado escritor portugués José de Sousa Saramago (1922-2010) y Premio Nobel de Literatura (1998), cuya fastuosa creación estuvo enfocada a la aguda visión del hombre y el mundo contemporáneo: “Estamos destruyendo el planeta y el egoísmo de cada generación no se molesta en preguntar cómo van a vivir los que vienen después. Lo único que importa es el tiempo de hoy. Esto es lo que yo llamo la razón de la ceguera”.

lunes, 7 de abril de 2025

La mesa, revelador espejo personal

En anteriores artículos me he referido con prolijidad a la interesante, compleja, vigente y, para algunos, temida cuestión del comportamiento al consumir alimentos en la mesa. Como es obvio son incontables las sugerencias y pautas de urbanidad, de fácil repaso, en estas circunstancias. 

Tradicionalmente es un espacio de encuentro, afinidad, negociación y celebración de sucesos de enorme trascendencia en la historia de la humanidad. Tan solo evoquemos la afamada obra “La última cena” del genial Leonardo da Vinci -realizada entre 1495 y 1498- que permanece en la pared sobre la que se pintó en el Convento de Santa María delle Grazie (Milán, Italia) o la “Mesa Redonda” del rey Arturo, conocido como “Arturo de Bretaña”, un renombrado personaje de la literatura europea que se reunía con caballeros para discutir contenidos concluyentes del reino. 

Es un lugar vinculado a nuestra biografía del que atesoramos un sinfín de vivencias. Desde una conmemoración de cumpleaños, aniversario de bodas, cenas navideñas, enriquecedoras conversaciones, anécdotas, risas, declaraciones amorosas, momentos amicales y de intimidad familiar. 

Antes de empezar, reitero un comentario: declinemos concebir la etiqueta social desde una óptica elitista, frívola y efímera. En tal sentido, ésta propone orientaciones encaminadas a hacer agradable e impecable una velada. Está conexa con las destrezas sociales y blandas, la sapiencia, la formación y los valores; aspectos eludidos de recalcar por abundantes instructoras con una empecinada visión limitada de esta temática.

Es indudable que nuestro proceder es importante e incluso determinante en la percepción de nuestra imagen. No obstante, evadiré circunscribirme únicamente a la etiqueta en la mesa. En esta ocasión mi intención es más ambiciosa y vasta: intento subrayar lo que inconscientemente mostramos en estos acaecimientos. 

Desde mi perspectiva, exteriorizamos conspicuos detalles de la personalidad. Es decir, permite prestar atención y percatarnos de rasgos que, en otros intervalos, son factibles de ocultar o disimular. Cuando más reducida es la congregación de comensales, más se advertirá nuestra actuación. Ahora entiendo, con mayor profundidad, el pánico de ciertas personas -de múltiples edades, quehaceres y procedencias- en estas situaciones. Seguidamente, mis reflexiones. 

Primero, las “habilidades sociales” son puestas en evidencia con notable énfasis. Es una genial oportunidad para conocer prójimos, compartir instantes de deleite, afianzar lazos particulares o profesionales, departir de asuntos ajenos a los propios, extender nuestra red de contactos, interactuar con quienes provienen de distintas actividades, regiones, etc. Sin embargo, observo en hombres y mujeres un palmario y asiduo miedo a desconectarse de su “zona de confort” para desenvolverse con solvencia. Con angustia necesitan apelar a una suerte de “paraguas” de protección para socializar y disimular su exigua idoneidad interpersonal. 

Ilimitadas damas suelen “guardar sitio” al apostar sus carteras en las sillas colindantes. Recuerde: no se sientan juntas una pareja, dos damas, dos varones, dos sujetos enemistados o que no hablan el mismo idioma. Esa pegajosa y reprochable rutina de crear infalibles grupos restringe el acercamiento entre los participantes y visibiliza inseguridad. Si están colocados letreros con los nombres de los concurrentes, esquive la impertinencia de cambiarlos para coincidir con el individuo de su preferencia. El anfitrión es el único autorizado a disponer las ubicaciones de sus invitados. 

Segundo, las “habilidades blandas” también se expresan cuando experimentados instantes de incomodidad, tensión o discrepancia con los asistentes o encargados del servicio. Presto especial atención a quienes soslayan apartar la mirada de su plato de comida y divisar a los presentes, así como manifestaciones de disminuida autoestima, recelo, incomodidad, rigidez, intolerancia o escasa inteligencia emocional: representa un descriptivo “termómetro” o “test psicológico”. 

Tercero, la “cultura” se pondrá al descubierto en la calidad de la tertulia. Una seductora e ilustrativa proviene de los que ostentan elevado perfil intelectual y, además, pericia y holgura para adaptarse al entorno. Es un elemento explícito de los atributos de cada ser humano. Ello es infrecuente cuando predominan, como sucede en estos tiempos, recurrentes y exiguas charlas domésticas, mundanas, huérfanas de sapiencia, desagradables, indiscretas y desacertadas. Viene a mi mente el atinado título del discurso del ilustre dramaturgo español Federico García Lorca “Dime qué lees y te diré quién eres” (1931), pronunciado en la inauguración de una biblioteca pública en su natal Fuente Vaqueros (Granada, España). 

Cuarto, la “educación” será otro componente a traslucir y, especialmente, los excelsos modales deben exhibirse con naturalidad, espontaneidad y afabilidad como un estilo de vida, con la intención de lograr una sana y apacible convivencia. La finesa se manifiesta, cuando es auténtica, con serenidad, sencillez y sin alardes o exageraciones, sin prescindencia de la confianza, afinidad o informalidad imperante. Es imposible un desenvolvimiento correcto a partir de estados anímicos, intereses o coyunturas. 

Quinto, valores como la “generosidad” y la “gratitud”. La capacidad para superar un incidente, la afabilidad en el agradecimiento, el lenguaje corporal y el tono de voz denotan estos sólidos principios. Al mismo tiempo, la puntualidad retrata su organización y disciplina; la pulcritud y vestimenta proyecta su esmero y elegancia; la cantidad de comida que se sirve de la fuente comunica su empatía o egoísmo; el plato y licor apetecido describe sus gustos; el modo de comer dirá de su crianza; la propina grafica su bondad; el halago al anfitrión indica su reconocimiento. No lo olvide: nuestros actos son una “carta de presentación”. 

En síntesis, es una esfera de la que nadie está ajeno y que coadyuva a descubrirnos. Sería aconsejable trabajar lo comentado, con exhaustividad y espíritu introspectivo, a fin de valorar sus posibles impactos y, por lo tanto, aprovechar cada acontecimiento para revelar nuestra identidad con firmeza, autenticidad y convicción. Tenga presente la pertinente aseveración de la memorable actriz mexicana Dolores del Río: “Cuida tu belleza espiritual interna. Eso se reflejará en tu cara”.

domingo, 23 de febrero de 2025

¿Qué es la elegancia?

La Real Academia Española (RAE) puntualiza la “elegancia” así: “Es la cualidad de ser elegante, es decir, de tener distinción, refinamiento, gracia, estilo, garbo, finura, gentileza, gusto, delicadeza”. Esta palabra proviene del latín elegantia y expresa "buen gusto" o "refinamiento"; deriva del verbo eligere, que significa "escoger" o "seleccionar". 

Al respecto, la primera impresión general está referida a la óptima vestimenta y apariencia. De allí que, al abordar este tema, es frecuente vincularlo con el buen gusto para seleccionar la ropa adecuada en concordancia con la hora, edad, clima, lugar, características físicas y acontecimiento. Este término se ha circunscrito solo con el atuendo: esto es un error. Sin embargo, esta percepción equivocada merece la especial atención de innumerables hombres y mujeres. 

En esta distorsión tienen directa responsabilidad aquellos cuyo discurso se encamina hacia ese propósito. En tal sentido, ratifico lo afirmado en anteriores ocasiones: se ha contribuido a restar importancia a un asunto de imponente dimensión e implicancia. Se omite entender y valorar, desde una perspectiva más amplia, su real connotación. 

Convendría propalar la utilidad de la “elegancia”, como parte de múltiples nociones, en el proceso formativo desde los niveles más básicos. Por lo tanto, en el sistema pedagógico y en el entorno familiar debiera estimularse su aprendizaje. Una observación: para aleccionar se requiere albergar normas, creencias, virtudes y maneras de convivir con nuestros semejantes predestinados a potenciar este concepto. 

A la luz de un sencillo análisis concluiremos que cuantiosos individuos soslayan, en un sinfín de escenarios, exhibir un perfil capaz de garantizar una óptima educación a las nuevas generaciones. Es un asunto incómodo e inconveniente considerando la ausencia de agudeza intelectual para analizar la conducta humana y su compatibilidad con las habilidades blandas. 

La “elegancia” esquiva tratarse de una cuestión frívola, superficial y elitista y, además, enlazada en función de jerarquías, procedencias o peculiaridades socioeconómicas. La advierto como una manera de proceder en el campo íntimo, social y empresarial. A continuación, comparto mis impresiones concernientes al rol de un vocablo que aconsejo merecer introspectiva atención en todos nosotros, sin distinción de sexo, edad, origen y actividad que llevemos acabo. Describo situaciones que puede serle conocidas. 

La manera de comunicarnos, aunque pase inadvertida para algunos, denota la “elegancia” personal. No solo es esencial lo expuesto; la forma de transmitir nuestro mensaje oral refleja la formación, la cultura, la composición emocional, entre otros alcances. El tono de voz, la dicción, la seguridad, la mirada y la sonrisa permiten visualizar detalles circunscritos con la personalidad. 

El apego a la cultura en sus variadas manifestaciones como la pintura, la literatura, la música, la lectura, etc. representa un termómetro de la “elegancia” de un ser humano comprometido con su desarrollo y superación. Ésta engrandece la conciencia crítica, fortalece el temperamento, expande las destrezas blandas, impulsa las capacidades reflexivas y facilita una visión más compleja del mundo. 

La reacción ante situaciones de tensión, conflicto o discrepancia revela la genuina “elegancia”. En estas eventualidades se aprecia la inteligencia emocional, el temple, la urbanidad y amplitud de convivencia. Un prójimo puede albergar títulos académicos, crecimiento profesional y excelente apariencia. Pero, en estas peripecias su actuación definirá su fidedigna identidad. 

Practicar gestos, inusuales en nuestros días, como retribuir una invitación, enviar una esquela de felicitación y/o saludo en ciertas efemérides, entregar un obsequio en momentos especiales, remitir un texto de agradecimiento acompañado de unas flores, llevar un postre y/o botella de licor para compartir cuando somos invitados en una ocasión familiar o amical, son magníficos detalles que denotan “elegancia”. 

Honrar la palabra y poseer elevados principios, sentido del honor, la dignidad y cumplimiento del deber, simbolizan su “elegancia”. Es común sortear darte significación como afirmación de la lacerante crisis moral que aturde al mundo contemporáneo. Los sólidos valores y el elevado sentido de la ética son cualidades que realzan y distinguen. Al mismo tiempo, de constituir un referente inspirador. 

La “elegancia” posibilita presumir, con autenticidad y sencillez, nuestra imagen, estilo y actitud. Obviemos intentar adquirirla a través de un manual o en cursos de capacitación; recomiendo forjarse desde el espacio espiritual y trasladarse, con coherencia, transparencia y fluidez, en los actos externos. Se alimenta de nuestros positivos sentimientos hacia el prójimo y el entorno en el que habitamos. 

Es una “carta de presentación” que conviene integrar en nuestras prioridades, afanes e ilusiones con la intención de enriquecer nuestra forma y calidad de vida. Es categórica en nuestro bienestar personal y colectivo. Amigo lector, lo invito a meditar acerca de las aseveraciones del recordado conferencista mexicano Miguel Ángel Cornejo: “La realización es la expresión plena de nuestras potencialidades, y el único camino para lograr la excelencia, es tener el valor y el coraje de extraer lo mejor de nosotros mismos”.